A primera vista todo parecía igual que siempre. A cuatro cuadras de la Casa Blanca, el tráfico en la calle H entre la 18 y la 20 estuvo bloqueado un largo fin de semana para que las instituciones hermanas creadas en Bretton Woods hace sesenta años -el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI)- […]
A primera vista todo parecía igual que siempre. A cuatro cuadras de la Casa Blanca, el tráfico en la calle H entre la 18 y la 20 estuvo bloqueado un largo fin de semana para que las instituciones hermanas creadas en Bretton Woods hace sesenta años -el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI)- recibieran a los ministros de Economía y Finanzas del mundo para celebrar su asamblea anual conjunta. No faltaron las manifestaciones de protesta -no violentas y, por lo tanto, no televisadas-, decenas de cockteles y recepciones diplomáticas, cientos de policías y guardaespaldas, y enormes carteles con fotos de mujeres y niños pobres del mundo sobre cuya miseria se discutía.
Pero vista un poco más de cerca, la ritual reunión anual de los hombres de traje oscuro -y unas pocas mujeres- que deciden sobre las finanzas del mundo fue diferente este año de todas las anteriores.
Antes, el FMI era el foro en el que los países ricos les decían a los pobres que ordenaran sus finanzas, no gastaran más de lo que podían, equilibraran sus cuentas… ahora el Grupo de los 24, que representa a los países en desarrollo, le reclama que «vigile a las economías avanzadas y evalúe sus vulnerabilidades». Brasil e India son ahora los que reclaman que el FMI actúe para poner en orden las finanzas de Estados Unidos, donde los mercados financieros están turbulentos y donde se originó la crisis del sector inmobiliario que ahora amenaza extenderse a Europa y de allí al resto del mundo.
Antes, todas las miradas estaban puestas en las «locomotoras» que arrastrarían el tren del crecimiento económico y que invariablemente eran Estados Unidos, Alemania o Japón. Si estas economías crecían, los pobres encontrarían mercados para sus productos y crecerían también. Ahora, según los informes del Banco Mundial y el FMI, las locomotoras son China e India. No importa ya si la economía de Estados Unidos y Europa se estanca, los países pobres seguirán teniendo mercados y buenos precios para sus commodities en las potencias emergentes de Asia.
Antes, el Banco Mundial era la principal fuente de finanzas para los países en desarrollo. Ahora -desde hace diez años, en realidad-, los países pobres pagan al Banco por concepto de intereses y amortizaciones de deudas anteriores más de lo que reciben de éste como nuevos préstamos o donaciones. El dinero fluye al revés y el Banco Mundial tiene sus arcas llenas pero no clientes a quienes prestarle, ya que los países prefieren recibir donaciones de China o emitir bonos antes que someterse a sus complejas, y a menudo humillantes, condicionalidades. En busca de colocar excedentes que no debería tener, el Banco Mundial bajó aun más las tasas de interés de sus créditos, está abriendo ventanillas para prestar directamente a gobiernos provinciales o municipales, y se propone ofrecer servicios de consultoría, como forma de evitar los cortes en su planilla de funcionarios.
Antes, el FMI era un defensor de la globalización. Ahora, según un muy comentado titular del Wall Street Journal, «alienta a los críticos de la globalización», al sostener en la edición 2007 de su principal publicación, el World Economic Outlook, que la tecnología y la inversión extranjera agravan las desigualdades de ingreso en todo el mundo. Qué parte de la globalización es, exactamente, responsable por las inequidades es objeto de apasionadas discusiones. El Financial Times dice que no es el libre comercio, mientras que los bloggers y medios empresariales de la costa oeste de Estados Unidos (Silicon Valley y aledaños) se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de que la culpa la tenga la tecnología y acusan al FMI, ya no de «neoliberal» sino de «neoludista», en alusión al movimiento de comienzos del siglo XIX quienes acusaba a las máquinas de causar la miseria de los obreros.
Para agregar a la confusión, las instituciones de Bretton Woods están en proceso de cambio de liderazgo. Robert Zoelick, ex negociador comercial de Estados Unidos y ex ejecutivo de Goldman Sachs (al igual que el secretario de Tesoro, Hank Paulson) fue designado por George W. Bush como presidente del Banco Mundial hace menos de cuatro meses, en sustitución del neoconservador Paul Wolfowitz, adalid de la lucha contra la corrupción, quien debió renunciar acusado de nepotismo. En el FMI, el ex ministro francés de finanzas Dominique Strauss-Kahn, conocido como DSK, asumirá el 1 de noviembre las funciones de director gerente en sustitución del renunciante Rodrigo de Rato, quien «abandonó un barco que se hunde», según la cáustica interpretación del diario británico The Guardian de su renuncia por «razones personales».
En busca de apoyo a su candidatura, Strauss-Kahn había prometido a los países de ingresos medios y bajos una reforma sustancial del sistema de votación del FMI, introduciendo la toma de decisiones por «doble mayoría». Para aprobar una propuesta se requeriría mayoría en el sistema actual de votos ponderados (diecisiete por ciento para Estados Unidos, 1,4 por ciento para Brasil) y mayoría de miembros. De esta manera los países pobres, que son la inmensa mayoría de los 185 miembros del FMI adquirirían una especie de poder de veto, si se ponen de acuerdo y votan juntos. Pero durante la reunión comenzó a circular el rumor, no desmentido por DSK, de que la «segunda mayoría» se referiría a miembros de la junta de directores. Los directores ejecutivos del FMI son 24. Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido y Japón tienen un director «propio» cada uno, pero los cincuenta países africanos tienen sólo dos. Con una doble mayoría de directores -y no del número de países que cada director representa- el Tercer Mundo no puede empatar ninguna votación. El descontento en los pasillos era notorio.
Mientras tanto, Zoelick, que es un negociador experimentado, salió bien de la comparación de sus habilidades diplomáticas con las de su belicoso antecesor, y marcó un perfil innovador y polémico, con una controvertida propuesta de recurrir a donaciones de empresas privadas para financiar el programa de ayuda (donaciones, no préstamos) al África subsahariana.
Existiendo tantas fundaciones privadas, que la filantropía empresarial termine canalizándose a los pobres a través del Banco Mundial no parece lógico y muchas preguntas quedaron sin responder. En un momento de incertidumbres, en el que los inversores y el público quieren certezas, la asamblea anual de las instituciones de Bretton Woods se cerró con más dudas que al inaugurarse. El reino del revés.