Hastiado estoy de que el rumor sea siempre achacado a las clases populares y estoy no menos harto de que los rumores populares sean siempre considerados como falsos. Pero, antes de entrar en detalles sobre el motivo de mi indignación, dejemos claras las coordenadas: lejos de mí la cómoda creencia en la infalibilidad del Pueblo […]
Hastiado estoy de que el rumor sea siempre achacado a las clases populares y estoy no menos harto de que los rumores populares sean siempre considerados como falsos. Pero, antes de entrar en detalles sobre el motivo de mi indignación, dejemos claras las coordenadas: lejos de mí la cómoda creencia en la infalibilidad del Pueblo y más lejos aún la contagiosa imbecilidad de creer en la veracidad del Poder. El Pueblo no es dios; el Poder sí lo es y, por ende, resulta inverosímil.
Viene esto a cuento de la reciente epidemia de cólera que azota Haití. Según la Brigada Mediática (BM), entre la plebe haitiana habría corrido la especie de que los mercenarios nepalíes de la MINUSTAH -brazo armado de la ONU en su invasión de Haití- habían llevado el cólera a una isla que, según admitió la Organización Panamericana de la Salud, llevaba más de un siglo libre del vibrión maldito. Dicen los bienpensantes: «Qué tontería, estos negros cada día son más idólatras. Es comprensible que las hecatombes del terremoto [12.I.2010] y del huracán [5.XI.2010] les hayan impresionado porque son como niños. Aun así, aun comprendiéndolos, en lugar de degollar pollos, masticar sangre, entrar en trance y difamar a la ONU, más les valiera rumiar un poco de racionalidad».
Sin embargo, creo poder demostrar que, en este caso haitiano, los irracionales han sido los racionales. Además de esta conclusión general, aquella epidemia nos ofrece una sabrosa enseñanza: partiendo del hecho demostrado de que, efectivamente, fueron los nepalíes los portadores del cólera, observamos un furibundo ataque de la BM contra la sabiduría popular. Creo que lo ilustrativo de este caso radica en que la BM, ayuna de hechos y de argumentos, ha recurrido precisamente al rumor para salvar la cara de la ONU. Achacando una supuesta superstición a las víctimas, tanto por acción como -en especial-, por omisión, la BM se ha convertido en una Internacional Chismosa.
Una sublevación española
En muchos españoles, el (supuesto) rumor haitiano despierta automáticamente el recuerdo de un episodio similar puesto que, desde hace casi dos siglos, el pueblo español carga con el sambenito de haber asesinado a unos frailes acusados ‘absurdamente’ de haber envenenado las aguas -¿el pueblo haitiano tardará otros dos siglos en librarse de su actual sambenito?-. Desde hace 176 años, la derecha hispana se ha esmerado en generalizar una anécdota consiguiendo así que los españoles hayamos sido adoctrinados en una ley de hierro bendito: las revueltas populares son irracionales porque culminan en matanzas de eclesiásticos… Axioma que podríamos reescribir arguyendo que ‘unas bellas muertes absuelven a cualquier insurrección’. Traducciones del italiano aparte, constatamos que la conseja española nació en 1834 y tuvo como catalizador una de las primeras epidemias de cólera que, entre 1833 y 1890, diezmaron a los españoles pobres.
En efecto, en plena epidemia de 1833-1835 -como poco, medio millón de enfermos y 100.000 fallecidos-, dice la historiografía oficial que en Madrid corrió el rumor de que los frailes habían envenenado el agua (ver infra), hecho, bulo o hipérbole que desencadenó un motín popular a consecuencia del cual se encontraron con su Juez Supremo unos 80 frailes 1 , en realidad una gota (un 0,02 %) en el océano de los 300.000 clérigos y clérigas que dominaban España pese a ser minoría (2,5 %) entre una población total que rondaba los 12 millones.
Si queremos ser justos, cabe interpretar esa matanza en términos de indignación popular ante el papel que la Iglesia jugaba en aquellos años: instigadora de las facciones carlistas que habían desencadenado una cruenta guerra civil, sostén del absolutismo monárquico, feroz enemiga del liberalismo, rentista de media España y un largísimo etcétera. En pocas palabras, la más sanguinaria de las manos muertas u holgazanería institucionalizada.
De hecho, la Iglesia española se comportaba como un ejército de ocupación acuartelado en sus casi 5.000 conventos y cuyo brazo político era el partido de los ojalateros (sic). Parafraseando a la ONU actual, incluso podríamos llamarla Misión del Nacionalcatolicismo Ultra para la Estabilización Hagiográfica (MINUSTAH) Por ello, la epidemia del cólera sólo fue un pretexto nada artificial para recordar a los clérigos que empezaban a no ser dueños absolutos del país. Más aún, es posible que ese fugaz escarmiento sirviera para eliminar los obstáculos que la Iglesia había colocado a las tímidas desamortizaciones anteriores -algunas promovidas desde la Corona, tan inicuas eran las abrumadoras riquezas del clero- facilitando así las desamortizaciones que vendrían, en especial las de Mendizábal (1836 y 1841) y Madoz (1855)
Por si ello no fuera suficiente, añadiríamos que acusar a la clerigalla de difundir epidemias se basaba en sólidos argumentos, comenzando con su aversión a la higiene pública y privada, continuando por su conformidad como castigo divino 2 , siguiendo por la temeraria costumbre de persignarse en la pila de agua bendita y terminando en la infinidad de barbaridades sanitarias que ha perpetrado ese estamento, tropelías que culminan en el milagro de la pierna cometido por Cosme y Damián, santos sanadores por excelencia 3 , o en los más de 100.000 castrati que, desde el famoso Farinelli hasta el olvidado Alberto Moreschi -a principios del siglo XX, era llamado el Ángel de Roma-, han deleitado a los Papas con sus arpegios y, previsiblemente, con alguna otra parte de su mutilada anatomía.
Por lo demás, no es invención propia estimar que la ejecución de frailes no fue producto de un rumor sino consecuencia de la delicada situación política que atravesaba Madrid, con los carlistas alzados en armas, los absolutistas locales aferrados a sus privilegios y una futura reina que, el día del amotinamiento, no llegaba a los cuatro años. De ahí que, al día siguiente, la Reina Gobernadora emitiera el siguiente análisis:
«La enfermedad que padece esta heróica villa… ha sido el pretexto de tales excesos; y los enemigos del trono de Isabel II, de su Augusta Madre y de la justa libertad, su verdadera causa» (Real Orden, 18.julio.1834; cit. en Vidal: 273; mis cursivas)
Por desgracia, dejando a un lado la política cortesana, en Madrid el cólera fue el pretexto para la adopción de otras medidas que de sanitarias sólo tenían una ínfima parte. Por ejemplo, se ordenó la destrucción de los tejares (infraviviendas) con el argumento de que sus moradores eran forasteros y delincuentes -hoy lo llamaríamos limpieza étnico-clasista-, y se prohibió criar animales domésticos en las casas -un duro golpe para la economía de supervivencia-. Según tengo entendido, no se sabe el número de los mendigos y forasteros expulsados, pero debieron ser varios miles. Asimismo, se calcula que, durante el primer brote del cólera, murieron casi 5.000 madrileños, pobres en su inmensa mayoría 4 .
Y es que, ya en el siglo XIX, el cólera era un flagelo con clarísima orientación de clase. Como escribe una investigadora, el cólera de 1834 «afectó de forma especialmente negativa a los sectores más pobres de la sociedad, ya que además de contraer la enfermedad con mayor facilidad por estar depauperados, y vivir en malas condiciones higiénicas, tuvieron que sufrir una dura represión desencadenada por las autoridades» (Vidal: 278-279)
Si sustituimos España por Haití y, en consecuencia, la Iglesia española del siglo XIX por la Iglesia Universal del siglo XXI -por otro nombre, la ONU-, comprobaremos que el significado político y la visión popular de las epidemias del cólera no ha cambiado en casi doscientos años.
La MINUSTAH perenne
Si se me perdona la autocita, señalaré que, en sólo nueve meses, se ha podido comprobar que «La ONU constituye el mayor peligro para la reconstrucción de Haití» (Pérez 2010: 62) A raíz del terremoto de enero 2010, se intensificó la ocupación militar de Haití por parte del único brazo realmente ejecutivo que posee la ONU, a saber, la Minustah. Esta «Misión para la estabilización de Haití», no solo no ha conseguido estabilizar ese país en los seis años que lleva asesinando haitianos sino que nunca lo hará si por estabilización entendemos democratización. Sin embargo, ha proporcionado un excelente entrenamiento para que sus soldados repriman en nombre de la democracia a los ciudadanos de sus respectivos países. Así, los mercenarios nigerianos aplastarán mejor a sus paisanos del delta del Níger; los pakistaníes, serán más eficaces contra los Baluchis y contra cualquier otra minoría nacional; los chilenos rememorarán la edad de Oro del pinochetismo; los brasileños -exterminadores de Cité Soleil-, irán percatándose del sub-imperialismo que les diseñó el general Golbery do Couto e Silva; y, finalmente, los nepalíes tratarán de frenar su segunda derrota a manos de los maoístas.
En breve: la Minustah sirve no sólo para lo inmediato y evidente -impedir el regreso del presidente Aristide y de su partido Fanmi Lavalas-, sino también para que sus mercenarios enfrenten en sus países de origen a pobres contra pobres.
Ahora bien, desde el comienzo de los tiempos la guerra siempre utilizó una variada panoplia de armas. En Haití, los cosmopolitas invasores se habían cansado de emplear rutinariamente las armas de fuego. Ahora han comenzado una guerra más moderna: la bacteriológica. Quizá no sea tan apropiada como su antecesora para ascender a los generalatos pero no cabe duda de que es más duradera y ya sabemos que el conflicto perenne es el sueño de todo general.
Como comprobaremos más adelante, la ONU ha introducido el cólera en una isla que estaba libre de esa epidemia desde hacía más de un siglo. Desde una óptica objetiva, ha creado un pretexto más para su permanencia indefinida en Haití. Ahora, a la Minustah se añadirá la Organización Mundial de la Salud -OMS, la terrorista y estafadora de la gripe A-, UNICEF y cuanta agencia conexa vea posibilidades de beneficencia planetaria. Entre todas ellas, ¿cuántas décadas necesitarán para erradicar el cólera? ¿Lo conseguirán o se hará endémica, como en Asia? ¿Conseguirán siquiera que la epidemia no se extienda por la vecina República Dominicana y, enseguida, por todo el Caribe? Y lo que, desde el pragmatismo, es más importante: sus funcionarios, ¿reconocerán algún día que el cólera no les atañe directamente porque, como está archidemostrado el vibrión es elitista y sólo ataca a los pobres? ¿Admitirán en algún siglo venidero que las epidemias y las catástrofes llamadas naturales son clasistas? 5 .
Rumor oficial y evidencia empírica
a) España
Volviendo a la España de la epidemia de cólera: en 1833, meses después de que la peste azul entrara por Vigo, el rey Fernando VII estaba en la agonía. Pues bien, la historiografía oficial definió como ‘rumores del populacho’, la creencia general en que el monarca agonizaba. A finales de aquel mismo siglo, el prejuicio elitista se mantenía -de hecho, se sigue manteniendo- como prueba que así lo narrara Pérez Galdós, apreciado novelista pero dudoso historiador:
«los despropósitos del vulgo, a quien se había hecho creer que el rey no vivía y que aquel buen señor que salía en coche a paseo era el cadáver embalsamado de Fernando VII. Por un sencillo mecanismo, la napolitana, que a su lado iba, le hacía mover las manos y la cabeza para saludar» (Pérez Galdós, en Un faccioso más y algunos frailes menos, cit. en Peset: 215)
Pero resulta que el populacho no andaba muy descaminado y así lo reconocía indirectamente el cuñado del rey en carta al marqués de las Amarillas:
«Le obligan a pasear por las calles, porque los facultativos creen que puede convenirle el traqueteo; pero va en el coche con la cabeza baja, sostenido por unas fajas que le cruzan el pecho, porque no sólo no puede moverse, pero ni aun sostenerse sentado; en una palabra, cadavérico» (ver Peset: 214)
Por lo tanto, el «sencillo mecanismo» de Galdós era, efectivamente, tan simple como unas simples fajas y, además, en algunos aspectos el populacho se quedaba corto pues, de hecho, la motilidad del rey no le alcanzaba para mover manos y cabeza. Es decir, licencias cinéticas aparte, no podemos hablar de habladurías de la plebe sino de constataciones empíricas. No de rumores sino de evidencias.
Otrosí, en cuanto a la etiología del cólera, es de subrayar que el Pueblo apuntó directamente a un envenenamiento del agua (ver supra), notoria perspicacia cuando algunos autores llegaban a confundir el cólera con la peste bubónica o cuando los remedios propuestos por los galenos eran tan incongruentes como la quinina antipalúdica, el opio o los cigarros de alcanfor (ver Peset: 219, 225-226) Cualquier pócima individual antes que incidir en la higiene pública y, sobre todo, en el saneamiento de las aguas.
Para terminar con los frailes españoles: en 1834, Madrid estaba asediado por los ultracatólicos carlistas y los frailes constituían la quinta columna. Todos ellos vociferaban «viva el rey absoluto, viva la religión, vivan las caenas» -cadenas-. Aunque nunca lo podremos saber, no sería extraño que, en efecto, algunos frailes hubieran ‘envenenado las aguas’. De una secta de psicópatas se debe esperar todo. De una secta criada en el culto a la muerte, se debe esperar más, incluyendo el suicidio bíblico -«muera Sansón con todos los filisteos»- 6 .
b) Haití
Como sabe todo aquel que consulte Internet y/o que lea entrelíneas a la BM, el cólera nació en un cuartel de mercenarios nepalíes de la Minustah, se regó aguas abajo del mayor río del país -el Artibonite-, los haitianos protestaron, las fuerzas de ocupación mataron y la BM achacó todo ello, bien salpimentado con pintorescas naderías, a un motivo político: la oposición a las inminentes elecciones -la mayor de las naderías-. Obviamente, la BM olvidó que en los anteriores comicios (primavera 2009), sólo votó un 10% porque Lavalas llamó a la abstención. Peor ha sido que, para estas elecciones, la ONU haya olvidado legalizar a Fanmi Lavalas, la fuerza abrumadoramente mayoritaria, y también a otros trece partidos democráticos. Por lo tanto, sería injusto acusar de fraudulentas a estas elecciones porque la ONU no da pucherazos. Esos son rumores. Simplemente, la ONU quita el puchero.
En cuanto al tema que nos ocupa, los rumores sobre la epidemia, añadiré que la ONU se ha superado a sí misma. Estábamos acostumbrados a sus rumores sobre la paz en Palestina -¿cuántas docenas de resoluciones ONU ha desconocido Israel?-, a sus habladurías sobre el Sáhara -¿cuándo incorporará los DDHH a su fuerza anti-saharaui?-, a sus hablillas sobre el bloqueo a Cuba -«ya mismo lo vamos a romper»-, etc. Pero en ninguno de esos centenares de casos había acusado de chismosas a las víctimas. En Haití, lo ha hecho.
Para empezar, la ONU ha regado el rumor de que los haitianos han acusado del cólera no sólo a la Minustah sino a todos sus funcionarios civiles y militares. Pero, como señala un antropólogo en un informe generosamente salpicado de vínculos (Forte, op. cit), es muy de subrayar que los haitianos nunca acusaron a la ONU en general de haber causado la epidemia sino que, desde el primer momento, apuntaron a unos soldados concretos en unas fechas concretas y en un cuartel concreto, el de Mirebalais. Además:
1. No se dieron casos de cólera aguas arriba de ese cuartel, incluida la República Dominicana -el río Artibonite, de unos 325 kms., nace en el país vecino aunque casi todo su cauce discurre por Haití-. ¿No es significativo que en Dominicana sólo se hayan detectado casos individuales de haitianos que han cruzado la frontera?
2. La más reciente epidemia de cólera que afectó Nepal, brotó el 23 de septiembre en Katmandú, casualmente la ciudad de la que partiría, días después, el contingente de mercenarios destinados al cuartel de Mirebalais. Antes de viajar, no fueron examinados. Tampoco lo fueron al desplegarse en Haití pese a saber que el 75% de los infectados no presenta síntomas durante varias semanas.
3. Laurie Garrett, experto en salud del influyente Council on Foreign Relations, admitió que el cólera había sido importado, probablemente por soldados (perdón, peacekeepers) o por oenegeros. Item más, según el experto en cólera John Mekalanos, jefe de Microbiología en la universidad de Harvard, la cepa de esta epidemia es «característica de la región de la que provinieron los soldados nepalíes».
¿Suficientes evidencias? No para la ONU quien, ansiosa por esconder su culpa, envió unas muestras de cepas a Dominicana para que allí fueran analizadas. Por su mala memoria, el portavoz de la ONU, Vincenzo Pugliese, olvidó señalar que las muestras fueron obtenidas en unas condiciones que aseguraban un resultado exonerador. Pero la ONU no se limitó a falsear los protocolos sanitarios. Además, se aplicó al chisme:
a) Después de extender el rumor de que los haitianos se guiaban por rumores supersticiosos, la segunda maniobra de diversión que ejecutó la Minustah fue ampararse en la propia ONU y en su adláter la OMS -por boca de su portavoz Gregory Hartl- para proclamar que no era importante saber el origen del cólera. A continuación, sus esfuerzos se centraron en reforzar los cuarteles de los mercenarios. Lo cuarto, fue etiquetar como «cuestión de seguridad nacional» no la epidemia sino la «violencia contra la ONU».
b) Según el presupuesto ordinario -que solo cubre los gastos corrientes-, la Minustah se lleva el 20% de los 760 millones de US$ anuales dedicados a la «reconstrucción de Haití». Pues bien, parte de esos 152 millones ha ido al maldito cuartel situado en el río Meille, que confluye con el río Artibonite en el lugar exacto en el que comenzó la epidemia. Sin embargo, pese al dineral recibido, el cuartel trataba sus excretas en unas condiciones penosas y, más aún, las evacuaba en el río. De ello se quejó oficialmente Laguerre Lochard, alcalde de Mirebalais. Más todavía, incluso Al Jazeera emitió un video en el que se comprueba esa criminal práctica (ver vínculo en Forte, op. cit.)
Resumiendo: la ONU y su aliada la Internacional Chismosa han transferido a los haitianos la carga del rumor cuando han sido ellas las que lo han practicado y practican con una fruición insana: aunque las evidencias en contra sean concluyentes, rumorean que sus mercenarios son inocentes; aunque los falsifiquen groseramente, rumorean que respetan los protocolos epidemiológicos; aunque el pueblo amotinado no piense en las elecciones, rumorean que la inquina contra la Minustah es una conspiración política -¿y qué si lo hubiera sido?-. Y, finalmente, rumorean que las elecciones son democráticas cuando son una grotesca pantomima.
La sabiduría popular digiere el rumor aunque, a veces, se dilate en la digestión y en la excreción. La sabiduría oficial -El Oximoron-, no digiere el rumor: lo fabrica, lo plastifica y sobrevive mordisqueándolo. Por ello, si fundimos por una sola vez sabiduría y espiritualidad, quizá sea oportuno recordar que, hace escasos meses, quien suscribe aventuraba un pronóstico:
«En el vodú o espiritualidad popular haitiana no hay demonios, sólo ángeles. Pero tan meliflua imaginería padece, bien a su pesar, un ocultismo parásito: la magia negra, en la que sólo hay demonios. Parece obvio que, al socaire de la llegada del Gran Diablo Convulsivo [el terremoto], esta superstición prosperará en los próximos meses. Asimismo, es posible que, según Haití vaya recuperando su anormal normalidad, el vodú recupere su legítimo espacio» (Pérez: 66)
Hoy, para que se mantuviera el pronóstico, bastaría con sustituir el terremoto por el cólera y lo convulsivo por lo distensivo de la deshidratación mortal. Pero, hace meses no podíamos prever que el plazo para que el vodú se recuperara se alargaría porque surgiría el cólera. Ahora la magia negra tiene un aliado y esa sabiduría popular que también es el vodú se ha ganado un nuevo enemigo, ese rumor que viene de las alturas del olimpo ONU y que se manifiesta en el paradigma del chisme: sus comunicados oficiales.
BIBLIOGRAFÍA Y CIBERGRAFÍA
De WITTE, Sharon N. y James W. WOOD. 2008. «Selectivity of Black Death mortality respect to preexisting health», pp. 1436-1441 en PNAS, nº 105, EEUU (disponible en Internet)
FORTE, Maximilian. 2010. «Where the Cure is the Disease and the Doctor Sickens the Patient: The Pathology of Occupation in Haiti», en Zero Anthropology, 18.noviembre.2010 (disponible en http://zeroanthropology.net )
PÉREZ, Antonio. 2010. «No eran caníbales. Notas sobre el terremoto de Haití»; disponible en Internet. Versión reducida con el título «Los ángeles y demonios de Haití», pp. 60-66 en Correo de Nicaragua, nº 8, Managua, feb-marzo.
PESET, Mariano y José Luis PESET. 1972. Muerte en España (Política y sociedad entre la peste y el cólera), Seminarios y Ediciones, Madrid, 256 pp.
REVUELTA GONZÁLEZ, Manuel. 1999. El anticlericalismo español en sus documentos. Ariel, Barcelona, ISBN 84-344-2841-5
VIDAL GALACHE, Florentina. 1989. «La epidemia de cólera de 1834 en Madrid. Asistencia y represión a las clases populares», pp. 271-279 en Espacio, tiempo y forma, serie V, Hª Contemporánea nº 2, UNED, España (disponible en Internet)
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