La mayoría de los estadounidenses y muchos millones de ciudadanos del mundo, tienen una idea tan vaga de lo que puede significar un colapso en el valor del dólar, como de los peligros del calentamiento global del planeta sobre la vida humana. Quizás sí hayan notado que el precio del combustible se ha puesto por […]
La mayoría de los estadounidenses y muchos millones de ciudadanos del mundo, tienen una idea tan vaga de lo que puede significar un colapso en el valor del dólar, como de los peligros del calentamiento global del planeta sobre la vida humana.
Quizás sí hayan notado que el precio del combustible se ha puesto por las nubes o que los productos importados a que están acostumbrados les cuesten más, pero nada que los mueva al pánico, todavía.
Sin embargo, como señalan las cuentas internacionales, el dólar de Estados Unidos ha perdido el 38 por ciento de su valor frente al euro desde febrero de 2002; el 25 por ciento en relación con el dólar canadiense y el 23 por ciento frente al yen japonés, para solo mencionar tres ejemplos.
Hace 20 años, los principales aliados de Estados Unidos firmaron con Washington el conocido «Acuerdo Plaza», suscrito en el Hotel Plaza de New York, para lograr, de conjunto, rebajar el valor del dólar a fin de que su principal mercado pudiera balancear su alto déficit comercial.
Pero el consumidor norteamericano compra más bienes y servicios extranjeros que propios, por lo que el alza en las exportaciones generadas por un dólar barato diluyó los ingresos adicionales con las crecientes importaciones, a precios cada vez más altos.
El otro déficit «gemelo», el del presupuesto, fue igualmente inflado con la reducción de impuestos aprobada por Bush hijo y que beneficia, sobre todo, a los que más pagan contribuciones, los ricos.
Expertos citados por el Financial Times, The New York Times y otros medios han coincidido en prever una crisis en la economía mundial debido a la caída del dólar y la consiguiente deuda cada vez mayor de Estados Unidos, el mayor deudor en la historia, que oscila entre 70 y 100 billones (millones de millones) de dólares.
La conciencia de la catástrofe que se avecina no ha llegado, sin embargo, a inquietar las mentes de la mayoría de los estadounidenses, que se alimentan de programas y comerciales «chatarra» en la radio y la televisión de ese país, controlados por cinco o seis corporaciones de la información.
La verdad es suprimida y alejada del 99 por ciento de los norteamericanos.
Por ejemplo, si el dólar cae 40 por ciento y usted poseía un millón de dólares, ese millón solo comprará ahora bienes y servicios por valor de 600 mil USD, lo que significa que habrá perdido 400 mil en poder adquisitivo.
El dólar es la principal divisa en el comercio internacional, en ella se expresa la mayoría de las reservas monetarias del mundo.
Países enteros y sus reservas están atados a la suerte de la moneda estadounidense, por lo que es fácil prever una crisis generalizada por la imbricada red que une a la economía de Estados Unidos con el resto del mundo.
Los que más pueden perder y pagan para prever la catástrofe ya han movido su dinero hacia la compra de oro y plata, valores refugio por excelencia contra los avatares de la moneda desde hace cinco mil añós.
Warren Buffet, el norteamericano más rico de acuerdo con la revista Forbes, posee el 20 por ciento de todas las existencias de plata del mundo. El declara haber perdido confianza en el dólar de su país.
Bill Gates, presidente de Microsoft, es dueño del 10 al 20 por ciento de la mina de plata Pan American Silver y el multimillonario George Soros también tiene parte de su capital depositado en acciones de minas de oro y plata.
Ahora, bajo el gobierno de Bush hijo, el déficit presupuestario se acerca a medio billón de dólares (500 mil millones), en tanto el desbalance comercial es de otro medio billón, lo que hace un gran déficit conjunto de más de un billón de dólares.
¿Cómo no ha sobrevenido ya la crisis? Porque los países en la esfera de influencia del dólar estadounidense y los inversionistas en la megaeconomía han financiado buena parte de esos déficit.
Otra parte importante se paga a costa del recorte de programas sociales, pensiones, asignaciones a la educación y a la protección del medioambiente.
El reconocido economista internacional Barry Eichengreen asegura que a la tasa actual de cambio, el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos está en un «curso explosivo» y dispuesto para ampliar su nivel actual de entre cinco y seis por ciento del producto interno bruto (PIB) al ocho por ciento para 2008 y hasta 12 por ciento en 2010.
Eichengreen prevé que una fuerte caída del dólar elevaría la presión sobre las tasas de interés y conllevaría una depresión significativa del consumo y las inversiones en Estados Unidos, seguida por una recesión.
Aunque los mercados todavía no anticipan una recesión, los extranjeros que consideran insostenible el déficit corriente y de pagos, continuarán vendiendo sus dólares hasta que las tasas de interés vuelvan a subir.
Sung Won Sohn, economista jefe del Wells Fargo Bank piensa igual que Eichengreen, que la depreciación del billete verde no será suficiente para reducir el déficit de la balanza de pagos de Estados Unidos y que los principales problemas son el déficit presupuestario y la baja tasa de ahorro interno.
El economista jefe de la casa corredora Lehman Brothers, Ethan Harris, advirtió por su parte que hay un límite de hasta dónde están dispuestos los inversionistas extranjeros a seguir financiando los desbalances norteamericanos, azuzados además por un modo de vida insostenible para cualquier economía.
El comentarista económico Kurt Richebacher afirma que el origen del déficit comercial no es la sobrevaloración del dólar, sino la baja tasa de ahorro interno y de inversiones. Richebacher dijo que en los años 1989-1993, cuando el desbalance comercial bajó, el crédito total en Estados Unidos creció 819 mil millones de dólares por año.
Sin embargo, en los cuatro años que finalizaron en 2004, creció tres veces más rápidamente, a 2,4 billones por año, sin estar a la vista una declinación.
El crecimiento del crédito es la resultante de la política monetaria expansionista de la Reserva Federal de Estados Unidos -que funciona como banco central- que redujo las tasas de interés 13 veces entre enero de 2001 y junio de 2003.
De acuerdo con Richebacher, la estimulación fiscal y monetaria se agotó como instrumento de política sin producir la esperada recuperación en las inversiones.
En conclusión, muchos analistas opinan que como consecuencia de los desbalances se hace imposible una recuperación de la economía en Estados Unidos, que se hace altamente vulnerable a un giro brusco hacia abajo.