América Latina viene dando un giro político hacia la izquierda. Esto ha sido toda una novedad, pues en el siglo XX, gobiernos de este signo fueron escasos, solitarios y poco atractivos para las mayorías electorales. Ahora la situación ha cambiado y encontramos al frente de numerosas gestiones de gobierno nacional, regional y municipal, movimientos y […]
América Latina viene dando un giro político hacia la izquierda. Esto ha sido toda una novedad, pues en el siglo XX, gobiernos de este signo fueron escasos, solitarios y poco atractivos para las mayorías electorales. Ahora la situación ha cambiado y encontramos al frente de numerosas gestiones de gobierno nacional, regional y municipal, movimientos y organizaciones políticas que se identifican de izquierda.
Pese a que estos gobiernos se reconocen en una identidad común, qué significa ser de izquierda en este siglo XXI no es sencillo de determinar. Puede significar distintas cosas según desde donde se actúe. Cuando se trata de definir o concretar esta identidad política se abren debates apasionados, sobre todo si se está en una sociedad tan polarizada como la nuestra, pues cuesta sacar a la gente de sus posiciones maniqueas y excluyentes. Sin embargo, es interesante reflexionar sobre esto, porque puede ser útil para orientarnos en la construcción de la sociedad justa y libre que andamos buscando. Utilizaré como punto de partida un ensayo del historiador marxista británico Eric Hobsbawm, llamado ¿Qué queda de la izquierda? (en On the Edge of the New Century, 1999). Con base en su reflexión indagaré en algunas peculiaridades de la izquierda de América Latina actual y del bolivarianismo venezolano.
La izquierda como referencia política aparece en Europa con la revolución inglesa y francesa, y sigue en el siglo XX con la rusa, china, vietnamita y cubana. Ser de izquierda antes del socialismo ruso fue compartir ideales como la lucha contra la monarquía, las aristocracias y el absolutismo y estar a favor de instituciones burguesas de gobierno constitucional y liberal. Una vez que la burguesía alcanzó el poder, las agendas de los izquierdistas cambiaron y se diversificaron.
Ser de izquierda en el siglo XIX era formar parte de un continuo que iba de posiciones moderadas a radicales.
La revolución bolchevique según Hobsbawm, produjo una escisión polarizante en las izquierdas. La socialdemocracia mantuvo la lucha por gobiernos constitucionales, derechos civiles, políticos y sociales que permitieran la inclusión y vida de buena calidad para todos. La socialdemocracia europea se centró en democratizar la política con la inclusión y dominio en ella de las masas populares lideradas por el movimiento obrero. Se pensó que una vez completada esta agenda, se avizoraría el camino hacia la sociedad libertaria socialista. La izquierda bolchevique, en cambio, se consideró revolucionaria y optó por la idea de la revolución permanente como medio para alcanzar la construcción de un nuevo tipo de sociedad, que hasta ese momento nadie podía caracterizar o dibujar con certeza. La polarización perduró a lo largo del siglo, fortalecida por procesos como la Guerra Fría. Al final, la socialdemocracia en países europeos como los escandinavos logró avanzar mucho en su agenda dentro del capitalismo, mientras el socialismo soviético, chino, cubano y todos sus variantes se erigieron como modelos socialistas «auténticos». Unos y otros entraron en crisis en las últimas décadas del siglo XX, el primero porque al cumplir su agenda se quedó sin propuestas, el otro porque en vez de crear esa sociedad de libertad e igualdad conformó los modelos que ya conocemos.
En América Latina se replican estos antagonismos entre socialdemócratas y comunistas hasta hoy, cuando uno oye que existen dos izquierdas: la buena y la mala, la vegetariana y la carnívora, la revolucionaria y la reformista. Estas simplificaciones ayudan poco a dilucidar qué camino es mejor en los albores del siglo XXI cuando se está en busca de nuevos paradigmas para construir mejores sociedades. Las crisis de los referentes del siglo XX debieran más bien despertar curiosidad y tolerancia para entender los experimentos en curso, con sus cómos y el por qué de sus diferencias. El debate de proyectos tan disímiles como los de la Concertación en Chile, el MAS en Bolivia, el PT en Brasil o el bolivarianismo en Venezuela enriquecería las posibilidades de desarrollar proyectos socialistas alternativos en el siglo XXI.
La izquierda latinoamericana, al igual que la mundial, sufrió grandes desencantos en los noventa con la caída del muro de Berlín, el colapso soviético y otros desarrollos en los países de Europa Central. A ello habría que añadir el caso cubano, que si bien en pie y con algunos aportes en políticas sociales interesantes, es frustrante por su precariedad económica y menos que atractivo su modelo político. En esos años el libro de Jorge Castañeda, la Utopía desarmada, reflejaba el clima que predominaba: ante el fin de la historia resignémonos a un socialismo democrático que reconozca que no hay alternativa al capitalismo. Sectores de izquierda bajaron sus expectativas y se ajustaron a luchas más discretas.
Pero la historia de los pueblos no se queda quieta. La izquierda latinoamericana ha venido resurgiendo de la mano de los movimientos populares y multitudes más que de los partidos marxistas. Ellos plantean inclusión, respeto a la diversidad, igualdad. También han traído ideas novedosas y creativas para impulsar formas de participación y gestión pública más democráticas y eficientes con la incorporación directa de la gente común. Al enlazarse movimientos con partidos de izquierda las propuestas políticas se han vuelto más concretas y atractivas alcanzando mayorías electorales.
Los fracasos socialistas y las experiencias de las dictaduras militares dejaron su impronta sobre la izquierda latinoamericana.
Con distintos matices, estos gobiernos reconocen al mercado como un poderoso motor para producir riqueza y saben que es un fenómeno que hay que conocer, comprender y controlar cuando haga falta. Como han señalado teóricos, el mercado es distinto y previo al capitalismo y no debe asimilarse a éste. Con sus diferencias, pero compartiendo su rechazo a las economías de libre mercado que el poder hegemónico mundial quiso implantar en esta región, hoy los gobiernos de izquierda buscan superar los problemas de exclusión y dependencia económica reconstruyendo estados democráticos y experimentando con nuevas formas de participación ciudadana y gestión pública.
En este contexto, el bolivarianismo es una izquierda confusa y contradictoria. En algunos aspectos se ubica en una posición extrema dentro del continuo que hoy se expresa entre las corrientes de la región, abogando por la profundización de la democracia en espacios cada vez más extensos de la vida social, pero en otros aspectos se contradice y luce más bien reaccionaria. En su práctica reciente de estatizaciones indiscriminadas, desprecio hacia los sectores productivos del sector privado, decisiones inconsultas, estigmatizaciones dentro de la izquierda y del mismo bolivarianismo, ineficiencias que dejan caer innovaciones participativas valiosas para el desarrollo de la ciudadanía social y prácticas políticas polarizadas, personalistas, o que buscan subsumir en el Estado a las organizaciones populares en vez de fortalecerlas en sus autonomías, debilitan su propuesta radical y se aproximan a experiencias vistas en los socialismos autoritarias que ya fallaron en el siglo XX. ¿Será posible que el Gobierno aplique las tres R a su visión de la política?