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El asesinato de Danilo Anderson: el tictac del golpe continúa

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por J.A. Julián

La bomba que estalló el 18 de noviembre en el auto de Danilo Anderson en Caracas me trajo intensos recuerdos. Cuando leí que dos explosiones habían destrozado al fiscal venezolano en su automóvil, mi mente viajó años atrás hasta un traumático acontecimiento de mi vida.

Conocí a Orlando Letelier en 1971 cuando era embajador del gobierno del presidente chileno Salvador Allende en Washington. En 1972, pasó a formar parte del gabinete de Allende hasta su detención, el 11 de septiembre de 1973. El ministro de Defensa Letelier conocia al general Augusto Pinochet, líder del golpe de Estado. Pinochet mismo ordenó a los propios guardias de Letelier su detención. Éste describió en una ocasión a Pinochet como «un personaje servil y poco digno de confianza, la clase de tipo que se gana unas propinas en la peluquería ayudando a los clientes a ponerse la chaqueta y cepillando los cabellos sueltos.»

No conocí a Danilo Anderson. Pero, al igual que Orlando Letelier, tenía información sobre los instigadores del golpe que intentó destituir al presidente de Venezuela, Hugo Chávez en abril de 2002. No es preciso ser un Sherlock Holmes para conducir la investigación del asesinato de Danilo Anderson ni del de Orlando Letelier.

En el exilio, Orlando Letelier representaba al Gobierno elegido y reconocido de Chile. Para Pinochet, el ilegítimo organizador del golpe, Letelier era la cabeza rectora de un masivo ejército en el exilio, no sólo una persona que intentaba informar al Congreso y al público estadounidenses sobre las generalizadas violaciones de los derechos humanos en Chile.

Tras el asesinato de Orlando Letelier, la CIA intento cubrir el golpe con el fin de proteger a su ilegítima progenie. Sin embargo, un informante dio el soplo a agentes del FBI de que un agente secreto chileno, oficial de la policía de ese país, había establecido un contrato con un grupo de anticastristas de New Jersey para asesinar a Orlando Letelier. Los cubanos hicieron estallar por control remoto una bomba instalada en el coche de Letelier; se trata de la misma técnica utilizada en el atentado que ha acabado con la vida de Danilo Anderson, 28 años más tarde.


Los asesinos de Danilo Anderson deben tener «experiencia» en la fabricación de este tipo de ingenios explosivos, me confió un agente del FBI retirado. El ministro del Interior venezolano y el ministro de Justicia, Jesse Chacón, declararon que los asesinos utilizaron explosivos plásticos de uso militar C-4 y un mecanismo de control remoto. Las explosiones destrozaron las ventanas de los edificios cercanos.

Recuerdo el 21 de septiembre de 1976, cuando el FBI recogía cuidadosamente los vidrios rotos de Sheridan Circle, en el barrio de embajadas de Washington DC, después de que la bomba destrozara el auto de Letelier. «Los que han hecho esto son auténticos profesionales», comentó entonces un agente del FBI.

El FBI arrestó a dos de los asesinos de Orlando Letelier y su acompañante, Ronnie Moffit, años después del asesinato. Los declararon culpables, recibieron una sentencia de 12 años, pasaron siete en prisión y fueron puestos en libertad provisional. El Servicio Federal de Inmigración, INS, volvió a arrestarlos como indeseables, pero en agosto del 2001, George W. Bush, insistió, a pesar de las objeciones del INS y del FBI, en liberar a estos «patriotas cubanos» y devolverlos a la vida civil en Florida.

Los buenos terroristas gozan de la hospitalidad de los Estados Unidos. Los malos terroristas, especialmente si tienen nombres árabes, sufren la ira de los bombardeos, los soldados y los guardias de prisiones estadounidenses en Guantánamo y Abu Ghraib, tanto si han cometido algún crimen como si no.

Resulta irónico que una persona tan remilgada como el ministro de Justicia de Estados Unidos, John Ashcroft, que ha ordenando el arresto y el confinamiento de miles de personas inocentes que ni siquiera conocen la naturaleza de los cargos que se les imputan, y mucho menos tienen acceso a un abogado, se negara en su día a firmar el auto de procesamiento del general Pinochet, instigador en el atentado con bomba de 1976 en Washington. Por si existían dudas, los fiscales estadounidenses y los investigadores del FBI afirmaron públicamente que era inconcebible que el asesinato de Orlando Letelier pudiera haber sucedido sin la autorización expresa de Pinochet. Un memorándum de la inteligencia estadounidense, de 1981, cita textualmente a Pinochet cuando cuando afirma que «ni una hoja de este país se mueve sin que yo lo ordene.»

Los atentados de alto nivel solo tienen lugar cuando oficiales de alto nivel los autorizan. ¿Quién estába interesado en la eliminación de Danilo Anderson? Los expedientes que Anderson estaba investigando afectaban a unas 400 personas que durante el golpe firmaron una declaración en apoyo del golpista Pedro Carmona, presidente de la Cámara de Comercio. Los oponentes de Chávez afirmaban que las investigaciones de Anderson equivalían a una persecución política. La fiscalía, en cambio, consideraba que la muerte de 19 personas y las heridas de otras 300 durante el golpe eran actos criminales. La lista de presuntos culpables incluye al ex alcalde de Caracas, Alfredo Peña, que sigue huido, y a unos 60 oficiales del ejército implicados tanto en el golpe como en las bombas colocadas el año pasado en el consulado de Colombia y en la embajada española.

Aparentemente, Anderson investigaba también una posible conexión del golpe con instituciones norteamericanas. Otto Reich, secretario de Estado adjunto para América Latina, se había reunido repetidas veces con los conspiradores antes del fallido golpe contra Chávez, y también lo había hecho Elliot Abrams, del Consejo de Seguridad Nacional (NSC). Al igual que Reich, Abrams condujo la ofensiva ideológica de la década de 1980 en favor de las «guerras sucias», en las que las políticas de Estados Unidos estaban vinculadas con los escuadrones de la muerte de América Central. Un artículo del Observer, de 21 de abril de 2002, afirmaba, citando fuentes de la Organización de Estados Americanos, que Abrams y Reich había discutido el golpe «en detalle, incluyendo el calendario y las posibilidades de éxito, que consideraban muy altas.»

Reich invitó a la Casa Blanca a los oponentes de Chávez, entre otros a Pedro Carmona, que más tarde sería la cabeza visible de la junta golpista. El general Lucas Romero Rincon, jefe del ejército de Venezuela, se entrevistó con oficiales del Pentágono en los meses anteriores al golpe. Además, algunos grupos anti Chávez, con ayuda de la agencia estadounidense National Endowment for Democracy (NED), viajaron también a Washington durante las semanas anteriores al golpe. La semana pasada, se pudo saber por algunos documentos que la CIA estaba al corriente del golpe planeado y no informó al gobierno de Chávez, lo que no deja de ser realmente chocante.

La lista de Anderson incluía a personas que habían recibido fondos de la NED. El Congreso de Estados Unidos asigna fondos a esta agencia con el fin de promover la democracia, por lo que Carl Gershman, jefe de la NED, ha podido declarar que su organización sólo promueve la democracia en Venezuela. Más difícil resulta entender cómo es que la idea que tiene esta agencia de la democracia incluye la organización de golpes militares. Anderson investigaba también cuentas bancarias de la NED, con el fin de verificar si dicho organismo oficial estadounidense había realmente financiado a los conspiradores.

Durante el golpe de abril Otto Reich convocó una reunión de embajadores latinoamericanos y del Caribe. En dicha reunión, Reich les informó de que la defenestración de Chávez no significaba una ruptura del orden democrático. Puesto que Chávez había supuestamente dimitido, era «responsable de su propia suerte». Reich ofreció su apoyo inmediato al gobierno de Carmona, sin preguntarse en ningún momento por qué no era vicepresidente elegido quien se hacía cargo del poder, lo que tenía que haber sucedido de acuerdo con la Constitución de Venezuela si el presidente hubiera dimitido.
Reich fue incapaz de borrar la etiqueta de marca «Apoyado por Washington» que llevaba el golpe de Caracas. El propio Chávez informó que un avión con matrícula estadounidense estaba esperando en el aeropuerto de una de las localidades adonde lo llevaron sus apresadores. El portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, «no sabía» si Washington había proporcionado un avión para trasladar al presidente venezolano al exilio.

Incluso después del fallido golpe, Washington ha preferido ignorar las actividades de algunos venezolanos que están recibiendo instrucción en Florida con el objetivo explícito de invadir su país y asesinar a Chávez. Estados Unidos ha rechazado la extradición de tres oficiales, citados a declarar por tribunales de Venezuela en relación con acusaciones de participación en la atentados terroristas con bomba.

Cualquier detective aficionado llegaría a la conclusión de que la lista de probables asesinos de Danilo Anderson debería incluir a los iniciadores del golpe y a sus aliados en Washington, especialmente a aquellos que temían que las investigaciones del fiscal aportasen pruebas suficientes para condenarlos ante los tribunales.
Las autoridades venezolanas han proyectado una cinta de video proveniente de la estación de televisión Miami TV y titulada «Commando F4» en la que se muestra a venezolanos y cubanos anticastristas entrenándose con armas en la región de los Everglades. En la cinta, el capitan retirado de la Guardia Nacional de Venezuela Luis García prometía volver a su país con una «solución violenta».

Otra cinta mostraba a Orlando Urdaneta, personaje muy conocido de la televisión de Venezuela, participante en el golpe, afirmando ante el Canal 41 de Miami que «los problemas de Venezuela podrían resolverse por medio de un rifle con mira telescópica y un buen tirador.»

El ministro de Información de Venezuela, Andres Izarra, ha declarado: «Queremos que el gobierno de Estados Unidos explique por qué estos grupos de terroristas actúan con total libertad en Florida, y también por qué permite que hagan este tipo de declaraciones a los medios de comunicación ante las propias narices de las autoridades.»
«Chávez debe morir como un perro, porque se lo merece» afirmó el dos veces presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez en una entrevista, el 25 de julio de 2004, al diario venezolano El Nacional. «Estoy haciendo lo que puedo por echar a Chávez del poder», afirmó. «Lo conseguiremos por la violencia.»

Este tipo de lenguaje debería haber sido condenado por el Gobierno de Bush, sin embargo éste afirmó que conocia los planes del golpe y no informó al presidente Chávez, a la vez que reiteraba su compromiso con la democracia. Pocos editoriales han comentado la contradicción existente entre estar comprometido con la democracia y apoyar un golpe de Estado contra un presidente elegido por amplia mayoría en 1998. De hecho, después del fracaso del golpe, la oposición a Chávez exigió la celebración de un referéndum. Chávez lo ganó con el 58% de los votos, en agosto de 2004.
Washington ha contado siempre con gobiernos obedientes en América Latina que han permitido décadas de diplomacia de la cañonera, del dólar o de «buen vecino». Sea cual sea el hombre que elijamos, Estados Unidos ha seguido apropiándose de las riquezas de América Latina. Después de la Segunda Guerra Mundial, Washington desplegó la bandera ideológica de la Guerra Fría. La CIA utilizó la retórica anticomunista como pretexto para comprometer a grupos golpistas civiles y militares en el derrocamiento de gobiernos poco obedientes. Este tipo de «agentes contratados» para un golpe apoyado por Estados Unidos en Guatemala en 1954 fueron responsables de una represión que produjo del orden de 100 000 víctimas, en su mayor parte campesinos indígenas. En 1964, Estados Unidos dio su apoyo a un golpe militar en Brasil que sustituyó a un gobierno elegido. En Chile, con la luz verde de Estados Unidos, los tanques y los aviones militares bombardearon el palacio presidencial de La Moneda en 1973.

Cuando el paraguas de la Guerra Fría desapareció con la implosión de la Unión Soviética, Washington introdujo un nuevo paradigma para justificar su intervención, eternamente inocente: el terrorismo. El cadáver de Danilo Anderson se suma a la inmensa masa de cadáveres producidos por la política estadounidense de llevar la democracia a América Latina por el extraño procedimiento de desbaratar todos los intentos latinoamericanos de conseguirla.

Saul Landau es director de Digital Media y de International Outreach Programs, del College of Letters, Arts and Social Sciences. Su obra más reciente es The Business of America.