Hay un desgaste evidente del modelo neoliberal en América Latina que se ha expresado en la adhesión electoral a candidaturas que han sido críticas del neoliberalismo, o que, en todo caso, han construido sus discursos políticos y electorales desde el rechazo y la crítica a las imposiciones del ajuste y estabilización neoliberal, como son los […]
Hay un desgaste evidente del modelo neoliberal en América Latina que se ha expresado en la adhesión electoral a candidaturas que han sido críticas del neoliberalismo, o que, en todo caso, han construido sus discursos políticos y electorales desde el rechazo y la crítica a las imposiciones del ajuste y estabilización neoliberal, como son los casos de Ollanta Humala en el Perú, de López Obrador en México, o los gobiernos de Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina, Vásquez en Uruguay, Morales en Bolivia, Lula en Brasil, y, más recientemente, Correa en Ecuador y Ortega en Nicaragua.
También existe, de parte de algunos gobiernos, una necesidad de establecer distancias no solo formales sino reales con el FMI, como lo demostraron las decisiones de Argentina y Brasil de cumplir anticipadamente sus compromisos financieros con esta multilateral. Existe, entonces, un contexto en América Latina en el que ningún gobierno de la región, a diferencia de décadas anteriores, adscribiría de manera pública a las recomendaciones del FMI y haría de los programas de ajuste el sustento de sus políticas públicas.
Empero de ello, la persistencia y presencia del ajuste y reforma estructural es profunda en la región. Las distancias que desde algunos gobiernos se han puesto con el FMI no significa que éstos empiecen un proceso de reversión de las políticas neoliberales. La reforma estructural del Banco Mundial y del BID, que hicieron un énfasis especial en provocar fuertes cambios institucionales, ha transformado profundamente el tejido institucional y ha desmantelado las capacidades regulatorias del Estado, al tiempo que ha fortalecido a grupos financieros, monopolios, y ha multiplicado la existencia de redes clientelares y las prácticas asistencialistas. Estas reformas estructurales de carácter neoliberal han sido tan fuertes que incluso han obstaculizado la creación de alternativas al desarrollo en la región.
La condicionalidad invisible y la persistencia del ajuste neoliberal
Es decir, existe un vacío en el que la crítica al modelo neoliberal corre el riesgo de ser una retórica de legitimación política ante electorados descontentos del ajuste y la reforma estructural, antes que una propuesta que implique cambios reales en la relación entre el capital, el trabajo, el Estado y el mercado.
Es por ello que el desgaste del FMI en la región, no sea correlativo al desgaste que pudiesen tener el BID o la Corporación Andina de Fomento, CAF; y que, a la larga, la dinámica del ajuste y la estabilización persista aún por vía de algo que podríamos denominar como «condicionalidad invisible» (o condicionalidad implícita), lo que ha asegurado la presencia del neoliberalismo en la región.
En efecto, la condicionalidad invisible es el recurso mediante el cual el BID, la CAF, o el mismo Banco Mundial, crean líneas de crédito para el desarrollo, pero sus desembolsos se ven condicionados a que los países cumplan con las metas establecidas previamente por el FMI en cuanto a disciplina fiscal, que se expresa en superávit fiscal, a liberalización comercial, apertura de la cuenta de capitales, y desregulación económica. De esta manera, el FMI sigue presente en la región, bajo la cobertura del financiamiento al desarrollo hecho por la banca multilateral.
Es por ello que, de las iniciativas recientes que han emergido desde gobiernos críticos al neoliberalismo, una de las más importantes sea aquella de crear el Banco del Sur como banca subregional que vendría a transformar las relaciones de poder al interior de la banca multilateral de desarrollo, y reproblematizar al desarrollo en un contexto en el que la ideología liberal ha cerrado el campo de posibles humanos, sobre todo a los discursos y propuestas críticas y alternativas.
En efecto, la creación del Banco del Sur se inscribiría de lleno en el debate sobre la necesidad de una nueva arquitectura financiera mundial y la búsqueda de nuevas modalidades al financiamiento al desarrollo, en un contexto en el que la economía de casino mundial ha generado poderosos marcos institucionales para someter a sus decisiones, no solo a países determinados sino al conjunto de la economía mundial, como lo demuestra la primacía macroeconómica que pretenden tener los índices de riesgo país de las bancas de inversión.
De ahí que la creación del Banco del Sur debe ser vista desde una perspectiva política y epistemológica, más que financiera o económica. Debe adoptarse una perspectiva política porque la creación del Banco del Sur implica la disputa en el locus central del sistema mundo en su hora neoliberal: la financiarización y especulación como centros de gravedad de la economía mundial, que definen nuevas relaciones de poder y cuyas expresiones son las estrategias de dominio, imposición y colonialismo inherentes a la banca multilateral de desarrollo.
El mecanismo de la «no-objeción» y el control colonial de la banca multilateral
En efecto, detrás del financiamiento a proyectos de desarrollo hechos por la banca multilateral, en la ocurrencia el BID, la CAF y el Banco Mundial, existen prácticas colonialistas que utilizan la noción de desarrollo y crecimiento económico como mascarones de proa para acentuar y profundizar, tanto las condiciones de aquello que en los años setenta la CEPAL denominaba la dependencia, cuanto del control, asimilación o la ruptura de las resistencias sociales al neoliberalismo.
Hay que recordar que la banca multilateral creó un mecanismo de control en todos los proyectos de desarrollo que aplica en la región, y que se denomina como el mecanismo de la «no-objeción». Este mecanismo permite el control absoluto sobre los recursos, las metodologías, los tiempos, los mecanismos, los técnicos y las respuestas que las sociedades generan ante los proyectos de desarrollo de la banca multilateral.
La «no-objeción» es parte de un ejercicio de poder en función de objetivos determinados desde la dinámica del sistema mundo y la lucha por la hegemonía mundial, antes que por las características de un determinado modelo de desarrollo. Es por ello que, luego del financiamiento de un proyecto de desarrollo por parte de esta banca multilateral, la sociedad y el Estado terminan más desarmados, más vulnerables, y el tejido social aparece más fragmentado, y más susceptible a la manipulación clientelar y asistencialista. El verdadero rol de la banca multilateral no es tanto el financiamiento al desarrollo, como el ejercicio de un poder colonial, de ahí que su dinámica releve más de la política que de la economía o las finanzas.
Pero hay otra dinámica tan importante como esos ejercicios de imposición política que nacen desde la «no-objeción», y hacen referencia a la episteme desde la cual se construye el financiamiento al desarrollo; es en virtud de ello, que hay que considerar que la banca multilateral ha trabajado de manera profunda para reconceptualizar los marcos teóricos desde los cuales se comprende la realidad y, hasta el momento, ha ganado la batalla epistemológica; quizá el signo de los tiempos de la derrota del pensamiento crítico sea la adscripción que ha hecho la CEPAL a los contenidos epistémicos del discurso neoclásico.
Banca multilateral y la epistemología del poder
Los institutos de investigación relacionados con la banca multilateral, e incluso los mismos estudios financiados desde esta banca, han posicionado con fuerza conceptos funcionales a las nuevas relaciones de poder. Gracias a ellos se ha generado un debate en una sola dirección y bajo un solo esquema teórico: el neoliberalismo y su expresión económica en el pensamiento monetarista y neoclásico.
Así por ejemplo, tenemos el trabajo teórico hecho por el Banco Mundial alrededor de la pobreza, y la disputa epistemológica suscitada sobre este fenómeno, y en el cual el Banco Mundial ha logrado convertir a la pobreza en un fenómeno económico e individual, gracias a su noción del «dólar diario», fracturando y disolviendo esa rica discusión que veía a la pobreza como fenómeno social y como fenómeno político, y adscribiéndola ahora a las coordenadas del mercado y el homo economicus.
La panoplia conceptual hecha desde la banca multilateral es extensa y ha cobrado carta de naturalización en las ciencias sociales y en la economía sin que medie siquiera un proceso de reelaboración crítica. Por ejemplo, las nociones de competitividad, aperturismo, etnodesarrollo, pobreza, capital humano, capital social, desarrollo local, descentralización y autonomía, poderes locales, cadenas productivas, participación ciudadana, flexibilización laboral, diálogo social, regionalización y mancomunidades, desarrollo sustentable, gobernabilidad, género y pobreza, ciudadanía, etc., son parte de la discusión tanto de los denominados policy makers cuanto de las mismas ciencias sociales.
Estos aspectos deben ser considerados como relevantes al momento de discutir la conformación de la Banca del Sur, porque no se trata solamente de la creación de una institución financiera que realice créditos de financiamiento al desarrollo, sino de una estrategia de recuperación de las nociones de soberanía, regulación y una nueva contractualidad social que supere las nociones neoliberales de «economía social de mercado».
El Banco del Sur: desafíos y oportunidades
Por ello, la creación del Banco del Sur no debe verse desde una visión financiera sino desde una visión geopolítica y epistémica, que implique: la reformulación de los contenidos del financiamiento para el desarrollo; las posibilidades de integración bajo criterios de complementariedad y subsidiariedad, y la generación de un pensamiento propio que se deslinde de manera definitiva de los marcos teóricos del neoliberalismo.
En virtud de ello, haya que pensar que la trampa inherente a la Banca del Sur sería convertirla en un instrumento que financie proyectos de desarrollo y que empiece a competir en esa línea con el BID, el Banco Mundial y la CAF, o que cumpla con las tareas de la privatización del territorio proyectadas en el IIRSA, complementando de esta manera a la banca multilateral.
La idea de pensar, proponer y crear el Banco del Sur debe ser, en realidad, para una reformulación de la arquitectura financiera global en la cual se pueda defender a los países de las apuestas de casino que hacen los especuladores financieros, que pueda desprenderse de las decisiones de arbitraje a la inversión y que se asientan en el riesgo país, y que permita un intercambio e integración sustentados en nuevas ideas de crecimiento con equidad, interculturalidad y plurinacionalidad.
Es decir, el Banco del Sur, debería ser parte de esas nuevas propuestas que buscan proteger a los países de la globalización financiera y de la intromisión política que implican las condicionalidades del BID, de la CAF, del Banco Mundial y del FMI, sea en su forma implícita, como condicionalidad invisible, sea en su forma explícita de control a través del mecanismo de la no-objeción.
Para ello, el Banco del Sur debe integrarse de manera democrática en el que en su directorio el representante de un país tenga un voto, y que ese voto sea previamente consensuado y transparentado con organizaciones sociales y sectores productivos, es decir, la agenda del directorio del Banco del Sur, siempre deberá ser abierta, democrática, transparente, plural y consensuada.
En segundo lugar, el Banco del Sur tiene la oportunidad enorme de crear una unidad de cuenta regional, en la ocurrencia el peso latinoamericano, que puede indexarse en una pega deslizante al euro. Esta podría ser una salida para los tipos de cambio fijo adheridos al dólar, sobre todo en los casos de Ecuador y El Salvador; y puede permitir una transición del área dólar, en la cual casi todas las monedas de la región están de una u otra manera «pegadas» al dólar, hacia el rescate de la soberanía monetaria de la región.
Los créditos del Banco del Sur se harían en función de esa moneda común, y se emitirán en euros, que es una divisa con poder liberatorio mundial y con capacidad de mantener su función de reserva de valor mundial, al menos hasta que la región pueda establecer una estrategia de integración monetaria y pueda finalmente consolidarse la moneda común latinoamericana. Pero en ningún momento el Banco del Sur debe pensar en mantener sus unidades de cuenta en dólares, salvo como cámara de compensación.
Un aspecto fundamental del Banco del Sur es su relación con la banca multilateral, una relación que no puede ser ni subordinada ni dependiente. La banca multilateral, en realidad, expresa una situación de colonialismo y de imposición. Detrás de cada préstamo de la banca multilateral están una serie de condicionamientos que se convierten en instrumentos políticos de dominación, chantaje, e incluso, como en el caso del Banco Mundial, de destrucción de las organizaciones sociales y populares.
El Banco del Sur puede abrir, en ese sentido, varias líneas de crédito en las siguientes direcciones:
1) un fondo de transferencias para cubrir los saldos de los proyectos BID y Banco Mundial que están pendientes en la región, sobre todo para la construcción de infraestructura local, y que han implicado la adopción de onerosas condicionalidades explícitas o implícitas como, por ejemplo, establecer fideicomisos para el pago de la deuda multilateral con los recursos de las tarifas de los servicios públicos financiados por esta banca multilateral; o el endeudamiento público con el BID o el Banco Mundial, pero con la condición de que una vez terminada la obra se la transfiera al sector privado. Este fondo de transferencias permitirá evacuar los proyectos emergentes que han sido o están siendo financiados con recursos BID y Banco Mundial, para atenuar el peso de la condicionalidad, relativizar el peso político de estas multilaterales, y rescatar la soberanía de los países sobre su propio endeudamiento, sobre todo en las áreas de salud y educación que son temas sensibles y que han sido prioridades de la banca multilateral; esta línea de créditos deben permitir la recuperación de la soberanía sobre el financiamiento al desarrollo;
2) una línea de créditos para la reactivación productiva, sobre todo de aquellos sectores que más sufrieron los embates de las políticas de estabilización y ajuste macroeconómico, y que conformaban el entramado de producción y servicios de las economías locales; la idea es que a partir del Banco del Sur se vaya rearticulando el ciclo ahorro-inversión local hacia la reconstitución de un sector productivo nacional que pueda establecer alianzas y estrategias de integración comercial en un espacio económico común;
3) líneas de crédito para I + D, es decir, investigación para el desarrollo, en donde se puede pensar en un banco de proyectos de investigación con las universidades de la región. Esto puede provocar la necesidad de coordinar, armonizar e integrar la producción del saber y la técnica a nivel de la región, en un contexto en el que las redes tecnológicas y la producción del conocimiento científico está controlado desde el norte, estas líneas de crédito pueden articularse dentro de lo que se denomina inversión de riesgo pero que implica la apertura de nuevos espacios de producción y generación de valor agregado;
4) una línea emergente para solucionar problemas de liquidez provocados por déficit en cuenta corriente de balanza de pagos, y a fin de no competir con el FLAR se puede pensar en mecanismos de sindicación de créditos entre el Banco del Sur y el FLAR, de tal manera que se pueda mantener una institución importante como el FLAR dentro de las dinámicas de control del ahorro de la región. Estos créditos a la cuenta corriente de balanza de pagos desprenderían de manera definitiva a la región del área de influencia del FMI.
Esto implica que los colaterales y las garantías sean diferentes para cada una de las líneas de crédito. Sin embargo, aquello que debe separar radicalmente al Banco del Sur de la banca multilateral es la existencia de la condicionalidad, que se expresa en el mecanismo de la «no-objeción». En ese sentido, el Banco del Sur debe generar garantías para cada una de sus líneas de crédito, pero en ningún caso puede establecer condicionalidades de política económica para los países miembros. Además, el colateral debe ser separado radicalmente de cualquier intento de imposición vía condicionalidades o mecanismos parecidos a la «no-objeción».
Los recursos que pueden ingresar al Banco del Sur pueden ser: el ahorro gubernamental expresado en las reservas internacionales, los fondos de pensiones gubernamentales, los excedentes en la exportación provocados por ganancias excepcionales por los precios de los comodities, y las cuotas de pertenencia al Banco que aportan los países que los constituyen.
El Banco del Sur puede también establecer alianzas con otros países de otras regiones para absorber liquidez de corto o mediano plazo generando instrumentos financieros, como papeles con rentabilidad variable. Para ello podrían establecerse alianzas estratégicas con otros organismos financieros y bancas centrales de países amigos.
El Banco del Sur debería proponer una línea de reflexión sobre la economía política de la región para recuperar la soberanía epistemológica, que al momento está secuestrada por los discursos tecnocráticos de la banca multilateral. Los conceptos operadores de las nociones de desarrollo, como aquellos de crecimiento, renta, pobreza, equidad, etc., están construidos desde las necesidades de legitimación teórica del centro antes que de la necesidad de comprensión de los problemas de la periferie.
En ese sentido, el Banco del Sur abre posibilidades de disputar al neoliberalismo en territorios antes prohibidos: de una parte el financiamiento al desarrollo con respeto a la soberanía y a la integración de los pueblos, y, de otra, el pensamiento teórico sobre un desarrollo equitativo, intercultural, democrático, soberano y plurinacional.