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Carta al Presidente Chávez

El cadalso de la corrupción

Fuentes: Rebelión

Señor Presidente, con todo respeto, déjeme ver cómo digo lo que le quiero decir sin que se sienta ofendido, ni me perciba como un bandido. Le voy a hablar de la corrupción administrativa, un «hecho» que gira alrededor del núcleo del sistema capitalista que es la acumulación de capital en manos particulares, mediante la explotación […]

Señor Presidente, con todo respeto, déjeme ver cómo digo lo que le quiero decir sin que se sienta ofendido, ni me perciba como un bandido. Le voy a hablar de la corrupción administrativa, un «hecho» que gira alrededor del núcleo del sistema capitalista que es la acumulación de capital en manos particulares, mediante la explotación del trabajo y la destrucción de la naturaleza y cuya expresión más perceptible es el confort que se compra con el dinero y la menos perceptible, pero más terrible, es el dinero que sustituye al cerebro.  

La corrupción es el aceite que lubrica el funcionamiento del sistema. Y desde la óptica de los poderosos es el «mal menor» del capitalismo. El mal mayor es el socialismo. Tan poco daño le hace la corrupción al sistema, que no se puede comprender el poderío actual de los Estados Unidos, ni el que tuvo Inglaterra en el siglo XIX, sin la corrupción. Y mucho menos se puede entender la realidad de los países periféricos sin tomar en cuenta la corrupción que lubricó y aún lubrica la relación centro-periferia: ¿Es que la extracción del oro y la plata del «nuevo mundo» y su traslado a España se hizo bajo estricto cumplimiento de las leyes de la Corona?, ¿Qué fue la trata de esclavos africanos para la acumulación originaria de capital en los actuales Estados Unidos de América?, ¿No fue la tortura una de las «instituciones financieras» más eficientes para recaudar los impuestos del Imperio británico en la India?, ¿Qué significó el tráfico de opio con China para el imperio inglés en la primera mitad del siglo XIX?, ¿Es que la entrega leonina y arbitraria de nuestro petróleo a empresas norteamericanas y trasnacionales, por más de 50 años del Siglo XX, no es un acto de corrupción que enriqueció y consolidó en el poder a unos individuos y empobreció a este país periférico?, ¿No fue la «disolución» del Bloque Soviético, en gran medida, un éxito de las narcomafias rusas asociadas a las italianas y estadounidenses?, ¿Y qué fue lo que permitió que en Venezuela unas cuantas familias se enriquecieran a costilla de las finanzas públicas con préstamos sin intereses y sin impuestos y que ahora reclaman (arrechas) su derecho a gobernar el país? A éstos, podemos llamarlos «traidores a la patria», «pitiyankis», o «cipayos», pero en esencia son corruptos, porque obedecieron a la lógica de acumulación del capital que desconoce fronteras, patrias y nacionalidades y tan sólo encuentra límites en las resistencias de algunos Estados y en las luchas populares que atentan contra sus intereses. 

Lo que estoy diciendo, pero en menos palabras, es que: sin corrupción no hay capitalismo y mucho menos lo que llaman «desarrollo» o «crecimiento económico», que no es otra cosa que repartir grandes riquezas entre unos pocos capitalistas que tienen el poder institucional y mediático para convencer a la mayoría de que su estilo de vida es la meta a alcanzar. Eso que bautiza Gramsci hegemonía. De manera que querer acabar con la corrupción dentro del sistema capitalista es vivir el argumento de Aquiles y la tortuga, del presocrático Zenón de Elea, el cual reza así: «Aquiles jamás puede adelantar a una tortuga, porque, cuando llega al punto de donde ésta partió, ya se ha movido ésta hacia otro punto; cuando Aquiles llega a ese segundo punto, la tortuga ya se movió a otro; y así ad infinitum».

Generalmente, quienes abordan el tema de la corrupción no valoran esta reflexión histórica que acabamos de esbozar, porque no la consideran importante. Analizan la corrupción en abstracto, en tiempo presente, como si se tratara de una conducta humana que está contenida potencialmente en los genes de algunos individuos que se pervierten por la fragilidad de sus principios ocasionada por su falta de educación moral y cívica, etcétera. Y buscan sus causas externas en la debilidad de la contraloría sobre la administración pública. Al contrario, yo pienso que sin conocer la historia del sistema capitalista es imposible analizar y comprender la naturaleza de la corrupción administrativa, lo cual lleva a suponer que es un mal que afecta al funcionamiento del sistema, que todos estamos interesados en combatirla y que puede derrotarse con medidas punitivas estructurales.

Usted me dirá, ¿pero, entonces no podemos hacer nada contra la corrupción, porque si es genética del sistema capitalista tenemos primero que acabar con el sistema para acabar con ella? Pues, mire usted, desde mi punto de vista no está tan errado, aunque la cosa no nada sencilla, porque la «idea» de que la corrupción es el mal a derrotar en el sistema capitalista es una ilusión creada por el mismo sistema para perpetuarse en el poder. Voy y me explico:

Son cuatro los temas que desde el comienzo de los años 80, y aún más después de la «disolución del bloque soviético», ocupan el discurso político de los países centrales del sistema capitalista: la ética, la corrupción, la democracia y los derechos humanos. Sobre la democracia y los derechos humanos no hablaremos ahora, pero podemos establecer similitudes con lo que diremos de la ética y su contracara la corrupción. Una vez «demostrada mediáticamente» la inoperancia del marxismo como guía para el análisis y la superación del capitalismo, estos temas sustituyeron el discurso de la lucha de clases, de la explotación del trabajo, de la alienación capitalista, etc. y convirtieron a los «revolucionarios», otrora activistas de la revolución anticapitalista, en cruzados de la ética y la anticorrupción. El revolucionario dejó de luchar contra los explotadores para perseguir corruptos. Ya no se trata de hacer la revolución, sino de acabar con la corrupción. Desde la década de los 80, con el ascenso del neo-conservadurismo al poder en Inglaterra y EUA, el discurso oficial y oficioso de los gobiernos -y su oposición-, y que ha sido amplificado hasta la estratosfera por las universidades, las escuelas y los partidos políticos tomados por el neoliberalismo, es el de la lucha contra la corrupción y por el rescate de los valores éticos. Es tal la variedad de medios y niveles del discurso y la continuidad en el tiempo de la cháchara, que mucha gente que se consideraba de izquierda y anticapitalista, en vista de que el derrumbe del «socialismo real» ha sido asociado también al «cáncer de la corrupción», ha sustituido su convicción clasista por una «vocación de honestidad» y piensan que de nada vale luchar por el socialismo sin acabar antes con la corrupción. Y las mayorías, que nunca fueron de izquierda, están convencidas de que terminando con la corrupción el sistema funcionará mejor y se acabarán las injusticias sociales. Muchos de ellos piensan que el proceso bolivariano no ha avanzado más por la corrupción. No identifican al sistema capitalista como corrupto en esencia, sino que hay unos tipos malos que son corruptos y echan a perder todo. Ejemplos dicen tener: en los países centrales, llamados desarrollados, donde los políticos y los ejecutivos de empresas públicas o privadas roban… ¡Pero hacen!. Y cuando se exceden egoístamente en la corrupción, la ley los castiga sin contemplaciones. Moraleja: duro con los corruptos, es lo único que nos queda.

Lo que quiero enfatizar, Presidente, es que ya el discurso neoliberal por la ética y contra la corrupción es hegemónico entre los venezolanos y el sentimiento anticorrupción copa las expectativas y aspiraciones de la mayoría de nosotros. Quien sabe si la derrota en el referendo fue porque en vez de socialismo lo que esperaban los venezolanos era una propuesta anticorrupción. De hecho lo elegimos a usted en el 98, porque el 4/F/92 irrumpió como el adalid contra la corrupción puntofijista y, por eso, desde entonces las viejas fuerzas políticas que lo adversan han hecho todo lo posible para demostrar que usted es igual a ellos. Que no hay diferencia en cuanto a la corrupción. Y, en atención a este aspecto, le sugiero que analice con cuidado la «realidad mediática» venezolana de los tres últimos años, luego de los triunfos sobre el golpe, el sabotaje petrolero y el referendo del 2004 que lo proyectaron como políticamente imbatible. Si se fija bien, después de la inseguridad ciudadana -que está asociada a la corrupción del sistema judicial, desde la policía para arriba- es la corrupción administrativa en el gobierno el punto de encuentro entre tirios y troyanos. Y hasta ahora usted ha estado fuera del círculo perverso. Usted es el único presidente venezolano cuya semblanza personal que gravita en el imaginario colectivo, aún después de nueve años en el gobierno, no está manchada por el aceite de la corrupción. Pero…

Últimamente el Diputado Tascón ha levantado su voz para acusar de posible corrupción al hermano de Diosdado Cabello y usted, en las primeras de cambio, ha salido junto a otros voceros del gobierno a atacar al diputado, a pedir su cabeza. ¡NO, NO!, compañero Presidente, tenga mucho cuidado con su actitud, porque corre un grave peligro. Permítame explicarme:
El 2 de diciembre pasado, perdimos el referendo de la reforma constitucional (por un margen estrecho pero lo perdimos) y usted asumió la responsabilidad de la derrota, porque fue usted el que dijo «Quien vota SÍ, vota por mí. Quien vota NO, vota contra mí», así que si llamamos las cosas por su nombre, debemos asumir que mucha gente votó contra usted y otros muchos ni siquiera salieron a votar… por usted. Esto quiere decir que su representación en el imaginario colectivo del pueblo que lo apoya ya tiene un hueco, una ventana, por donde está metiéndose la táctica ideológica del enemigo -nada más y nada menos que el que se llevó a la URSS en los cachos: el imperialismo yanqui- y el «tema» de la corrupción le está sirviendo de marco a esa ventana. ¿Recuerda usted la estrategia del «golpe suave»? Bueno, esta táctica le sirve para «suavizar» el camino, porque le ayuda a debilitar su imagen. ¿Cómo lo hace?

Un ejemplo: la denuncia de Tascón. Con todo respeto, le digo que usted dio una señal muy confusa (por decir lo menos) al reaccionar automáticamente contra el diputado, porque, como he intentado explicar, toda denuncia contra la corrupción es bien recibida por la mayoría del pueblo venezolano que lo sigue y ante su actitud se desconcierta. Entonces, dirá ¿Qué hacer con la denuncia contra el Sr. Cabello y cualquiera otra que surja contra algún otro funcionario de su mi estima? ¡Déjelo que se defienda solo! Más bien, impulse la actuación de la ley. Que se investigue hasta el fondo y que asuman las consecuencias tanto el denunciante como el denunciado. ¿Sabe por qué se lo aconsejo? Porque si este pueblo que fue a Miraflores a rescatarlo el 13 de abril del 2002, «conecta» su imagen con la de la corrupción, irá de nuevo a Miraflores… pero a sacarlo. Será su cadalso. Esto es lo que, desde mi modesto punto de vista, está ahora en los planes del imperialismo y sus secuaces criollos.

Y cuando digo «conecta su imagen con la de la corrupción», me refiero a la imagen o representación de los actores públicos (artistas, políticos, intelectuales, etc.) que se forma en el imaginario colectivo mediante un proceso individual e inconciente de asociación de datos falsos y verdaderos difundidos por los medios de comunicación, propagados y enriquecidos imaginativamente en el seno de las instituciones (la familia, la escuela, el trabajo, etc.) y popularizados a través de los rumores callejeros y en los lugares de encuentros sociales (bares, clubes, centros comerciales, etc.), que sirve de base a las valoraciones que hace el individuo de los personajes públicos relacionados más directamente con sus esperanzas, aspiraciones y expectativas y se proyectan no sólo en un juicio positivo o negativo acerca de cada uno de dichos personajes, sino que también influyen en sus afinidades políticas y su preferencia electoral.

Y aquí el motivo de esta carta: Hasta ahora, Presidente, su valoración ha sido positiva. En nuestro imaginario usted es un hombre probo, honesto y sincero, pero todos los esfuerzos del mundo están dirigidos a invertir esa valoración. ¡No se descuide! ¡No les de oportunidad! ¡No se monte en ese cadalso!