«…el fascismo no ganó en el momento en que la burguesía estaba amenazada por la revolución proletaria, sino cuando el proletariado había sido debilitado y reducido a la defensiva mucho tiempo antes, en el momento de la marea revolucionaria. Los capitalistas y grandes propietarios no confiaron el poder del Estado a los grupos fascistas para […]
«…el fascismo no ganó en el momento en que la burguesía estaba amenazada por la revolución proletaria, sino cuando el proletariado había sido debilitado y reducido a la defensiva mucho tiempo antes, en el momento de la marea revolucionaria. Los capitalistas y grandes propietarios no confiaron el poder del Estado a los grupos fascistas para protegerse de una revolución proletaria amenazante, sino para reducir los salarios, destruir las conquistas de la clase obrera y eliminar los sindicatos y las posiciones de fuerza política ocupadas por la clase obrera, no para suprimir un socialismo revolucionario sino para barrer las conquistas del socialismo reformista…» (Otto Bauer)
En este contexto de crisis, cuando los capitalistas cierran sus empresas o promueven expedientes de regulación de empleo, en realidad, no lo hacen espoleados por falta de beneficios; de hecho, muchos de ellos estarían dispuestos a mantener la producción y conservar los empleos, si éstos se realizasen en otras condiciones, a saber: salarios más bajos, ampliación de la jornada, menores cotizaciones empresariales, etc. Por tanto, estos cierres no son sólo expresión de una crisis; constituyen, además, una provocación y ataque contra las conquistas obreras.
No quiere el capital seguir aceptando el sacrificio económico que le supone la venta colectiva de la clase obrera, de lo cual son claros exponentes las negativas a la negociación colectiva y al cumplimiento de lo estipulado en los convenios, frente a las cuales se baten, sin mucho éxito, los sindicatos en algunos puntos de la geografía nacional. De hecho, el capital está dispuesto, por razón de recuperar su decreciente tasa de beneficio, a renunciar a la estabilidad política que le procura el sacrificio económico antes referido (en épocas de creciente tasa de beneficio), e intentará implementar una «dictadura del beneficio», que se traducirá, política y socialmente, en el autoritarismo y el conservadurismo.
Y, para imponer esta dictadura, el capital necesita del desempleo masivo y sin protección; precisa del miedo del obrero a perder su empleo como mejor dique contra sus pretensiones o «veleidades» reivindicativas. Por eso, la burguesía, cuando solicita salarios más bajos, ampliación de jornada, etc no ignora, al tiempo, que el desempleo masivo y sin cobertura son sus premisas materiales o precondiciones, porque, de otra forma, es imposible imponer condiciones tan desventajosas para el obrero. Existe, por tanto, una unidad de discurso y una lógica interna entre las peticiones del mundo de la empresa y la austeridad y contención presupuestarias preconizadas por la derecha. Van de la mano: reduciendo el gasto no productivo (social), con la excusa del despilfarro, se doblega, en realidad, la posición del obrero, abocado progresivamente hacia una situación cada vez más menesterosa, menos protegido a todos los niveles. Desde esta perspectiva, una protección amplia e indefinida del desempleo es el arma más eficaz contra los efectos devastadores de un amplio y creciente ejército proletario de reserva (atomización del obrero, su aislamiento, feroz competencia interobrera e insolidaridad, etc), y por tanto, se erige en el más eficaz antídoto contra el beneficio capitalista en época de crisis estructural y su paralela superestructura política fascistoide.
Ante esto, la política de la izquierda debe ir dirigida a mantener incólume una relativa y ventajosa posición para el obrero: no sólo manteniendo sus salarios, sino aumentándolos, reduciendo la jornada de trabajo, para que todos trabajen y acabar con ello con el paro forzoso. Y ante la perspectiva de los cierres empresariales, imponer la nacionalización de las empresas o forzar al empresario a continuar la producción con o sin beneficios.
Es posible pensar que, estando tan maduras las condiciones objetivas para el socialismo, como son la tecnificación y automatización generalizadas de la producción en todos los sectores; la existencia de un estado experimentado en la planificación de la economía; la existencia de relaciones sociales, sobre la base de la actuación del estado, que se escapan a la lógica del beneficio, y se asientan sobre la protección del ciudadano; es posible, decíamos, pensar, en fin, sobre estas bases objetivas tan maduras (protosocialistas, en su versión del Estado del Bienestar), que para poder implantar las propuestas del reparto del trabajo, para que todos los ciudadanos trabajen, y la regulación económica, para evitar la crisis (que, prácticamente, configuran ya el socialismo), se pueda ahorrar la sociedad una sacudida violenta (revolución/reacción). Podría pensarse en una eutanasia del capitalismo y, por ende, del fascismo.
¿No sería legítimo, al menos en el plano teórico, albergar la posibilidad de que la intensidad con que han madurado, en este último medio siglo, las condiciones objetivas, el interés objetivo para la práctica totalidad de la población- que ya es asalariada- y la carencia para el capital de aliados sociales, ya proletarizados, obligara a esta clase dominante a ofrecer menor resistencia ante su relevo histórico? En realidad, a esta claridad con la que se puede imponer el socialismo, casi como por decantación natural, la burguesía opone una intensificación de su resistencia e intenta contrarrestar aquella con una mayor hegemonía cultural y política, que, aunque material y provisionalmente consigue, ello no deja de ser expresión de su debilidad material.
La burguesía está totalmente aislada; su facción más importante, el capital financiero, acumula un alto índice de fracaso social y económico y desprestigio histórico, y sobre él es cada vez más difícil constituir consensos institucionales. Esta evidencia de la ventaja histórica del socialismo y el acusado aislamiento social del capital financiero y monopolista, que ya no estaría en condiciones de utilizar a una pequeña burguesía, hoy numéricamente menos importante, como componente de masas contra el movimiento obrero, no impedirá, sin embargo, que aquel experimente e intente formas fascistas de poder; pero, el movimiento obrero y sindical, a condición de ser claro en su táctica y estrategia, relacionando, dialécticamente, su lucha por el pleno empleo y la jornada laboral reducida con el socialismo, conseguirá atraerse hacia sí a las masas de la población, conjurado con ello el fantasma del fascismo.
El éxito de la lucha contra las tentativas fascistas reside en el carácter ascendente o descendente que se le imprima al movimiento obrero y popular. El objetivo del socialismo, garantizará el triunfo de la democracia. El reformismo político de la izquierda y el conservadurismo sindical, que colocarán a la clase obrera en posición descendente, por el contrario, abrirán , de par en par, las puertas a las soluciones autoritarias.
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