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El clamor enmudeció, pero la crisis alimentaria está empeorando

Fuentes:

Traducido para Rebelión por Mar Rodríguez

Hace apenas algunos meses nos decían que éste es un periodo de dura crisis alimentaria en evolución, sin precedentes, con futura escasez y grandes desequilibrios mundiales entre la oferta y la demanda. Las voces más resonantes, desde los directivos de los organismos internacionales hasta los líderes de países ricos y pobres, nos advertían de las terribles consecuencias sociales, políticas y nutricionales de no hacer nada, de los millones de personas que pasarían hambre y de los disturbios que tendrían lugar si los desequilibrios continuaban o aumentaban.

Pero ahora el problema ha desaparecido por completo del radar internacional y se ha visto relegado a las páginas interiores de los periódicos y a los someros retales finales de los discursos políticos. ¿Qué ocurrió? ¿No era un problema tan grave, después de todo?

No, el «tsunami silencioso» se ha visto sencillamente arrollado en la conciencia pública por el tsunami mucho más atronador en el mundo de las finanzas internacionales que atrapa toda la atención con los sonidos abrumadores de posibles colapsos bancarios y las enormes sumas de los rescates. Pero la crisis alimentaria mundial no ha terminado en absoluto y probablemente se intensifique en el futuro próximo.

Una razón por la que gran número de analistas decidió que la crisis alimentaria puede no ser tan intensa es la contracción mundial de los precios de las cosechas que comenzó en algún momento de mediados del año pasado. Durante unos dos años antes, los precios de las materias primas alimentarias y de otro tipo habían estado aumentando, especialmente en los primeros meses de 2008, pero a principios de junio del año pasado los precios del petróleo y de las cosechas de alimentos cayeron, de forma que ahora son más bajos que hace un año.

Cuando los precios de los alimentos estaban aumentando se hablaba mucho de los cambios en la demanda que causaban esa tendencia. El presidente Bush se sumó a quienes decidieron que esto reflejaba el aumento de la demanda de China y la India a medida que aumentaban sus ingresos por persona. Este argumento era completamente ridículo, puesto que, de hecho, el consumo de alimentos se ha reducido en ambos países. Ambas economías han mostrado reducciones incluso más patentes de la ingesta de alimentos por persona a pesar de la presencia continuada de la hambruna general, debido al aumento de las desigualdades de los ingresos en ambos países. En cualquier caso, el argumento de la mayor demanda de alimentos de China e India pronto se vino abajo junto con la caída mundial de los precios y ahora resulta todavía más patente que las bruscas variaciones que se han observado en los mercados de alimentos y otras materias primas durante este año han sido el resultado de fuerzas especuladoras, no de algún cambio real en la oferta y demanda mundiales.

Pero a pesar de esta volatilidad y de la reciente caída de los precios, la crisis alimentaria continúa. Y sí refleja, en efecto, pautas de oferta y demanda, pero no aquellas de las que se ha hablado. El problema básico no es siquiera un problema de escasez absoluta sino de la incapacidad de pagar los alimentos, un problema que empeorará en muchos países en desarrollo y especialmente para sus ciudadanos más pobres.

El escenario alimentario mundial se ve dominado en la actualidad por tres problemas. En primer lugar, hay una crisis de cultivo, especialmente en el mundo en desarrollo, resultado de dos décadas de negligencia política: la caída de las inversiones públicas en investigación, extensión y apoyo a la agricultura, la intensa liberalización del comercio que dejó a los agricultores del sur expuestos a una comercialización apoyada por fuertes subsidios para los negocios agrícolas del norte y la liberalización financiera que redujo el acceso de los agricultores al crédito y los convirtió en víctimas de las fuerzas especuladoras que también afectaron a los precios. Como resultado, los costes de los cultivos aumentan incluso en los años en los que caen los precios de las cosechas y el cultivo de alimentos está convirtiéndose en una opción inviable en gran número de países.

En segundo lugar, esto se ha asociado con una depresión en los salarios en los países en desarrollo, lo que implica que el poder adquisitivo de la mayoría no aumentó aunque las economías de los países sí crecían. De esa forma, la demanda de alimentos no ha aumentado, sencillamente porque los pobres carecen de ingresos para pagarlos.

En tercer lugar, se ha producido una concentración creciente de las empresas que operan en la agricultura mundial y unas cuantas megaempresas agrícolas se han hecho con el dominio de los mercados, tanto consumidores como productores. Estas empresas son también las que se benefician de las subvenciones gubernamentales que promueven el etanol, que cambian los terrenos que deberían ser para producción de alimentos en terrenos de producción de combustible para automóviles con gasto energético paradójicamente mayor. Esta concentración se refleja en la evolución reciente de los precios de los alimentos: mientras que los precios mundiales han caído en gran medida durante los últimos cuatro meses, los precios al por menor de los alimentos en la mayoría de los países en desarrollo no han experimentado reducción alguna.

Por desgracia, es probable que cada uno de estos procesos negativos se intensifique. La crisis financiera reducirá la capacidad de los gobiernos de los países en desarrollo para aumentar la realmente necesaria inversión en agricultura o para aumentar la distribución de alimentos a precios asequibles, afectará adversamente a los ingresos y reducirá todavía más el poder adquisitivo, y se añadirá a la presión hacia la concentración en la industria, incluida la agrícola.

A mediados del año pasado fuimos testigos de un clamor mundial que advertía del peligroso estado de miles de millones de personas en los países en desarrollo cuyos gobiernos no podían permitirse ofrecer comida suficiente para ellos y que no podían ganar lo suficiente por sí mismos para comprar alimentos a los precios entonces vigentes. Estos problemas han empeorado, pero el clamor ahora sólo habla de los bancos multinacionales amenazados. Y está entregándose una cantidad que multiplica varias veces el dinero que no se encontró para alimentar a los pobres para salvar a las entidades financieros irresponsables.

© 2009 Guardian News and Media Limited

Jayati Ghosh es catedrático de economía en la universidad Jawaharlal Nehru University (India). Su dirección electrónica de contacto es: [email protected]

http://www.informationclearinghouse.info/article21700.htm