«Mientras la muchachada de ideólogos de la libre empresa se rasga las vestiduras y denuncia el poder del Estado, quienes les patrocinan no han dejado de percatarse de que cuando el Estado da un paso atrás, el sector financiero se abisma en el vacío. Los bancos y los gestores monetarios se han convertido en los […]
«Mientras la muchachada de ideólogos de la libre empresa se rasga las vestiduras y denuncia el poder del Estado, quienes les patrocinan no han dejado de percatarse de que cuando el Estado da un paso atrás, el sector financiero se abisma en el vacío. Los bancos y los gestores monetarios se han convertido en los planificadores y en los asignadores de recursos de la sociedad, y lo hacen aproados a su propio interés a corto plazo. Un interés que les lleva a oponerse a las leyes que protegen a los trabajadores, a los consumidores y a los deudores. Esto significa que la ‘libertad’ en cuestión es favoritismo de sentido único, el de la corriente en la que marchan los empresarios, el privilegio monopólico y los acreedores. Lo que esos intereses creados entienden por vía de servidumbre es cualquier economía dirigida por manos que no sean las suyas, una economía que proteja a los trabajadores, a los consumidores y a los deudores de que ellos son victimarios»
Si les asusta a ustedes la transición hacia un Ejecutivo Unitario con un poder presidencial desembridado, el radical giro derechista norteamericano hacia una Finanza Unitaria debería incrementar no menos sus miedos que sus deudas. Los acontecimientos financieros de las últimas dos semanas de marzo de 2008 demuestran que los «monarcas económicos» y los «mercaderes de moneda» que Franklin Delano Rossevelt expulsara en su día del templo de las finanzas han dado una nueva vuelta de tuerca en la maladministración de nuestra economía, orientándola en una terrible línea de riesgo sin precedentes: creación de deuda, eufemísticamente caracterizada como apalancamiento y creación de riqueza.
Los escasos controles y contrapesos que quedan en el camino de la planificación crecientemente centralizada del sector financiero, especialmente en el ámbito de los estados federados, están siendo barridos bajo la apariencia de «salvar el sistema». El ínfimo número de beneficiarios de Wall Street que utilizan esta frase explica por sí sólo en qué consiste este sistema. Para principiantes: sus gestores políticos son lobbies de las industrias designados como altos directivos encargados de planificar los programas de las agencias públicas supuestamente destinados a regular esas mismas industrias. Su idea de planificación financiera es colocar un billón de dólares en fondos de agencias gubernamentales y en garantías de crédito a riesgo. Esta financiación de las agencias tenía supuestamente que utilizarse para ayudar a las familias estadounidenses corrientes a obtener vivienda y asistencia sanitaria y a proteger sus ahorros y proporcionarles la jubilación. En cambio, ha sido movilizada para apoyar a los banqueros de la economía y a los ejecutivos financieros. En las últimas semanas, en efecto, hemos visto cómo billones de dólares eran destinados a la guerra y al sostén de los bancos.
El sistema bancario de libre creación de crédito, que se dobla más o menos cada cinco años para el conjunto de la economía, amenaza con culminar en una servidumbre por deudas para muchas familias americanas, lo mismo que para la industria y los gobiernos estatales y locales. El excedente económico está siendo absorbido rápidamente por una combinación de servicio de deuda y salvamento gubernamental de los acreedores, cuyos esquemas à la Ponzi (1) están quebrando por doquier, desde los bienes inmuebles residenciales hasta los comerciales, y desde los préstamos para la toma de control empresarial en los mercados de valores hasta el crédito fundado en la economía-burbuja extranjera.
Éste es el contexto en el que hay que considerar el desbarajuste financiero de las últimas semanas en torno de Bear Steams, JP Morgan/Chase y el paisaje de deuda rápidamente cambiante. «El sistema» que el Tesoro, la Reserva Federal y las agencias del New Deal -cautivos todos de la Administración Bush- están intentando salvar es un esquema Ponzi para toda la economía. Quiero decir que el plan del asunto consiste en que los acreedores puedan prestar a los deudores el dinero suficiente para que éstos puedan pagar los intereses manteniendo a aquellos al corriente en sus préstamos.
En estos últimos años, el sistema ha dependido de que los precios de activos para bienes inmuebles, las acciones y los bonos se hincharan lo bastante como para permitir que los deudores pudieran servirse de esos activos como colateral a un precio más alto de mercado que le permitiera acceder a más y mas préstamos. Pero ahora que la burbuja inmobiliaria ha estallado (y en realidad, a medida que los precios de las acciones se desploman), el problema es cómo salvar la punta de un iceberg económico hundido en valores negativos (una situación en la que las deudas vinculadas a propiedades rebasan el valor de mercado de esas propiedades). Alguien tiene que cargar con pérdidas. La pregunta es: ¿quién?
Normalmente, es el banquero o inversor quien carga con las pérdidas. Pero se supone que ahora son ellos quienes están siendo «salvados». Lo que se presenta como un retorno a la estabilidad. Pero se trata de un sistema que, para empezar, jamás ha sido estable. De hecho, para que el salvamento funcione, el grueso de los estadounidenses tendrá que poseer menos y endeudarse más; y a todo eso, se nos dice que todo ésta es la vía para crear riqueza: ¡como si eso fuera su riqueza y no la de sus acreedores! El regalo a Bear Stearns/JP Morgan Chase/seguros monoline para «salvar el sistema financiero» proporciona un vívido ejemplo de cómo la Finanza Unitaria ha desarrollado un sistema de relaciones parasitarias con los trabajadores norteamericanos en su papel de contribuyentes a las pensiones, consumidores y propietarios de vivienda. Que el sistema esté subsidiado, permite al sector FIRE [Finanzas, Seguros y Propiedad Inmobiliaria, por sus siglas en inglés; T] orientar y vivir de los esfuerzos productivos de otros: de las gentes que producen cosas reales y proporcionan servicios reales.
Salvar Wall Street con un rescate de un billón de dólares de mala deuda hipotecaria
El rescate empezó el domingo 16 de marzo. El gobierno y JPMorgan Chase tenían razones para sentirse embarazados con las negociaciones, porque los detalles que asoman en las páginas web de la Reserva Federal o del Tesoro, y las propias declaraciones del Sr. Paulson, van mucho más allá del caso Chase y Bear Stearns. Resulta que el mismo domingo en que se habían negociado los 30.000 millones de dólares de rescate por parte de la Reserva Federal, el Sr. Paulson iniciaba diez frenéticos días de orquestra de acciones con el Tesoro, la Reserva Federal y otras agencias públicas, a fin de destinar un billón de dólares a reinflar los mercados financieros a favor de los tenedores de hipotecas y de los acreedores y especuladores a ellos asociados. Entre bambalinas, mientras el asunto se resolvía, la Administración Bush preparaba un drástico incremento financiero: decidió lanzar todo lo que sus agencias de financiación hipotecaria pudieran reunir, a fin de impedir el colapso ante sus propias narices de los mercados de propiedad.
El incremento de la ayuda a los mercados hipotecario e inmobiliario fue dirigido por los dos mayores tenedores de hipotecas y de paquetes hipotecarios: la Asociación Nacional de Hipotecas y Freddie Mac, ambos patrocinados por el gobierno. Esas dos agencias se crearon para desarrollar mercados de comercio para hipotecas que los bancos tradicionalmente mantenían en sus libros de contabilidad cuando compraban hipotecas inmobiliarias a los bancos y a los corredores de hipotecas que las originaron. Eso creó una nueva y amplia demanda para hipotecas, haciéndolas comercializables en grandes paquetes para inversores institucionales, como fondos de pensiones e inversión. Estando implícitamente respaldadas por el gobierno, las agencias Fannie Mae y Freddie Mac eran capaces de tomar préstamos a tasas de interés equitativamente bajas y de vender hipotecas a unos tipos mucho más altos. La demanda de estos títulos hipotecarios empaquetados proporcionó una gigantesca fuente nueva de préstamo. Lo que también contribuyó a convertir a los bancos en originadotes de hipotecas, más que en tenedores de las mismas.
Juntas, Fannie Mae y Freddie Mac compraron más de las tres cuartas partes de todas las hipotecas estadounidenses concedidas en el cuarto trimestre de 2007, sumando, como tenedoras de hipotecas, 1,4 billones de dólares. Sin embargo, el hecho de que su capital base estuviera por debajo de los 70.000 millones de dólares ─una tasa de apalancamiento de deuda de 20 a 1─ llevó a los inversores a vender sus acciones durante el pasado año. En vez de insistir en que Fannie Mae y Freddie Mac reconstruyeran su base de capital, la Oficina de Supervisión de Proyectos Federales de Vivienda hizo exactamente lo opuesto. Redujo sus requisitos de capital del 30% al 20%, y les animó a utilizar su incrementado apalancamiento para aportar 200.000 millones extras al mercado hipotecario nacional. Los límites en el volumen de préstamos hipotecarios que esas dos agencias podían manejar se ensancharon bruscamente con objeto de ayudar a reinflar los atribulados mercados de propiedad de alto coste, en particular los de California y Nueva York.
Concebida para conseguir un alivio temporal, esta maniobra amenazaba con seguir desestabilizando las cosas, al no hacer sino patear el bidón cuesta abajo. Lo mismo vale para la Administración Federal de Vivienda (FHA), instituida en 1934 como parte del New Deal. Su fondo de seguros de alrededor de 20.000 millones de dólares financia unos 3,8 millones de préstamos hipotecarios, sumando 365.000 millones de dólares, con una tasa de apalancamiento de deuda de 18:1. El martes 24 de marzo prometió 400.000 millones de dólares en nuevos seguros de crédito hipotecario. Eso significa que las agencias públicas pueden utilizar su capital para prestar mucho más dinero a futuros compradores de vivienda. La FHA, Fannie Mae y Freddie Mac también estarán al quite de cualquier pérdida, «socializando el riesgo» en un grado nunca antes conocido.
Lo que resultaba tan preocupante en su estrategia era que la FHA estaba ya en apuros financieros como resultado de sus préstamos subprime. Por primera vez en su historia, tenía déficit. Más de un tercio de los préstamos que aseguraba los habían realizado compradores de casas a nuevos compradores para cubrir su pago inicial, permitiendo comprar casas sin tener que hacer pago inicial alguno (tradicionalmente la norma era del 20%). Éste era un mercado completamente nuevo, apenas existente en 2000, en vísperas de la burbuja inmobiliaria de Greenspan-Bush. El secretario de la Agencia de Vivienda y Desarrollo Urbano, Alphonso R. Jackson, dijo a una comisión del Senado: «esos tipos de préstamo han llevado a la FHA al borde de la insolvencia». Y ahora se trataba de redoblar sus actividades para apoyar los bienes inmuebles y el mercado hipotecario.
La dirección de la Financiación Hipotecaria Federal puso sumisamente de su parte para incrementar el sistema de apalancamiento de deuda. Dobló la capacidad de 12 bancos federales de préstamo hipotecario regionales para apalancar su compra de valores hipotecarios desde tres hasta seis veces su capital, el doble de la tasa existente deuda/activos. El objetivo era ayudarles a servir a sus clientes, los ocho mil bancos de ahorros, de ahorro y préstamo, uniones de crédito y compañías de seguro, a financiar la compra de nuevos valores hipotecarios empaquetados de entre 160.000 y 200.000 millones de dólares emitidos por Fannie Mae y Freddie Mac. El objetivo de esas dos agencias era acaparar este año valores hipotecarios de alrededor de medio billón de dólares de valor del sector privado.
El sistema federal bancario de préstamo hipotecario también anunció planes para empezar a ofrecer su propio seguro hipotecario monoline contra la amenaza de bajada de los precios con que los suscripores de seguros del sector privado querían jugar. El objetivo es apuntalar el desmoronamiento de la cobertura del seguro hipotecario a expensas del contribuyente. Una vez más, el concepto de mercado libre es subviene a la pretensión de socializar las pérdidas a favor de los grandes jugadores del sector FIRE. (La situación se asemeja al seguro público de las propiedades en primera línea de la playa contra los daños por inundaciones, que paga a expensas del erario público una cobertura que es crónicamente deficitaria. Huelga decir que un número desproporcionadamente grande de esos propietarios de primera línea de la playa forman parte de la clase de los grandes contribuyentes a las campañas electorales.)
Gillian Tett, del Financial Times, observó que este subsidio del seguro hipotecario es «posible que provoque debates adicionales sobre cómo están dirigiendo los decisores políticos a las entidades estatales o casi-estatales para estabilizar el sector financiero» con toral «ausencia de mercado». En lugar de configurar el mercado mediante líneas de menor riesgo, líneas de deuda menos apalancadas, lo que teníamos ahora era otro caso de socialización gubernamental del riesgo financiero a tasas por debajo del mercado. John Price, presidente del consejo del Banco Federal de Préstamo Hipotecario, alegó que «para eso están las empresas públicas». En vista del hecho de que las aseguradoras privadas cobrarían tasas mayores, el plan actual del gobierno, coordinado por el secretario del Tesoro, Paulson, intenta evitar el dejar hacer a los mercados de una forma que aumente los costes a Wall Street y, por tanto, deje menos renta a los propietarios de casas para comprometerse en el servicio de sus deudas. Y esa política se presenta mojigatamente como si lo que hiciera fuera bajar el precio al que el sector financiero sirve a la economía, cuando lo que hace es poner en riesgo a la economía misma.
Los movimientos más sorprendentes estaban aún por venir. El 11 de marzo la Reserva Federal creaba una nueva Agencia de préstamo de títulos a plazo [TSLF, por sus siglas en inglés; T], a fin de extender 200.000 millones de dólares en préstamos para bonos primarios y comerciantes de títulos contra sus tenencias en hipotecas y otros títulos empaquetados como garantía colateral. El objetivo era reinflar rápidamente las hipotecas que el mercado libre había tasado como basura, rebajándolas a un 20% de su valor nominal.
Luego vino la bomba, sorpresa por partida doble. El día de San Patricio, 17 de marzo -verde, verde-, extendió un crédito casi ilimitado para no banqueros, lo que ocurría por vez primera vez desde la Gran Depresión. Aceptó sus hipotecas tóxicas como garantía colateral, esos activos dudosos que «el mercado» se negaba en redondo a tocar. ¡Tantas soluciones «de mercado», y cuando de altas finanzas se trata…! Por primera vez desde los años treinta las entidades no bancarias podían pedir préstamos en la ventanilla de la Reserva Federal contra sus hipotecas basura, aparentemente a pleno valor nominal. Fue demasiado tarde para Bear Stearns, pero otros banqueros inversores y agencias de correduría vieron la ayuda verde con que la Reserva Federal abrió su ventanilla de rebajas a entidades no bancarias, es decir, a entidades bancarias de inversión como Lehman Brothers, que no son las entidades bancarias comerciales reguladas por la Reserva Federal.
El volumen de crédito parecía ser ilimitado, garantizado por valores hipotecarios empaquetados que «el mercado» había tasado a los niveles en que se vendían los préstamos al tercer mundo después de la insolvencia de México en 1982. El economista laboralista Tom Palley escribió en su blog el 26 de marzo: «Esos subsidios son una parodia. Goldman Sachs, Lehman Brothers y Morgan Stanley son extraordinariamente rentables. Han sido también quienes han encabezado las peores tendencias de la economía norteamericana durante la pasada generación, ofreciendo sueldos desapoderados a los ejecutivos, costumbre que se ha expandido como un cáncer por la Norteamérica empresarial, llegando incluso a las universidades y a las organizaciones sin afán de lucro. Además, han fomentado el paradigma de accionista que ha empujado a las compañías a priorizar el beneficio a corto plazo sobre la inversión a largo plazo, y han contribuido a hacer pedazos el contrato social norteamericano. Su modelo empresarial ha promovido significativamente la especulación que anda detrás de la burbuja de los activos y de los precios de materias primas».
Para apoyar ese modelo empresarial es para lo que la Reserva Federal y los funcionarios del Tesoro parecen estar confeccionando diariamente nuevas normas, que sólo merecen una superficial revisión por parte del Congreso. Los críticos apuntan a que los bancos de inversión no están sujetos a supervisión por parte de la Reserva Federal, ni a ninguna otra regulación. Acaso ni siquiera sea realmente importante esto, a la vista de la moda extremadamente desregulatoria impuesta desde los cuatro mandatos de Alan Greenspan. Más importante, por supuesto, es el hecho de que los nuevos clientes de la Reserva Federal, los bancos de inversión y las empresas de correduría, no sirven a los depositantes de clase media necesitados de protección especial para sus ahorros. Las inversiones financieras que están salvándose de condiciones de mercado adversas son, en última instancia, de carácter especulativo.
Parece una mordaz ironía que las instituciones que ahora están siendo movilizadas para rescatar a los acreedores de Wall Street ─los bancos federales de crédito hipotecario para bombear crédito en el mercado hipotecario, la Administración Federal de la Vivienda para asegurar los préstamos hipotecarios, Fannie Mae y Freddie Mac para comprar y empaquetar hipotecas para revenderlas a granel a inversores institucionales─ fueron creadas para ayudar a los compradores de vivienda, no a sus acreedores y a quienes especulan con su suerte. Pero sacar las castañas del fuego a los especuladores y a las altas finanzas se ha convertido ahora en su función principal. En cambio, ha puesto patas arriba a las agencias norteamericanas que trabajan en los sectores bancario, inmobiliario e hipotecario. Wall Street, por supuesto, ha dado la bienvenida al reclutamiento de todas estas instituciones procedentes del New Deal y de la segunda posguerra. Pero su ideología doctrinaria ha acusado a la ley Glass-Steagall, a la Seguridad Social y a las más recientes regulaciones Sarbanes-Oxley de la Comisión de Valores y Cambio como hitos y mojones en la vía a la servidumbre.
Políticamente, esos rescates precisan de una tapadera ostensiblemente humanitaria. Deben ser presentados como subsidios, no para bancos y otros acreedores ricos, sino para los deudores. Esto significa que el rescate «ideal» (esto es, el menos chillonamente hipócrita) toma la forma de nuevo crédito para pagar a bancos y otros tenedores de bonos e hipotecas, un crédito suficiente para mantener la burbuja de la deuda a flote. Lo que entraña más crédito, suficiente para mantenerla en estado creciente, al menos por el monto de los intereses pagaderos.
El resultado es una verdadera vía hacia la servidumbre por deudas. Es mucho más destructiva ─y ciertamente, más real─ que la vía imaginaria hacia la servidumbre de Hayek y otros ideólogos antiestado. Mientras la muchachada de ideólogos de la libre empresa se rasga las vestiduras y denuncia el poder del Estado, quienes les patrocinan no han dejado de percatarse de que cuando el Estado da un paso atrás, el sector financiero se abisma en el vacío. Los bancos y los gestores monetarios se han convertido en los planificadores y en los asignadores de recursos de la sociedad, y lo hacen aproados a su propio interés a corto plazo. Un interés que les lleva a oponerse a las leyes que protegen a los trabajadores, a los consumidores y a los deudores. Esto significa que la «libertad» en cuestión es favoritismo de sentido único, el de la corriente en la que marchan los empresarios, el privilegio monopólico y los acreedores. Lo que esos intereses creados entienden por vía de servidumbre es cualquier economía dirigida por manos que no sean las suyas, una economía que proteja a los trabajadores, a los consumidores y a los deudores de que ellos son victimarios.
¿No queda dinero para la Seguridad Social y el seguro sanitario después del rescate inmobiliario?
La población americana puede con justicia sentirse perpleja ante el hecho de que el gobierno sea capaz de gastar billones de dólares en guerras en el extranjero y en rescates a banqueros, siendo tan cicatero con ella. Se estima que los Estados Unidos están gastando unos tres billones para una guerra ilegal que nos ha hecho menos seguros, y nada menos que un billón para rescatar banqueros de una forma que está desjarretando a la economía. En cambio, parece no estar en condiciones de asegurar la atención sanitaria y la jubilación para todos los americanos. El jueves 25 de marzo, no bien acababa de subvencionar con un billón de dólares al sector financiero e inmobiliario, el Sr. Paulson daba nueva vida a la pretensión de la Administración Bush, según la cual no hay dinero para pagar la Seguridad Social. «Arreglar» ya la Seguridad Social ─si realmente hay un problema, lo que no está nada claro─ sería relativamente fácil. Simplemente restaurando los impuestos recortados por Bush al 1% más rico de americanos (esos que ganan más de 414.000 dólares al año). Volver a los tipos impositivos del 30% de la década de los noventa (en modo alguno comparables al tipo marginal máximo del 94% de los cuarenta, ni siquiera al del 70% de los setenta) sanearía más del 46% del déficit de la Seguridad Social estimado por la Oficina de Presupuesto del Congreso. La Administración no reconoce tales verdades inconvenientes, o lo hacen los reporteros que simplemente pasan sus informes a los medios de comunicación.
La pretensión de que no hay fondos disponibles para subvenir a las obligaciones del Estado para con Seguridad Social y Medicare fue manifiestamente refutada en la última semana de marzo, en que se cumplió el quinto aniversario de la guerra de la Administración Bush en Irak. El número de soldados estadounidenses muertos llegaba a 4.000. Las cuentas de la prensa de todo el país informaban de los cálculos del premio Nóbel Joseph Stiglitz, según los cuales el coste de la guerra llegaba a los tres billones mencionados más arriba, considerando su legado de tasas de interés y tratamiento médico para más de 250.000 soldados que han sido heridos o han sufrido estrés postraumáticos y otros desórdenes psiquiátricos (el Sr. Stiglitz ha actualizado recientemente su análisis para decir que tres billones es una cifra conservadora).
Cinco años, cuatro mil vidas y tres billones de dólares para la guerra, ¡pero no hay dinero para la Seguridad Social y Medicare! ¿No se sintió el Sr. Paulson un poco incómodo al declarar con gravedad aparente que la financiación de la Seguridad Social se agotaría sólo en poco más de treinta años, en 2041? Se supone que Medicare está aún peor, al haber acumulado reservas salariales suficientes sólo hasta 2019, a causa de los crecientes costes sanitarios, que Bush se ha negado a controlar mediante la negociación de precios con las compañías farmacéuticas, entre otras.
La vía histórica hacia la servidumbre es ésta de la servidumbre por deudas contraídas con una oligarquía financiera que concentra la riqueza en sus propias manos. El «libertarianismo» antiestatal contemporáneo crea un vacío que el sector financiero se apresura a llenar. El problema para la sociedad a largo plazo es que las finanzas hallan sus mayores ganancias, no en el incremento de los niveles de vida, sino en la promoción de la barra libre para sus clientes, al tiempo que convierte los beneficios de las corporaciones empresariales, la búsqueda de renta monopólicas y las ganancias con los precios inmobiliarios en un flujo de intereses que desemboca en ella misma ella, lo que consigue merced al procedimiento de avanzar el crédito para la compra de esos activos y privilegios.
Sólo hay una manera de revertir esa evolución hacia la servidumbre por deudas. Y es reducir las hipotecas existentes, especialmente para propiedades con saldos de valor negativos, a fin de acomodarse al actual desplome del valor de las propiedades (desde luego en condiciones angustiosas, pero que no dejan de ser restricciones reales a la capacidad de pago del deudor). Una vez que el principal de la deuda quedara reducido a niveles realistas, las hipotecas a interés variable podrían substituirse por hipotecas a interés fijo.
El problema con esta solución es que para las instituciones financieras la crisis hipotecaria no es su problema. Su actitud de cargarle el muerto a la víctima termina por ser el problema de los tenedores de hipotecas, y crecientemente también, el de los contribuyentes. Una manera, ésta, de enfrentarse a la crisis inmobiliaria que sólo podría tener éxito servida por la retórica populista de unos funcionarios públicos que, a la par que defendieran los intereses financieros, no dejaran de insistir en que todo se hace a favor del interés de los propietarios de vivienda y otros deudores.
NOTA T.: (1) El «esquema Ponzi» es un negocio fraudulento de inversiones consistente en atraer inversiones de dinero con promesas de intereses a corto plazo inopinadamente altos, pero puntualmente satisfechos, lo que atrae un alud de nuevos inversores -o sucesivas reinversiones de los antiguos-, generándose así un flujo de dinero que permite durante un tiempo pagar altos intereses a corto plazo con el dinero que va entrando a espuertas. Charles Ponzi, de quien recibe el nombre este truco financiero, fue un emigrado italiano que se hizo millonario en pocos meses en el Boston de los años 20 del siglo pasado organizando un negocio fraudulento fundado en tal esquema.
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de Kansas City, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Escribano y Mínima Estrella