El BCE, desde el inicio, se ha caracterizado por una gran inconsistencia e incoherencia fruto de la improvisación que supuso su creación y puesta en marcha. El diseño original se asemeja en demasía al del Bundesbank lo que se ha demostrado al fijar su función objetivo exclusivamente, y de forma irracional, en el control de […]
El BCE, desde el inicio, se ha caracterizado por una gran inconsistencia e incoherencia fruto de la improvisación que supuso su creación y puesta en marcha. El diseño original se asemeja en demasía al del Bundesbank lo que se ha demostrado al fijar su función objetivo exclusivamente, y de forma irracional, en el control de precios interno. El fantasma de la hiperinflación de los años 20 persigue a sus habitantes y por ello han intentado contagiar de esa fobia al resto de europeos, sin discernir si hay atisbos o no de que ese episodio se pueda repetir.
Este objetivo de mantener la inflación bajo control, entendida como el incremento sostenido en el tiempo de precios de bienes y servicios, ha caracterizado la política económica alemana desde el fin de la II Guerra Mundial, contando, eso sí, con la ayuda externa para financiar sus ingentes obras públicas que se acometieron, y también con el apoyo, y la laxitud de la Comisión Europea, cuando incumplieron los requisitos de Mastricht.
La radiografía de la economía alemana durante la última década muestra esta querencia por la deflación interna, la obsesión por el ahorro y el superávit corriente, lo que ha generado unos desequilibrios entre norte y sur, ahogados durante los primeros años de la entrada en vigor del euro, dada la orgía crediticia en la que la banca alemana fue un jugador imprescindible. Durante esa fase, la banca alemana ganó mucho dinero, ante la incapacidad de hacerlo mediante el negocio tradicional dados los tipos de interés anormalmente bajos para el estereotipo del consumidor alemán. El resultado fue una espiral de riesgo de crédito que acabó con unas necesidades de dinero público para algunas instituciones alemanas y el desplome en bolsa de otra gran parte de entidades que han demostrado que la política de austeridad y prudencia que promueve la presidenta Merkel no era compartida por los responsables bancarios.
Con este panorama, el BCE ha sembrado las dudas sobre su capacidad de llevar a cabo una política monetaria óptima para permitir a la UE salir del pozo económico en el que se han metido la mayor parte de países, fruto de un proceso de sobrendeudamiento privado y posteriormente público, y unas políticas fiscales procíclicas que han terminado por desmantelar buena parte del tejido productivo de los países del Sur, pero que también afecta ya a los países del Norte. Así llegó a subir los tipos de interés poco antes de los atentados del 11S y ahora, después de arrastrar los pies, ha optado por rebajar los tipos de interés al mínimo histórico, dejándolos en el 0,5%, precisamente cuando el gran daño sobre las principales economías ya está hecho. En este sentido, lo relevante de la política monetaria no es tanto la cantidad de dinero en circulación, sino si esta fluye o no a los demandantes de flujos. Esto ocurrirá cuando el canal de crédito esté abierto y el sistema bancario multiplique el dinero a través de préstamos y depósitos. Pero la inconsistencia del BCE se nota en que, en la actualidad, este canal está cerrado en buena parte de los países en recesión, especialmente en España.
El sistema bancario está en plena fase de desapalancamiento, lo mismo que hogares y empresa, y con un riesgo de morosidad adicional latente muy elevado. La barra libre de financiación tiene una duración determinada, tres años, por lo que no es posible embarcarse en créditos superiores a dicho plazo, precisamente los que necesitan los que podrían acometer inversiones en activos fijos y viviendas. Eso se deja notar en la mayoría de encuestas sobre créditos entre PYMES, que revelan que las condiciones se han endurecido en forma de mayores tipos efectivos y un sensible incremento de las garantías necesarias. Con estos resultados, y la necesidad de otra política fiscal, y no tanto de una mera reducción del coste de financiación para la banca, la efectividad de esta medida será inocua y solo añadirá más munición para alimentar la nueva burbuja de deuda y bolsa que han puesto en marcha, de forma coordinada, aunque con retardos, la Reserva Federal de EEUU (FED), el Banco de Japón (BoJ) y ahora el BCE.
La clave es entender que la demanda de fondos, y por tanto de crédito, es una variable retrasada al ciclo que fluctúa en función de la demanda interna y de los precios de los activos. En un momento en el que los precios relativos de bienes y servicios están controlados, y en tasa de variación descendente, y en el que los precios de los activos también caen con fuerza, reduciendo el valor de los mismos, dificultando el acceso a préstamos con garantía, la política monetaria se hace aún más inefectiva. El resultado es que la velocidad de circulación del dinero, lo que los monetaristas consideran siempre constante, está descendiendo a una tasa del 2% en la zona euro, lo que equivale a una sensible caída de la actividad económica.
En un contexto de reducción de la actividad, superávit corriente del país-ancla de la zona euro, deflación interna y encarecimiento de los escasos créditos que se otorgan, la decisión del BCE llega tarde y mal. De hecho, los mercados ya habían empezado la orgía de compra de deuda europea, especialmente las de mayor rentabilidad, como alternativa a los depósitos, que volverán a ver su rentabilidad real negativa para la mayoría de economías. Y mientras se sigue recomendando la austeridad fiscal, aunque ahora se alargue la agonía dos años más y lo venden como si fuese una gran concesión. Pero de penalizar los excesos de superávit corriente nadie habla. Pues nosotros sí.
(*) Alejandro Inurrieta es economista y director de Inurrieta Consultoría Integral.
http://www.cuartopoder.es/tribuna/el-bce-como-siempre-tarde-y-mal/4475