En la introducción a su libro Bolívar, pensamiento precursor del antimperialismo , el historiador cubano Francisco Pividal observa que de 1960 a 1970 aparecen registrados 50 mil títulos en el Handbook of Latin American Studies, 35 por ciento de los cuales están dedicados al periodo referido. Escribe Pividal: «Cuando se reconoce la existencia de un […]
En la introducción a su libro Bolívar, pensamiento precursor del antimperialismo , el historiador cubano Francisco Pividal observa que de 1960 a 1970 aparecen registrados 50 mil títulos en el Handbook of Latin American Studies, 35 por ciento de los cuales están dedicados al periodo referido.
Escribe Pividal: «Cuando se reconoce la existencia de un volumen tal de publicaciones, sin que el hallazgo de nueva documentación la justifique, el hecho deja de ser curioso para convertirse en significativo. Un consenso tan grande demuestra (n.e., se subraya) que existe una realidad histórica que no ha sido recogida y pugna por que lo sea para conocimiento y beneficio de los pueblos de América Latina y el Caribe».
Añade que la historia de nuestra América «… se ha convertido, por obra y gracia del imperialismo yanqui (leáse desestabilización, piratería, sabotajes, infiltraciones, amenazas, etcétera) en la antihistoria de Estados Unidos. Sólo esta consideración justifica que se eleve a la enésima potencia el número de títulos que señala el Handbook…»
A esa masa de libros, que seguramente se ha triplicado (y que nunca serán «demasiados», aunque haya de todo), sumamos ahora Panamá en la América Latina que concibió Bolívar , compilación de ensayos escritos por Jorge Turner de 1983 a 2005 (UACM, Plaza y Valdés editores, México 2007).
Los 10 ensayos de Turner ameritan 10 comentarios más exhaustivos que el presente. O sea, otro libro. Pero como esto es una reseña, me detengo en el corajudo y suscitador análisis que el autor desarrolla con motivo de aquel «desencuentro» de Marx con Bolívar: La vez que Marx no fue marxista. Un debate de urgente y extrema vigencia, aunque lamentablemente soterrado por las izquierdas enfermas de eurocentrismo, o ignorancia sin más.
La reflexión de Turner gira en torno al conocido y desafortunado artículo que en 1858 Marx escribió sobre Bolívar para The New American Cyclopaedia de Nueva York. Un texto que, tranquilamente, podrían utilizar la derecha venezolana y la Casa Negra en sus empeños contra Hugo Chávez y la revolución bolivariana. «Cobarde» y «miserable canalla» serían apenas dos de los cuantiosos adjetivos despectivos que el teórico de la revolución proletaria mundial dispensa al Libertador.
Turner explica que, en este caso, «… Marx no se comportó como marxista porque en su trabajo no tocó el problema social de la Venezuela de entonces» (p. 93). Opinión de intrínseca complejidad, pero que adquiere sencillez cuando con la mira puesta en el socialismo, surge de un latinoamericano que desde la cuna se forjó en las luchas nacionales y antimperialistas de un pueblo, su pueblo, Panamá.
De nuestro lado, recordemos que Federico Engels también fue nada marxista al calificar la anexión de la mitad del territorio mexicano como un «avance del capitalismo», y el pillaje de las minas de oro de California (pertenecientes a México), por «los enérgicos yanquis» (sic) más aptos para explotarlos que los «perezosos mexicanos» (sic).
¿Por qué Marx y Engels tuvieron claro la llamada «cuestión nacional» en el caso de Irlanda, y le dieron luz verde al imperialismo naciente en el caso de México y las luchas de la Gran Colombia bolivariana?
No hay misterio. En virtud de una percepción eurocéntrica, no pudieron ver con claridad los diversos y dispares nacionalismos de los países oprimidos, y sujetos diferentes niveles de desenvolvimiento histórico y social.
El marxismo complaciente sostiene que Lenin vio más lejos. Sin embargo, en los 40 volúmenes de sus Obras completas (Cartago, Buenos Aires, 1960), Lenin alude tres veces a la América del Sur, seis veces a la Argentina, cuatro al Brasil, cuatro a México, y en una sola oportunidad se refiere a Chile. Y Trostki, de su lado, se dio el lujo de escribir que «las revoluciones crónicas de las repúblicas sudamericanas nada tienen en común con la revolución permanente; en cierto sentido, constituyen su antítesis».
No hay, en los fundadores del marxismo, conocimientos serios sobre América Latina. ¿Quién, al menos en teoría, tuvo claro la «cuestión nacional»? Lo siento: Stalin. (Y ahora dígame que soy «estalinista».)
¿Qué culpa tienen? La culpa proviene de una izquierda latinoamericana que en el siglo XX navegó en los presupuestos del positivismo y el funcionalismo bonachón, soreliano o indigenista, y que se nutrió con el prisma teórico del vasto cementerio teórico en el que se ha convertido Europa. Izquierda que, con la tijera de Harpo Marx, divide a civiles y militares con criterios de sastrería, o sueña con ser «moderna» confeccionando «ciudadanos» a la medida.
El espacio disponible no permite abordar la trayectoria política y académica de Turner, quien junto a la de su padre Domingo (1893-1972), abarca un siglo de reflexión coherente y compromiso activo en las luchas bolivarianas de Panamá y América Latina. Persistencia que confiere, a más de autoridad, respeto. Porque el poder analítico de Turner nace del marxismo, método que se rectifica y enriquece porque es capaz de rebelarse contra sus propias conquistas intelectuales.