Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El 24 de febrero de 2005, puse las noticias vespertinas para ver al presidente Bush que terminaba su tour europeo en Eslovaquia, rodeado de niños que agitaban banderitas estadounidenses. Tuve la sensación de un escaparate de Macy’s para las fiestas, diseñado por Karl Rove. Recordé una noticia reciente sobre Eslovaquia. Sólo dos meses antes de la visita del presidente, Eslovaquia inició un plan para desviar nueve por ciento de los salarios de los trabajadores hacia cuentas de inversión privada repletas de acciones y bonos corporativos como alternativa al programa de seguridad social a cargo del gobierno.
Era similar a un plan que el presidente Bush había pregonado bajo la bandera de la «sociedad de la propiedad.» Afortunadamente, fue una de las raras ocasiones en las que el presidente fue rechazado por el Congreso.
Actualmente en EE.UU., con las masivas pérdidas de bonos y acciones corporativas y con más de 2 billones de dólares del contribuyente repartidos por la Reserva Federal para reforzar a firmas de Wall Street en diferentes fases de insolvencia, por fin comprendemos el verdadero significado de «la sociedad de la propiedad:» los ejecutivos de Wall Street se escapan con las así llamadas ganancias; la gente de a pie es dueña de las pérdidas; la próxima generación es dueña de la deuda del rescate. En comparación con este timo el del artista de Ponzi, Bernie Madoff, parece miserable.
El plan en Eslovaquia fue modelado siguiendo el programa establecido en Chile en 1980, y después en 28 otros países. Según estudios actuariales de los planes en Chile y México, fue una operación de despojo de activos que permitió que firmas de Wall Street despojaran hasta entre 20 y 25 por ciento de los salarios de los trabajadores en honorarios de «administración» del dinero.
El plan chileno fue la idea genial de José Piñera, quien sirvió como Ministro del Trabajo bajo la brutal dictadura militar del general Augusto Pinochet. Piñera emergió posteriormente como el flautista de Hamelín global del reemplazo de los sistemas de seguridad social gubernamentales por cuentas privadas y pregonó su mantra de reforma previsional por todo el globo.
En testimonio ante el Senado de EE.UU. el 26 de junio de 1997, Piñera explicó cómo cuentas privadas mudan a los trabajadores al lado corporativo de la mesa: «Un trabajador chileno típico no es indiferente ante la conducta del mercado bursátil o de las tasas de interés. Intuitivamente, sabe que su seguridad en la vejez depende del bienestar de las compañías que representan la espina dorsal de la economía.» En el libro de Piñera: «El Cascabel al Gato,» dice que toda la población trabajadora puede convertirse en «accionistas capitalistas.»
Según el sitio en la Red de Piñera: www.pensionreform.org, (que no está registrado a su nombre sino al del Cato Institute, un think tank de libre mercado), Piñera se personó en la casa en Austin de George W. Bush, entonces gobernador de Texas, y presentó su visión.
Tuve la posibilidad de observar personalmente esa dinámica del trabajador-capitalista en acción en agosto de 1994. Yo trabajaba en la empresa de corretaje de Wall Street, Smith Barney (que había sido adquirida por la gran compañía de seguros Traveler’s) y me convocaron a una reunión de empleados con el gerente de la filial y un vicepresidente en visita de la central corporativa. Nos presentaron un nuevo plan de prestaciones que difería a un futuro distante todo lo que podríamos recibir hipotéticamente en compensación diferida invertida en acciones de la compañía y aumentaba dramáticamente nuestros gastos actuales.
La sala estaba que echaba humo, pero uno de mis colegas expresó su opinión. Dijo que ya que estábamos recibiendo acciones diferidas de la compañía madre negociable en bolsa (Traveler’s), y la reducción de los gastos de la compañía impulsaría los beneficios y aumentaría el precio de las acciones, tendría que merecer nuestro apoyo. La reunión se calmó de inmediato. Habían gustado la refrescante gaseosa del capitalismo accionista. (Traveler’s terminó por fusionar con Citicorp para convertirse en Citigroup, y en 2008 necesitó una protección de cientos de miles de millones de dólares del contribuyente para impedir el colapso de la compañía.)
Yo opté por no participar en el plan de acciones. La letra chica del así llamado Plan de Valorización de Capital decía que la firma podía guardarse dos años de los salarios que yo invertía en el plan si yo era despedida con motivos o si me iba para trabajar por un competidor. Me sonaba a capitalismo de accionista aherrojado en el mejor de los casos y como robo de salarios de los empleados en el peor.
Todo me era demasiado kafkaesco. El sistema privado de justicia de Traveler’s y después el de Citigroup, que prohibían el acceso de los empleados a los tribunales de la nación como condición previa de empleo (incluyendo afirmaciones de delatores), (Citigroup y la mayor parte de las firmas de Wall Street imponen un sistema llamado «arbitraje obligatorio» que coloca todas las demandas legales contra las firmas en un foro controlado por la industria que no tiene que ajustarse a la ley, el precedente legal, o emitir una decisión escrita, imposibilitando en la práctica una apelación a un tribunal.)
El 17 de abril de 2001, unos policías de aspecto dudoso me sacaron rápidamente de la acera pública frente a la reunión de accionistas de Citigroup en Carnegie Hall en Nueva York y me metieron en la cárcel por el tremendo crimen de hacer el intento de entregar pacíficamente volantes poniendo de manifiesto el sistema de justicia privada de Citigroup, el Plan de «Valorización» de Capital, y la miríada de abusos contra mujeres, minorías y la sociedad en general.
Los medios noticiosos informaron que poco después de que mi molesto personaje fuera eliminado de la acera, el gobierno fantasma de Citigroup (consejo de directores) emergió de sus limusinas negras: el antiguo presidente Gerald Ford; el ex Secretario del Tesoro Robert Rubin; el ex director de la CIA John Deutch. Podréis imaginar mi reacción el 25 de noviembre de 2008, cuando el New York Post publicó una página entera de fotos del Consejo de Directores de Citigroup (que incluía a Rubin y Deutch) y toda una primera plana con el título «Citi de tontos.» La misma edición tenía un editorial que pedía la expulsión del Consejo («Hagan saltar a esos banqueros bobotes») o tal vez un remedio más fuerte («Córtenles las cabezas»).
El alboroto en The Post tenía que ver con una confabulación de fin de semana que hizo que la Reserva Federal garantizara más de 300.000 millones de dólares de dineros públicos para rescatar a Citigroup por segunda vez en un mes y medio. De esa suma, 20.000 millones de dólares fueron por una mezquina participación en el capital para los contribuyentes cuando toda la compañía podría haber sido comprada por 20.500 millones de dólares al precio de cierre del viernes anterior, y eso eran 4.500 millones menos de lo que los contribuyentes habían tirado a la compañía en octubre. (No es un buen presagio que el hombre que ayudó a concluir ese acuerdo, Tim Geithner, Presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, haya sido seleccionado por el presidente electo Barack Obama para ser el nuevo Secretario del Tesoro de EE.UU.; tampoco es promisorio que Robert Rubin haya estado parado codo a codo con el presidente electo en su primera conferencia de prensa, señalizando que es un asesor clave.)
Los progresistas tienen que concentrarse en todos esos fondos privados de pensiones: IRA (Cuenta de retiro individual), Roth IRA y 401(k) que tienen un denominador homogéneo: son primordialmente invertidos en acciones y bonos de compañías multinacionales a las que nosotros en la comunidad progresista nos oponemos frecuentemente por temas relacionados con la degradación de las condiciones de trabajo, del entorno y de los derechos humanos. Nuestro propio dinero es utilizado contra nuestros objetivos. Financiamos nuestra propia extinción.
¿Puede sorprender que presenciemos que la participación en los sindicatos se derrumba? ¿O que hayamos visto un aumento gigantesco en las filas de los sistemas corporativos de arbitraje obligatorio que bloquean tanto el derecho del empleado como del consumidor de obtener reparación ante un tribunal? ¿Es un misterio por qué el Congreso no realiza investigaciones serias de lo que condujo a esos masivos rescates; por qué no hay movilizaciones y protestas callejeras en gran escala, incluso ante la perspectiva de perder un promedio de entre un 48 y un 54 por ciento de los activos de pensión en un solo año? ¿Nos puede sorprender que los deshonestos e incompetentes conserven sus puestos y obtengan un rescate de los contribuyentes?
Más de 31 billones de dólares fueron perdidos globalmente en acciones desde el 1 de enero al 2 de diciembre de 2008, mientras gran parte de este país anda atontada dando traspiés, con miedo de abrir sus informes de 401(k) e IRA, repitiendo el mantra impuesto de «Participo a largo plazo.»
Hemos llegado a la línea final en la carrera al fondo y es obvio que hay algunos ganadores: una vez que se comieron a los peces pequeños, los grandes se comieron unos a otros (el timo Ponzi de Madoff y fraudes surtidos de hedge funds contra los ricos). Ahora los peces grandes ya no tienen qué comer salvo en el abrevadero de rescates del gobierno, y transfieren la sociedad de la propiedad de la deuda a nuestros hijos.
Nuestro propio dinero también es utilizado contra nosotros en la elección de nuestro presidente y de miembros del Congreso. Después de subvencionar nuestro plan corporativo de atención sanitaria para aumentar los beneficios corporativos pagándola directamente y de financiar nuestra contribución a nuestro plan 401(k), que suministra una corriente permanente de capital barato para aumentar los beneficios corporativos, nos queda poco para donar a las campañas políticas. Eso posibilita que Wall Street financie a candidatos de los dos principales partidos. Nuestra alternativa se convierte en el candidato corporativo A o el candidato corporativo B y Wall Street instala a los hombres del dinero en el Tesoro, los reguladores y asesores económicos del presidente.
Pero la buena noticia es que la codicia y la corrupción de la maquinaria de Wall Street la cegaron ante su propia frágil existencia. No se dio cuenta para nada de que su supervivencia dependía de la gente a la que estaba saqueando. Al destruir la base de clientes, se destruyó ella misma.
El colapso de esa extraña especie de Neandertales financieros en trajes de Armani es tan asombroso como las oportunidades que se abren. Podemos crear un modelo financiero partiendo desde abajo con nuestra propia visión de cómo queremos que sea el futuro; lo que queremos que nuevas compañías lleven al mercado; cómo queremos que los inversionistas sean tratados por sus asesores.
Podemos iniciar firmas boutique para estudiar negocios jóvenes, socialmente valiosos, y juntar a los promisorios con patrocinadores financieros para que progresen como compañías viables, negociables en la bolsa. Podemos abrir escuelas para capacitar a hombres, mujeres y minorías para que lleguen a ser consultores financieros informados y tener una oficina de colocación para ayudarles a comenzar. (¿Qué nos revela el hecho de que haya una industria de 200 años de antigüedad sin escuelas para capacitar a empleados como asesores financieros sino los contrata según su talento como vendedores?) Podemos crear firmas regionales independientes en todo el país para suministrar a los inversionistas el consejo imparcial que ansían de empleados asalariados que no tengan conflictos debidos a su dependencia de comisiones, como es la norma actualmente, sino que reciban bonificaciones por la calidad del rendimiento de las carteras de inversión de sus clientes (impensable hoy en día en las principales firmas de corretaje).
Del caos surge la oportunidad. ¿Existen entre nosotros los que sean suficientemente audaces para aprovecharla?
————-
Pam Martens ha trabajado en Wall Street durante 21 años. No tiene ningún tipo de títulos de ninguna de las compañías mencionadas en este artículo. Escribe sobre asuntos de interés público como periodista independiente desde New Hampshire. Puede contactarse en [email protected].