Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
El debate nacional que está produciéndose en los medios de comunicación a causa del procesamiento de Irving Lewis Libby, por perjurio y obstrucción a la justicia, no está teniendo en cuenta cuestiones más fundamentales que afectan al contexto estructural profundo y que son las que han motivado la conducta criminal de aquél. La explicación más superficial sobre el asunto se basaría en la idea de que Libby, al revelar la identidad de Valerie Plame (como agente de la CIA), actuó movido por el deseo de «venganza» para castigar a su marido, Wilson, por denunciar las mentiras inventadas por Bush acerca de la «importación» de uranio de Níger por parte de Iraq. Otros periodistas han afirmado que Libby actuó así para «tapar» las mentiras que llevaron a la guerra. Sin embargo, las declaraciones efectuadas plantean una cuestión más profunda: ¿Quiénes fueron los que fabricaron la propaganda de guerra, a quién estaba Libby protegiendo? Y no sólo los «fabricantes de la guerra», sino también los planificadores estratégicos, los que elaboraron el discurso de guerra y los arquitectos de la misma, que actuaron de la mano junto a los propagandistas y los periodistas que difundieron la propaganda? ¿Qué vínculos existen entre todos esos funcionarios de alto nivel, los propagandistas y los periodistas?
Igualmente importante es averiguar, teniendo en cuenta los puestos de poder que ese ‘cabildo’ ocupa y la influencia que ejercen en los medios de comunicación y en el diseño de la política estratégica, cuáles han sido las fuerzas que han intervenido en la presentación de cargos criminales contra un operativo clave del ‘cabildo’ en cuestión.
Para comprender mejor el ascenso y aparente caída de Irving Lewis «Scooter» Libby, es imprescindible saber que era miembro de un grupo ideológicamente cohesionado con una larga historia de ideología compartida, propósitos comunes y colaboración organizativa.
La subida de Libby al poder fue parte integrante del ascenso de los neo-conservadores sionistas (Zioncons) a las cimas del poder político en EEUU. Libby fue estudiante, protegido y colaborador de Paul Wolfowitz durante 25 años. Libby, junto con Wolfowitz, Elliot Abrams, Douglas Feith, Kagan, Cohen, Rubin, Pollack, Chertoff, Fleisher, Bristol, Marc Grossman, Shumsky y una caterva de políticos influyentes vienen siendo desde hace mucho tiempo los partidarios y los defensores agresivos de una corriente virulentamente militarista del sionismo que va unida de forma orgánica al derechista Partido Likud de Israel. En los primeros años de la década de 1980, Wolfowitz y Feith se encargaron de pasar documentos confidenciales a Israel, lo que hizo que Feith perdiera temporalmente su acreditación de seguridad.
Los ideólogos Zioncons iniciaron su «Larga Marcha» a través de las instituciones del Estado. En algunos casos, como consejeros de congresistas de derechas pro-Israel; en otros, en los niveles inferiores del Pentágono y del Departamento de Estado; y, durante los regímenes de Reagan y Bush padre, también como académicos o dirigentes de grupos de expertos conservadores en Washington. Con la elección de Bush en 2001, se trasladaron a puestos estratégicos importantes en el gobierno, emergiendo como los ideólogos y propagandistas principales de una secuencia de guerras contra los adversarios árabes del Estado de Israel. Importantes Zioncon, como Libby, prepararon una estrategia de guerra para el gobierno del Likud en 1996, y después reciclaron el documento para la guerra de EEUU contra Iraq antes e inmediatamente después del 11-S. Junto a su ascenso a los puestos de poder más influyentes en la administración Bush, los Zioncons atrajeron a nuevos reclutas, como la reportera del New York Times Judith Miller. Lo que resulta sorprendente de las operaciones del ‘cabildo’ Zioncon es la forma absolutamente abierta y directa con la que actuan: el antiguo Director de la Agencia Nacional de Seguridad (con Reagan) el Teniente General William Oden, el General de Marina jubilado Anthony Zinni, el Coronel K. Wilkerson (antiguo director del gabinete de Powell), el Teniente Coronel jubilado de la Fuerza Aérea Karen Kwaiatkowski, el Asesor de Seguridad Nacional del Presidente George Bush (padre) Brent Scowcroft, y numerosos funcionarios desencantados, incluyendo veteranos de las agencias de inteligencia, observadores de alto nivel y antiguos diplomáticos criticaron abiertamente la toma del poder de la política estadounidense por parte de los Zioncons y la promiscua relación existente entre ellos y los generales israelíes y la policía secreta internacional de Israel, el Mossad, quienes tenían acceso libre y total a sus despachos.
En la elaboración de la invasión de Iraq, los Zioncon Wolfowitz y Libby fueron los arquitectos de la estrategia militar para Rumsfeld y Cheney, sus jefes putativos. Douglas Feith estableció la «Oficina de Planificación Especial» para fabricar las mentiras que justificaran la guerra. Judith Miller, David Frum y Ari Fleisher fueron de utilidad en la difusión de las mentiras y la propaganda de guerra a través de artículos, entrevistas, conferencias de prensas y discursos escritos para el Presidente Bush. Una revisión de los principales periódicos y documentos gubernamentales revela que los Zioncons, en todo momento, se hicieron eco al pie de la letra de las demandas políticas que emanaban del régimen de Sharon: EEUU invadiría y destruiría el régimen iraquí y su aparato de estado. Ni un solo Ziocon en el gobierno, fuera de prestigiosas universidades privadas o grupos influyentes, expresó la más mínima desviación de la política de guerra del régimen de Sharon. En lo que es posiblemente una de las más cínicas estratagemas de la historia reciente, Zioncons anti-arabes definieron la cruzada anti-Islam, en nombre del Gran Israel, como una política de democratización del Oriente Medio… – los mismos que bombardearon la ciudad de Jenin hasta reducirla a escombros o los que arrojaron napalm arrasando Faluya.
La Guerra Interna
En su arrogante avance para hacerse con el control absoluto de la política gubernamental, y motivados por su fanática lealtad al Gran Israel, los Zioncons se esforzaron para manipular o marginar a muchas de las instituciones clave del estado imperial estadounidense. Para burlar los servicios de inteligencia de la CIA que no apoyaban la agenda israelí de guerra con Iraq, el Zioncon Douglas Feith (número 3 en el Pentágono) estableció la Oficina de Planificación Especial, que fabricaba propaganda y la hacía llegar directamente a la Oficina del Presidente evitando y marginando cualquier análisis crítico de la CIA. Wolfowitz y Rumsfeld prescindieron totalmente de los generales importantes, favoreciendo que «partidarios» anodinos y desconocidos llegaran hasta altos puestos, rechazando cualquier consejo que pudiera oponerse o cuestionar sus planes de guerra contra Iraq. El Secretario de Estado llegó a definir como «chorradas», debido a sus descaradas falsedades, un discurso que Irving Libby había preparado para él. Su jefe de confianza, el Coronel Wilkerson, ha escrito en términos despreciativos sobre el ‘cabildo’ Zioncon, que marginó al Departamento de Estado, incluyendo a su jefe, Colin Powell.
Finalmente, el FBI se ha visto implicado en una guerra permanente con el Mossad israelí por la llamativa y masiva entrada de espías israelíes en EEUU – desde septiembre de 2001 se ha deportado a cientos de ellos.
El delito de Libby (perjurio por revelar la identidad de una agente de la CIA) es un crimen menor comparado con los crímenes a gran escala y largo plazo contra la humanidad, el Derecho Internacional y la Constitución de EEUU cometidos por los Zioncons empotrados en el Estado de EEUU. Sin embargo, el procesamiento de Libby revela la intensa lucha interna por el control del estado imperial estadounidense entre los Zioncons y los tradicionales dirigentes de sus instituciones más importantes. Junto al arresto de Libby llevado a cabo por el Fiscal Federal, el FBI ha arrestado a dos importantes consejeros políticos del lobby pro-israelí más influyente (AIPEC) por espiar para el Estado de Israel. Estas no son las simples acciones aisladas de unos funcionarios individuales o de unos investigadores. Para poder proceder contra poderosos dirigentes Zioncons como Libby y los de AIPEC (Rosen y Weissman), contaron con poderosos respaldos institucionales; de otra manera, las investigaciones hubieran terminado incluso antes de empezar.
La CIA se siente profundamente ofendida por la usurpación Zioncon de su misión de inteligencia, por sus canales directos con el Presidente, por su absoluta lealtad hacia el Estado de Israel y por ignorar cualquier fuente fidedigna. Los militares están inmensamente enfadados por su exclusión de los consejos de «gobierno» en las cuestiones relativas a la guerra, por la desastrosa política de guerra que ha restringido el reclutamiento de fuerzas armadas, por la devastada moral de la tropa y por la grotesca ignorancia de los Zioncon de los elevados costes de la ocupación colonial. No es por tanto prodigioso que el General Tommy Frank se haya referido al Zioncon Douglas Feith como «el más estúpido bastardo con que jamás me he encontrado».
La presente guerra institucional recuerda un conflicto anterior entre el Senador derechista Joseph McCarty y el Departamento de Estado. Por entonces, a mediados de la década de 1950, el Senador McCarthy fue acumulando poder a base de hacer depuraciones, primero en los sindicatos, luego en Hollywood y en las universidades, a la vez que promovía a funcionarios conservadores que pensaban como él. Extendió con éxito sus investigaciones y purgas al Departamento de Estado y, finalmente, intentó hacer lo mismo con los militares. Fue ahí donde el Senador McCarthty encontró su «Waterloo», saliéndole el tiro por la culata; el Ejército se le plantó, rechazó sus acusaciones y desacreditó sus mentiras y saqueos para hacerse con el poder.
¿Estamos siendo testigos hoy en día del despliegue de un proceso similar? ¿Podrán llegar a desbaratarse las mentiras de los Zioncons para absorber el poder al haber llegado descaradamente lejos en el núcleo estatal? En cualquiera de las vistas abiertas entre los Zioncons y los órganos constituidos del Estado, se debería revelar a la gente la naturaleza real del conflicto y todo lo que nos estamos jugando: fundamentalmente, la opción entre «Ante todo, primero Israel’ y los intereses políticos de EEUU.
Mientras tanto, los Zioncons no se están acobardando en absoluto por los juicios contra sus colegas del AIPEC y de la oficina del Vicepresidente: siguen presionando a toda vela para que EEUU ataque a Siria e Irán, vía sanciones económicas y bombardeos militares. El 30 de octubre de 2005, el anterior jefe de la policía secreta israelí (Shin Bet) le dijo a AIPEC que intensificara su campaña de presiones para que EEUU ataque a Irán (Israel National News.com). AIPEC se aseguró en el Congreso estadounidense un voto casi unánime a favor de las sanciones económicas contra Siria. A pesar de las manifestaciones masivas y con un Congreso ‘capturado’, parece, de forma paradójica, que las únicas fuerzas capaces de derrotar al monstruo Zioncon, como en otro tiempo se hizo con Joe McCarthy, más que por los hechos de aquél, serán las voces con poder que en el interior del Estado se sienten amenazadas por inminentes guerras desastrosas.