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El capitalismo mundial en crisis

Fuentes: El Militante

Crisis global Vivimos tiempos excepcionales. El pánico financiero en EEUU está provocando olas que amenazan con hundir todo el mundo. Este acontecimiento está transformando rápidamente la conciencia de millones. Ayer, 25 de septiembre, convocó una manifestación el Central Labour Council de Nueva York (federación sindical) y movilizó a unos mil trabajadores, incluidos muchos trabajadores de […]

Crisis global

Vivimos tiempos excepcionales. El pánico financiero en EEUU está provocando olas que amenazan con hundir todo el mundo. Este acontecimiento está transformando rápidamente la conciencia de millones. Ayer, 25 de septiembre, convocó una manifestación el Central Labour Council de Nueva York (federación sindical) y movilizó a unos mil trabajadores, incluidos muchos trabajadores de la construcción, metalúrgicos, peones, fontaneros y trabajadores de la calefacción, además de profesores, trabajadores municipales y otros sectores. El objetivo de la manifestación, convocada con menos de dos días de antelación, era protestar contra el plan del presidente destinado a sacar de apuros a Wall Street con una ayuda de 700.000 millones de dólares de dinero público. Así es como informaba Reuters de la protesta:

«Obreros de la construcción, trabajadores de transporte, mecánicos, profesores y otros sindicalistas se congregaron el jueves a un paso de la Bolsa de Nueva York, para protestar contra la ayuda propuesta por el gobierno de EEUU a Wall Street. Varios cientos de manifestantes mostraron un apoyo entusiasta cuando los dirigentes sindicales desacreditaron el plan propuesto de 700.000 millones de dólares destinado a revigorizar los mercados del crédito aliviando a las instituciones financieras de deudas peligrosas.

«‘La administración Bush quiere que paguemos la carga que supone la ayuda de Wall Street cuando ni siquiera comienza a solucionar las causas raíces de nuestra crisis’, estas son las palabras del presidente nacional del AFL-CIO, John Sweeney. Queremos que los dólares de nuestros impuestos vayan a manos de los millones de trabajadores que viven en Main Street y no una limosna a una banda privilegiada de ejecutivos bien pagados.

«En las pancartas se podía leer ‘No a los cheques en blanco para Wall Street’ y ‘No nos van a arrebatar nuestras pensiones ganadas con el trabajo duro’. Los manifestantes secundaron repetidos llamamientos para que el gobierno gaste el dinero en educación, cuidado sanitario y vivienda igual de libre y fácilmente que se propone hacer con Wall Street. ‘Sabemos que la situación económica debe resolverse’. Pero queremos un rescate responsable, no una ayuda oportunista’, estas fueron las palabras de Randi Weingarten, presidente del sindicato de profesores. ‘Y eso significa, como me dice cada uno de los empresarios, eso debería ser responsabilidad de los profesores, entonces eso también debería ser responsabilidad de Wall Street'».

El ambiente de los manifestantes era de furia, como demuestra la enorme reacción positiva a la convocatoria de una huelga general si el rescate sólo beneficia a los ricos. Este acontecimiento representa el inicio del cambio en la conciencia de la clase obrera, y no sólo en EEUU.

«Única en un siglo»

Lo que ha ocurrido en los mercados financieros durante estos últimos meses no tiene precedente en la historia reciente. Los mismos economistas burgueses que anteriormente negaban la posibilidad de una recesión ahora hablan de la crisis más seria en sesenta años. Alan Greenspan, antiguo presidente de la Reserva Federal norteamericana, ha descrito la actual crisis financiera como probablemente «única en un siglo».

Realmente quieren decir 79 años porque en 1948 no hubo ninguna crisis. Pero los economistas son personas supersticiosas y temen mencionar 1929, como los antiguos israelitas tenían miedo de mencionar el nombre de su dios, por si acaso pudiese ocurrir algo desagradable. Todos están preocupados por la confianza en los mercados, porque ellos creen fervientemente en que la confianza (o su ausencia) es la causa real de los booms y las recesiones. En realidad, los booms y las recesiones tienen su origen en las condiciones objetivas. El ascenso y la caída de la confianza refleja las condiciones reales, aunque pueden entonces convertirse en parte de estas condiciones, ayudando a incrementar el mercado o, como en este caso, a su caída.

En los últimos meses, AIG, Bear Stearns, Fannie Mae, Freddie Mac, Lehman Brothers y Merrill Lynch, empresas antes consideras demasiado grandes como para que fracasaran, todas han entrado en bancarrota y después fueron «rescatadas» por el gobierno, o nacionalizadas. Cuando la población comience a percibir la seriedad de la crisis económica, en la sociedad se preparará un ambiente no visto en muchos años. Esta mañana (26 de septiembre) llegaban noticias del colapso de otro banco norteamericano, el Washington Mutual, cerrado por el gobierno estadounidense. Se trata de la mayor bancarrota de un banco norteamericano y sus activos bancarios fueron vendidos a J. P. Morgan Chase por 1.900 millones de dólares. Es el equivalente financiero a un tsunami devastador, y no ha terminado.

Las estimaciones de los economistas son revisadas constantemente a la baja. Hace seis meses, el Fondo Monetario Internacional calculaba las pérdidas del sector financiero en más de 1 billón de dólares y pronosticaba una profunda recesión de la economía global. La mayoría de los economistas criticaron esta perspectiva por ser demasiado pesimista. Ahora tocan una melodía diferente. Dominique Strauss-Khan escribe lo siguiente en el Financial Times:

«Pero con gran parte de las pérdidas aún no contabilizadas y con la crisis financiera ya agudizada, ha quedado claro que sólo el milagro de una solución sistemática -lucha global contra el aluvión inmediato y amplia para combatir sus causas- permitirá a la economía, en EEUU y globalmente, funcionar con una apariencia de normalidad». (Financial Times. 22/9/2008).

Sí, en realidad, la economía norteamericana ya no funciona con «una apariencia de normalidad». De hecho, está sufriendo un gran frenazo, al menos en lo que concierne a Wall Street. En el momento de escribir estas líneas los mercados financieros en EEUU están prácticamente paralizados a la espera de la confirmación de una gran inversión de dinero gubernamental que las autoridades esperan «restaurará la confianza». El simple hecho de que el «libre mercado» dependa para su supervivencia de ingentes donativos del contribuyente norteamericano es una prueba suficiente de su total bancarrota, en el sentido más literal de la palabra. Aquí está la respuesta final a toda la retórica sobre la «mano invisible del mercado», el espíritu de la empresa privada y todo lo demás. En el momento de la verdad, los valientes empresarios de Wall Street y de la City londinense tienen que ir como los mendigos, con un cazo en la mano, al gobierno y pedir seguridad social. Sólo que estos mendigos son multimillonarios y exigen dinero pero con amenazas.

¿Qué queda de la «apariencia de normalidad» cuando la administración republicana encabezada por un fanático del libre mercado nacionaliza importantes bancos de inversión norteamericanos? ¿O cuando el Tesoro de EEUU concede un gigantesco subsidio de aproximadamente 1 billón de dólares para hacer lo mismo? El domingo, Morgan Stanley y Goldman Sachs renunciaron a permanecer como los dos únicos bancos de inversión independientes y se convirtieron en sociedades «financieras de cartera» para conseguir ampliar el acceso a los depósitos bancarios y apoyo permanente de liquidez por parte de la Reserva Federal. La eliminación de dos de las instituciones más prestigiosas de Wall Street fue una indicación de la extrema seriedad de la crisis. La velocidad con la que Morgan Stanley se fue a Asia en busca de capital subraya lo rápidamente que la riqueza del mundo se aleja de EEUU.

El Congreso vacila y el Secretario del Tesoro norteamericano, Henry Paulson (que, en opinión de algunos comentaristas, es ahora de facto el presidente de EEUU) está furioso. Mientras tanto, los mercados continúan con su caída y nadie puede pararlos. Otro argumento que se puede escuchar insistentemente en el Congreso es: nos estás pidiendo que entreguemos todos estos miles de millones sin controles ni garantías. Aparte del hecho de que se trata de recompensar a los banqueros por su pésima gestión, ¿quién dice que esta medida tendrá el efecto de frenar la caída del mercado?

Es una pregunta excelente a la que ni Paulson ni Bush, ni nadie más, tienen respuesta. Es bastante asombroso ver a los antiguos defensores de la santidad del libre mercado rebuznar ahora por la intervención del gobierno para que salve al mercado de sí mismo. Pero están condenados por su propia lógica, que sólo es la lógica insana de la economía de libre mercado. La actual crisis financiera, que hace mucho fue pronosticada por los marxistas, es el resultado directo del largo período de especulación incontrolada que provocó la mayor burbuja de la historia.

El viernes, cuando el gobierno anunció su plan de rescate de 700.000 millones de dólares para el sector financiero los mercados se regocijaron. Pero después el ambiente se volvió en su contrario cuando el Congreso retrasó la aprobación de esta masiva limosna. Hasta el lunes, el dólar se había mantenido sorprendentemente alto a pesar del torbellino de Wall Street. Pero finalmente cayó debido a la preocupación por el coste del rescate y la frágil situación del sistema bancario norteamericano, disparando el precio de las mercancías en dólares. El dólar perdió un 2 por ciento frente a la cesta de principales divisas, el euro subió un 2,6 por ciento hasta alcanzar los 1,48 dólares.

El precio del petróleo ha adquirido un carácter febril, con violentas subidas y bajadas. Cuando el dólar se devaluó, las bolsas se hundieron y el precio del petróleo volvió a subir después de su abrupta caída previa. El lunes 22 de septiembre subió un 17 por ciento, el mayor aumento diario de su precio jamás visto antes y mayor que durante la invasión de Iraq. Pero el martes el precio del petróleo había caído de nuevo 3 dólares, a 106 dólares el barril, y existen buenas razones para esperar que los precios energéticos sigan bajando. Estos vaivenes violentos sin duda reflejan, por un lado, el movimiento del dólar y, por otro, la actividad de aquellos implicados en la especulación de mercancías. Hasta hace poco, los capitalistas especulaban en el mercado inmobiliario. Cuando este colapsó, buscaron otros sectores para explotar, cualquier otro que pudiera ser más rentable: petróleo, obras de arte, comida. A pesar de todas las quejas y exigencias de regulación, esta especulación no se puede controlar. Es como una hidra: si le cortas la cabeza aparecerán otra docena de cabezas.

Socialismo, para los ricos

Como resultado de las convulsiones económicas y sociales, muchas personas comienzan a cuestionarse la naturaleza de un sistema económico que produce este tipo de abominaciones. Cuando el mismo estado capitalista se ve obligado a nacionalizar instituciones financieras, se comienza a generalizar una idea: ¿para qué necesitamos banqueros y capitalistas privados? Por esta razón, los políticos evitan la palabra nacionalización como le ocurre al demonio con el agua bendita. A toda costa, buscan formas a través de las cuales el estado pueda proporcionar capital a los bancos y que no impliquen la nacionalización. Luchan por inventar nuevas formas de capital que dejen la propiedad y el control en manos privadas. Pero al final, se ven forzados contra su voluntad a tomar posesión de bancos enfermizos para evitar su colapso. Es una acusación irrefutable contra la propiedad privada de uno de los sectores claves de la economía.

Aunque puede parecer una paradoja, no es una coincidencia que el país donde los políticos están gritando más alto contra los pecados del mercado y la codicia de los financieros sea precisamente EEUU. La tierra de la libre empresa, el país donde la psicología del capitalismo ha echado raíces profundas entre la población, es la tierra donde probablemente se da la reacción más profunda en contra de la gran empresa. Este hecho se reflejaba en los discursos de los políticos, sobre todo los candidatos en las elecciones presidenciales. Y el candidato republicano es incluso más elocuente en su retórica que el demócrata. Esto se debe a que le gustaría ganar. McCain ve que existe una reacción contra el salario exorbitante de los consejos de administración de las grandes empresas y la escandalosa especulación de Wall Street, por eso dice lo que a la mayoría de las personas les gusta oír.

¿No resulta grotesco que los empresarios del difunto Bear Stearns amasaran fortunas mientras emprendían estrategias empresariales arriesgadas que han llevado la empresa al colapso? ¿Por qué los contribuyentes norteamericanos, la mayoría de los cuales no tan ricos, tienen que hacer frente a los 700.000 millones de dólares para el rescate de las grandes instituciones financieras? El 30 de septiembre de 2007, el gobierno federal tenía un agujero fiscal de 53 billones de dólares, equivalente a 455.000 dólares por familia y 175.000 dólares por persona. Esta carga aumenta cada año en 6.600-9.900 dólares por norteamericano. El Medicare representa 34 billones de dólares de este déficit y al fondo fiduciario relacionado con el Medicare se le acabará el dinero en diez años. Quienquiera que gane las elecciones presidenciales y quienquiera que controle el Congreso, tendrá que presidir profundos recortes de los niveles de vida. Los mismos capitalistas que han cogido miles de millones del gobierno y de la Reserva Federal están exigiendo mayor control presupuestario, recortes del gasto federal, una reforma amplia (léase reducción) del derecho a la asistencia sanitaria.

No hay dinero para el Medicare ni para escuelas o pensiones para los ancianos. Pero hay mucho dinero para los grandes bancos y ricachones. Esta flagrante contradicción está agitándose en la conciencia de millones de norteamericanos y tendrá consecuencias enormes en el futuro. La pesada carga de la deuda recaerá sobre los hombros de las venideras generaciones que pagarán el precio con caídas de los niveles de vida y recortes del gasto social. Esto inevitablemente provocará un cambio profundo de la conciencia.

Para la opinión pública norteamericana la lección no pasará desapercibida. No hay dinero para escuelas, enfermos o ancianos pero cuando se trata de las grandes empresas (y no hay mayor empresa que la banca) el Estado dispone de un cheque en blanco. Para el sufrimiento de los pobres la administración Bush sólo tiene desprecio. En la tierra de la libertad, todo ciudadano tiene el derecho a enriquecerse, si la gente insiste en ser pobre, ¡es su problema! Que muestren un poco más de iniciativa o si no que se arrastren hacia la zanja y mueran. Ese es el severo mensaje del Mesías republicano del libre mercado. Pero cuando se trata de los super-ricos, George W. Bush demuestra la más sensible preocupación. Pero ya estaba escrito antes: «Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará». (Mateo 13:12).

Ya sabemos que el presidente Bush es un firme creyente en el Libro Sagrado. Pero sospechamos que sus motivos para intervenir en la crisis financiera no están totalmente relacionados con la caridad cristiana, tiene más que ver con la desesperación. La clase dominante en EEUU ve que se está abriendo bajo sus pies un abismo y se ve obligada a adoptar medidas de pánico en un intento frenético de evitar una recesión global. Por eso un fanático del libre mercado como el presidente se ve forzado a lanzar setecientos mil millones de dólares del dinero de los contribuyentes a los bancos.

Esta iniciativa extraordinaria recibió inmediatamente los aplausos del mercado, nacional e internacionalmente. El Grupo de las Siete naciones industrializadas dijo a sus miembros: «bienvenidas las extraordinarias acciones adoptadas por EEUU». Sin embargo, otras naciones dijeron que no veían la necesidad inmediata de crear sus propios fondos para comprar valores en peligro. Los capitalistas de Europa y otras partes estaban prefieren recostarse y dejar que los norteamericanos se esfuercen. Después de todo ¿no eran en primer lugar los responsables de crear este caos? La misma pregunta se hace en EEUU, en cada esquina y en el Capitolio.

El presidente inmediatamente se topó con un problema en el Congreso norteamericano. No es que los y las congresistas estén menos dispuestos a garantizar la supervivencia del capitalismo que el actual inquilino de la Casa Blanca, pero están aún más dedicados a su propia supervivencia. El problema es que sienten la creciente reacción que existe contra el capitalismo, el mercado, los banqueros, Wall Street y todas sus acciones. La inmensa donación (eso es lo que es) habla por sí sola. Significa que se cogerá del bolsillo de cada contribuyente estadounidense el equivalente a 9.400 dólares y se depositarán en las cuentas de las mismas personas que provocaron la crisis financiera. Este hecho por sí solo sirve para aclarar estupendamente las ideas de los miembros del Congreso, especialmente cuando las elecciones están a la vuelta de la esquina.

Los Demócratas han estado pidiendo una segunda ronda de medidas para recuperar la economía norteamericana, centrada en estimular el gasto en infraestructura, ayuda a costear la factura energética de los hogares y posiblemente más cheques descuento para los consumidores. Pero la administración y muchos republicanos se resisten. ¿Dinero para los banqueros? ¡Por supuesto! ¿Dinero para los norteamericanos corrientes? ¡La cuenta está al descubierto! Esto es demasiado para las almas amables del Capitolio que gastan todo su tiempo en vigilar los intereses de la nación.

El ambiente en el Congreso fue tenso, los congresistas se gritaban y casi llegan a las manos. ¿Alguien puede recordar este tipo de escenas en el Capitolio? Entonces ¿cómo hay quien no puede ver a EEUU en una situación de debacle económica? ¿Puede alguien recordar a la población norteamericana en esta situación de rebelión y furia? La razón del comportamiento de los congresistas es que sienten las llamas queman ya sus traseros.

Cualquier cosa que hagan estará equivocada. Si firman el acuerdo se ganarán el odio de millones de estadounidenses. Una mujer, entrevista la noche pasada por la televisión británica, cuando le preguntaron qué pensaba sobre el plan de rescate respondió desconsoladamente: «Acabo de salir de un turno de once horas y trabajo 60 horas semanales. ¡Ahora quieren coger 2.300 dólares de mi salario para dárselo a los banqueros!» Esta debe ser la actitud típica de millones de personas corrientes en EEUU. Pero si se niegan a firmar, provocarán una caída aún más profunda de las bolsas en EEUU y con ello la amenaza de un colapso total en las líneas de 1929. En otras palabras, estarán entre la espada y la pared.

Pesimismo de la burguesía

La burguesía sufre de ataques maniaco depresivos periódicos, pasando rápidamente del optimismo extremo al abismo de la desesperación. En ambos lados del Atlántico, donde anteriormente había «exuberancia irracional», ahora hay oscuridad y condena. Siempre fue así: la burguesía siempre se balancea entre los dos extremos del carácter maniaco depresivo. En determinado momento la fiesta está en plena efervescencia y consiguen enormes fortunas, al momento siguiente, todo se desinfla y abunda la miseria. Cuando llega finalmente el colapso es como la mañana después de una fiesta salvaje. La noche antes, la gente está feliz embriagada sin preocuparse por el mundo. Ahora, con la fría luz del día la historia es diferente. Hombres y mujeres son terriblemente conscientes de los excesos de la noche anterior, juran con solemnidad que nunca volverán a beber, y son bastante sinceros, hasta la siguiente fiesta.

El colapso ignominioso del último boom especulativo no es una excepción a la norma general. Es destacable sólo por la profundidad de la tristeza, que sólo es un reflejo de las cotas vertiginosas desde las que ahora están cayendo. Sencillamente fue el mayor boom especulativo de la historia (o burbuja). Fue mucho más grande que el boom que precedió al colapso de Wall Street. A pesar de la severidad obvia de la crisis, los economistas burgueses aún intentan confortarse con el pensamiento de que las cosas podrían haber sido mucho peores. Recientemente el Financial Times comentaba:

«La Gran Depresión comenzó hace menos de 80 años pero, para ser sinceros, estamos en un siglo diferente. Sea o no la peor crisis a la que se enfrentará el mundo entre este momento y el año 2099, lo destacable es el hecho de que no haya sucedido nada tan malo como la Gran Depresión entre los años treinta y el momento actual». Este comentario es interesante por dos cosas: las mismas personas que durante años han estado negando cualquier posibilidad de una repetición de 1929 y la Gran Depresión ahora, sin inmutarse, dicen que no sólo es posible, sino que lo destacable es que no haya ocurrido aún.

Dominique Strauss-Kahn escribe: «[…] y por qué no ha ocurrido, al menos aún, en la economía general, el comienzo de una severa recesión. Quizá fue la ausencia de esta última lo que llevó a muchos a tranquilizarse considerando el pinchazo de la burbuja inmobiliaria como una corrección, los impagos de las hipotecas subprime norteamericanas como una desgracia y el fracaso de importantes instituciones financieras como un daño colateral». (Ibíd).

La caída de los precios durante una crisis simplemente compensaba su anterior inflación, en ese sentido se puede hablar de una «corrección». Sin embargo, nosotros hace tiempo dijimos cómo los economistas burgueses han cambiado repetidamente la terminología que describe una recesión económica para que parezca algo menos serio. En determinado momento utilizaron la palabra pánico, después crisis, hasta que finalmente han llegado a corrección. Después de todo, si aceptamos los milagrosos poderes sanadores del mercado, que por arte de magia se regula sin ninguna participación humana consciente, ¿cómo se puede objetar la «autocorrección» del mercado?

Sobre este tema escribimos lo siguiente en Perspectivas Mundiales 2008:

«Se podría decir lo mismo sobre un terremoto: también se puede presentar como una ‘corrección’ necesaria que simplemente reajusta la corteza terrestre. Finalmente, todo vuelve a la normalidad y la vida continúa como antes. Pero este análisis reconfortante no tiene en cuenta la terrible estela de daños provocada por el terremoto: pueblos que desaparecen, árboles arrancados, cosechas destruidas, miles de muertos y heridos. Además, la vida normal no se recupera tan fácilmente después de un terremoto. Algunos pueden ser tan devastadores y dejar tal reguero de destrucción que los efectos se sienten durante años».

Estas líneas describen con precisión las consecuencias de esta «corrección».

La dictadura del capital financiero

Nuestra época es la del capitalismo monopolista, una de las características es el dominio completo del capital financiero. Este dominio en EEUU y Gran Bretaña ha llegado más lejos que en cualquier otro país importante. Gran Bretaña, el antiguo taller del mundo, se ha transformado en una economía rentista parasitaria que produce muy poco y está dominada por las finanzas y los servicios. Hasta hace muy poco esto representaba algo positivo que podía proteger a Gran Bretaña frente a la turbulencia de la economía mundial. Pero se ha convertido en su contrario. Al seguir de manera servil el modelo norteamericano, Gran Bretaña se ha visto arrastrada hacia la recesión siguiendo los pasos de EEUU y probablemente se verá peor afectada. Como un gusano parásito, engorda a costa del resto del organismo anfitrión, el sector financiero se ha hecho demasiado grande con relación a la economía, minando su fortaleza y amenazado con socavarlo completamente.

Es una proposición elemental que todo lo que sube debe bajar. Durante años la economía norteamericana parecía desafiar las leyes de la gravedad económica. Ahora debe pagar el precio. La caída ha llegado, y es más abrupta por la altura vertiginosa que alcanzó debido a la especulación en el sector inmobiliario durante el período que la precedió. Ya es mucho más intensa que la caída de los precios inmobiliarios en la Gran Depresión. En el primer trimestre de 2008 los precios inmobiliarios en EEUU cayeron oficialmente un 14,1 por ciento. Por contraste, en 1932, en el momento bajo de la depresión, los precios inmobiliarios cayeron un 10,5 por ciento. Además, estas cifras no reflejan la seriedad real de la situación. Algunos economistas sitúan la cifra de la caída de los precios inmobiliarios durante el primer trimestre en el 16 por ciento en términos reales. Y la caída de los precios inmobiliarios está lejos de haber terminado.

Esto significa que las enormes sumas de dinero que van a regalar a los banqueros no tendrán el efecto de detener la caída, o en el mejor de los casos pueden sólo tener un respiro temporal antes de nuevas y más profundas caídas. Esta es la lógica del mercado que no obedece a ninguna ley excepto a él mismo. Los supuestos planes de estabilización no son nada parecido. Todo lo que se habla de regular los mercados es una estupidez. El sistema capitalista es anárquico por naturaleza. No se puede planificar ni regular. El intento de estabilizar el sector financiero inyectando grandes cantidades de efectivo sólo conseguirá enriquecer aún más a los ya mega-ricos. Pero no tendrá un efecto duradero sobre el mercado.

La insolencia de los banqueros es bastante asombrosa. Exigen al gobierno que compre sus deudas malas, mientras ellos se quedan con los valores rentables. Nadie sabe cuál es el valor real de estos activos. Un viejo refrán dice que nunca se puede comprar a ciegas. Es un consejo acertado, pero se espera que el gobierno entregue una inmensa cantidad de dinero a la burguesía sin mirar lo que hay en el paquete. La crisis del sistema bancario es el resultado de una estafa masiva en la que todos los banqueros han participado alegremente durante las últimas dos décadas. Se han hecho fabulosamente ricos pero ahora han dejado una enorme cantidad de deuda y capital ficticio en los libros de cuentas de las instituciones financieras. ¿Cómo resolver este pequeño problema? ¡Fácil! Pasar la factura al contribuyente. El gobierno crea una agencia para comprar estos valores y los mantiene hasta que «maduren» y se puedan vender al sector privado. Esto significa nacionalizar las pérdidas y privatizar los beneficios o, por utilizar una maravillosa expresión de Gore Vidal, socialismo para el rico y economía de libre mercado para el pobre.

Los capitalistas pretenden que también ellos están haciendo sacrificios, pero lo que quieren decir es que sacrifican unos pocos de sus inflados beneficios, mientras que los trabajadores sacrifican su vida y casa. Los banqueros gritan con dolor y los gobiernos corren con un cheque en blanco en sus manos. Esto se conoce como «provisión de liquidez». El problema es que el Estado no posee liquidez alguna. Sólo puede conseguir el dinero de los contribuyentes. Pero los impuestos reducen la demanda, algo que ya está cayendo en EEUU. Esto podría temporalmente aliviar el «sufrimiento» de los super-ricos, pero sólo a costa de incrementar el sufrimiento de millones de estadounidenses corrientes. Eso, en sí mismo, no sería nada preocupante, por supuesto, ya que el destino de todos los norteamericanos patriotas es sufrir por la gran causa del mercado. Desgraciadamente, esto tendrá efectos más serios en la economía.

Un nuevo recorte de la demanda aumentará el desempleo. Las empresas entrarán en bancarrota. Más personas no podrán pagar sus hipotecas y deudas de la tarjeta de crédito, profundizará la crisis y será más difícil de resolver. Además, EEUU es los años recientes ha pasado de ser la nación acreedora más grande del mundo a ser el mayor deudor mundial. La compra por parte del gobierno de valores sin valor e inyecciones de capital en las instituciones financieras aumentará enormemente este endeudamiento colectivo. Provocarán una nueva caída del valor del dólar con relación a otras monedas y esta situación consiguientemente causará más convulsiones en los mercados monetarios mundiales.

Los bancos centrales se supone que deben evitar vigilar a los bancos e instituciones financieras para garantizar a los depositarios que sus depósitos bancarios están a salvo, y proporcionar la liquidez en las instituciones financieras frente a daños colaterales. Pero los recursos de los bancos centrales tienen un límite y se está alcanzado muy rápidamente. Probablemente ya han hecho más de lo que podían hacer. En el caso de una nueva crisis bancaria no podrán hacer nada. Como nadie tiene la más mínima idea de a cuánto ascienden las deudas malas que están envenenando el sistema financiero mundial, esta crisis en el próximo período es inevitable. Más pronto que tarde terminará en el colapso de uno u otro de los bancos importantes, que puede provocar una conmoción letal en toda la economía mundial, como ocurrió con el colapso del banco austriaco más grande, el Kredit-Anstalt, en mayo de 1931. Esto sucedió dos años y medio después del crack de Wall Street en EEUU y marcó el principio del colapso financiero de Europa Central y después más allá. Es totalmente posible que veamos algo similar en el próximo período.

Marx sobre el capital ficticio

La escasez de dinero no es la causa de la crisis, al contrario, la crisis es la que provoca escasez de dinero. Los economistas burgueses, con su mentalidad de banqueros, confunden la causa con el efecto, la apariencia con la esencia. Cuando la economía entra en crisis, el crédito se agota y la gente exige en su lugar dinero en metálico. Este es el efecto de la crisis, pero a su vez se convierte en causa, reduciendo la demanda y creando una espiral descendente.

Los banqueros y sus amigos en el gobierno insisten en que la causa de la crisis es que el sistema financiero tenía demasiado poco capital. Es una declaración asombrosa. Durante las últimas dos décadas se ha visto un enorme carnaval rentable donde los bancos han conseguido ingentes beneficios. ¡Ahora dicen que no tienen suficiente capital! En realidad, durante el boom hubo en circulación una enorme cantidad de préstamos y esta superabundancia de capital demostraba por sí misma los límites de la producción capitalista. Había enormes sumas de capital disponible para la especulación que no podían encontrar una salida y la burguesía tuvo que encontrar otra forma de utilizarlo.

Marx señaló hace mucho tiempo que el ideal de la burguesía era hacer dinero del dinero, sin tener que pasar por el proceso doloroso de la producción. En el último período parecía que habían conseguido esta idea (excepto en China donde sí ha habido un desarrollo real de las fuerzas productivas). En EEUU, Gran Bretaña, España, Irlanda y en muchos otros países, los bancos invirtieron billones en especulación, sobre todo en el sector inmobiliario. Este se basó en el escándalo de las hipotecas subprime y floreció, generando cantidades inimaginables de capital ficticio.

Ya en la época de Marx existían grandes cantidades de capital circulando, este es capital que forma la base del capital ficticio. En aquella época también hubo estafas crediticias, el equivalente a los actuales derivados. Sin embargo, cuando se compara con la situación actual palidece todo el significado de especulación. La cantidad total de especulación a escala global es pasmosa. Tomemos sólo un ejemplo: los credit default swap. Este mercado permite que dos partes apuesten sobre la probabilidad de que una empresa incumpla el pago de su deuda. Ha pasado a 90 billones de dólares las cantidades ficticias aseguradas. Es decir, probablemente más que el doble del crédito pendiente de pago en el mundo. Pero los contratos no están anotados en ninguna parte excepto en los libros de los socios. Nadie sabe el volumen real de la transacción, por lo tanto, eso expone a la economía mundial a un enorme riesgo. Eso explica el pánico en Wall Street y en la Casa Blanca. Temen, correctamente, que cualquier vaivén severo pueda derribar todo el edificio inestable de las finanzas internacionales, con consecuencias difíciles de prever.

Incluso en el siglo XIX, en la cima del boom, cuando el crédito era fácil y la confianza aumentaba, la mayoría de las transacciones se hacían sin ningún dinero real. Al principio de cada ciclo hay abundancia de capital y los tipos de interés son bajos. El tipo de interés bajo estimula los beneficios de las empresas en el primer momento del ciclo y anima el crecimiento. Más tarde el tipo de interés alcanza su nivel medio en el momento álgido de prosperidad. Aumenta la demanda de crédito y por tanto los tipos de interés en el pico de un boom deberían subir, pero en el último boom no ha ocurrido así.

En los años recientes la Reserva Federal ha aplicado una política de mantener deliberadamente bajos los tipos de interés (en una etapa fueron incluso negativos en términos reales, considerando el nivel de inflación). Se trataba de una irresponsabilidad desde un punto de vista capitalista. Creó una burbuja inmobiliaria y de este modo se pusieron las bases para la crisis actual. Pero en la medida que se conseguían grandes beneficios y los inversores estaban felices a nadie le importaba. Todos se unieron contentos a este loco carnaval de rentabilidad. Los banqueros más respetables y los economistas más doctos unieron sus manos y bailaron al coro de: «Come, bebe y se feliz, ¡mañana estaremos muertos!»

La razón por la que ahora se quejan de que no tienen un capital insuficiente es porque una gran parte de sus activos son ficticios, el resultado de una estafa sin precedentes en todo el sector financiero. Mientras el boom continuaba a nadie le importaba. Pero ahora que el boom se ha terminado, todos estos activos están bajo sospecha. Los banqueros, que ayer estaban dispuestos a comprar grandes cantidades de deuda de los demás, ya no están dispuestos a hacerlo. La desconfianza y la sospecha se han generalizado. El viejo optimismo acomodadizo se ha sustituido por una actitud tacaña a la hora de prestar y tomar prestado. Todo el sistema bancario, del que depende la circulación de capital, está a punto de paralizarse.

A menos y hasta que los malos activos sean eliminados, muchas instituciones carecerán del capital necesario para extender el crédito fresco en la economía. Marx hace mucho que describió esta etapa del ciclo:

«La convertibilidad de las letras de cambio sustituye a la metamorfosis directa de las mercancías, tanto más cuanto que precisamente en estos períodos aumenta el número de las casas comerciales que trabaja simplemente a crédito. Y una legislación bancaria ignorante y al revés, como la de 1844-45, puede contribuir a acentuar todavía más la crisis.

«En un sistema de producción en que toda la trama del proceso de reproducción descansa sobre el crédito, cuando éste cesa repentinamente y sólo se admiten los pagos al contado, tiene que producirse inmediatamente una crisis, una demanda violenta y en tropel de medios de pago. Por eso, a primera vista, la crisis aparece como una simple crisis de crédito y de dinero. Y en realidad, sólo se trata de la convertibilidad de las letras de cambio en dinero. Pero estas letras representan en su mayoría compras y ventas reales, las cuales, al sentir la necesidad de extenderse ampliamente, acaban sirviendo de base a toda la crisis. Pero, al lado de esto, hay una masa inmensa de estas letras que sólo representan negocios de especulación, que ahora se ponen al desnudo y explotan como pompas de jabón; además, especulaciones montadas sobre capitales ajenos, pero fracasadas; finalmente, capitales-mercancías depreciadas o incluso invendibles o un reflujo de capital ya irrealizable. Y todo este sistema artificial de extensión violenta del proceso de reproducción no puede remediarse, naturalmente, por el hecho de que un banco, el Banco de Inglaterra, por ejemplo, entregue a los especuladores, con sus billetes, el capital que les falta y compre todas las mercancías depreciadas por sus antiguos valores nominales. Por lo demás, aquí todo aparece al revés, pues en este mundo hecho de papel no se revelan nunca el precio real y sus factores, sino solamente barras, dinero metálico, billetes de banco, letras de cambio, títulos y valores. Y esta inversión se pone de manifiesto sobre todo en los centros de que se condensa todo el negocio de dinero del país, como ocurre en Londres; todo el proceso aparece como algo inexplicable, menos ya en los centros mismos de producción». (Carlos Marx. El Capital. Volumen III. Capítulo XXX. Capital dinero y capital efectivo).

Los capitalistas deben sacar todo este capital ficticio del sistema. Como un hombre cuyo cuerpo ha sido envenenado o un drogadicto que lucha contra los efectos de su adicción, deben expulsar el veneno del organismo o perecerán. Pero es un proceso doloroso y crea nuevos peligros para el organismo. Cuando el sistema se reduce y el crédito se agota, los capitalistas retiran de circulación sus deudas. Aquellos que no pueden pagar entrarán en bancarrota. Como resultado crece el desempleo y esto, a su vez, reduce la demanda, provocando nuevas bancarrotas y nuevas deudas que no se pueden pagar. De esta manera, todos los factores que impulsaron la economía hacia adelante durante el último período se vuelven en su contrario.

Bancarrota de la economía burguesa

Los economistas se aferran insistentemente a la vieja ilusión de que era imposible una recesión mundial, que habían aprendido las lecciones del pasado (como un borracho aprende la lección después de la resaca). Decían que la crisis financiera se limitaría sólo a EEUU, que la economía norteamericana de alguna manera se «desacoplaría» del resto del mundo (así contradecían todo lo que antes habían dicho sobre la globalización), que Europa y China se convertirían en las nuevas fuerzas motrices de la economía mundial y así otras cosas por el estilo.

¡Qué vacíos suenan hoy estos argumentos! Los precios de los bienes raíces están cayendo globalmente. La economía global se está desacelerando. Las economías europeas ya están apreciablemente desaceleradas y, con la inevitabilidad de nuevos fracasos bancarios y la escasez de capital disponible y crédito, este proceso continuará. Es verdad que las llamadas economías emergentes han continuado su crecimiento, pero es impensable que puedan permanecer apartadas de la crisis general cuando la afluencia de capital se agota y los precios de las mercancías retroceden. Por supuesto, este proceso tardará un tiempo y será desigual. Algunos países entrarán más pronto en crisis, otros más tarde. Pero al final, todos se verán arrastrados.

Es indiferente en qué país comience la crisis, lo principal es que en las condiciones modernas ésta pasará de un país y continente a otro. En este caso comenzó en EEUU, que es el país que había llevado hasta su máximo extremo la manía crediticia. Pero poco después, y contra todos los pronósticos de los economistas, se extendió a Irlanda, España, Gran Bretaña y a toda Europa. Sus repercusiones alcanzarán a América Latina, Asia y África. Un país detrás de otro caerá como si se tratara de un dominó. China no escapará aunque por el momento sigue avanzando.

En una crisis los capitalistas están obligados a recurrir a medidas extraordinarias para acaparar una parte del mercado mermado. Recurren a la venta con descuento, al dumping y otros métodos para socavar a sus competidores. Con eso, agravan la crisis porque fomentan una espiral deflacionaria descendente. La gente retrasa sus comprar a la espera de precios más bajos y de esta manera empujan los precios aún más a la baja. Vemos este fenómeno más claramente en el mercado inmobiliario.

El contagio se extiende como una epidemia incontrolada de un país a otro. Será evidente que cada país ha sobre-exportado (es decir, sobreproducido) y también sobre-importado (sobre-comerciado). (Ver El Capital. Volumen 3. p. 481. En la edición inglesa). Será evidente que cada uno de ellos ha estirado el crédito demasiado y avivado las llamas de la inflación y la especulación, que ahora deben extinguirse, no importa a qué costa. Es decir, no es cuestión de este o ese país, de este o ese banco, de este o ese especulador individual, sino del propio sistema. Es verdad que ninguna recesión dura eternamente. A largo plazo, se alcanzará un nuevo equilibrio, los precios se estabilizarán, se restaurará la rentabilidad y comenzará un nuevo ciclo. Pero no hay ningún síntoma de esto a la vista. La crisis aún no ha terminado, apenas acaba de comenzar. Nadie sabe cuándo terminará. Y, de cualquier manera, como dijo Keynes, «a largo plazo todos estaremos muertos».

Es fácil ser sabio después que han pasado los acontecimientos. Los economistas burgueses son excelentes pronosticando las cosas cuando ya han ocurrido. En este aspecto se parecen a los autores de Viejo Testamento que pronosticaban con una precisión infalible acontecimientos históricos que habían ocurrido varios cientos de años antes. La gente crédula como los testigos de Jehová están muy impresionados por ello, lo citan como una prueba de la inspiración divina de la Biblia. Otros, de una persuasión más escéptica y científica, dan la bienvenida a estas «predicciones» con grandes carcajadas. Las mismas personas que ridiculizaban a los marxistas y nos aseguraban que no habría ya crisis, ahora gimen y agitan las manos. Nos dicen que es la crisis más profunda desde los años treinta, y esperan que nadie se dé cuenta de la flagrante contradicción entre esto y lo que decían sólo ayer.

La realidad es la siguiente: que durante los últimos veinte o treinta años los economistas burgueses no han comprendido nada, no han anticipado ni previsto nada. Han sido incapaces de pronosticar los booms ni las recesiones. Han pasado décadas intentando convencernos de que el ciclo económico había desaparecido, que el desempleo de masas era algo del pasado, que el monstruo de la inflación se había domesticado, y así otras cosas por el estilo. Todos los políticos reformistas, naturalmente, aceptaban este sinsentido como una moneda buena. El Gran Bretaña, Gordon Brown alardeaba: «El ciclo de boom y recesión ha desaparecido». Ahora ha tenido que tragarse sus palabras porque la economía británica se desliza hacia la recesión. Todo esto demuestra que la economía burguesa no es adecuada para nada excepto para justificar un sistema degenerado y en bancarrota.

Lo que nosotros pronosticamos

Comparemos las perspectivas de los marxistas con las que trazó la burguesía. En contraste con los economistas burgueses que cometieron el grave error de creer su propia propaganda, la corriente marxista explicó la realidad de la situación en el documento Al final de la navaja: perspectivas para la economía mundial¸ escrito en 1999, escribimos lo siguiente:

«En el pasado se decía que el papel de la Fed era llevar el cuenco de ponche cuando la fiesta estaba en pleno apogeo. Pero ya no es este el caso. Mientras públicamente hablan de cara a la galería de fidelidad y austeridad, Alan Greenspan tolera la formación de la mayor orgía de especulación financiera de la historia, aunque debería ser consciente de los peligros que ello implica. Es como el emperador Nerón, que se divertía mientras Roma se quemaba. En realidad, subiendo los tipos de interés un miserable cuarto de punto, ha echado más leña al fuego de la especulación bursátil. De esta forma, el viejo dicho de ‘a quién los dioses desean destruir, primero le vuelven loco’ es totalmente correcto».

Y seguimos leyendo:

«Las barreras fundamentales para el desarrollo de las fuerzas productivas en la época moderna son la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Sin embargo, durante un tiempo el sistema pudo superar parcialmente estas barreras por una serie de medios, como el desarrollo del comercio mundial y la expansión del crédito. Hace tiempo Marx explicó el papel del crédito en el sistema capitalista. Es un medio a través del cual el mercado puede ir más allá de sus límites normales. En el mismo sentido la expansión del comercio mundial puede proporcionar una salida durante un tiempo, a costa de preparar una crisis catastrófica aún mayor en el futuro:

«‘La producción capitalista está ocupada constantemente en el intento de superar sus barreras innatas, pero superarlas por medios que luego harán que estas mismas barreras adquieran un tamaño formidable. La barrera real de la producción capitalista es el propio capital'» (El Capital, vol. 3).

«El circuito de la producción capitalista depende entre otras cosas del crédito. La solvencia de un eslabón de la cadena depende de la solvencia del otro. La cadena se puede romper por numerosos puntos. Más pronto o más tarde, el crédito debe saldarse en efectivo. Con demasiada frecuencia aquellos que se endeudan durante el proceso de auge capitalista se olvidan de este hecho. En la primera fase de expansión capitalista, el crédito actúa como un estímulo de la producción: ‘el desarrollo del proceso productivo se alarga por el crédito, y éste conduce a una extensión de las operaciones comerciales o industriales’ (El Capital, vol. 3).

«Ésta es sólo una cara de la moneda. La rápida expansión del crédito y la deuda empuja el mercado más allá de sus límites normales, pero en un cierto momento esto vuelve a su posición original. Durante el boom el crédito parece no tener límites, como el Cuerno de la Abundancia de la antigua mitología griega. Pero tan pronto como aparece la crisis la ilusión se desvanece. Los reembolsos se retrasan, las mercancías no se venden en los mercados ya abarrotados y los precios caen. El desarrollo del mercado mundial no altera este proceso fundamental, salvo en que cuando se manifiesta lo hace con un alcance inmensamente mayor. La acumulación de deudas en última instancia hace más profunda y más prolongada la crisis de lo que hubiera sido de otra forma. La reciente historia de Japón es más que suficiente para confirmar esto. Después de una década de boom, caracterizada por el aumento rápido de los precios de los activos y las acciones, la burbuja estalló finalmente debido a un marcado aumento de los tipos de interés. La situación fue muy similar a la de EEUU en la actualidad. El 25 de diciembre de 1989, el Banco de Japón subió los tipos de interés causando una profunda caída de la Bolsa, pero como los precios de la tierra aún continuaban subiendo fue necesario una nueva subida de los tipos de interés. En total los tipos subieron un 6% y a final de año los precios de las acciones cayeron al 40%. A pesar de todo el Banco de Japón mantuvo los tipos de interés elevados, medida entonces alabada por los economistas, que destacaron el prudente manejo de la economía por parte de la entidad japonesa. El resultado fue prolongar la recesión durante una década.

«Con la globalización y la abolición de las restricciones al crédito y las transacciones financieras, el alcance de la expansión nunca antes fue tan grande, ni tuvo el potencial para un crash a escala mundial. Sin embargo la crisis no se origina por el capital ficticio, por las estafas de la Bolsa y el uso excesivo del crédito. Marx lo explica en el tercer volumen de El Capital:

«‘También ignoramos estas falsas transacciones y especulaciones que favorece el sistema crediticio. Una crisis sólo se puede explicar como resultado de una desproporción en la producción entre el consumo de los capitalistas y su acumulación. La sustitución del capital invertido en producción depende en gran medida del poder de consumo de las clases no productivas; mientras, el poder de consumo de los trabajadores está limitado, en parte por las leyes salariales, en parte por el hecho de que son utilizados en la medida que son rentables para la clase capitalista. La razón última para todas las crisis reside en la pobreza y el consumo restringido de las masas frente al vigor de la producción capitalista en desarrollar las fuerzas productivas como si existiera sólo un poder de compra absoluto de la sociedad y éste fuera su límite'» (El Capital, vol. 3)

«La expansión del comercio mundial y la apertura de nuevos mercados en Asia también proporcionaron un estímulo temporal, pero sólo a costa de provocar un colapso incluso mayor». (Fundación Federico Engels. Marxismo Hoy. Nº 7)

Estas líneas fueron escritas hace casi una década, cuando la aplastante mayoría de los economistas burgueses aún negaban la posibilidad de una recesión mundial. Así que tenemos todo el derecho a preguntar: ¿Quién comprendió mejor los procesos de la economía mundial y quién hizo predicciones correctas? ¿Los economistas burgueses o los marxistas?

¿Puede China salvar al mundo?

Hay un viejo refrán que dice que un hombre ahogándose se agarra a una paja. La burguesía y sus apologistas, alarmados por la profundidad de la crisis, buscan alrededor una paja que les salve de hundirse más. Hasta hace poco sus esperanzas descansaban en Asia, China en particular. Pero la economía china ahora está empotrada firmemente al mercado mundial y reflejará toda su volatilidad. Un reciente artículo de Geoff Dyer en el Financial Times llevaba el elocuente título: La carga de Pekín. Una desaceleración de China es un mal agüero para la economía mundial.

A pesar de la recesión en EEUU, las exportaciones han continuado creciendo con fuerza, expandiéndose un 22 por ciento durante los primeros ocho meses de 2008. Parte de la explicación es que las empresas chinas han seguido encontrando nuevos mercados para sus productos en otras economías en desarrollo que experimentan un auge económico. Pero esto sólo retrasa lo inevitable. Después de la crisis en Wall Street y el estancamiento en Europa y Japón, los inversores comienzan a preguntarse si China podría entrar también en crisis. Después de cinco años de rápido crecimiento, la economía china muestra incluso ahora claramente una desaceleración. Una tasa de crecimiento inferior al ocho por ciento tendría grandes implicaciones para China y la economía global. Los economistas también están preocupados por el sector bancario en China.

Ya hay síntomas de problemas en el mercado exportador. La industria de prendas de vestir en Guangdong sufre una intensa tensión. Según las estadísticas provinciales, las exportaciones de prendas de vestir y accesorios de enero a julio cayeron un 31 por ciento respecto al mismo período del año pasado, a 13.300 millones de dólares. Las exportaciones de productos plásticos, juguetes y lámparas también están estancadas o descendiendo. Esto ha coincidido con una demanda débil de EEUU, donde las ventas al por menor cayeron en julio y de nuevo en agosto. El crecimiento global de las exportaciones de Guangdong a EEUU cayó al 6,3 por ciento durante los primeros siete meses de este año. Eso no puede ser una coincidencia.

Un euro fuerte y un 27 por ciento de aumento de las exportaciones de Guangdong a Europa han compensado un dólar débil y el hundimiento del mercado norteamericano. Pero ahora es evidente la profunda y creciente contracción en Europa, que también es uno de los mercados más grandes de China. Esto finalmente tendrá un impacto sobre las exportaciones chinas. «Esto podría ser la calma que precede a la tormenta», dice Stephen Green, un economista de Standard Chartered de Shanghái.

Son cada vez mayores las preocupaciones por el mercado inmobiliario, que ha sido uno de los principales componentes del boom de inversión de la economía china durante los últimos años. Las ventas han caído y la superficie en construcción cayó en agosto, mientras que la producción de acero, cemento y aires acondicionados fue plana o bajó en ese mes, otro síntoma de actividad débil. Los analistas dicen que las hipotecas aprobadas también han caído profundamente en los últimos meses. «Creemos que la probabilidad de un desastre del sector inmobiliario en China es elevada», dice Jerry Lou, un analista de Morgan Stanley en Shanghai.

Si el mercado inmobiliario cae a lo largo del próximo año eso tendrá serias consecuencias para el sector bancario. Si el crecimiento del producto nacional bruto cae muy por debajo del 8 por ciento el próximo año, eso causaría una caída aún más profunda de los precios inmobiliarios, acompañada de un colapso de la inversión en el sector privado. Las consecuencias sociales y políticas serían considerables.

Hay signos de advertencia en otras partes de la economía. El crack en el mercado bursátil ha tenido un efecto negativo sobre la confianza del consumidor. Este año ha caído mucho la tasa de aumento de los ingresos urbanos. Las ventas de automóviles han caído el mes pasado un 6 por ciento y los viajes en avión también han sido bastante más bajos este verano. Gome, el vendedor al por menor de electrónica más grande del país, dijo que las ventas por metro cuadro en sus tiendas han caído un 3 por ciento en el segundo trimestre.

El gobierno ha bajado los tipos de interés, eso indica que teme una crisis. Sin embargo, su margen de maniobra en la política monetaria es limitado por el miedo a que reaparezca la inflación, ésta alcanzó su tasa máxima de un 8,7 por ciento en febrero, antes de que cayera al 4,9 por ciento en agosto. Zhou Xiaochuan, jefe del banco central, dijo este mes: «La inflación en realidad se ha desacelerado durante los últimos meses, pero no podemos relajarnos porque la tasa puede rebrotar».

Una recesión en China, o incluso una desaceleración seria del crecimiento, tendría un efecto muy serio sobre el mercado mundial, comenzando con los países productores de mercancías en África, Oriente Medio y América Latina. Los precios del cobre, por ejemplo, han caído un 23 por ciento en los dos últimos meses, en parte debido a los temores sobre el consumo chino del metal, que ha caído más de la mitad este año.

Vividores y especuladores

Existe furia y hostilidad crecientes hacia «le mercado», es decir, hacia el capitalismo. Como reacción a este ambiente, políticos burgueses como Alec Salmond del Partido Nacional Escocés, intenta dirigir la rabia de la opinión pública fuera del propio capitalismo y hacia un sector específico de la clase capitalista, los «vividores y especuladores» de las altas finanzas.

De repente, se ha puesto de moda entre los políticos condenar a estos misteriosos individuos que se han sentado sobre venerables instituciones como el Banco de Escocia. Esta respetable entidad, nos dicen, ha estado presente durante trescientos años y ha sobrevivido a la Guerras Napoleónicas, al crack de Wall Street y a la primera y segunda guerra mundial, sólo para ser destruido por una banda de tiburones codiciosos con trajes de diseño y gafas oscuras. Este tipo de «explicación» no dice nada en absoluto. ¿Cómo un pequeño número de ávidos individuos posee un poder tan fenomenal? ¿Quiénes son estas personas? ¿Cuáles son sus nombres? ¿Dónde viven? Nadie lo sabe. Pero siempre es útil en una crisis poder culpar a alguien y si este alguien es perfectamente anónimo e ilocalizable, pues mucho mejor.

Repentinamente, estos «vividores y especuladores» comienzan a jugar en la economía el mismo papel que al Qaeda juega en la política internacional. En realidad, todos los banqueros y capitalistas son vividores y especuladores. Debe ser porque el sistema capitalista se basa en ser un vividor y en la especulación. También se basa en la concupiscencia. Negar la concupiscencia es negar el funcionamiento de la economía mundial, que se basa en el beneficio, es decir, la concupiscencia. La codicia de beneficio es lo que, en última instancia, mueve el sistema capitalista y ha sido la fuerza motriz desde su nacimiento. Sí, ¡pero se han vuelto demasiado codiciosos y ganan demasiado! Eso es lo que David Walker, presidente y ejecutivo jefe de la Peter G. Peterson Foundation y antiguo auditor general de EEUU tiene que decir:

«¿Hay lecciones en la crisis de las subprime? La respuesta es sí. Las medidas que ha adoptado el gobierno recientemente no consiguieron establecer una estructura reguladora efectiva con relación a las hipotecas, derivados y otros valores. La codicia es rampante. Fannie Mae y Freddie Mac de su misión original pasaron a centrarse en la conquista personal y el beneficio más que en su propósito público. Los lobbies de Wall Street facilitaron la relajación sobre la presión de Fannie Mae y Freddie Mac». (Financial Times. 22/9/2008).

Esto es perfectamente cierto. Mientras que los trabajadores cobran de acuerdo con los resultados, los empresarios se pagan unas cantidades obscenas independientemente de los resultados. Cuando una empresa lo hace bien los trabajadores pueden conseguir algo más de salarios o primas, pero los empresarios cobran millones en dádivas. Cuando una empresa va mal, los trabajadores no cobran nada, pero los empresarios aún cobran generosamente. Y cuando la empresa entra en bancarrota, los trabajadores son despedidos con poca o ninguna compensación (a menudo sin ni quiera pensión), mientras que los empresarios que han arruinado la empresa se van con un extravagante apretón de manos.

Estos hechos son bien conocidos. Durante años los trabajadores han estado murmurando entre dientes por la injusticia y la desigualdad. La economía avanzaba y el mercado parecía dar resultados para todos (aunque muy desiguales), la opinión pública estaba sometida a un coro ensordecedor en los periódicos y la televisión, y los políticos de cada partido eran unánimes, aceptaban como bueno el argumento de que «lo que era bueno para los ‘creadores de riqueza’ (empresarios) es bueno para mí».

La estupidez de Brown

A este lado del Atlántico los procesos que vemos en EEUU se reproducen, pero sólo en la forma de una caricatura torpe y patética. En la conferencia del Partido Laborista, Gordon Brown gimió sobre la «irresponsabilidad» de la City y dijo que las primas, en algunos aspectos, eran «inaceptables». Alistair Darling, ministro de economía, se hizo eco de los comentarios del primer ministro. Pero sus «ataques» parecían los de un hombre golpeando a un rinoceronte con un plumero. Comparado con los comentarios mordaces de John McCain y Barack Obama sobre Wall Street parecen muy débiles.

Las medias tintas de Brown y Darling en el congreso del Partido Laborista indican que han pasado mucho tiempo arrastrándose por la City londinense que ahora ya no son capaces de enderezar la espalda. En una situación donde cientos de miles de trabajadores de repente están amenazados con perder sus empleos, sus casas y ahorros, incluso el reformista menos ingenioso sería capaz de darse cuenta de que una denuncia de las estafas y la codicia de los banqueros sería inmensamente popular. Es una prueba de la total bancarrota y la estupidez de estos presuntos líderes laboristas que no son capaces de adoptar los ataques demagógicos de las grandes empresas que han sí han hecho Obama y McCain.

Ni siquiera son tan radicales como la Iglesia de Inglaterra, las dos figuras más veteranas han condenado las prácticas corruptas de los tratantes financieros. En un artículo aparecido en The Spectator, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, atacó las «transacciones en papel sin resultado concreto más allá del beneficio para sus negociantes». Según él cuando este comercio empezó a ir mal, provocó un «daño real y devastador».

Williams llamó la atención sobre el comercio de deudas de la industria financiera, que ha dicho se hizo «sin responsabilidad… siendo el motor de una conquista financiera astronómica para muchos en los últimos años». Dijo que la crisis financiera actual «demuestra el elemento de irrealidad básica en la situación, la realidad que se ha generado una riqueza casi inimaginable a niveles igualmente inimaginables de ficción, transacciones en papel sin un resultado concreto más allá del beneficio para los comerciantes». El arzobispo continuaba: «Dado que el riesgo para la estabilidad social general en estos procesos ha demostrado ser enorme, no es útil pretender que el mundo financiero puede mantener indefinidamente el grado de inmunidad y la desregulación del que ha disfrutado». (El énfasis es mío).

Aquí tenemos la esencia de la cuestión. Los representantes del capitalismo (incluidos los religiosos) pueden sentir como la tierra tiembla bajo sus pies. Temen las consecuencias sociales y políticas de la crisis, que representan un riesgo enorme para la estabilidad social, apelan al gobierno y a los empresarios para que hagan algo antes de que sea demasiado tarde. ¿Pero cuál es el propósito de Williams? Dice que «desentumecer el régimen financiero» es a veces necesario para impulsar la empresa y crear riqueza que permita «sacar a poblaciones enteras de la pobreza». Es una noble aspiración, y algo que es totalmente imposible conseguir sobre esta tierra pecaminosa.

Incluso más mordaz ha sido su colega Sentamu, el arzobispo de York. Lloyds TSB, un importante banco británico, había anunciado la semana anterior que había aceptado adquirir HBOS por 12.200 millones de libras después de que sus acciones se hundieran. Desde la adquisición, los comentaristas han criticado a los que vendieron las acciones prestadas por debajo de su precio actual, consiguiendo que los precios cayeran más antes de que las compraran.

Sentamu dijo lo siguiente en una cena anual de la Workshipful Company of International Bankers: «Nos encontramos en un sistema de mercado que parece haber tomado sus reglas de comercio de Alicia en el país de las maravillas». Y continuaba: «Para un espectador como yo, aquellos que deliberadamente han conseguido 190 millones de libras vendiendo por debajo de su precio las acciones de HBOS, a pesar de su fuerte base de capital, y que lo han arrojado en brazos de Lloyds TSB, son claramente ladrones de bancos y fraccionadores de valores».

Este lenguaje tan fuerte procedente de un hombre de Dios fue totalmente inesperado y sin duda tuvo un efecto desafortunado en la digestión de los que cenaban en la Workshipful Company. Los banqueros allí reunidos tampoco quedaron muy contentos al escuchar los comentarios del arzobispo sobre el plan del Tesoro norteamericano de dedicar 700.000 millones de dólares a comprar la deuda mala que tienen los bancos y otras instituciones financieras.

El arzobispo habló de la necesidad de sistemas financieros estables si se quería erradicar la pobreza pero añadió: «Una de las ironías de esta crisis financiera es que ha demostrado que adoptar medidas contra la pobreza es totalmente asequible. Costaría 5.000 millones de dólares salvar la vida de seis millones de niños. Los líderes mundiales podrían encontrar 140 veces esa cantidad en el sistema bancario en una semana. ¿Cómo pueden decirnos que la ayuda para los más pobres es demasiado cara?»

Cuando escribí este artículo, los líderes mundiales se reunían en EEUU para marcar un avance en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, una serie de objetivo destinados a reducir la pobreza global y mejorar los niveles de vida para el año 2015. Podría depositar mi fe en el Señor y esperar que las duras amonestaciones del arzobispo hayan tenido el efecto deseado, pero toda la experiencia nos lleva a dudar de que ese sea el caso.

Incluso The Financial Times observaba:

«Incluso en tiempos de boom, pocas personas ríen calurosamente cuando contrastan sus modestos ingresos con las enormes primas de unos pocos afortunados.

«Sencillamente la envidia ahora se vuelve furia justificable, primero ante el daño que el caos financiero a infligido a los inocentes y ahora la serie de cheques en blanco de los contribuyentes que se extienden a estas entidades. La reacción en cadena está en marcha. Merece la pena distinguir las primas excesivas de los salarios y que son las que fomentan la imprudencia. Los acuerdos salariales opulentos son una cuestión que sólo importan a los accionistas que los financian. Pero recompensar la imprudencia es un problema para todos nosotros.

«Demasiados gestores de inversión han cobrado por representar lo que parecía impresionante pero que tenía las semillas de la catástrofe. La catástrofe ha llegado, los inversores han quedado en la ruina, los contribuyentes son los siguientes y todavía los administradores mantienen las primas que recogieron en los años de plenitud».

Pero después rectifica el balance y añade:

«Debemos decir a su favor que, Mr. Brown y Mr. Darling no se han centrado en los altos salarios sino en los planes de retribución que recompensa a los jugadores».

La realidad es que los que compran y venden acciones son todos jugadores y ese juego en la bolsa es su negocio que se pasa por alto discretamente.

Los periodistas del Financial Times (y de alguna manera consiguen mantener la cara seria) continúan:

«El siguiente paso ahora está en la Autoridad de Servicios Financieros, el regulador de la City, pero el problema es más fácil señalarlo que solucionarlo. El desafío es pagar a los gestores de inversión y negocios por su verdadera representación. Si eso fuera fácil, los accionistas lo harían de manera rutinaria. Una aproximación imperfecta es condicionar algunas primas a los resultados a largo plazo, retrasando el pago hasta que el polvo haya desaparecido, o insistir en que los gestores arriesguen su propia riqueza. Pero es difícil de imaginar reglas rígidas.

«La salida más práctica es que la ASF considere los planes de incentivos como parte de su revisión global de la estabilidad de las empresas financieras. Es optimista excepto porque requiere demasiado esfuerzo, pero una legislación sobre primas de la City sería totalmente contraproducente, estas leyes son fácilmente sorteadas ocultando los riesgos o enviándolos al exterior».

La política del nuevo laborismo está claramente dictada por las últimas editoriales del Financial Times.

«Economía concentrada»

Lenin dijo que la economía era política concentrada. La crisis económica que recorre el mundo está teniendo efectos muy serios sobre la psicología de todas las clases, empezando con los propios capitalistas. En un período en que el capitalismo avanzaba, la presión de las ideas burguesas sobre la clase obrera y sus organizaciones se redobló. En Gran Bretaña no ha habido una recesión económica seria durante más de dos décadas. Por lo tanto, los argumentos de los políticos burgueses y economistas (los dos trabajan en equipo) sobre las cualidades milagrosas del «libre mercado» encontraron eco incluso entre la clase obrera, pero particularmente en su dirección.

Existieron las bases materiales para la total degeneración de la socialdemocracia y los partidos «comunistas» en Europa y los dirigentes sindicales en todas partes. En Gran Bretaña, que estaba en la vanguardia de la contrarrevolución capitalista durante las tres décadas pasadas, fue el suelo donde el nuevo laborismo floreció bajo la dirección del reverendo Anthony Blair.

Para los activistas del movimiento obrero, este período fue una pesadilla que parecía no tener fin. No había límites para la degeneración de los dirigentes de las organizaciones de masas, no había profundidad en la que no se hundieran, ni ninguna acción infame que no fueran incapaces de cumplir para complacer a la clase dominante y, por supuesto, al mercado. El pesimismo de los activistas llevó a la apatía y al vacío de las organizaciones tradicionales de masas, que se llenaron de arribistas de clase media en busca de empleo y promoción. Esto a su vez llevó a un nuevo bandazo a la derecha, que profundizó aún más la desilusión de los trabajadores. Fue un círculo vicioso que se retroalimentaba y que ha durado hasta ahora. Pero las cosas comienzan a cambiar rápidamente.

La conciencia humana en general es conservadora. La gente normalmente teme el cambio y se aferra a lo que es familiar. El hábito, la rutina y la tradición pesan mucho sobre la conciencia de las masas, que va por detrás de los acontecimientos. Pero en momentos críticos de la historia, los acontecimientos se aceleran hasta el punto crítico en que la conciencia se dispara. Ahora hemos llegado a ese punto crítico.

Lo que es verdad para las naciones industrializadas del mundo es diez veces más verdad de lo que algunas veces parece para el «tercer mundo». El número de los que viven en la extrema pobreza está aumentando rápidamente en Asia, África y América Latina. Un informe publicado recientemente por las Naciones Unidas decía que una cuarta parte de todos los niños en el mundo subdesarrollado tienen insuficiente peso; más de 500.000 mujeres mueren cada año en el parto o por las complicaciones del embarazo; un tercio de la creciente población urbana en los países en vías de desarrollo vive en chabolas. Un informe del Banco Interamericano avisaba de que el aumento de los empresarios empujaría a 26 millones de personas en América Latina a unas condiciones de absoluta penuria. Esta era la situación después de un largo período de crecimiento económico a escala mundial. Fue lo mejor que podía ofrecer el capitalismo. ¿Qué ocurrirá en condiciones de crisis?

Por lo tanto, nos enfrentamos a un fenómeno mundial que está lleno de implicaciones revolucionarias. De esta manera, la globalización se manifiesta como una crisis global del capitalismo.

¿Cuál es la solución?

Dicen que la crisis actual es el resultado del fracaso regulador para vigilar el excesivo riesgo que tomaba el sistema financiero, especialmente en EEUU. Además dicen que «debemos asegurarnos de que no vuelve a suceder». ¡Resulta irónico! Durante las últimas tres décadas los economistas y políticos burgueses precisamente han defendido lo contrario: que todas las regulaciones eran malas para los negocios y que se deberían abolir (se defendía particularmente en el sector financiero).

Las declaraciones demagógicas sobre la necesidad de frenar las primas excesivas y la regulación de los salarios de los consejos de administración son sólo humo. ¿Qué se puede conseguir con estos milagros? ¿Con qué mecanismo? Los banqueros tienen mil maneras de eludir la regulación. Ocultan los libros de cuentas y hacen todo lo posible para que los reguladores no puedan descubrir sus actividades fraudulentas. Incluso el gobierno norteamericano utiliza trucos similares que encubren las verdaderas dimensiones de su déficit presupuestario.

El argumento a favor de regular los mercados es absurdo, como fue la decisión de prohibir (temporalmente) la práctica de «vender en corto». Para que los mercados puedan funcionar es necesario que se compren y vendan acciones, y se debe hacer sobre la base de calcular si el precio de la acción va a subir o bajar. La idea de que es permisible comprar acciones sólo cuando van a subir es evidentemente una idea absurda.

Las agencias de credibilidad crediticia, que se supone distinguen los buenos créditos de los malos, dieron credibilidad a paquetes hipotecarios garantizados sin mirar la debilidad de las hipotecas subyacentes. De la misma manera, los compradores de deuda norteamericana emitida por Fannie Mae y Freddie Mac asumieron con despreocupación lo que les garantizaba el gobierno norteamericano. El resultado es que el contribuyente estadounidense ahora tiene detrás más de 5 billones de dólares en hipotecas y es demasiado pronto para decir cuál será la factura final.

La conclusión es bastante clara. O tenemos libre mercado basado en la búsqueda del beneficio o tenemos economía nacionalizada planificada. Pero el «capitalismo regulado» es una contradicción. En otro artículo el Financial Times plantaba la cuestión de una manera más clara: «no importa que ideas políticas disparatadas sugieran frenar los controvertidos paquetes salariales, las mentes brillantes de las finanzas encontrarán la manera de sortearlos o salir de la parte regulada de la industria».

Es necesario abolir estos grotescos casinos que deciden el destino de millones y sustituir la anarquía capitalista con una sociedad racional basada en la economía planificada. Dicen que las medidas adoptadas por Bush y Brown representan la nacionalización. Pero estas medidas no tienen nada que ver con la idea socialista de nacionalización. No pretenden eliminar el poder económico de las manos de los adinerados parásitos que constituyen una carga monstruosa para la sociedad y un obstáculo en el camino del progreso. Todo lo contrario, representan un intento de proteger el interés de estos parásitos dándoles enormes ayudas, sacadas de los bolsillos de la clase obrera y la clase media.

Los socialistas se oponen radicalmente a estas políticas, que no tienen nada que ver con la verdadera nacionalización y que sólo son una especie de capitalismo de estado, que pretenden salvaguardar el sistema capitalista. Llevarán inevitablemente a un aumento de la monopolización, a despidos en masa, a cierres bancarios, a hipotecas más altas y otras medidas antiobreras. Los banqueros son recompensados por el Estado por sus actividades viles, que les compra todas sus pérdidas, después gasta enormes cantidades del dinero de los contribuyentes para hacerlos rentables, y cuando lo han conseguido, los devuelven de nuevo a los banqueros, que cometerán un doble delito a costa de la sociedad. Pueden reanudar su especulación y robo una vez más.

Es necesario arrebatar los puestos de mando de la economía de las manos privadas, nacionalizar los bancos, las empresas aseguradoras y las grandes empresas con la compensación mínima basada en la necesidad comprobada. Sólo cuando las fuerzas productivas estén en manos de la sociedad, será posible establecer un plan socialista racional de producción, donde las decisiones se tomen en interés de la sociedad, no de un puñado de ricos parásitos y especuladores.

Ese es el objetivo fundamental del socialismo. Es una idea que ahora será comprendida y bienvenida por millones de personas que anteriormente la consideraban como algo extraña y ajena. La gente que se manifestó en las calles de Nuevo York contra el plan Bush no eran socialistas. Hace doce meses probablemente aún eran defensores del libre mercado. Nunca han leído a Marx y sin duda parecen patriotas norteamericanos. Pero la vida enseña y en situaciones como ésta, la gente aprende más en pocos días que en toda una vida. La clase obrera de EEUU está aprendiendo rápido. Y como decía Víctor Hugo: «Ningún ejército puede detener la fuerza de una idea cuando llega a tiempo».