En El silencio es oro (Le silence est d’or, Francia, 1947) René Clair recrea con nostalgia, inocencia y humor la vida de los pioneros del cine en París.
La película está ambientada en la primera década del siglo xx, justo cuando el cinematógrafo es un invento nuevo. No hay que olvidar que la primera exhibición cinematográfica comercial en París se celebró 28 de diciembre de 1895 en el Salon indien du Grand Café, con varios cortometrajes de los Lumière, como La salida de la fábrica Lumière en Lyon o El regador regado. Las proyecciones son todavía una atracción de verbena, pero se va armando una industria que tiene que proporcionar material a las barracas. Así nacen los primitivos estudios, donde se ruedan historias cortas para un público que ya está enganchado al espectáculo. Estos primeros cineastas también atrapan la realidad con sus rudimentarias cámaras, por ejemplo, un gran desfile por las calles parisinas, como podemos ver al principio de la película de René Clair. Entre los pioneros todo es improvisación, naturalidad, imaginación y descubrimiento. En su vida hay creatividad, caos, locura… y, por supuesto, amor. Los protagonistas de El silencio es oro son el dueño de unos primitivos estudios de cine, Emile (Maurice Chevalier), y su amigo Jacques (François Périer), que lo mismo rueda que hace de actor principal o arregla un decorado. Emile es un hombre ya maduro, con mucha historia a sus espaldas, un bon vivant y un donjuán. Y Jacques es un joven vitalista e idealista, torpe en el amor. La aparición de Madeleine (Marcelle Derrien), una chica que pisa por primera vez París, trastocará el día a día de ambos. René Clair refleja esa belle epoque, donde se vislumbraba un nuevo siglo lleno de posibilidades, y nos regala una elegante y encantadora comedia de enredo cuyo visionado genera un sentimiento: la alegría de vivir… a pesar de los pesares.
El director francés fue testigo directo de esos tiempos durante su infancia. No le eran ajenos, y por eso podía rememorarlos. Años más tarde, durante la década de los veinte, se metió de lleno en el mundo del cine y la vanguardia. Y una vez que el cine sonoro comenzó su andadura, René fue uno de los realizadores estrella del realismo poético francés, con unas tragicomedias que contaban las alegrías y penas de una serie de personajes de los estratos más populares. Durante los años de la ocupación, Clair decidió abandonar Francia y se marchó con rumbo a Hollywood. Al otro lado del océano rodó clásicos como Me casé con un bruja (1942) o Diez negritos (1945), aunque ya había rodado anteriormente en inglés, pues trabajó en Gran Bretaña para Alexander Korda. Y la primera película que filmó al regresar de Estados Unidos fue El silencio es oro. René Clair, que había vivido dos guerras mundiales y había estado durante años fuera de su país natal, rodó a su vuelta una película que es una celebración de la vida y el amor, que rememora una década que se asomaba con ilusión a un mundo nuevo.
Maurice Chevalier, un bon vivant
Uno de los culpables del tono desenfadado, nostálgico y vivo de la película es sin duda su protagonista: Maurice Chevalier. El actor también conoció durante su juventud la belle epoque parisina y se hizo a sí mismo como artista en los café-concert. Su personaje, Emile, es un hombre mayor y vitalista, que sabe divertirse y se guía por el carpe diem cada día. Sin embargo, descubre que ya está en la vereda de la vejez. Enamorado del amor, un desengaño le llevó a ser un vividor e ir siempre de flor en flor, pero cuando Madeleine, la hija de la mujer que amó, llega a su vida de manera inesperada, revive de nuevo la ilusión de enamorarse locamente, aunque descubrirá que ya no es su momento. Pero Emile no solo es un hombre mayor enamorado, sino que gestiona un estudio de cine pionero y también dirige con pasión los cortos que produce. Pasea por las dinámicas calles de París, con sus verbenas, tiovivos, terrazas, bailes al aire libre y, como no, sus café-concert. El personaje, además, es todo un consumado relaciones públicas: se codea con sus trabajadores, con el mundo del vodevil del que viene, con las mujeres bellas y desconocidas con las que se cruza, pero también con el universo poderoso de su socio capitalista, por el que no siente mucha simpatía, aunque sabe torearlo. Al final de la película, incluso, las autoridades públicas de la capital asisten a uno de los rodajes del estudio que dirige para mostrar a un príncipe de un país lejano la floreciente industria cinematográfica parisina.
Además, la presencia de Chevalier permite hablar de una referencia clara: El silencio es oro revive un tipo de comedia sofisticada que contaba con todo un maestro en Estados Unidos, Ernst Lubitsch. Maurice Chevalier, durante su estancia en Hollywood en los últimos años veinte y la década de los treinta, protagonizó las maravillosas comedias musicales del director de origen alemán: El desfile del amor (1929), El teniente seductor (1931), Una hora contigo (1932) o La viuda alegre (1934). Y en esta comedia René Clair recurre al famoso «toque Lubitsch», lo que hace especial la forma en que está contada la historia.
Clair, director y guionista, no solo maneja claves de la comedia sofisticada, sino que se empapa de la ambientación de ensueño del realismo poético francés, amén de su acercamiento al espíritu cómico de Molière. La influencia de Lubitsch está presente en el ritmo, en el manejo maravilloso de las elipsis, en el trabajo con el sonido o en el uso de las puertas como elemento escénico. Después están los personajes populares típicos del realismo poético francés, es decir, los trabajadores de la productora, el violinista callejero, los artistas de los cafés y teatros de variedades. Y, por último, el enredo, la sátira y el tipo de relación de los distintos personajes nos retrotraen al autor de El enfermo imaginario o La escuela de las mujeres. Además, la película presenta un triángulo amoroso, y en el tipo de relación que se establece entre los tres personajes hay ecos lejanos de otra obra teatral muy francesa: Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand. Por ejemplo, es Emile el que le dicta y enseña las palabras adecuadas que debe decir Jacques para conquistar a Madeleine. Y es que, si bien la película es un canto al amor, también es una oda a la amistad, como se refleja en la relación entre Emile y Jacques, que son más que un maestro y un alumno. Los malentendidos y enredos entre los dos provienen del hecho de que ambos pretendan a Madeleine.
Y, finalmente, al ser Emile el maestro de ceremonias de El silencio es oro, la película se convierte en un relato cinematográfico circular: empieza con él en la sala de cine, viendo sus cortos, y termina exactamente en el mismo sitio. Entre ambos momentos, el personaje se ha dado cuenta de que la vida pasa, de que ya es más mayor, pero no renuncia a seguir adelante… y a disfrutar mientras pueda.
Cine y verbena
La película arranca en una especie de verbena parisina. Al lado de un tiovivo hay una carpa que es una sala de cine. En la puerta hay una especie de maestro de ceremonias que publicita el invento del siglo, e invita a la gente a entrar. Les dice a los visitantes que van a vivir una hora de descanso y evasión. Una vez en la sala, no falta nada: el proyeccionista, los asientos del público y la pantalla de cine. Pero también llama la atención la presencia de dos personajes imprescindibles de los primeros años, el que va narrando la película y la pianista. Ligando y viendo las reacciones del público, conoceremos a Emile. Hay un detalle encantador, cuando las telas del techo dejan un hueco por donde entra la lluvia, el protagonista abre su paraguas para seguir viendo la proyección.
Después, nos adentramos en el estudio. Se trata de un negocio que empieza siendo una especie de gran barracón. Reina la locura en los camerinos, los despachos y los primitivos platós. El ritmo de producción es vertiginoso, ya que un día están rodando en un decorado que muestra una playa, y el siguiente en una calle donde nieva (¡ya se utilizan efectos especiales!). El empleo de la cámara todavía es bastante estático; lo que cambian son los decorados y los que se mueven son los actores. Sobre todo en el personaje de Jacques se demuestra que son tiempos de pioneros, y que uno puede ocuparse de cualquier labor, desde filmar un desfile en la calle hasta ayudar a construir un decorado, pasando por conseguir un animal para rodar una secuencia concreta o disfrazarse para ponerse delante de la cámara.
El cine ya es un arte que fascina y una salida para muchos que quieren dedicarse al mundo del espectáculo. Y el público ya muestra sus preferencias; incluso el hombre que anima a entrar a la gente a la sala de cine le pide a Emile que haga más películas tristes, que son mucho mejores que las comedias. Ahora bien, aun siendo un arte tan atractivo, está dando sus primeros pasos y, por eso, todavía no es competencia ni para los café-concert ni para los espectáculos de variedades. De hecho, Madeleine llega a París, y se encuentra totalmente sola, porque su padre, un payaso que no deja de triunfar en el teatro ni de hacer tournée, no tiene tiempo ni ganas de atender a su hija. El cine, por tanto, no supone todavía ninguna amenaza para ese mundo de las variedades.
Tanto Madeleine como Lucette, el primer fracaso amoroso de Jacques, son dos jóvenes que ven en el mundo del cine y la actuación una salida, una forma de vida. Por otra parte, en este estudio pionero queda reflejado que el cine es un trabajo en equipo, donde todos contribuyen a que salga adelante cada cortometraje, que el séptimo arte requiere pasión, acción, horas de trabajo y mucha dedicación.
Cine y vida
Uno de los momentos más hermosos de la película, y también más divertido, transcurre durante el rodaje de un cortometraje delante de las autoridades políticas y del príncipe del país lejano. El enredo ya está servido y estamos en el punto más crítico del trío protagonista. Los jóvenes se aman, pero no quieren hacer daño a Emile, porque este ha descubierto la pasión entre las dos personas que más quiere, y se ha sentido desencantado y desplazado. ¿Qué pasará? ¿Cuál será el futuro de los tres? Ruedan una historia exótica: Pasión de oriente. Una bella joven de un lejano país (interpretada por Madelaine) se enamora de un aventurero (Jacques), pero su vida está unida a un anciano sultán. Cuando este descubre la situación, se enfurece e impide que sigan juntos. Ella se tira por la ventana y el joven se mata con su espada. El rodaje se corta, y cuando piden opinión al público que ha asistido, el príncipe desea que se ruede un final más feliz. Y el director, Emile, hablando de ellos tres en realidad, se dirige entonces a los jóvenes actores y propone otro final para todos los personajes. En la siguiente secuencia, vemos el final feliz proyectado en la sala de cine… y a Emile, sonriendo mientras ve su cortometraje en la sala. René Clair rueda de manera sencilla, bella y directa cómo el cine y la vida siempre se cruzan.
Eso es El silencio es oro, la recreación nostálgica de un tiempo pasado, antes de las dos guerras mundiales, donde se da la posibilidad de un final feliz.
Fuente: https://insertoscine.com/2020/12/16/el-cine-en-tiempos-de-la-belle-epoque/