El pesimismo y el cinismo no alcanzaron su punto más negro hasta el siglo XIX, cuando Karl Marx arrancó los informes de nuestros inspectores fabriles de los Libros Azules, hasta entonces sumidos en el olvido, y reveló en toda su amplitud las atrocidades del capitalismo. Demostró hasta la saciedad que el capital, en su afán […]
El pesimismo y el cinismo no alcanzaron su punto más negro hasta el siglo XIX, cuando Karl Marx arrancó los informes de nuestros inspectores fabriles de los Libros Azules, hasta entonces sumidos en el olvido, y reveló en toda su amplitud las atrocidades del capitalismo. Demostró hasta la saciedad que el capital, en su afán por lo que él llamó Mehrwerth, y que nosotros traducimos por «plusvalía» (que incluye la renta, el interés y la ganancia comercial), es despiadado y no se detendrá ante nada, ni siquiera ante la mutilación y las matanzas, la esclavización de los blancos y los negros, la adicción a las drogas y el alcoholismo, si estas lacras prometen un chelín por ciento más que los dividentos de la filantropía. Antes de Marx había habido mucho pesimismo. El libro del Eclesiastés, en al Biblia, está repleto de pesimismo. En El rey Lear, Timón de Atens y Coroliano, Shakespeare hizo de él el tema central. Y lo mismo hicieron Swift y Goldsmith. Pero, al contrario que Marx, ninguno de ellos pudo documentarse a partir de fuentes oficiales. Así pues, Marx creó la exigencia de «un mundo nuevo» que no solo inspira al comunismo y el socialismo modernos, sino que en 1941 se convirtió también en la demanda de conservadores y eclesiásticos celosos. (George Bernard Shaw, 1944)
En ambos autores [Keynes y Marx] , el desempleo desempeña un papel esencial. En ambos se considera que el capitalismo porta en su seno las semillas del declive. En el lado negativo, como en el caso de su postura frente a la teoría ortodoxa del equilibrio, los sistemas de Keynes y Marx comparten la misma visión, y ahora, por vez primera, existe suficiente terreno común entre los marxistas y los economistas académicos para hacer posible la discusión. Pese a ello, los economistas académicos británicos no han estudiado mucho todavía la obra de Marx. (Joan Robinson,1948)
Estamos en el capítulo VI: «La circulación del capital», pp. 175-184, uno de los más breves del libro de Michael Heinrich. Tres apartados, el primero de ellos: «El ciclo del capital: costes de circulación, capital industrial y capital comercial.»
Sacristán citó con admiración la obra de la profesora Robinson en uno de sus grandes escritos (anteriormente una conferencia, Fundación Miró, 1978): «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia» (de próxima aparición en la editorial de El Viejo Topo).
El comentario sobre este entrega del profesor Manuel Martínez Llaneza al final de todo.
En el proceso de valorización del capital, señala MH resumiendo resultados ya alcanzados, el capital adopta las formas de mercancía y dinero. Como se desprende de la fórmula general del capital, D-M-D’, el proceso de valorización comprende actos de producción y de circulación. De ambos. El proceso de producción fue expuesto por Marx en el libro I; la investigación del proceso de circulación del capital es asunto del libro segundo. En este capítulo, el VI, MH nos advierte que solo va a comentar y exponer algunos conceptos de esta investigación -la de Marx del segundo libro- los conceptos necesarios para la comprensión del contenido del libro III.
Entremos pues en el primer apartado. La fórmula D-M-D describe el ciclo del capital. Este se descompone en tres estadios:
Primer estadio : el capitalista aparece en el mercado de mercancías como comprador, transformando su capital dinerario D en mercancía M. El dinero es la forma autónoma del valor y el capital dinerario es la forma dineraria del capital.
Lo que hace de este acto de compra una etapa del ciclo del capital es la conexión en la que se encuentra: se vende para producir una nueva mercancía que se va a vender a continuación con ganancias. Esto es posible a causa del contenido material específico de las mercancías compradas: el capitalista compra medios de producción (MP) y fuerza de trabajo (FT), es decir, transforma el capital dinerario D en capital productivo P.
Segundo estadio: el proceso de circulación se interrumpe, el capital productivo P se consume en el proceso de producción.
MH señala que si bien el capital productivo consta de medios de producción y fuerza de trabajo, de ahí no se infiere que siempre sean capital productivo. Los medios de producción y la fuerza de trabajo son, ciertamente, siempre factores del proceso de producción, independientemente de cual sea la forma social de dicho proceso. Pero solo son capital productivo dentro de un proceso de producción capitalista.
El resultado del proceso de producción capitalista es una nueva cantidad de mercancías; como forma de existencia del capital valorizado, esta cantidad de mercancías es capital mercantil M’. Este no solo consta de mercancías cualitativamente distintas de la cantidad inicial de mercancías M (medios de producción + fuerza de trabajo) sino que en la venta tiene también un valor mayor que M.
Tercer estadio : el proceso de circulación prosigue, el capitalista se presenta en el mercado de mercancías como vendedor. Vende la nueva cantidad de mercancías M’ por D’, esto es, transforma el capital mercantil en capital dinerario que ahora es un capital dinerario valorizado (acrecentado por el plusvalor). Por lo tanto, señala MH, se obtiene la siguiente figura de circulación:
MP
D – M < …. P ….. M' - D'
FT
En este ciclo, el capital adopta sucesivamente las forma de capital dinerario, capital productivo y capital mercantil. No se trata (en estas formas) de clases independientes de capital, sino de etapas particulares del ciclo del capital.
Unas definiciones: el tiempo que pasa el capital en el proceso de producción es su tiempo de producción; el que pasa en el proceso de circulación (sea en la forma de capital dinerario que busca vendedores de mercancías, sea en la forma de capital mercantil que busca compradores) es su tiempo de circulación.
El tiempo de circulación es mayor que el tiempo de trabajo propiamente dicho: si las máquinas están paradas de noche, o si se mantienen las existencias, el capital también se encuentra en el proceso de producción fuera del tiempo de trabajo. Sin embargo, solo se produce valor y plusvalor dentro del tiempo del trabajo: de este modo los capitalistas se esfuerzan por reducir al mínimo posible el tiempo de producción y de circulación que exceda el tiempo de trabajo propiamente dicho.
En la circulación surgen los costes de circulación: hay que distinguir, comenta MH, entre los costes de los actos productivos, que incrementar el valor de uso y el valor de los productos, por tanto, los costes de una continuación del proceso de producción durante la circulación, y los puros costes de circulación, que no agregan nada al valor de uso y, por consiguiente, tampoco al valor de los productos, ya que resultan únicamente del cambio de forma del dinero en mercancía o de la mercancía en dinero.
La primera clase de costes está constituida fundamentalmente por los costes de transporte: una cosa tienen valor de uso para mí si la tengo a mi disposición en el lugar en que la quiero consumir.
La ilustración de MH: el transporte de una bicicleta desde la fábrica hasta el consumidor es tan necesario para el valor de uso de esta bicicleta como el montaje de los neumáticos, por lo que contribuye al valor de uso de la bicicleta tanto como los neumáticos. Por el contrario, el simple cambio de forma de mercancías y dinero no tiene nada que ver con el valor de uso de la mercancía y por tanto tampoco tiene nada que ver con su valor.
Los meros agentes de la circulación (por ejemplo, un cajero) pueden ser ciertamente trabajadores asalariados, que producen plustrabajo como todos los demás trabajadores asalariados ya que si trabajan, por ejemplo, ocho horas, su salario expresa una suma de valor que en circunstancias normales se producen, pongamos por caso, en cuatro horas. Sin embargo, señala MH, estos agentes de la circulación mismos no producen ningún valor, y, en consecuencia, tampoco producen ningún plusvalor. En el caso de su trabajo, se trata de un trabajo que es necesario en condiciones capitalistas, pero que es improductivo, no crea propiamente plusvalor. El salario de este trabajo (y el valor de los medios de producción consumidos por él) es una deducción del plusvalor que han producido los trabajadores productivos.
El que los trabajadores improductivos rindan plustrabajo y sean explotados no contribuye al aumento del plusvalor, pero, matiza nuestro autor, si se reducen estos gastos disminuye la deducción del plusvalor.
Lo que se acaba de apuntar de los agentes de circulación vale en general para los costes de circulación propiamente dichos: constituyen una deducción del plusvalor; si se reducen, aumenta el plusvalor que queda. Con ello surge la apariencia de que la valorización del capital no resulta solamente de la explotación de la fuerza de trabajo en el proceso productivo sino, independientemente de ello, también del proceso de circulación del capital. El fetichismo del capital (MH presentó esta categoría en el análisis del proceso de producción) sigue reforzándose en la circulación en opinión del filósofo alemán.
Una nueva definición (capital industrial): el capital que recorre las tres formas de capital dinerario, capital productivo y capital mercantil es designado por Marx como capital industrial.
Con tal denominación no se destaca su particularidad material (como, por ejemplo, el uso de grandes instalaciones industriales) sino una característica por el lado del valor (cita de Marx): «El capital industrial es el único modo de existencia del capital en el que no solo es función del capital la apropiación de plusvalor o de plusproducto sino al mismo tiempo su creación».
También el capital que está invertido en empresas de servicios forma parte del capital industrial en este sentido: la única diferencia consiste en que el producto acabado (sea una función de teatro o un transporte) no es una cosa material que pueda presentarse como capital mercantil independiente; solo puede consumirse simultáneamente con su proceso de producción, de manera que la figura de la circulación tiene la siguiente forma:
MP
D – M < …. P M' - D'
FT
Pero el valor de tal servicio está determinado, como el valor de cualquier otra mercancía producida de forma capitalista, por la suma del valor de los medios de producción consumidos para su producción (c) y el nuevo valor creado por medio del gasto de fuerza de trabajo ( v + p).
En cambio, el capital comercial y el capital que devenga interés no pertenecen al capital industrial. Es cierto que ambos se apropian una parte del plusvalor, pero no pertenece a su función de capital producir este plusvalor.
El capital comercial tiene que ver solo con la compra y la venta de mercancías; los trabajadores y trabajadoras empleados por él realizan un trabajo improductivo que no suministra ningún plusvalor: el capitalista industrial se ahorra los gastos que supone este trabajo improductivo (por tanto, también los propios costes de circulación) y acorta además el tiempo de circulación de su capital, en la medida en que no vende a los consumidores sino al comerciante.
Por eso le vende al comerciante las mercancías producidas con su capital por debajo de su valor, el cual las vende posteriormente a su valor. De este modo, el capitalista industrial reparte con el capitalista comercial el plusvalor producido con su capital.
En nota a pie señala MH:
Entre las funciones del capital comercial no se cuenta el transporte; este representa una esfera del capital industrial. Aquí se trata de distinciones conceptuales, en la realidad puede ocurrir perfectamente que un determinado capital combine la función de transporte y de venta, es decir, que una parte del capital adelantado sea capital industrial y, por tanto, generador de valor y de plusvalor, y otra parte sea capital comercial, que no genera valor ni plusvalor.
El siguiente apartado del capítulo se titula: «La rotación del capital. Capital fijo y capital circulante», pp. 179-181.
PS. Los comentarios críticos del profesor Manuel Martínez Llaneza:
Como he comentado, lo que escribe MH en esta entrega es básicamente lo que expresa Marx al respecto, y digo «básicamente» porque algo debe haber en su interpretación, aunque se me escape a mí, que le haya llevado anteriormente a afirmaciones contradictorias con lo que aquí expresa (beneficio-plusvalía, valor-precio,…) que he señalado repetidamente, incluida la última entrega.
Creo que el núcleo podría resumirse así: sólo produce plusvalía -es decir, sólo se valoriza como capital- el capital industrial, que incluye el transporte.
Aunque sí producen beneficios los capitales invertidos en comercio y finanzas, estos beneficios se detraen de la realización de la plusvalía arrancada por el capital industrial; y esto es independiente del nivel salarial y de explotación de los empleados en estos sectores (que podrían llamarse de capitalismo impropio desde el punto de vista de la valorización). Esto pone en cuestión todas las argumentaciones que identificaban el valor con el beneficio del capitalista individual en un sistema providencial de precios («Solo en el intercambio recibe el valor una forma de valor objetiva», entrega XIV, etc.) ; desde luego, muchos autores no están de acuerdo con Marx y es legítimo argumentar en su contra.
Hay otro detalle secundario pero que no quiero obviar, tal vez de la traducción. Es la denominación de ‘capital mercantil’. En las fases por las que pasa el capital industrial, Marx considera, como narra MH, el capital en dinero con el que se compran medios de producción y fuerza de trabajo, que se transforma en capital en producción durante el periodo de fabricación y finalmente en capital en mercancías para vender. Considero impropio llamar al capital en mercancías capital mercantil, ya que esta denominación hace referencia a capital de una sociedad mercantil, que no es necesariamente mercancías.
Un añadido complementario:
Me olvidaba: un colofón que creo importante.
Es muy oportuno recordar que Marx, de la misma forma que lo hace repetidamente en el libro I, en la primera página del libro II dice. «…Por eso, aquí partimos del supuesto de que las mercancías se venden por su valor…», supuesto que sería innecesario si se tratase de una ley o una definición de alguno de los términos que implica, pero que no puede analizarse hasta el libro III. Espero que no echen la culpa a Engels.
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