Puede ocurrir que algunos espectadores, tras contemplar la última obra de Michael Moore, estrenada en España el viernes pasado, salgan del cine con la sensación de que no les ha aportado nada nuevo, que ya se sabían el argumento de la película y que ésta, en realidad, sólo pone imágenes y sonidos a las ideas, […]
Puede ocurrir que algunos espectadores, tras contemplar la última obra de Michael Moore, estrenada en España el viernes pasado, salgan del cine con la sensación de que no les ha aportado nada nuevo, que ya se sabían el argumento de la película y que ésta, en realidad, sólo pone imágenes y sonidos a las ideas, decisiones y acontecimientos que han sido ampliamente comentados en los medios de comunicación y en varios libros de reciente difusión. Quienes así piensen pertenecen probablemente al exiguo grupo de ciudadanos interesados por la política exterior y bastante informados sobre lo que ha ocurrido en EEUU antes y después de la invasión de Iraq.
Pero no todos los que van al cine poseen tal nivel de información y para muchas personas Farenheit 9/11 puede suponer una revelación impactante. Porque el mérito de esta película es su capacidad para resumir en un par de horas unos hechos que, querámoslo o no, han influido en nuestras vidas. No es aventurado suponer que si las decisiones tomadas en Washington hubieran ido por otros derroteros, la tragedia madrileña del pasado 11 de marzo no se hubiera producido. Así que también para los españoles lo que se narra en este filme tiene gran interés.
Si en él son muchos los aspectos tratados (causas de la invasión de Iraq; influencia del petróleo; presión de la plutocracia y las grandes corporaciones para aumentar sus beneficios; errática personalidad del presidente Bush; incidencia de la amañada elección presidencial del año 2000, entre otros), hay uno de evidente interés que deseo poner aquí de relieve. Es el hecho de que en Iraq, una vez más, las Fuerzas Armadas de EEUU y sus actividades bélicas están teñidas de algo que muy bien podría llamarse discriminación clasista.
Una de las tesis sostenidas en el filme viene a exponer que la élite gobernante de EEUU está simplemente explotando a los soldados profesionales de un ejército de voluntarios, patrióticamente estimulados después del 11S, que en su mayor parte se han alistado porque pertenecen a una clase social empobrecida y de ese modo podrían aprender un oficio, obtener un título universitario o huir del paro y la miseria de los barrios marginados que, aunque fugazmente, se muestran en panorámica.
Son varios los testimonios de personas entrevistadas en la película que muestran lo que aquí se acaba de afirmar. Quizá, desde el punto de vista del cine documental, las mejores secuencias correspondan a las reacciones, verbales o gestuales, de los congresistas que son abordados por Michael Moore a la salida del Congreso en Washington. Provisto de unos folletos de alistamiento militar y acompañado de un soldado de Infantería de Marina de raza negra, interpela a varios distinguidos representantes del pueblo sugiriéndoles que alisten a sus hijos para ir a combatir a Iraq. ¡No se pierda el espectador esas escenas!
En cierto modo, aunque en circunstancias distintas, se reproduce hoy con la invasión de Iraq parte de lo que ya ocurrió en la guerra de Vietnam. Cuando se le preguntó al vicepresidente Cheney por qué en esa guerra (que concluyó a causa de la insistente oposición popular) los que combatían eran en su mayoría los pobres y los que ocupaban puestos alejados del frente eran miembros de la actual clase dirigente, respondió así: «Porque teníamos otras prioridades». La principal, se intuye sin mucha malicia, era que los valiosos vástagos de los privilegiados no engrosasen las listas de bajas en combate.
Pero en Vietnam existía un ejército de reclutamiento obligatorio (aunque muy distorsionado por la corrupción) y en Iraq los soldados de EEUU son voluntarios del ejército regular, apoyados por otros voluntarios a tiempo parcial: los de la Guardia Nacional de los diversos estados que forman la Unión y los reservistas. Éstos se alistaron con la idea de asistir a actividades militares un fin de semana mensual y dedicar un par de semanas a maniobras durante el verano. Pero la guerra de Iraq ha trastornado sus planes y muchos se encuentran atrapados en prórrogas forzosas que perturban su vida familiar, influyen negativamente en sus medios de vida y crean un extendido malestar en la sociedad. Algunas entrevistas del filme comentado revelan esta situación, sobre todo cuando se comparan los desmedidos sueldos de los empleados civiles de Halliburton en Iraq con la escueta paga militar. Para muchos, la ocupación de Iraq ha supuesto convertir en reclutamiento forzoso lo que era un ejército de voluntarios, al prolongar los turnos de servicio, uno tras otro, sin ver un final claro a su compromiso.
Las consecuencias son evidentes: es cada vez más difícil reclutar nuevos soldados. Si EEUU desea mantener en Iraq el actual contingente durante cinco años más -como ha insinuado el Pentágono-, no quedará otra opción que restablecer el servicio militar obligatorio, difícil papeleta que encontrará sobre su mesa el presidente que jure el cargo en enero del 2005.
Michael Moore nos ha hecho un favor a todos, poniendo imágenes y palabras a una de las más vergonzosas etapas de la historia de EEUU. Sólo me permito discrepar de él en su deseo de que el filme sirva para que Bush no sea reelegido. No anhelo, claro está, la reelección de un presidente funesto para EEUU y para el mundo. Pero me temo que no serán las elecciones del próximo noviembre las que nos libren de la arrogancia, la prepotencia y la brutalidad con la que actúa el Imperio bajo el que nos ha tocado vivir. Una vez más, habrán de ser los pueblos -sobre todo el de EEUU- los que obliguen a sus gobernantes a cambiar de política, como ocurrió con la guerra de Vietnam. Lamentablemente, no parece que el pueblo estadounidense esté hoy en condiciones de hacerlo.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)