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El castillo de naipes irlandés y sus lecciones políticas para la Izquierda, para los sindicatos obreros… y hasta para los Verdes en el gobierno neoliberal del desastre

Fuentes: CounterPunch

«Resulta obvio ahora que Irlanda, como Lehman hace dos años, ha puesto al descubierto la fragilidad (es decir, la criminal falta de escrúpulos) subyacente al mundo de los negocios financieros. Lo crucial, políticamente hablando, es que Irlanda se sirva de su posición decisiva en este momento de la crisis no sólo para asegurar su propia supervivencia, sino para contribuir a poner fin al goteo de pauperización que arrastrará a Europa y al mundo entero, si este tipo de ‘rescates’, que no son sino ulteriores transferencias de riqueza hacia los ya ricos, llegan a ser la norma. No podemos darnos por satisfechos con algún arreglillo para salvar la cara con los tenedores de bonos que apostaron con nuestros bancos, o mejor dicho, que calcularon que esta ‘apuesta’ suya no podía de ningún modo ser perdedora, porque sus socios políticos en el delito no permitirían de ningún modo que la perdieran del todo.»

Se ha discutido últimamente mucho por aquí sobre el Alzamiento de Pascua irlandés. Nada particularmente interesante:  sólo los «hombres de 1916» convertidos ahora en protagonistas de una serie de cuestiones retóricas que se reducen a ésta: «¿Para eso dieron sus vidas?» El Irish Times, encarnizado enemigo de aquellos rebeldes hace 94 años y raramente amigable con ellos desde entonces, hizo suya la cuestión la semana pasada en un editorial y ha venido desde entonces publicando a diario cartas recogidas en una página intitulada «¿Para eso»?.

No es sorprendente que la lucha por la independencia nacional venga ahora a la cabeza cuando el Estado irlandés implora/negocia un préstamo a los bancos extranjeros para poder pagar a los tenedores extranjeros de los bonos de deuda pública irlandesa. Precisamente hoy, el Sinn Fein -el partido que mayor empeño pone en proclamarse heredero de los luchadores por la libertad de 1916 y de la subsiguiente Guerra de la Independencia- ha registrado una asombrosa victoria en unas elecciones parciales celebradas en el pedregoso terreno del suroeste de Donegal.

Pero el ánimo de desesperación y de rabia que puede palparse aquí se percibe como algo que va más allá del nacionalismo. El Sinn Fein ganó en Donegan: (1) porque su candidato, Pearse (¡de nuevo 1916!) Doherty pleiteó en los juzgados para obligar a que se celebrara una elección parcial contra la voluntad de un gobierno desesperadamente dependiente de una exigua mayoría parlamentaria; y (2) porque, como partido, ha tenido las agallas de oponerse al consenso de la austeridad imperante en casi todos los demás partidos y que preside también las actuales negociaciones para el rescate de Irlanda con el FMI, la UE y el Banco Central Europeo.

Sólo teniendo eso en cuenta, así como el creciente clamor popular a favor de la «quema de tenedores de bonos» -los acreedores globales de los bancos irlandeses que quebraron cuando estalló la burbuja inmobiliaria-, podemos empezar a discernir el verdadero significado potencial del momento presente y del papel de Irlanda en él.

Después de todo, en 1916 Irlanda no sólo luchó por su propia autodeterminación. Clavó una puñalada en las espaldas del Imperio Británico mientras este estaba combatiendo en su propia «Gran Guerra». Cuando los británicos concedieron la independencia de 26 de los re condados de la isla e 2921, las reverberaciones de la lucha irlandesa se habían dejado sentir ya en todo el mundo. Los antiimperialistas, desde Gandhi hasta Ho Chi Min, no se cansarán luego de mencionar la lucha irlandesa y su victoria en un enclave tan próximo al corazón del Imperio como un acontecimiento de importancia seminal. El edificio colonial global terminó revelándose como un castillo de naipes, y cuando Irlanda retiró uno de esos naipes, toda la estructura quedó sacudida y el edifico comenzó a desplomarse.

La Irlanda de nuestros días está pagando el precio de su peligroso y vulnerable emplazamiento en el imperio global del capital. Durante los últimos 20 años, incentivada por sus socios multinacionales, este estado no sólo se ha convertido en el puerto de grandes empresas que buscaban una base europea con bajo impuestos de sociedad -en un determinado momento, el estado irlandés, excluyendo el Norte controlado por los británicos, llegó a tener más de un cuarto de las inversiones exteriores directas estadounidenses en la UE, y eso cuando apenas representábamos el 1% de la población de la UE-, sino también de tahúres financieros globales que buscaban un escondrijo escasamente regulado para las partes más cuestionables de sus negocios. Dublín se convirtió en una de las capitales mundiales de los fondos buitres de inversión libre. Los banqueros alemanes, por doquiera celebrados por su proverbial prudencia, hicieron cosas aquí que nunca habrían siquiera soñado con hacer en su país.

Pero precisamente por eso Irlanda está excelentemente emplazada para volver a lanzar un dardo contra el imperio: esa es sin duda una de las razones de que, en septiembre de 2008, cuando cayó Lehman, la UE presionara al ministro de finanzas irlandés, Brian Lenihan, para que firmara un cheque en blanco garantizando la protección de los inversores en todos los bancos irlandeses, incluida, como es harto sabido, la Banca Anglo-Irlandesa. La Anglo era una institución de nuevos ricos que llegó a convertirse esencialmente en un casino para quienes especulaban con la propiedad inmobiliaria del país a medida que se inflaba la burbuja. Los bancos con más solera, AIB y el Banco de Irlanda, secundaron el ejemplo; pero al menos siguieron funcionando como canalizadores del crédito hacia otras partes de la economía. La Anglo era sobre poco más o menos un club privado carente de toda importancia sistémica. Sin embargo, el ministro Lenihan la garantizó, y lo hizo con un coste para el estado irlandés que ahora se estima que puede llegar a lindar con los 30 mil millones de euros. Ahora sabemos también que la lista de tenedores de bonos de la Anglo es una especie de Quién-es-quién del capital europeo.

Al garantizar públicamente esos bancos, el Estado irlandés convirtió su «deuda soberana» -el tan manido término «soberana» ha disparado emociones análogas a las de las referencia al Alzamiento de 1916- en una extensión de la deuda de los bancos. Y esa es la razón principal de que los mercados de bonos no quieran saber nada de nosotros. Verdad es también que el estado, tras años en números negros, está subitáneamente incurriendo en gigantescos déficits: eso es simplemente consecuencia del neoliberalismo que nos empujó a una baja fiscalidad sobre los ingresos y a fiarlo todo a los impuestos sobre las transacciones inmobiliarias y al IVA de bienes y servicios. Esos últimos impuestos significan que el Estado nadó en dinero durante el frenesí comprador de los primeros años de la presente década; al desmayar el frenesí, los cofres se vaciaron. Y, huelga decirlo, el neoliberalismo sigue dictando que no hay solución que pase por una fiscalidad mucho más gravosa para los ricos. Ni tampoco muestra el estado mayor inclinación ideológica a «estimular» una economía, cuyos capitalistas nacionales relevantes juegan un papel relativamente pequeño. Las exportaciones siguen siendo fuertes -razón principal de que el PIB de Irlanda no tenga tan mal aspecto como podría pensarse desde fuera-, pero los últimos tres años han demostrado concluyentemente que las exportaciones no pueden hacer mucho más por la «economía real». El nuevo plan cuatrienal de austeridad del gobierno irlandés prueba lo poco que cuenta la economía nacional irlandesa para quienes toman decisiones sobre nuestro futuro.

Los que toman las decisiones sobre nuestro futuro son ahora oficialmente el FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Aunque tratan de ser educados, a veces se les cae la máscara, como cuando el comisario europeo de asuntos económicos Alli Rehn nos advirtió que el gobierno irlandés estaba obligado a presentar un presupuesto nacional antes de convocar elecciones.

Ahora mismo tienen que enfrentarse con un genuino alud, canalizado por las redes sociales y que abarca a todo el espectro político irlandés, que exige que la nación se declare en quiebra. Un artículo aparecido nada menos que en [el famoso diario económico electrónico norteamericano] Bloomberg en el que se recomendaba precisamente eso («Declararse en quiebra es mejor para el paciente irlandés que un rescate») ha gozado de una ilimitada difusión vía Internet en Irlanda estos tres últimos días. Es probable que, llegados a este punto, se hagan algunas pequeñas concesiones, aunque sólo sea para sentar un precedente para la próxima ola de rescates de países de la Unión Europea, un precedente que salve las apariencias del «sufrimiento compartido». Tal vez podría ofrecerse a los tenedores bancarios de bonos más veteranos un trato para que cambiaran deuda protegida por acciones, pero sabe Dios quién podría querer acciones en los bancos irlandeses.

Resulta obvio ahora que Irlanda, como Lehman hace dos años, ha puesto al descubierto la fragilidad (es decir, la criminal falta de escrúpulos) subyacente al mundo de los negocios financieros. Lo crucial, políticamente hablando, es que Irlanda se sirva de su posición decisiva en este momento de la crisis no sólo para asegurar su propia supervivencia, sino para contribuir a poner fin al goteo de pauperización que arrastrará a Europa y al mundo entero, si este tipo de «rescates», que no son sino ulteriores transferencias de riqueza hacia los ya ricos, llegan a ser la norma. No podemos darnos por satisfechos con algún arreglillo para salvar la cara con los tenedores de bonos  que apostaron con nuestros bancos, o mejor dicho, que calcularon que esta «apuesta» suya no podía de ningún modo ser perdedora, porque sus socios políticos en el delito no permitirían de ningún modo que la perdieran del todo.

Y si Irlanda se cierra en banda y proclama: «¡No hay trato!» y eso causa el desplome del castillo de naipes, pues que así sea.

El ominoso papel de Los Verdes en Irlanda

La correlación política de fuerzas en Irlanda hace que esto resulte improbable. Los principales partidos del centro derecha, Fianna Fail (en el gobierno) y Fine Gael (en la oposición) están en lo esencial embarcados en la austeridad y al servicio de los amos financieros. También el Partido Verde: el artículo, por lo demás excelente, de Mike Whitney ayer podría dar la impresión de que los Verdes han buscado dar el golpe de gracia al gobierno al que han venido dando apoyo durante tres años y medio, pero lo que han dicho en realidad los verdes es que sólo saldrían del gobierno cuando acabe de perpetrarse el daño, en unas cuantas semanas.

Sin embargo, el resurgimiento de un Sinn Fein que vuelve a hablar claro -el líder del partido, Gerry Adams, está moviendo sus bases políticas al sur de la frontera para concurrir aquí en las próximas elecciones parlamentarias- y el nacimiento de una nueva formación, la Alianza de la Izquierda Unida, a la izquierda de nuestro desesperantemente huero Partido Laborista dan algún motivo fundado para el optimismo. Pero la mayor esperanza de cambio real para nosotros pasa por internacionalizar la resistencia de modo semejante a como «los mercados» han internacionalizado la crisis. Se oyen muchas cosas estos días sobre los movimientos cada vez alcistas en los rendimientos de los bonos portugueses, pero muy poco sobre la Huelga General del miércoles pasado en Portugal.

Este fin de semana, el movimiento sindical irlandés busca salir de décadas de obscuridad marcadas por el «diálogo social» con gobiernos y empresarios, lanzándose a lo que con toda probabilidad será una enorme manifestación el sábado 27 de noviembre por la tarde en Dublín. Es probable también que ese mismo fin de semana el gobierno irlandés haga públicos los términos de su negociación con el FMI y compañía. (Dicho sea de paso: una medida de la autopunitiva confusión del país puede darla el siguiente hecho: todavía la semana pasada, mucha gente se aprestaba a saludar al FMI como una institución más competente para enfrentarse a la crisis que cualquier institución irlandesa.) El próximo lunes sabremos mucho más sobre los niveles de resistencia y resignación, así como sobre los niveles de miseria y servidumbre que determinarán la futura dirección de esta crisis.

Harry Browne es profesor en la Escuela de Medios de Comunicación en el Dublin Institute of Technology.

Traducción para www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3754