Cuando en el año 2008, durante la reunión de la Asociación de Bancos de Paraísos Fiscales, OSGD [1] (sí, como lo leyó, tienen una asociación), su presidente Colin Powell (homónimo del ex Secretario de Estado de los EEUU) anunciaba: «Estamos contentos porque los países están aceptando cada vez más nuestras propuestas de transparencia» [2] […]
Cuando en el año 2008, durante la reunión de la Asociación de Bancos de Paraísos Fiscales, OSGD [1] (sí, como lo leyó, tienen una asociación), su presidente Colin Powell (homónimo del ex Secretario de Estado de los EEUU) anunciaba: «Estamos contentos porque los países están aceptando cada vez más nuestras propuestas de transparencia» [2] , nunca se imaginaron que el mapa del tesoro podría ser descubierto y que se divulgarían a nivel internacional los nombres y apellidos de los propietarios de las cuentas bancarias con ingresos de dudosa procedencia en paraísos fiscales, tal como se visualiza en los Panamá Papers.
Resulta que los dineros depositados en estas cuentas bancarias o las empresas de papel creadas en estos territorios, en su mayoría, carecen de principios éticos. Sus orígenes provienen de ingresos por evasión de impuestos, lavado de dinero, tráfico de armas, pagos a lobistas. Sí, al parecer los nuevos piratas encontraron dónde esconder sus botines.
Pero ¿por qué ocurrió esto ahora? ¿son nuevos los paraísos fiscales? ¿por qué se genera ahora el debate ético de los paraísos fiscales?
La historia de los paraísos fiscales data de hace más de 200 años. En 1815 en Viena, Austria, el Congreso aprobó la «neutralidad» de Suiza en cuanto a impuestos y secreto de información bancaria. El Estado estadounidense de Delaware en 1889 incorporó el secreto de información en la creación de empresas con la finalidad de contener los capitales que escapaban en busca de mejores rendimientos en el sistema financiero internacional. Precisamente, Delaware y Nevada han atraído aproximadamente 12 trillones de USD dólares de inversión extranjera en el marco de este tipo de medidas [3] .
Durante la década de los ’80, muchos países aplicaron las conocidas recetas neoliberales promulgadas durante la era Reagan – Thatcher. La doctrina consistía en hacer más pequeños los Estados para que el mercado pudiera actuar libremente y sin regulaciones; así el mercado se encargaría de generar caudales de riqueza que se traducirían en bienestar para la población. La mayoría de los países adoctrinados vieron cómo sus recaudaciones tributarias disminuían aceleradamente por las exoneraciones de los impuestos y la poca capacidad de control de las Administraciones Tributarias. Los Estados se quedaban sin los recursos para poder cubrir las necesidades básicas de la población. Como resultado, se comenzaron a sentir los efectos devastadores de una pobreza indolente que contrastaban con una gran concentración de riqueza en pocas manos. Era evidente que algo no funcionaba bien.
En el año 2009, durante la crisis del Sistema Financiero y luego del gran rescate bancario, muchos de los flujos entregados para el salvataje de los bancos corrieron a esconderse nuevamente en los paraísos fiscales.
Es así que la economía capitalista comienza a presentar un síntoma al que la teoría neoliberal no podía responder. El modelo capitalista había sido emboscado desde su interior. Con la retórica liberal de «laissez-faire», el capitalismo dejó al capital a merced de un sistema financiero que tenía todas las libertades para actuar. El excedente productivo -necesario dentro del modelo capitalista para producir las condiciones objetivas que combinada con la fuerza de trabajo generan productos que unas vez vendidos se convierten nuevamente en utilidades o excedente- se está desviando a otra función que no genera producción social. Las corrientes de los paraísos fiscales atrajeron, fuera de la costa y del control, a toda clase de capitales con la finalidad de ocultar la riqueza que no deseaba ser destinada a una función productiva o simplemente, riqueza mal habida. En fin, piratas son piratas.
Durante los últimos años, este desvío de capitales comienza a generar problemas. La mayor concentración de la riqueza genera ineficiencias productivas. La falta de inversión genera menor innovación y productividad, por ende menor competencia y mayor concentración del mercado, desempleo y menor generación de ingresos para ser distribuidos. Esto también reduce la capacidad de los países para poder solventar las políticas fiscales. Los presupuestos de los países no tienen los recursos adecuados para cubrir las necesidades básicas de la mayoría de la población de menos recursos y se incrementan las brechas sociales.
Sumado a lo anterior, los gobiernos de los países en desarrollo experimentan serias dificultades para recaudar impuestos a la renta o al consumo de la población pobre, habitualmente numerosa e incluso mayoritaria. Por lo general, esos impuestos son poco populares, costosos para recaudar, y a la vez empeoran los mismos déficits de necesidades fundamentales que supuestamente tienen que paliar. Sin embargo, esos mismos gobiernos también enfrentan dificultades al imponer impuestos a aquellos que podrían pagar. A través de mecanismos financieros, societarios sofisticados, los ciudadanos con mayores riquezas en los países y las corporaciones que operan en los mismos, eluden el pago de impuestos. El Boston Consulting Group estima que 31% de toda la riqueza financiera privada que se posee en África y Medio Oriente se encuentra fuera de esas regiones. En América Latina, 28% de la riqueza -un total de US$2.9 trillones- es conservada fuera de los países de la región, mientras que en Europa y Norte América el porcentaje es de 7,8 y 2 respectivamente. En el caso de Ecuador, según declaración del Director General del Servicio de Rentas, alrededor de USD 30.000 millones de capital se encuentran en paraísos fiscales.
Para recaudar impuestos sobre la renta y la plusvalía (ganancia de capital) producida por esta riqueza, los gobiernos dependen en gran medida de la «honestidad» de sus contribuyentes, ya que no tienen acceso a información sobre los holdings de los mismos en el extranjero.
Aún más inquietantes son las maneras en las que las multinacionales reducen su carga impositiva, generalmente creando subsidiarias adicionales en paraísos fiscales para que luego sus subsidiarias en países pobres contraten a las que están en los paraísos fiscales a fin de disminuir las ganancias tributables mientras se aumentan las ganancias libres de impuestos en los paraísos fiscales -acuerdos que implican facturación comercial falsa, precios de transferencia abusivos, o tasas infladas de consultoría o para registrar marcas, por ejemplo. La Global Financial Integrity estima que la facturación comercial falsa representa el 80% de los flujos financieros ilícitos de países en vías de desarrollo, que sumaron US$6.6 billones entre 2003 y 2012 y alrededor de US$1 billón solamente en el 2012.
La exacerbada concentración de la riqueza oculta en los paraísos fiscales genera este escenario preocupante en un mundo cada vez más desigual. Claramente, la reducción masiva en los déficits de los presupuestos se podría lograr al permitir que los países en desarrollo recauden un nivel de impuestos razonable de corporaciones multinacionales y de sus ciudadanos más pudientes. Se puede responsabilizar a varios grupos de agentes por la actual incapacidad de los países de recaudar impuestos. Están, por ejemplo, el secreto y las jurisdicciones de paraísos fiscales (incluyendo Suiza, Irlanda, el Reino Unido y Estados Unidos) que estructuran sus sistemas tributarios y legales de tal manera que fomentan el abuso tributario y protegen el secreto bancario en contra de las autoridades tributarias de los países menos desarrollados. Además de estas jurisdicciones deshonestas/corruptas, existen muchos individuos y corporaciones dentro de los países que erosionan la base tributaria del Estado al usar paraísos fiscales para evadir o reducir los impuestos sobre su riqueza y ganancias. Y existe un gran número de banqueros, abogados, contadores y lobistas «inteligentes» que inventan, implementan y legalizan esos «esquemas». Algo no huele bien o algunas personas no huelen bien por más perfume que se pongan. Como decía el presidente estadounidense Abraham Lincoln «Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo».
Lo que se debería exigirse a los gobiernos es un gran pacto ético. Este debería contener la reforma del sistema internacional financiero y fiscal para que ya no pueda facilitar la evasión fiscal y el masivo flujo financiero ilícito de los países en vías de desarrollo. La clave para reducir la brecha tributaria y el déficit en cumplir con las necesidades fundamentales es la transparencia financiera global: la abolición de las empresas fantasma y cuentas anónimas, intercambios automáticos de información tributaria a nivel mundial, y el requisito de que en todos sus informes anuales auditados y sus declaraciones de ingresos, las corporaciones multinacionales reporten sus ventas, ganancias e impuestos pagados en todos los países y en cada jurisdicción en la que operan. Se deben implementar o fortalecer los impuestos al patrimonio no productivo. A esto se debe adicionar un pacto ético político como el propuesto en Ecuador, donde todos los candidatos a votación popular deben demostrar que no tienen riqueza en paraísos fiscales.
Ahora que ya se conoce el mapa del tesoro, no se debe dejar que los piratas sigan haciendo de las suyas. La presión y el control de los ciudadanos es imprescindible.
[1] Offshore Group of Banking Supervisors.
[2] The New Architecture of Capital, Jaime Pozuelo 2010
[3] Tax Havens are a Blessing, Mitchell 2008