De acuerdo a la narración predominante, el comienzo de la crisis de la economía norteamericana se puede establecer en agosto del 2007, cuando las primeras señales de una crisis financiera se dieron con las convulsiones en los mercados inmobiliarios. En diciembre de ese año comienza la contracción de la economía y luego en marzo del […]
De acuerdo a la narración predominante, el comienzo de la crisis de la economía norteamericana se puede establecer en agosto del 2007, cuando las primeras señales de una crisis financiera se dieron con las convulsiones en los mercados inmobiliarios. En diciembre de ese año comienza la contracción de la economía y luego en marzo del 2008 comienzan a colapsar varias instituciones financieras y bancarias. Finalmente el colapso se extendió al resto de las economías mundiales, suceso que no se dio en las otras dos crisis con las que normalmente se compara la presente (durante la Gran Depresión de los treinta y la crisis de la década del setenta la Unión Soviética no era parte del metabolismo del mercado capitalista).
En términos de los prospectos recientes, muchos economistas estuvieron deacuerdo con que la economía norteamericana estaba en vías de recuperación desde comienzos del presente año, aun cuando la recuperación del producto interno bruto se había detenido. Por ejemplo, durante ese periodo se registró un aumento de entre un veinte y un cien por ciento en las ganancias corporativas (Financial Times, 10 de agosto del 2010), aumento que se vio reflejado en la recuperación momentánea que tuvo la bolsa de valores.
Ahora bien, ¿de donde salieron esas ganancias?
La recuperación en las ganancias es explicada por los niveles crecientes de explotación de los trabajadores que aun conservan sus empleos. En otras palabras, se les pagó en el mejor de los casos lo mismo mientras producían más. Este resultado, aun cuando es opuesto a la teoría económica hegemónica, es explícitamente aceptado y documentado, no sólo por análisis marxistas, sino por publicaciones cómo el Wall Street Journal y el Financial Times.
El fenómeno de la explotación queda magnificado si también se toman en cuenta los recortes en beneficios marginales de empleo hechos en nombre de la «eficiencia». En otras palabras, al trabajador se le pinta la escena de que es mejor tener un trabajo mal pagado y sin beneficios que no tener trabajo alguno- ¡tienen que estar agradecidos a sus jefes por tener la oportunidad de trabajar!. Y es que una de las consecuencias de la llamada «crisis capitalista» ha sido que los trabajadores han quedado aun más a la merced del capital.
El proceso de desmantelación del estado benefactor que normalmente es asociado con el desarrollo del neoliberalismo sigue sin frenos en tiempos donde el estado ha «regresado» para estabilizar a los mercados y crear empleos mediante políticas fiscales y monetarias, regulaciones e intervenciones, características normalmente opuestas al credo neoliberal. La realidad es que, aun con todas estas intervenciones, el número de desempleados sigue creciendo.
Según un estimado, para recuperar los empleos perdidos desde diciembre del 2007, se requeriría contratar a más de 300,000 personas por cada mes hasta el año 2017 (Dean Baker). Y es que dudamos que la creación de empleos esté muy alta en la lista de prioridades del gobierno dado la falta de un movimiento obrero relativamente fuerte que ofresca resistencia, movimiento que sí existió y fue desmantelado por el embate neoliberal como reacción a la crisis de la década de los setenta..
Hay que notar que el colapso de la burbuja hipotecaria llevó al rescate más grande de una industria -la financiera- en la historia de los Estados Unidos (Of Bubbles and Bailouts, Bottary, M: 2010). Si bien es dificil dar un cálculo preciso de este desembolso federal, el Center for Media and Democracy (CMD) ha hecho un estimado sumando los gastos hechos por varias agencias que de una manera u otra contribuyeron a servir de respirador artificial para las grandes firmas bancarias y financieras que recibieron el azote del descalabro económico. Entre las entidades facilitadoras de esos fondos para el rescate se encuentran la Reserva Federal, el Departamento del Tesoro, y el FDIC . Lo interesante del cálculo mensual del CMD es que no incluye los desembolsos del gobierno estadounidense destinados a ayudar a las personas y grupos que no figuran dentro de la industria financiera. Por ejemplo, no incluye pagos al seguro por desempleo y becas a estudiantes. Al final, tenemos una cifra de 4.7 trillones de dólares (este dato es calculado hasta junio de este año) que sale de los bolsillos de los trabajadores como contribuyentes.
Para ponerlo en perspectiva, el CMD compara esa cifra de 4.7 trillones con otros gastos del gobierno. Por ejemplo, los costos totales combinados de los conflictos militares en Iraq y Afganistán ascienden a 1 trillón de dólares. La recién firmada reforma de salud asciende a los 788 mil millones de dólares y el fallido estímulo del gobierno para crear empleos firmado en el 2009 fue de 787 mil millones. Hay varias conclusiones a las que se pueden llegar cuando se analizan estos datos, pero hay que resaltar que los que quedaron bien parados son los mismos que desarrollaron todo el andamiaje para supuestamente resolver, en beneficio de todos, el desbarajuste.
El por ahora desacreditado Adam Smith del laissez-faire y la mano invisible tuvo un acierto muy relevante para comprender lo que está sucediendo. Y es que Smith, en La riqueza de las naciones, se refirió a los productores y comerciantes de la época (finales del siglo 18) como los «arquitectos principales de las decisiones politico-económicas» que querían asegurar la «atención exclusiva» a sus propios intereses irrespectivo de cuán extremo y doloroso fuese su impacto en los demás.
El economista político Thomas Fergusson siguió la línea de Smith al identificar a los mayores contribuyentes de la campaña de Obama con los sectores de la banca y finanzas que han sido salvadas por el gobierno del «cambio». Y bueno, el que no crea en esta relación solamente tiene que referirse a la reforma financiera que se acaba de pasar.
El 21 de julio de este año Obama firmó el «Dodd-Frank Wall Street Reform and Consumer Protection Act»., lo que se describía como «la reforma más abarcadora desde la Gran Depresión». Antes de ser aprobada por el Congreso para luego firmarla, Obama había mencionado que se le iba a poner un alto a los rescates de las compañías que son «muy grandes para fracasar» (Wahington Post, 26 de junio del 2010). Interesantemente, nada se hizo con respecto al tamaño y poder de los bancos. Y es que las medidas no cambiaron de manera fundamental la estructura de poder en la cual los bancos han utilizado sus activos para moldear la dirección de las políticas económicas que no solo los rescataron, sino que también prepararon el terreno para grandes flujos de dinero a sus arcas a costa del sufrimiento de las masas.
Y por supuesto, hay que mencionar que el valor de las acciones de los bancos respondieron de inmediato al anuncio de la firma de la ley- ¡subieron!. Pero de nuevo, ninguno de estos acontecimientos debe sorprender a nadie dado la poderosa influencia que tiene el cabildeo del capital financiero, tanto al nivel nacional de los Estados Unidos como al internacional.
El proyecto de clase del que hablaba el geógrafo David Harvey al analizar al neoliberalismo, donde los capitalistas luchan por aumentar sus pedazos en un pastel que no crece, ha encontrado máxima expresión en momentos donde la ideología del neoliberalismo anda «muerta». La centralización y concentración del capital parece no detenerse, y la recesión a lo que ha llevado es a que las grandes corporaciones despidan millones de empleados, mientras reciben préstamos a bajísimas tasas de interés, y subsidios y exenciones contributivas por parte del estado (Petras, 2010).
La gigantesca redistribución de riquezas del sector trabajador al sector capitalista mediante las políticas del gobierno sugiere que una verdadera solución para el desempleo, pobreza, miseria y explotación que sufren las masas, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, tiene que ser más política que económica. Y es que la economía, como producto del capitalismo, también le sirve de ideología, lo que queda evidenciado en la falta de planteamientos de poder en, no sólo las soluciones que se han adoptado, sino en las que se vislumbran.
Autor: Ian J. Seda-Irizarry ([email protected]). Estudiante graduado en el Departamento de Economía de la Universidad de Massachusetts en Amherst y miembro de los http://losexpatriados.
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