«Ipsi enim diligenter scitis quia dies Domini sicut fur in nocte ita veniet cum enim dixerint pax et securitas tunc repentinus eis superveniet interitus sicut dolor in utero habenti et non effugient vos autem fratres non estis in tenebris ut vos dies ille tamquam fur conprehendat omnes enim vos filii lucis estis et filii diei […]
«Ipsi enim diligenter scitis quia dies Domini sicut fur in nocte ita veniet cum enim dixerint pax et securitas tunc repentinus eis superveniet interitus sicut dolor in utero habenti et non effugient vos autem fratres non estis in tenebris ut vos dies ille tamquam fur conprehendat omnes enim vos filii lucis estis et filii diei non sumus noctis neque tenebrarum» Tesalonicenses I. V. 2-51
Su santidad el Papa Benedicto XVI se ha pronunciado sobre la economía, en concreto sobre la última crisis financiera. Esto puede llamar la atención, pero sólo si se olvida que la economía en sentido moderno, esto es el gobierno indirecto de las poblaciones mediante sus necesidades y deseos es un invento cristiano. La oikonomia de los padres de la Iglesia fue un intento de introducir la historia y la pluralidad en la relación de Dios con su creación evitando así cualquier de dualismo extremo. Junto a un poder directo o teológico tenemos así un poder indirecto o económico. Afirma Ratzinger armado de esta enorme legitimidad histórica que no hemos de preocuparnos por la crisis actual, dado que el dinero no es nada y lo único sólido es la palabra de Dios. Textualmente sostuvo el Pontífice en la inauguración del Sínodo que: «Vemos con el derrumbe de los grandes bancos que el dinero simplemente desaparece, que no significa nada, y que todas las cosas que nos parecen tan importantes, en realidad son secundarias. […] Quien construye la casa de su propia vida sólo en base a las cosas materiales visibles, como el éxito, la carrera y el dinero, construye sobre arena.» Y concluyó: «Sólo la voz de Dios es la única realidad duradera.»
Podrán parecer palabras de otro siglo o de otra dimensión, sin embargo nada más apropiado para describir cuanto hoy sucede: no porque Ratzinger se haya vuelto anticapitalista renegando su vieja batalla contra los teólogos de la liberación, sino porque, como buen profesional de la teología ha sabido reconocer en la crisis actual, mucho mejor que los economistas laicos, la dualidad de niveles en que funciona el capitalismo. A partir de la dualidad theologia-oikonomia, fundadora de la teología cristiana de la trinidad y de la salvación, ha reconocido Ratzinger ni más ni menos que mercado y Estado, poder indirecto sobre la población y poder soberano directo sobre todos y cada uno de sus miembros no se oponen sino que se complementan. Frente a los teólogos que se ignoran y se autodenominan «economistas», como si ese término fuese inocente, el autor del Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda en qué medida el capitalismo es una religión.
Walter Benjamin ya lo intuyó en una serie de fulgurantes apuntes, plano de un libro que la policía de Franco y la Gestapo le impidieron escribir abocándolo al suicidio una triste mañana de Port-Bou: el capitalismo es la realización del cristianismo convertido en una religión sin dogma que consiste en un culto permanente y en una fe en la continuidad de ese culto. El culto económico capitalista requiere una fe inmanente en el crédito y un profundo sentido de la deuda y de la culpa. El dinero como deuda -y culpa- es el nervio del sistema. La deuda en principio es impagable e infinita, pues se acumula sin cesar, creando como su correlato un infinito crédito. Lo que ocurre hoy es que esa fé, ese crédito y esa deuda, que mueven montañas de oro se están perdiendo. Para mantener el valor del capital ficticio constituido por los activos tóxicos de las principales instituciones financieras hace falta un milagro. Aquí es donde regresa inesperado el espíritu. Vuelve según la expresión paulina «sicut fur» como un ladrón, sin que nadie lo espere y en plena noche. El espíritu no es sino la Idea realizada en el Estado. El Estado viene a salvar a las entidades de crédito descarriadas y a restaurar la fe perdida y lo hace «como un ladrón» en el más literal de los sentidos. Saltándose toda regla y todo principio en un destellante ejercicio de dictadura del capital Para eso sirven los milagros.
Un personaje poco leído entre los marxistas, Carlos Marx, afirmaba que el funcionamiento automático del mercado capitalista tenía un prerrequisito: la acumulación originaria de capital. Sobre esta cuestión, Marx no está de acuerdo con el famoso teólogo de la mano invisible, Adam Smith, quien considera en la Riqueza de las naciones que los dos requisitos fundamentales para poner en marcha el mercado capitalista existen naturalmente como resultado de la diferencia de temperamentos entre los hombres: existen los ahorrativos y los dispendiosos. Los primeros acaban acumulando suficientes activos para comprar la capacidad de trabajar de los otros, quienes se ven obligados a venderla por haber despilfarrado el resto de lo que tenían. Diferencia moral: nada que ver con la historia. Marx en cambio no tiene fe en esta fábula moral: la acumulación originaria es obra histórica de la violencia de clase unificada en torno al Estado, violencia que expropia a los campesinos y artesanos de sus medios de producción y los pone a disposición de un capital comercial dispuesto a comprar su mano de obra. La existencia de fuerza de trabajo libre y de dinero en grandes cantidades y también libre de comprar y vender lo que sea, incluso fuerza de trabajo humana, es el inicio de todo automatismo de mercado. Posteriormente, en tiempos normales, la reproducción de la expropiación de los trabajadores y de la acumulación de capital se opera a través del mercado y del derecho auxiliados por la policía y otros discretos aparatos de normalización de los individuos. Pero ¿qué ocurre cuando uno de los dos elementos deja de estar disponible, cuando se carece de fuerza de trabajo libre y expropiada o de capital en cantidad suficiente? Aquí es donde vuelve a intervenir el Estado, revirtiendo por la violencia los procesos de autovalorización de la fuerza de trabajo o facilitando la acumulación de capital mediante la expropiación de bienes sociales (privatizaciones, reducción del gato público social) o el saqueo de los países dependientes.
Estamos en este momento ante una intervención milagrosa de este tipo. La tensión es máxima y grande es la expectativa. De momento hemos asistido a la salvación milagrosa de algunas entidades de crédito particularmente rapaces mediante la compra por parte del Estado del papel sin valor que poseían, pero todo indica que vamos a asistir en breve a algo aún más milagroso, la nueva encarnación del Soberano en la vil materia de este mundo, mediante la participación directa del Estado en el capital de estas entidades piratas. Todo ello a costa de la riqueza social expropiada a las sociedades que la produjeron. Hay ilusos que creen que esto es el final del capitalismo, cuando sólo estamos ante una nueva fase de lo que llama el geógrafo marxista Harvey acumulación por expropiación. La crítica de la economía propugnada por Marx presupone una crítica de la religión, incluso de la propia religión capitalista: Kyrie eleison. Señor ten piedad.
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1«Porque vosotros sabéis bien, que el día del Señor vendrá así como ladrón de noche, Que cuando dirán, Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente, como los dolores á la mujer preñada; y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón; Porque todos vosotros sois hijos de luz, é hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas.»