En poco tiempo los líderes políticos chinos enfrentarán un problema mayúsculo con la creciente migración del campo a las ciudades y el aumento en la desigualdad social. La forma que han hallado de enfrentar el fenómeno es con base en el crecimiento de la economía, sostenido por las exportaciones. Aquí está una de las claves del complejo manejo de la política cambiaria de la fábrica del mundo.
Las autoridades chinas tienen, al parecer, una marcada predilección por la ironía. En la víspera de la reunión de los ministros de Finanzas del Grupo de los Siete países más industrializados (G-7) en Washington el pasado 23 de septiembre, Pekín anunció que flexibilizaría su tasa de cambio ante todas las monedas, excepto el dólar.
Dos meses después de la minirrevaluación del yuan, que ameritó alabanzas del mundo industrial, China ha aclarado que no tiene intenciones de adoptar la receta de una tasa de cambio flexible. El 21 de julio el gobierno abandonó formalmente su adherencia a un tipo de cambio fijo con el dólar, tomando en su lugar una canasta de monedas oficialmente secreta, pero probablemente integrada por el dólar, euro, dólar de Hong Kong y yen japonés. Pekín declaró que el yuan podría fluctuar en una franja de 3 por ciento por arriba y abajo del actual valor. De hecho, la apreciación relativa al dólar fue sólo de 2.1 por ciento, pero eso fue suficiente para que analistas y funcionarios públicos pronosticaran similares pasos hacia adelante.
Nadie esperaba que la situación que creó la necesidad de la revaluación la pérdida de trabajos en el resto del mundo, el enorme déficit comercial con China y la necesidad de restablecer un equilibrio financiero en ese país podría ser remediada de inmediato. Pero la esperanza era que el presidente Hu Jintao y el resto de los líderes chinos aceptaran una gradual apreciación de la moneda, con los optimistas hablando de 9 por ciento y los pesimistas de 5.
Fue éste el marco de una reunión entre Hu y el presidente George W. Bush en la Asamblea General de la ONU a principios de septiembre. Sin embargo, apenas pasaron unos días de esa reunión cuando portavoces del banco central chino advirtieron que «especuladores» internacionales esperando una adicional revaluación del yuan «terminarán decepcionados».
Así, unas semanas después era claro que la apreciación de julio fue, desde el punto de vista chino, un acontecimiento especial, dirigido a apaciguar a Estados Unidos (EU), cuyo déficit comercial con China llegará a 200 mil millones de dólares este año.
De hecho, lo que la administración Bush demandaba era «mayor flexibilidad» en el tipo de cambio, dejando que la oferta y la demanda con la «ayuda» de los gobiernos impulsaran una gradual apreciación del yuan, 10 por ciento anual durante dos años. El gradualismo era necesario para evitar una masiva huida de inversionistas asiáticos que mantienen miles de millones de dólares en bonos del Tesoro estadunidense, y al mismo tiempo ir cerrando el déficit comercial. Tal medida permitiría a China enfriar un poco su economía, evitando así presiones y desequilibrios.
En los libros de texto de economía en occidente tal plan parecería muy lógico. Sin embargo, China hizo evidente que tiene poca confianza en las «fuerzas de mercado» para proteger su estabilidad monetaria. Así llegan a su final las esperanzas de EU y la administración Bush de asegurar una solución que requeriría que China aceptara los riesgos que implica adaptarse a un nuevo régimen monetario.
Razones del dragón
Hu y el resto de los líderes chinos probablemente saben que la decisión de no revaluar el yuan implicará, tarde o temprano, un posible choque con el Congreso de EU. Es también probable que tomen en cuenta que una revaluación podría ayudar a enfriar a una sobrecalentada economía, y contribuir así a restituir un balance financiero en el país. Sin embargo, han llegado a la conclusión de que los riesgos derivados de un cambio radical en el régimen cambiario son demasiado altos.
Para entender los motivos Pekín hay que comprender las premisas del «capitalismo desde arriba» promovido por el Partido Comunista Chino (PCCh). La lógica de la política del partido significa un estricto control político sobre la población, y este control es posible solamente por la estabilidad social del país.
De acuerdo con una reciente investigación publicada por el Banco Mundial (BM), durante la próxima década, China deberá crear entre 100 y 300 millones de plazas de trabajo para absorber las oleadas de campesinos que emigrarán a los centros urbanos, a los desempleados y a los jóvenes. Las prioridades del gobierno serían no sólo crear esas plazas, sino incrementar la productividad en industrias tradicionales.
El reciente estudio sobre la economía china, publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), destaca que hacia el final de la década ésta será la primera potencia exportadora del mundo. El informe incluye el acostumbrado llamado a una mayor flexibilidad en el tipo de cambio, pero también contiene parecidas advertencias a las que aparecen en mencionada investigación del BM. La OCDE señala que ha crecido la desigualdad entre ricos y pobres, entre campo y ciudad, y resalta el hecho de que China no podrá a largo plazo controlar la migración a las ciudades por medios legales.
Con base en esta concreta amenaza a la estabilidad de largo plazo la política económica ha sido dirigida al crecimiento acelerado. Los resultados son tangibles, con tasas de crecimiento de 8 y 9 por ciento al año.
Este crecimiento depende de las exportaciones y, por tanto, de un régimen de tasa de cambio que las facilite. Pero el precio que China ha pagado por tal decisión es una tasa de interés mucho más baja de la requerida para mantener el equilibrio económico. Las bajas tasas de interés necesarias para mantener bajo el tipo de cambio frente al dólar han sido un poderoso incentivo a las inversiones, muchas sin justificación económica plena.
Hu y sus camaradas del PCCh han atrapado un tigre por la cola, y no saben exactamente cómo soltarlo. De aceptar las premisas de EU, del Fondo Monetario Internacional y demás organismos de los países ricos, deberían revaluar y tener una más alta tasa de interés. Esto llevaría casi de inmediato a poner de manifiesto la redundancia de una parte del capital chino, llevando a quiebras, despido de obreros y agudos problemas sociales. Por otro lado, seguir en el presente cauce llevaría, tarde o temprano, a una confrontación con los países ricos y a una aceleración de actividades especulativas.
Pekín ha puesto varios paliativos en acción. Algunos podrían disminuir las tensiones entre regiones, como las obras de infraestructura que tratan de conectar el oeste chino con la desarrollada franja costera. Otras, sólo tratan de atenuar el desequilibrio financiero, como un sistema de cuotas de créditos para prevenir inversiones en sectores no prioritarios. Siendo paliativos, no pueden ser verdaderas soluciones a los problemas estratégicos de la economía china.
Bush y su gobierno seguirán proponiendo un ajuste gradual a los tipos de cambio. Esto puede conseguirse si China acepta ampliar poco a poco la franja de fluctuación del yuan. Sin embargo, es evidente que la solución a los dilemas de una estrategia que está llegando a una encrucijada no puede ser sólo de carácter técnico.
Proponer una salida «gradual» al dilema de los tipos de cambio es ignorar los problemas del país. China necesita crear empleos, al tiempo de introducir medidas que hagan posible la redistribución del ingreso, el aumento en los salarios y un crecimiento rápido del consumo interno. China necesita una política que haga posible una migración del campo a la ciudad sin crear los usuales problemas de miseria y pauperización. El país necesita una política que resuelva los desajustes financieros. Al final, es cierto, China necesita un tipo de cambio que tome en cuenta las necesidades de la economía global.