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Entrevista al historiador Raimundo Cuesta Fernández, sobre su libro “Unamuno, Azaña, Ortega, tres luciérganas en el ruedo ibérico” [1]

«El ataque de celo atlantista del presidente Sánchez, propio de un converso, se me antoja ridículo y peligroso»

Fuentes: Rebelión

Cuesta (Santander 1951) es doctor en Historia con premio extraordinario por la Universidad de Salamanca. Fue catedrático en el IES Fray Luis de León de Salamanca. Profesor invitado y colaborador de universidades españolas y latinoamericanas. Especialista en historia de las disciplinas escolares, las relaciones entre historia y memoria, la evolución del pensamiento crítico y de la génesis de la España contemporánea. Miembro del equipo editorial de Con-Ciencia Social. Cofundador de Cronos y Fedicaria. Su anterior libro publicado en este mismo sello editorial fue «Verdades sospechosas. Religión, historia y capitalismo» (2019).

1.P- Como esclavo del periodismo me gustaría conocer tu opinión sobre la película “Mientras dure la guerra” de Amenábar. ¿No crees que fue demasiado neutral para contentar a los Hunos y a los Otros?

R. En septiembre de 2019 Alejandro Amenábar estrenó con gran éxito, después de soportar la sucia campaña en su contra de la extrema derecha acaudillada por nostálgicos de la Legión de Millán Astray, esa notable película si se la considera bajo el prisma de su eficacia como instrumento audiovisual. Otra cosa es que la excelente acogida de su obra tenga raíces sociológicas y políticas más profundas que las meramente artísticas. Amenábar engancha perfectamente con una rememoración hoy cada vez más frecuente de la guerra española reducida a tragedia fratricida y desastre humano sin paliativos, por encima de las razones ideológicas y más allá de las fuerzas sociales que impulsaron el conflicto bélico. Así, al tiempo que el discurso histórico del film busca un cierto centrismo interpretativo, además su contenido y tratamiento de la persona de Unamuno incide en su dimensión de alma doliente por encima de los hunos y de los hotros.

No obstante, la figura de Unamuno, patriarca de las letras españolas en momentos de triunfo de la espada, continúa siendo causa de acalorada disputa actual e incluso de reiterada atención en la cultura de masas. En Palabras para un fin del mundo (2020), la película documental de Manuel Menchón cuenta también de un valioso utillaje técnico pero carece del tratamiento más sutil y complejo que se verifica en Amenábar. Se trata en este caso de montar un relato apologético a fin de salvar de toda crítica a la conducta de Unamuno durante la guerra e incluso se pone en duda lo que se califica de “versión oficial” de su muerte. Allí y luego en un libro, escrito con un profesor de Salamanca (La doble muerte de Unamuno, 2021), se sostiene la conjetura de que su fallecimiento fue por envenenamiento a manos de un falangista que fue testigo de la muerte del escritor. Entre otros, los trabajos de Severiano Delgado, Francisco Blanco Prieto y Luis de Castro han puesto de relieve los desvaríos de tan peregrina suposición.

El tema de Unamuno es, en verdad, un filón argumentativo y novelesco para todo tipo de piruetas mentales. Sin embargo, estimo que resulta vano “salvar” a Unamuno llevándole a la visón del mundo de cada cual y convirtiéndole en un ser de una sola pieza. Justamente el profesor salamantino distaba de ser uno y el mismo; se sabía objeto legendario.

“¡Mi novela! ¡Mi leyenda! El Unamuno de mi leyenda, de mi novela, el que hemos hecho juntos mi yo amigo y mi yo enemigo y los demás, mis amigos y mis enemigos, este Unamuno me da vida y muerte, me crea y me destruye, me sostiene y me ahoga”.

 Esto escribía en 1927, durante su exilio en Hendaya, en una espléndida reflexión metaliteraria (Cómo se hace una novela). Unamuno es persona que no muere (inmortalidad que habría sido de su gusto) gracias a que su imagen pública admite diversas formas de apropiación a veces muy interesadas y a menudo torcidas. Él mismo durante toda su vida no dio tregua al cultivo de su propia leyenda, como si fuera autor y a la par protagonista de la nivola de don Miguel. En realidad, fue un gran cultivador de su yo como personaje destinado a perdurar en la memoria colectiva.

2.P. Antes de ocuparnos de Unamuno, personaje central de esta primera parte de la entrevista, quisiera referirme a un pasaje de tu obra que dice que tanto el rector como Azaña se abrasaron en la vorágine de la guerra civil mientras que Ortega se inmoló en sus ascuas y en la dictadura. ¿Podrías explicar por qué a nuestros lectores?

R. Claro. Mi estudio de lo que llamo las tres luciérnagas del ruedo ibérico consiste en el hilvanado comparativo de una triple biografía del intelectual público en momentos clave de las crisis española del siglo XX. Los tres sufrieron los acontecimientos traumáticos de la guerra y el hundimiento de su manera de entender el mundo. Los tres son hijos del liberalismo decimonónico pero sus respuestas ideológicas, políticas y culturales discurrieron por veredas distintas cuando no opuestas.  

Son el exponente más alto y más claro del derrumbamiento del intelectual clásico que tiene lugar tras la Primera Guerra Mundial y la revolución soviética de 1917. Ahora bien, estamos ante lo que he llamado tres arquetipos intelectuales muy distintos, a saber: Unamuno es el profético; Azaña representa al político; Ortega es el olímpico. En suma, tres estilos de pensar y actuar en la arena pública muy distintos entre sí, aunque en los tres casos se estrellan sin remedio en la guerra del 36.

En efecto, Unamuno con setenta y dos años muere el último día de 1936 consumido en la desesperación y rumiando en el ostracismo de su casa salmantina las sinrazones de su adhesión inicial al golpe militar el 18 de julio. Azaña abandona España en 1939 y al poco muere en Montauban (Francia) a los sesenta años (que parecían muchos más) rodeado de su familia y de algunos fieles servidores, cercado por el afán vengativo del fascismo y profundamente decepcionado por el fracaso de su proyecto republicano de una modernización de España por vías democráticas. Más tarde, en octubre de 1955, en Madrid fallece Ortega y Gasset, que se había exiliado en agosto de 1936 y que permanece en silencio público durante la guerra y durante la dictadura de Franco, dando así un ejemplo de su distancia olímpica acerca de los problemas más acuciantes de su patria. Ortega tras la guerra consigue en Europa un gran éxito como filósofo pero su silencio viene a ser como una consunción a fuego lento…Los tres, con desigual fortuna, terminan naufragando en las procelosas aguas de un mar que les rebasa y no comprenden.

3.P. En tu ensayo nos dices que Unamuno aborrecía la concepción marxista de lucha de clases, y que tampoco compartía el anticlericalismo que imperaba en buena parte de la sociedad española. ¿Por qué?

R-Desde luego, nunca fue marxista. Ni la concepción materialista de la historia ni la lucha de clases eran compatibles con su formación y sentimientos profundos. Aunque en algún momento dice que está leyendo El Capital de Karl Marx y escribe en revistas socialdemócratas alemanas, a pesar de estar afiliado desde 1894 (a sus treinta años, ya casado y catedrático universitario con destino en Salamanca) a la Agrupación Socialista de Bilbao y de mantener una larga relación de respeto por Pablo Iglesias, fundador del socialismo hispano, lo cierto es que Unamuno fue una “socialista” muy especial.

Sus raíces infantiles y adolescentes son profundamente tradicionales y católicas, propias del ambiente familiar y social de un Bilbao en el que convivían el clásico liberalismo junto al nuevo afán nacionalista y el naciente movimiento obrero socialista. Sus estudios en Madrid devolvieron a la invicta villa bilbaína a un joven transformado y airado que rompe abruptamente con las viejas ideas y se muestra como un progresista radical contrario a su primerizo vasquismo y cada vez más abierto al mundo de las ideas socialdemócratas. Por unos pocos años se afilia a un partido (nunca más repetirá tal acción excepcional), pero mantiene una absoluta independencia y utiliza al PSOE como plataforma de difusión de sus requisitorias del que era a la sazón un izquierdista radical. Ahora bien, su incompatibilidad doctrinal y temperamental con el obrerismo del socialismo vasco era drástica. De esta época datan los cinco textos publicados en 1895 y que más tarde se  agrupan como libro en su primer gran ensayo: En torno al casticismo (1902). Basta leerlos para comprender lo lejos que estaba Unamuno del marxismo. Su concepto de pueblo y tradición choca abiertamente con el socialismo científico: según él, el pueblo es una suerte portador de una esencia perdurable que vive como tradición eterna, como intrahistoria, como verdadera tradición histórica.

Precisamente la religión es parte sustantiva de esa tradición verdadera. De ahí que Unamuno polemice y se las traiga de todos los colores con el clero, empezando con el obispo de Salamanca, pero no con la religión. Incluso en sus tiempos de rector fue un partidario a ultranza del papel educativo de la autoridad pública y de la subordinación de las escuelas confesionales a los dictados del Estado. No obstante, conforme avanza en edad, el laicismo propio de la tradición liberal progresista en su pensamiento se va desvaneciendo y cobra unos perfiles particulares, de modo que durante la República se muestra contrario a las reformas propias de un Estado laico moderno.

En realidad, entre los muchos Unamunos posibles se encuentra el de la lucha permanente entre las creencias heredadas de sus mayores y los nuevos horizontes del pensamiento progresista de izquierdas.  Esa coexistencia no siempre fue fácil, fue agónica en alguien que “quiere creer” al mismo tiempo que desea pensar libérrimamente.    

4.P. Señalas también que Unamuno tenía “ensoñaciones suicidas” y que al cumplir los 33 años se rompieron sus certezas y reaparecieron los fantasmas de “su otro yo interior”. ¿Podrías decirnos qué causas desencadenaron ese proceso?

R. Unamuno, como decía, es un ser agónico y sufriente, víctima de una duradera e intermitente inestabilidad psíquica que a vece desembocan en violentas sacudidas emocionales como la ocurrida en 1897. Por lo demás, su hipocondría (su temor a la angina de  pecho) recorre toda su vida adulta. El nacimiento de su tercer hijo en 1896 con una deformación psicosomática muy grave de la que muere en 1902 enturbia las aguas de su patriarcal oasis familiar. La ruptura con el socialismo vasco y su salida de la agrupación bilbaína en enero de ese año agrían su existencia. Tal concurrencia de hechos y otros de naturaleza más interior, como la insaciable sed de Dios, ocasiona una pulsión de muerte que atraviesa su Diario íntimo (1897), uno de los  textos más conmovedores de su extraordinaria producción bibliográfica. La noche del 21 de marzo de 1897 todo el interior de Unamuno se echa a temblar y estalla en sollozos en los brazos maternales de “su” Concha. Debe dejar sus clases, hacer retiro espiritual, reflexionar sobre lo que realmente cree y lo que quiere creer, etc.

Su recuperación es cosa de meses pero siempre alberga, a la vuelta de la esquina, la visita de ese impertinente huésped que es la idea de la muerte. Recuerdo ahora cómo, estando en el exilio francés a causa de la dictadura de Primo de Rivera, medita y una noche las oscuras aguas del Sena se le presentan como una tentación de acabamiento. En todo caso, el pensador vasco es lo más ajeno a una conducta suicida. Toda su filosofía, siguiendo a Spinoza, se traduce en la inclinación humana de persistir en el ser, incluso en su caso inmortalizarse perdurando en la mente de los demás. En buena parte, lo ha conseguido pero el tiempo al final y a la postre es un inexorable almacén de olvidos. 

5.P. Unamuno, tal y como se refleja en su obra “Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos” (1913) parece que sufre una drástica metamorfosis y pasa de proclamar ¡Muera Don Quijote! a convertir el Quijotismo en una especie de religión nacional ¿Qué tienes que decir al respecto?

R. Las metamorfosis repentinas y las paradojas constantes entran dentro de la lógica unamuniana de una especial manera de entender la dialéctica hegeliana. En 1898 escribe un artículo titulado “¡Viva Alonso el Bueno!”, en el que resalta su condición de pacífico, sereno y honrado hidalgo sin asomo de belicismo. En 1905, cuando sus ardores antimilitaristas habían bajado algo el diapasón, en su Vida de Don Quijote y Sancho, apela al socorrido tópico de convertir los arquetipos del caballero y el escudero en parte de la religión nacional de España. No en vano la lectura de la obra cumbre de Cervantes se hará obligatoria en las escuelas como parte de la formación de un espíritu nacional compartido.   

6.P. Subrayas también que en la década prodigiosa (1914-1924) Unamuno se obsesiona con las taras políticas y morales de la figura real y de su augusta madre ¿A qué se debió esa ofuscación? ¿Cómo se encuentra “ese empecinamiento” en la España actual?

R. La relación entre Unamuno y la institución monárquica está llena de matices y en ocasiones solo se subrayan los improperios que acabó lanzando contra Alfonso XIII de Borbón, al que llamaba el Africano y contra María Cristina de Habsburgo, su augusta madre, la “austriaca”. 

No obstante, como digo, la doctrina política de Unamuno no era fundamentalista en lo tocante a la contraposición Monarquía/ República. En su juventud había admirado los textos de Pi y Margall, un teórico del republicanismo federal, pero en su vida pública, al menos en una primera parte de la misma, no tiene un tinte antimonárquico. Nombrado rector de la Universidad de Salamanca en 1900 por un gobierno liberal-conservador, en sus funciones conoció a un joven rey (que había ascendido al trono en 1902 cuando contaba apenas dieciséis primaveras), que no le despierta especial animadversión aunque sí aprecia el peligro de que sea mangoneado por los militares y por su madre. Más tarde a raíz de su destitución del cargo en 1914, también en este caso por otro gobierno de signo liberal conservador, sus posiciones van cambiando y sus opiniones, dentro de campaña contra el acto de su defenestración, se hacen más acres y a veces muy duras.  

En el magno mitin aliadófilo celebrado en Madrid el 27 de mayo de 1917 dice: “muchos que no hemos sido republicanos ni lo somos hasta ahora, tendríamos, repito, que hacernos republicanos”. Pero a esas alturas, tras su destitución, había ya desenterrado el hacha de guerra contra la testa coronada. En la prensa valenciana entre 1918 y 1919 aparecen tres artículos de corte muy afilado: El archiducado de España; Irresponsabilidades; y La soledad del rey. En 1920 se le condena  por delito de lesa majestad a dieciséis años de cárcel y multa, aunque los mismos magistrados suspenden la ejecución de la sentencia a la espera del indulto real. La barbaridad de esa condena encrespa los ánimos contra el régimen e inmediatamente la Liga Española para la Defensa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (a la que pertenecían desde Falla a Ortega pasando, entre otros ilustres socios, por Azorín y Azaña; y él mismo llegaría a ser presidente), da comienzo a una impresionante campaña de protesta y movilización colectiva con el sustento de algunos de los principales periódicos como El Sol, El País y El Liberal.

Entre 1914 y 1924 Unamuno llega contraer una especie de fijación morbosa, en tanto que hiperbólicamente obsesiva, sobre las taras políticas y morales de la figura real y la de su sublime progenitora, que en parte atribuye a lo que llama al morbo del habsburgianismo y a los reverenciosos cavernícolas cortesanos que  hacen la ola al monarca. Los ataques unamunianos motejan al jefe del Estado de forma muy variada y no exenta de gracia (Rey del cabaret o Kaiser Codorníu), e incluso sugiere que su Majestad se mete en negocios turbios, juega, bebe (y no precisamente agua) y putea. Además cultiva la falsedad. Y, como ya dije, no es que Unamuno entonces fuera ya ni un convencido republicano ni partidario de una aventura, como él mismo decía, de “revolucionarismo estéril”, sin contenido histórico, sin sentimiento de continuidad.

Solo tras el desastre marroquí de Annual y en vísperas de la dictadura Unamuno ve que no hay otro camino que la República. En 1923 en cierto modo, indeciso pero ya republicano casi a su pesar, ve que la dictadura es la consecuencia natural de un reino podrido, de una realeza de pesadilla. Ya para entonces la cuestión era dictadura o república.

En la España de los últimos años, una vez más, los escándalos del rey emérito y parte de su familia y algunas amistades de alto copete financiero, ponen en graves aprietos a la institución monárquica. La constitucionalización en 1978 de una indignante inmunidad real es una afrenta a la democracia. El rey Juan Carlos I ha hecho honor a su franquista legitimidad de origen y a los escabrosos precedentes del comportamiento de sus antepasados dinásticos. No menos escandaloso es que una parte importante de las fuerzas políticas y de la opinión pública dejen pasar las bribonadas del ex rey con una mezcla de cinismo y complicidad. Sin duda, hoy el significado de lo republicano es de nuevo un horizonte deseable ante el anquilosamiento democrático y el pantano moral que se está permitiendo bajo el régimen del 78. 

7.P. Enfatizas que Unamuno, en su exilio de París, escribe que “el cristianismo mata la civilización occidental, a la vez que ésta a aquel. Y así viven matando”. ¿No te recuerda esa conclusión a nuestro viejo amigo Nietzsche?

R. En efecto, en esa dura circunstancia escribe, entre otras cosas, una obra llamada a tener notable éxito en toda Europa, La agonía del cristianismo,publicada por primera vez en París en 1925 en la lengua de Voltaire.

En verdad,  en ella trasluce su sentimiento por la agonía de Cristo que es, al mismo tiempo, la agonía de la civilización que llama latina, la civilización grecolatina occidental, la doble y contradictoria herencia que lleva a sus espaldas, a saber, la clásica y la cristiana. Dos mundos imposibles de conciliar pacíficamente en la mente unamuniana, que luchan y se matan y anulan entre sí.

Es como si estos dos pugnantes posos culturales, fundidos en el crisol de su pensamiento, dieran como fruto una criatura de acero lleno de impurezas y deformaciones monstruosas.

Ahora bien, Unamuno me recuerda en muchas ocasiones el genio abrasivo de Nietzsche, pero sabiendo que el amor de este por el mundo griego nada tenía que ver con la obsesión unamuniana por el Dios de los cristianos. El alemán había nacido diez años antes que el vasco y, en términos generales, ambos forman parte de la ola de crítica finisecular que choca contra los arrecifes de la razón positivista que por entonces ya estaba arraigada con fuerza en el mundo occidental. Su reclamación de la vida contra la seca y enteca racionalidad instrumental del capitalismo es una reivindicación compartida de quienes aborrecen de la cosificación de la mera ciencia y de un mundo institucional guiado por ella como si la convivencia humana fuera un quehacer geométrico. De ahí que la crítica social de ambos posea un común y valioso sustrato crítico, como ocurre cuando ambos peroran sobre las instituciones escolares, cuya magnífica y rotunda impugnación orbita en torno a la gran cuestión de la desvitalización del conocimiento escolar. La separación entre conocimiento y vida. Ambos conciben el conocimiento como una tarea humana, corporal y subjetiva, de carne y hueso diría el maestro salmantino, de comprensión del mundo.  

Salvadas estas coincidencias y quizá el carácter mesiánico y profético de sus estilos de pensamiento y actuación, las diferencias no dejan de ser siderales.  El mismo Unamuno era evasivo al hablar de su colega alemán, utilizando a menudo el conmiserativo epíteto, tan unamuniano, de “pobre”, el “pobre Nieztsche”, decía. También adjudicó, con total extravío, el mismo apelativo a Franco. Sea como fuere, Unamuno fue un intelectual público que ejerció muchos, distinguidos y variados cargos públicos (catedrático, rector, concejal, diputado, presidente del Consejo de Instrucción Pública, etc.). En cualquier caso, el filósofo alemán respiraba el aire libre de sus estancias alpinas en Sils María y solo daba cuenta de sus actuaciones a su propia sombra de caminante sin futuro académico alguno. Su filosofía era pura dinamita y a él le gustaba más divagar sobre Dionisos y Apolo que sobre las amorosas y quebradizas lecciones de El Galileo.

8.P. Desde el punto de vista ideológico enfatizas que Unamuno defiende una República laica (no religiosa), social (con reformas sociales), para evitar “la lacra del militarismo, la mayor plaga del siglo XIX”. ¿Cómo valoras esas declaraciones?

R. Bueno, Unamuno dijo eso y casi lo contrario. No hay que fijarse en declaraciones de un momento. Unamuno posee la virtud de la sorpresa y el arte de provocar escándalos monumentales.

Fue persona que comparece en la esfera pública sin partido (excepto él mismo) y sin programa. Ello no obsta para que hiciera todo tipo de proclamaciones. En efecto, en febrero de 1931 regresa del exilio en olor de multitudes, aclamado como símbolo de la República proclamada el 14 de abril de ese año. Según él, ese célebre día fue como una conmoción telúrica que ocasiona una inesperada emulsión de esa “eterna tradición española” representada en el pueblo intrahistórico, que solo en ocasiones muy raras comparece como colada volcánica que todo lo arrolla. Para él la República es una clamorosa comparecencia de ese pueblo intrahistórico. De ahí que, desde entonces, nunca renuncie a su republicanismo del 14 de abril, aunque no se canse de decir que la República ha de estar al servicio de España (se esa perdurable tradición histórica) y no al revés.

Nada sería más fácil que mostrar los meandros de las opiniones de Unamuno desde la caída de la Monarquía hasta sus desavenencias posteriores con la República. Unamuno, en poco tiempo, pasa a ser el símbolo del nuevo régimen a un enemigo feroz de las importantes reformas del primer bienio republicano. Llega al Parlamento en junio de 1931 como diputado independiente dentro de la conjunción republicano-socialista, o sea, como de costumbre dentro de un abanico de fuerzas de izquierdas. Sus intervenciones hacen fama por su insumisión a ajustarse a disciplina de nadie o a guion previo. Su progresiva proclividad hacia la derecha es una evidencia (los obreros socialistas bejaranos que habían apoyado su candidatura piden que se retire de su representación), de modo que la defensa de los valores “eternos de la tradición española” le convierte en persona cada vez más venerada por la derecha parlamentaria. A principios de diciembre de 1931, a punto de aprobarse la Constitución, asiste a la célebre conferencia de Ortega sobre la Rectificación de la República. “No es esto, no esto”, dice el filósofo madrileño y el  vasco conviene en ello. Pocos meses después en el Ateneo de Madrid Unamuno pronuncia una perorata, un ataque sin contemplaciones, contra las reformas del Gobierno de Azaña, su ya más querido enemigo. La ruptura es total con la izquierda y en las elecciones de noviembre de 1933, a pesar de su reiterado desapego parlamentario, se presenta por Madrid en las listas de una colación republicana de centro derecha (Lerroux-Maura), aspecto que a menudo omiten sus biógrafos. No sale elegido aunque en la segunda vuelta obtuvo un montón de votos de la llamada colación antimarxista. Aunque Unamuno no se deja tentar por el fascismo (el “fajismo”, decía él) su proclividad derechista se agudiza tras la victoria del Frente Popular de febrero de 1936. Encerrado en Salamanca, no comprende nada y saluda al general Franco en julio de 1936 como salvador de la civilización occidental.

9.P. ¿Cómo ves la actual confrontación OTAN- Rusia en Ucrania? ¿Qué te parece la postura del Gobierno de Madrid?

R. Aunque esta pregunta se me antoja un tanto sacada del tema de la entrevista (…) Creo que en el caso de Rusia, si uno se fija bien, la pugna entre modernización occidentalizante frente eslavismo cristiano ortodoxo se presenta como una dualidad que llega hasta nuestros días. Entre finales del siglo XVII y principios del XVIII Pedro el Grande trató de abrir la vía occidentalizante. En el siglo XIX la conspiración de los decembristas intentó sin éxito proseguir esa línea, que, a su vez intenta Lenin en la revolución de 1917. Al final, la civilización soviética jugó a las dos bandas y hoy, una vez desaparecida, Putin ha optado por recuperar mediante la vergonzosa y deplorable invasión de Ucrania una nueva posición geopolítica que recupere los viejos valores de la santa tierra Rusia. El horror de lo que ocurre en Ucrania es una más de las páginas de un giro postfascista que nos amenaza cada vez más a todos. Desde luego, la intolerable estrategia de la OTAN ha contribuido poco a mejorar las cosas. Sería preferible que esta alianza militar se disolviera cuanto antes y se pueda reordenar la defensa de la UE con criterios de nuevo tipo. 

Por lo demás, el ataque de celo atlantista del presidente Sánchez, propio de un converso, se me antoja ridículo y peligroso.

10.P. Parece que los últimos meses de Unamuno fueron un auténtico infierno, brumosos, y que tanto la derecha como la izquierda se peleaban por apoderarse de su legado. A tu juicio, a quién iba dirigida la labor y obra del pensador vasco y, por ende, ¿Cuáles son sus legítimos herederos?

R. Todavía hoy no se deja de discutir por qué Unamuno se adhirió al 18 de julio. Todavía se discute más cuándo realmente se arrepintió de su conducta al ver a su Salamanca sembrada de miedo, dolor, presos y cadáveres, entre ellos algunos de sus más queridos amigos como el alcalde de la ciudad o el pastor protestante Atilano Coco. Algunos de sus estudiosos más afines que yo al maestro, como Paco Blanco Prieto, presidente de la Asociación Amigos de Unamuno, suponen que su arrepentimiento fue cosa de pocos días, en el mismo mes de julio, al tener noticias aciagas del destino de gente muy cercana y querida. Desde luego, su muy valiente y famosísimo discurso el 12 de octubre de 1936, día de la Raza, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, supone una cesura en las relaciones entre el rector (que sería destituido a petición de sus colegas) y las autoridades “nacionales”. Desde entonces,  permanece encerrado y custodiado en su domicilio de la calle Bordadores, donde muere repentinamente el 31 de diciembre.

Sus entrevistas y declaraciones en estos meses postreros han servido para dar gusto a tirios y troyanos. Sus anotaciones y cartas más personales dan cuenta de un terremoto producido por su consciencia de haber errado y sido muy ligero al apoyar el 18 de julio. Para finalizar recomendaría vivamente la lectura de El resentimiento trágico de la vida escrito en los últimos meses del 36. Allí comparece un extraordinario escritor irascible, enloquecido, lúcido a veces, pero casi siempre desarbolado y desorientado a propósito del significado de los valores inherentes a su vieja prosapia liberal.  Constituye esa obra una demoledora confesión a corazón abierto y un ejercicio de prosa de incomparable  estilo antiacadémico. Lean, por favor, las tribulaciones de la insondable soledad que precede a la muerte, la radiografía de un ser en carne viva y de un alma en pena.

 No existen herederos legítimos de Unamuno. Hoy ha sido convertido en un fetiche de la oficialidad institucional salmantina. Unamuno ha quedado desactivado. Pero en él subsiste carga explosiva según tomemos uno u otro personaje de su propia leyenda. Nos dejemos seducir (o lo contrario) por alguna de las facetas de su itinerario vital, todavía resuena su alargada sombra en los reñideros del ruedo ibérico cuando vamos caminando hacia el octogésimo séptimo aniversario de su muerte.


[1] Raimundo Cuesta, “Unamuno, Azaña y Ortega, tres luciérganas en el ruedo ibérico” (Ed. VisionLibros, Abril: 2022)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.