No se puede reflexionar sobre el Estado venezolano sin antes tomar en consideración algunos hechos importantes que fueron determinantes en su estructuración contemporánea, y sobre todo, en la imagen que conservan los venezolanos del mismo. Se podría decir que «el punto de ruptura con el modo de vida venezolano y con la ausencia de interés […]
No se puede reflexionar sobre el Estado venezolano sin antes tomar en consideración algunos hechos importantes que fueron determinantes en su estructuración contemporánea, y sobre todo, en la imagen que conservan los venezolanos del mismo. Se podría decir que «el punto de ruptura con el modo de vida venezolano y con la ausencia de interés político tuvo lugar el 18 de febrero de 1983, una de las fechas más significativas de la historia del país. Durante la mañana del célebre Viernes negro los venezolanos se despertaron en un país con una economía mucho más frágil de la que pensaban». Hasta ese momento Venezuela vivía una aparente bonanza económica que mantuvo durante mucho tiempo el precio del bolívar a 4,30 con relación al dólar. A partir de esta fecha la moneda se devaluó considerablemente colocando al país de frente a un – hasta ahora inadvertido – fiasco económico.
Este hecho llevó a la luz entre otras cosas el fraude que había sido la nacionalización del petróleo, pero también la corrupción existente al interno del Estado venezolano entre 1974 y 1983. Además, durante este periodo de «gracia económica», en razón de las entradas petroleras, se dio un endeudamiento desproporcionado del Estado.
Dicho Estado, a través de su histórica economía monoproductora de petróleo, favoreció la desproporcionada importación, el abandono de las tierras y el éxodo rural a las grandes ciudades, conformando eso que hoy vienen llamados los «barrios». Nacieron entonces las zonas de extrema pobreza y con ella una delincuencia que no ha hecho más que fortalecerse con el pasar de los años.
Otro hecho determinante en lo que respecta la figura misma del Estado en el imaginario sociopolítico venezolano es el «Caracazo». Dicha revuelta popular tuvo lugar en 1989. Las causas que lo determinaron tenían que ver con la aplicación de una receta de tendencia neoliberal, cuya punta de lanza fue precisamente el aumento de la gasolina. Se debe notar que «ni el gobierno, ni el parlamento, ni los partidos políticos, tomaron en cuenta el fenómeno en sus verdaderas magnitudes». Hubo una especie de modus operandi por parte del establecimiento que consistió en hacer todo lo necesario por placar en el menor tiempo posible la revuelta popular. En todo ello el Estado venezolano, a través del ejecutivo, tuvo un rol primordial, pues el entonces presidente de turno Carlos Andrés Pérez desplegó un desproporcionado poder represivo – militar y policial – que dejó miles de muertos. No cabe duda que, contrariamente a cuanto suele pensarse, la fractura no se dio sólo a nivel del gobierno de la época, sino más bien y sobre todo en el Estado y la percepción que los venezolanos tenían (y tendrían) del mismo.
Si bien es cierto que el gobierno de Carlos Andrés Pérez se vio mermado y herido de muerte, también el Estado terminó por ser considerado sin más como un Estado represor. Ese Estado que ya existía en el imaginario venezolano como corrupto e ineficiente (y opresor de movimientos alternativos foráneos a los partidos del puntofijismo), durante el Caracazo desplegó sin mediaciones su poder contra el pueblo.
Sobre este punto es necesario detenerse un instante para poner en relieve el rol que tuvieron sobre todo las Fuerzas Armadas en todo lo que fue la represión contra el Caracazo. Sin duda alguna dicha represión supera lo factual del evento mismo y nos proyecta a una dimensión simbólica. No se debe olvidar que la fundación simbólica del Estado venezolano, y de la nación misma, se yergue a partir de una gesta heroica de liberación contra el yugo español. Ello implica que, no sólo los símbolos patrios del venezolano, sino también la estructura estatal misma es tributaria de un legado militar.
Dicho legado traspasa sobremanera batallas, tácticas y estrategias, batallones, armas, y va a tocar lo más profundo de la estructuración simbólica del venezolano. En el imaginario colectivo del venezolano éste se siente llamado a perpetrar el legado de ese ejército liberador que traspasó las fronteras propias para emancipar eso que hoy día es Colombia, Panamá, Perú, Bolivia, Ecuador.
No es osado imaginar, a la luz de lo antes dicho, el impacto que pudo tener durante los días del Caracazo unas Fuerzas Armadas que acaso por primera vez en el periodo democrático atentan de forma generalizada, desproporcionada y desenmascarada contra una revuelta popular. Pero ese transitar de eventos no se detiene ahí. Sólo tres años después, en 1992, otro hecho perpetúa la contestación sistemática que, desde varios frentes, se le hacía al Estado venezolano: el Comandante Hugo Chávez Frías junto con un grupo de militares de rango medio y bajo perpetran una intentona de golpe de Estado.
Es importante notar que con este hecho, más allá de atacar el gobierno de turno, se trata de mermar un sistema estatal desgastado, corrupto, ineficiente. De hecho, no es casual que siete años más tarde, cuando Hugo Chávez llega por vía democrática a la Presidencia, él mismo llama súbitamente a una Constituyente para reestructurar el alma misma del Estado venezolano.
El alzamiento militar en cuestión también tuvo un impacto clave en lo simbólico del venezolano. El mismo ponía en flagrante evidencia que existía al interno de las Fuerzas Armada una contestación, no solamente contra el gobierno que ejercía el poder, sino también contra el Estado definido por la IV República.
Si bien es cierto que el levantamiento de ese 4 de febrero de 1992 falló en cuanto a la toma del poder, el mismo funcionó como catalizador de las zozobras populares contra un Estado desprestigiado. De alguna manera ese levantamiento que, hay que decirlo, fue sobre todo militar, representó una especie de exorcismo contra aquella imagen de las Fuerzas Armadas arremetiendo contra los manifestantes del Caracazo.
A partir de las premisas antes enunciadas surge entonces una pregunta: ¿Puede estudiarse el proceso revolucionario venezolano pasando por alto la actual situación del Estado venezolano? De ser la respuesta negativa se debería comenzar por abordar una reflexión en torno al rol de las fuerzas Armadas venezolanas en dicho proceso?
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