Traducido para Rebelión por Susana Merino
En momentos en que Canadá negocia un acuerdo de libre comercio con la Unión europea, que tiene más de un escéptico (1) o en que las negociaciones de la OMC parecen irremediablemente bloqueadas y en que muchos observadores temen una «vuelta del proteccionismo» puede ser útil echar una mirada sobre la arquitectura actual del comercio mundial y sobre las apuestas que lo caracterizan.
Pequeña vista atrás
Inmediatamente después de la Segunda Guerra mundial, las grandes potencias, traumatizadas por la experiencia de los años 30, decidieron establecer un marco jurídico al comercio internacional con el objeto de garantizar su buen funcionamiento sobre bases liberales. Un comercio sin obstáculos que contribuyera a la prosperidad de todos, pero a condición, ciertamente, de que cada uno respetara las reglas del juego. Fue asi como en 1949 nació el GATT (General Agreement on Tarifs and Trades), el antecesor de la actual Organización Mundial de Comercio (OMC) cuyo objetivo era obligar a los Estados a respetar la libertad de comercio. Sin embargo el hecho de que no cubría la agricultura ni los textiles y que su sistema de resolución de diferendos era cruelmente ineficaz, limitó seriamente sus alcances. Hubo que esperar hasta que en 1994 la regulación del comercio internacional tomara otro rumbo. Ese año se firmó en Marruecos un acuerdo que creó la Organización Mundial de Comercio (OMC). Además de los sectores en que se aplicaba el GATT, éste cubría ahora la agricultura, los textiles, los servicios y la propiedad intelectual. Al mismo tiempo el sistema de resolución de diferendos se fortaleció y se convirtió en uno de los más obligatorios del mundo en materia de derecho internacional
Sin embargo no se produjo un entusiasmo generalizado con relación a esa novedad. Se le reprocha no poner remedio a los desequilibrios existentes, que favorecen a los países industrializados, y en algunos casos hasta los agrava. Nada sorprendente, desde luego, porque son esencialmente los países ricos los que negociaron y entre ellos establecieron las reglas, antes de someterlas a la ratificación de los restantes países miembros. De modo que en lugar de establecer un «level-playing field» (2) que hubiera garantizado una utópica libre competencia y no falseada entre los Estados, la OMC refleja sobre todo las relaciones de fuerzas que encabezaron su adopción y que se traducen en un marco jurídico groseramente favorable a los países desarrollados. La otra crítica de envergadura formulada a la OMC se refiere a la primacía que concede a las consideraciones estrictamente económicas. Debido a la ampliación de su campo de acción, la organización influye en sectores que superan lo estrictamente comercial y que tienen implicaciones sociales, ambientales y políticas. Bien, el objetivo que guía los pasos de la OMC es lograr la máxima reducción de los obstáculos comerciales. Las medidas que tienden a la protección del ambiente o a la defensa de los beneficios sociales son a menudo consideradas atentados ilegítimos a la libertad de comercio. La soberanía de los Estados se encuentra por lo tanto limitada en estos sectores por una organización que defiende intereses puramente económicos y cuyo funcionamiento escapa de lejos al control democrático.
Este crecimiento del poderío de la OMC a lo largo de los años 90 se inscribe además en una dinámica más amplia, la profundización del modelo neoliberal a nivel mundial. Es el triunfo del Consenso de Washington (3) por el que el FMI y el Banco Mundial imponen sus diktats a los países del Sur con las consecuencias sociales conocidas. La violencia de esta ofensiva ha terminado por suscitar una reacción legítima por parte de quienes la sufren o la juzgan simplemente injusta… en Seattle en 1999 la conferencia ministerial de la OMC (que muchos consideran el acta fundacional del altermundismo) fue escenario de espectaculares manifestaciones que lograron paralizar la reunión y forzar su puesta al día. Se comprendió en ese momento que no se podían seguir ignorando las críticas. En 2001 la OMC lanzó en Doha el «ciclo del desarrollo». Una nueva ronda de negociaciones destinada a profundizar la integración comercial mundial, teniendo en cuenta esta vez las necesidades de los países pobres. Las buenas intenciones y las declaraciones generosas dejaron paso bien pronto a la realidad de la relación de fuerzas, pero ésta ya no es la misma.
Los países del Sur bajo el influjo de nuevas potencias emergentes (Brasil, China, India, etc.) deciden unirse en un bloque y enfrentar a los países industrializados. Rechazan todo avance el terreno de la liberalización de los servicios y de la protección de la propiedad intelectual mientras no se establezcan, por parte de los países desarrollados, en el terreno agrícola. La conferencia de Cancún de 2003, vuelve a terminar en fracaso y la situación continúa bloqueada hasta nuestros días.
Si esta crisis de la integración comercial multilateral es una buena noticia para aquéllos que han estado siempre en contra de la orientación neoliberal, tampoco señala el advenimiento de un orden comercial mundial más justo, lejos de eso. Primero porque frente a las crecientes dificultades encontradas en el acercamiento multilateral, muchos Estados se han volcado hacia el bilateralismo.
Es desde luego mucho más fácil llegar a un acuerdo de libre comercio entre dos y esto llama mucho menos la atención mediática y el control ciudadano (el acuerdo Canadá – Unión europea lo ilustra perfectamente). Tampoco hay que creer que la oposición de los países del Sur a las reivindicaciones del Norte es necesariamente altruista. Se trata en realidad de exigir un reequilibrio delas relaciones de fuerza que mejor reflejen la nueva realidad económica mundial. Se busca obtener la «parte correspondiente de la torta» sin que las reglas de juego sean en sí mismas puestas en tela de juicio. Sin embargo el cuestionamiento de la lógica que sirve de base a la arquitectura comercial mundial existe y está bien que así sea.
Sin embargo puede influir poco sobre las decisiones estatales de América Latina. Con la creación del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) los gobiernos progresistas de la región han demostrado que es efectivamente posible encarar relaciones económicas interestatales sobre bases diferentes a las del neoliberalismo. Este acuerdo llevado primero a cabo entre Cuba y Venezuela (al que se han sumado Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Dominica, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda) subordina efectivamente los intercambios comerciales entre los países miembros a objetivos sociales como la lucha contra la pobreza o el acceso a la educación. En las antípodas del culto a la competencia que prevén la OMC y la mayor parte de los acuerdos de libre comercio, el ALBA consagra los principios de solidaridad y reconoce la necesidad de corregir las asimetrías económicas y sociales entre los Estados, privilegiando su complementariedad. Establece igualmente la posibilidad de otro tipo de intercambios abriendo camino a la superación de las relaciones estrictamente mercantiles. (4)
Paralelamente a esta iniciativa estimulante se encuentran igualmente en el movimiento altermundista muchas otras vías de reflexión para poner las bases de un sistema comercial más justo. Muchos siguen los mismos lineamientos que el ALBA, especialmente en lo referente a sustraerse de la dictadura de la economía poniéndola en cambio al servicio de un proyecto social democráticamente definido.
Pero las limitaciones ambientales impulsan cada vez más la revalorización de lo local y de la autosuficiencia frente al actual modelo de desarrollo para y por los «mercados internacionales» El objetivo sería reorientar las actividades productivas hacia la satisfacción de las necesidades locales limitando al mismo tiempo los intercambios internacionales al mínimo necesario. Ello permitirá limitar el derroche y los colosales costos ambientales que se observan actualmente haciendo a las sociedades más resilientes frente a las crisis que las afectan.
Estos argumentos se encuentran especialmente entre los partidarios del decrecimiento quienes los integran en una reflexión más general sobre los límites del crecimiento de nuestras sociedades de crecimiento infinito y sobre la forma de volverlas más sostenibles y más justas en el largo plazo (5)
Como se ve, la cuestión comercial es indisociable del debate propiamente político que existe alrededor de los principios que deben guiar la organización de nuestras sociedades, especialmente en cuanto a las relaciones a nivel mundial.
Ahora bien, en este debate como en los demás, la pérdida de legitimidad del modelo actual no está necesariamente acompañada de la puesta en marcha de alternativas más equitativas. Éstas solo podrán producirse si existe suficiente presión ciudadana como para lograr establecerlas. Entonces, ¡movilicémonos!
Notas:
(1) Ver la carta abierta publicada en el Devoir del 20 de octubre de 2010 y firmada por un colectivo de autores entre los que se encuentran varias personalidades de ATTAC
(2) Expresión fetiche del argot liberal que pretende referirse a la libre y no falsa competencia
(3) Esta expresión fue utilizada por primera vez por un economista estadounidense para mencionar el consenso existente entre los EEUU y las principales organizaciones económicas internacionales (Banco Mundial, FMI) sobre las grandes orientaciones económicas que había que imponer a los países que se hallaban en dificultades, Se trata de un conjunto de diez medidas que se convirtieron en emblemas de la agenda neoliberal (privatización, desregulación, liberalización, etc.)
(4) Para mayor información sobre el ALBA y América Latina se puede visitar el sitio del RISAL (Red de información y de solidaridad con América Latina): www.risal.collectifs.net
(5) Ver por ejemplo el artículo de Serge Latouche, uno de los más importantes pensadores de la corriente «Pour une societé de décroisssance»
Fuente: ATTAC-Québec (Canadá)
rCR