Prácticamente 2.000 millones de personas utilizan más del 50% de sus ingresos para adquirir alimentos (en las regiones más pobres esta cifra aumenta al 60-80%). Por lo tanto los efectos de la subida de los precios alimentarios han sido y siguen siendo devastadores. Los alimentos quedan fuera del alcance de inmensas capas de población, incluidas […]
Prácticamente 2.000 millones de personas utilizan más del 50% de sus ingresos para adquirir alimentos (en las regiones más pobres esta cifra aumenta al 60-80%). Por lo tanto los efectos de la subida de los precios alimentarios han sido y siguen siendo devastadores. Los alimentos quedan fuera del alcance de inmensas capas de población, incluidas las propias personas productoras. Las cifras de la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señalan que en 2015, el número de personas hambrientas en el mundo es de unos 800 millones de personas y que este número aumentará si no cambiamos el modelo que produce esta situación.
Existe un consenso generalizado: la causa que explica el incremento dramático del precio de los alimentos es la especulación financiera. El Parlamento Europeo ha admitido que los movimientos especulativos financieros son los responsables de casi el 50% del aumento del precio de los alimentos. Recordemos que la entrada en el mercado de derivados financieros basados en productos alimentarios, por parte de poderosos inversores, ha sido posible gracias a la liberalización, a partir del año 2000, de las normas en los mercados de derivados financieros de materias primas.
Es frecuente que se transmita a la sociedad a través de los medios de comunicación y los estamentos políticos que el hambre, y las crisis alimentarias en general, tienen un origen en el propio sector terciario: malas cosechas, tecnologías anticuadas, falta de cultura, cuestiones meteorológicas adversas, falta de capacidad de almacenamiento, etc.
Pero lo cierto es que el hambre, si bien los mencionados factores tienen su influencia, depende fundamentalmente de otras cuestiones ajenas a todo ello y que tienen que ver mucho más con el papel de las grandes entidades financieras, la tolerancia política e institucional frente a las grandes estrategias especulativas, las políticas de desregulación agraria o el papel de las grandes multinacionales del agronegocio, que comercian con las producciones a escala global, el almacenamiento y la retención privados a gran escala, los mercados de futuros, la deforestación y el monocultivo, el creciente acaparamiento de tierras, la dependencia del petróleo, la actividad de los grandes intermediarios como el sector de la gran distribución, la estructura de precios… que con la cantidad de alimento producido.
Y esto tiene unas implicaciones inmensas: el hambre no se solucionará únicamente desde perspectivas técnicas y tecnológicas, sino políticas. No se trata de aumentar los rendimientos, sino de permitir las técnicas agrícolas que han «funcionado» durante milenios, los sistemas productivos diversificados y que otorgan resiliencia ante las adversidades. No se trata de introducir capital financiero en el mundo agrario sino de permitir que la estructura de precios sea justa, que las decisiones sobre cuánto, cómo y dónde comercializar las producciones recaigan sobre las personas que producen el alimento, otorgándoles independencia y soberanía. No se trata de convertir el paisaje, los alimentos y los medios de producción en mercancías, sino de garantizar el acceso a estos como derecho fundamental y universal…
Desde la instauración en las últimas décadas de la globalización capitalista y el consecuente desmantelamiento de las políticas agrarias y alimentarias, el empobrecimiento es inherente al sistema mundial alimentario, instaurado siguiendo las recetas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
El elemento más importante que incide en los precios de los alimentos básicos es la especulación financiera. Todo movimiento en las Bolsas de Chicago, Londres o Hannover, donde se negocian contratos de futuros sobre cereales y oleaginosas, tiene repercusiones globales sobre el precio y la disponibilidad de los alimentos. En los próximos capítulos se aborda la especulación alimentaria desde todas sus facetas, tanto desde la perspectiva histórica como la situación actual: el acaparamiento directo (almacenar y mantener fuera del mercado grandes cantidades de producto), la especulación en los mercados de futuros (compra y venta de contratos de futuro, independientemente de que estos contratos se materialicen) o la ingeniería financiera (instrumentos y mecanismos financieros cada vez más complejos).
Se abordarán también otros temas relacionados, como la cuestión de los precios de los alimentos. Las organizaciones agrarias y campesinas denuncian que los precios percibidos por quienes producen los alimentos no reflejan el valor real ni los costes de producción, y que el precio pagado por quienes consumen esos alimentos son desproporcionados con respecto a lo percibido por quienes los producen. Se describen herramientas como el Índice de Precios en Origen y Destino (IPOD), que sirve para explicar la desconexión entre los precios en origen y en destino, que en algunos productos llega a alcanzar el 900%.
Por último, la especulación alimentaria forma parte de un concepto más general que es la penetración de las finanzas y el capital en todos los ámbitos de la producción alimentaria (el capital financiero y la especulación están cada vez más presentes en todos los recursos naturales imprescindibles para la producción de alimentos: agua, aire, tierra, etc). Esta forma de privatización (que pretende pasar al ámbito privado los bienes de dominio público como la Naturaleza) se lleva a cabo por una parte a través de los tratados de libre comercio y por otra a través de la financiarización de la Naturaleza.
Artículo extraído del informe El Casino del Hambre: Cómo influyen los bancos y la especulación financiera en los precios de los alimentos, coordinado por Juan Felipe Carrasco y publicado originalmente por Amigos de la Tierra