«Hemos combatido, largamente, juntos, por una historia más amplia y más humana. En el momento en que escribo, sobre la tarea común se ciernen muchas amenazas. No por culpa nuestra. Somos los vencidos provisionales de un injusto destino…» Marc Bloch. El hilo que he escogido para hilvanar esta intervención es el del compromiso revolucionario de […]
«Hemos combatido, largamente, juntos, por una historia más amplia y más humana. En el momento en que escribo, sobre la tarea común se ciernen muchas amenazas. No por culpa nuestra. Somos los vencidos provisionales de un injusto destino…» Marc Bloch.
El hilo que he escogido para hilvanar esta intervención es el del compromiso revolucionario de Manuel Sacristán, un compromiso que funde su obra con su conducta y da buenas pistas para comprender ambas.
Manuel Sacristán mantuvo siempre una triple dimensión, intelectual, moral y política, en su compromiso revolucionario, y ello permite que le recordemos como una persona rigurosa, decente y comprometida con los trabajadores y con los sectores más humildes.
1. Manuel Sacristán, un derrotado de buen humor.
Creo que se puede documentar bastante bien la doble afirmación de que Manolo se supo derrotado y quiso ser un derrotado de buen humor. La derrota para él adquirió una doble dimensión: histórica, colectiva, pero también personal, de sus posiciones político-culturales en su partido. De los múltiples testimonios que pueden aducirse para fundamentar esta afirmación, me limito a citar sólo el recogido en el número especial que la revista El Viejo Topo ha editado en ocasión de este homenaje y se ha distribuido hoy aquí. En él se recoge la intervención que Sacristán realizó en un coloquio sobre el intento de golpe de estado fascista de febrero de 1981. Manolo tras aludir al ambiente internacional y español hostil a las motivaciones de la izquierda social, afirmaba:
«hay que arrancar partiendo de la convicción de que lo que nos espera es una larga travesía en el desierto. Seguramente me ayuda en eso la edad: ya no tengo pelos en la lengua y estaría dispuesto a decir que empieza a ser razonable pensar que la gente de la izquierda social de mi generación no vamos a ver ya un cambio positivo. Hasta este punto creo que vale la pena convencerse, al menos subjetivamente, para estar preparados. Yo creo que la gente de mi edad, de aquí hasta su muerte, vamos a estar en esta situación de derrota, con mayores o menores cambios, y que es la gente más joven la que acaso pueda pensar en otra cosa. Pero para que la gente más joven pueda pensar en otra cosa me parece absolutamente necesario admitir, como dijo Lukács poco antes de morir, por cierto, que hay que partir como si estuviéramos en 1845 o 1846, y eso quiere decir muchas cosas negativas y también positivas. Hay que empezar por una autoafirmación moral. Saber que en medio de esta espantosa derrota material, de todos modos, lo que ofrecen quienes están rigiendo el cambio social en estos momentos, no es más que la exacerbación de los horrores que estamos viendo, la exacerbación del hambre en el tercer mundo, del desarrollo de tecnologías destructoras en el planeta, etc., sin olvidar el punto del etcétera que más importa, a saber, la amenaza de guerra.»
Es sabido que se aprende más de las derrotas que de los éxitos. Manuel Sacristán tuvo la lucidez de percibir pronto la magnitud de ésta. Por lo menos desde los acontecimientos de 1968 en París y Praga. Y esa percepción, la vivió en una notable soledad. Soledad en la dirección del partido. Pero no sólo. A ésa se le añadió, además, una soledad en parte autoimpuesta y dictada quizás por una prudente autocontención para no contagiar de desesperanza ni desmovilizar a los más cercanos y a los compañeros de lucha.
Sin embargo Manolo conseguía a veces sobreponerse a la amargura y hacer gala de buen humor. Esa actitud tiene que ver con lo que su hija Vera explica de él: «Manuel Sacristán fue un hombre con gran curiosidad por todo cuanto le rodeaba, lleno de interés por conocer y entender, capaz de disfrutar y de apasionarse con las cosas más diversas y con las cosas más sencillas». Vera cuenta varios ejemplos de ello en su contribución al dossier sobre Manuel Sacristán publicado en el número 209-210 de El Viejo Topo.
2. Algunos recuerdos vinculados a su compromiso político-moral.
Uno de mis primeros recuerdos de Manuel Sacristán tiene que ver con sus actividades de formación en la clandestinidad. Cuando ingresé en las Juventudes Comunistas, en 1968, participé en un seminario sobre el Manifiesto Comunista. Manolo ejercía su acción tutorial para ayudarnos a leer bien el Manifiesto Comunista: «La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna». Manolo se detenía en esa afirmación y nos hacía reflexionar sobre el sentido de eso del hundimiento de las clases en pugna, ponía ejemplos históricos y le sacaba todo el jugo posible de cara a situaciones del presente. Nos abría los ojos. Nos enseñaba a pensar. Lejos de cualquier escolástica tan abundante en aquellas épocas.
En su forma de entender el compromiso comunista, en su militancia en el PCE y el PSUC, el rigor intelectual y la coherencia ética iban siempre de la mano de su actividad política.
Lo mismo ocurría en su actividad universitaria, en su modo de relacionarse con los estudiantes, en su participación en la lucha sindical durante el franquismo y posteriormente. Su contribución a la formación de las Comisiones Obreras de Enseñanza ayudó mucho en aquellos momentos a la comprensión del papel que un sindicalismo sociopolítico y de clase podía desempeñar entre los docentes.
Guardo un especial recuerdo de su lección magistral en una de sus reincorporaciones a la Facultad de Económicas, en 1975. Vertebró su intervención en torno a tres ideas para un proyecto de vida: amor, trabajo y lucha. Una exposición en la que estaban presentes las tres vertientes de su compromiso intelectual, moral y político: el rigor, la minuciosidad y el carácter sistemático de su exposición se fundían con una exquisita sensibilidad y con su invocación al compromiso colectivo para la transformación de las cosas y de las relaciones entre las personas.
En el CANC, el Comité Antinuclear de Cataluña, su compromiso se desplegaba como el de un activista más. Dispuesto a todo tipo de tareas: desde la preparación práctica de marchas de protesta y denuncia de los riesgos de la energía nuclear hasta la participación en charlas y debates de sensibilización sobre dichos riesgos. Algunas de sus intervenciones quedaron recogidas en el BIEN, Boletín de Información sobre la Energía Nuclear editado por el CANC.
En la redacción de la revista mientras tanto, Manolo daba ejemplo participando en todas las labores de preparación de los números de la revista. Que no se limitaban a la propuesta y selección de artículos o a la discusión de los editoriales a publicar. También incluían la preparación de los envíos a los suscriptores, la correspondencia, la actualización del registro de las suscripciones y otras labores de intendencia. Las reuniones de trabajo acostumbraban a tener como colofón animadas y distendidas tertulias en algún bar cercano. Ahí surgían comentarios sobre los asuntos más dispares; recuerdo en especial los repasos a la actualidad cinematográfica, que dejaban a las claras aquello de que sobre gustos, no hay nada escrito. Manolo era un activo participante de esas tertulias, y en ellas sus opiniones quedaban a veces en clara minoría, que él se complacía en subrayar.
3. Lo que Manuel Sacristán ya no vio, pero nos ayudó a ver y entender.
El marxismo de Manuel Sacristán, su modo de entender y practicar el compromiso revolucionario, sus análisis y reflexiones sobre la situación del movimiento obrero y de la izquierda, su manera de acercarse a los nuevos problemas civilizatorios, se convirtieron en contribuciones de gran interés y ayuda para la comprensión y la toma de posición ante algunos de los acontecimientos más importantes que, tras su muerte, marcaron los quince últimos años del pasado siglo.
Así ocurrió, por ejemplo, con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de lo que se llamó el «socialismo real» en la Europa Central y Oriental. Recuerdo el editorial de la revista mientras tanto, «Identidad comunista e identidad emancipatoria«, distribuido como separata en la Fiesta del PCE de septiembre de 1991. En él se aunaban un balance muy crítico de nuestra tradición con la reafirmación de una identidad comunista necesariamente abierta a la refundación de una nueva identidad emancipatoria. Tanto el análisis como el punto de vista político-moral adoptados eran herederos y deudores del legado de Manolo. Lo mismo pudiera aducirse en relación al debate abierto en el Partido Comunista Italiano en noviembre de 1989 y que llevó a su disolución en su XX Congreso en febrero de 1991. Frente a quienes optaron por renunciar a la identidad comunista para convertirse en demócratas de izquierda, había buenas razones para no avergonzarse de una identidad que Manuel Sacristán mantuvo hasta su muerte con una actitud intelectual y político-moral que sirvió de ejemplo y referencia ante la derrota cultural y política del comunismo europeo del siglo XX.
Ya en las postrimerías del siglo y tras el vendaval neoliberal que sopló del Atlántico hasta los Urales, las semillas de la resistencia a la globalización capitalista germinaron en movimientos que dejaban aflorar una nueva cultura de las luchas populares. La explosión social de febrero de 1989 en Caracas contra las medidas neoliberales del gobierno de Carlos Andrés Pérez pasó casi desapercibida en Europa, pero con el levantamiento indígena chiapaneco en 1994 ya no ocurrió lo mismo. Y ante la Cumbre Ministerial de la OMC celebrada en Seattle en noviembre de 1999, emergía un movimiento de movimientos que unía la denuncia de las falacias del librecomercio a la sensibilidad ecologista y antibelicista. El primer Foro Social Mundial celebrado en Porto Alegre en enero del 2001 certificaba el nacimiento de este movimiento en el que se encontraban las resistencias y se buscaban las alternativas a los problemas civilizatorios que habían constituido el objeto central de las reflexiones teóricas y políticas de los últimos años de vida de Manuel Sacristán. Releer sus contribuciones ilumina muchos de los debates presentes en el movimiento alterglobalizador.
4. ¿Qué le interesaría hoy a Manuel Sacristán, qué causas justas le ocuparían?
Un repaso a la trayectoria seguida por los intereses y preocupaciones político-culturales de Manuel Sacristán permite aventurar algunos ejemplos de asuntos que hoy serían objeto de su reflexión y de su compromiso.
Creo que Manolo seguiría con atención hoy las luchas y los avances de los movimientos indígenas y campesinos de América Latina. En los últimos años han crecido las resistencias campesinas e indígenas frente a la ofensiva del neoliberalismo económico y de la uniformización cultural. La lucha por auténticas reformas agrarias, por la soberanía alimentaria frente a las transnacionales y el cultivo de los transgénicos, contra los Tratados de Libre Comercio y por un comercio justo y solidario, por el respeto a la biodiversidad, por el reconocimiento de las culturas, lenguas y saberes indígenas y por el libre ejercicio de su autogobierno atraviesa hoy el continente latinoamericano. Manuel Sacristán mostró en múltiples ocasiones y en varios escritos e intervenciones públicas su interés por estas cuestiones.
Tampoco cabe duda del apoyo intelectual y político que Manolo brindaría al movimiento alterglobalizador en su lucha contra las agresiones militares imperialistas y por seguir forjando una cultura antibelicista, en la denuncia de la OMC y la ofensiva desreguladora y privatizadora de los recursos estratégicos, en la oposición a las políticas del FMI.
Manolo seguiría con atención el curso de las grandes oleadas migratorias, de las condiciones de vida y de trabajo a las que se ven sometidos los emigrantes en Estados Unidos y en la Unión Europea y habría aportado sus reflexiones sobre el significado profundo de la revuelta de los hijos de inmigrantes en Francia, excluidos de la igualdad y fraternidad republicanas.
También participaría en la reflexión sobre los rasgos de una alternativa socialista para el siglo XXI. Una alternativa digna de ese nombre, superadora de la barbarie propia de la civilización capitalista y de los errores y horrores del socialismo del siglo XX. Con características diversas y sujetos plurales, alimentada tanto por un debate de ideas libre y abierto como por las experiencias ya en curso de democracia participativa, revolucionaria, y de nuevas políticas económicas, sociales y educativas que al desplegarse puedan contribuir a la transformación del modo de vida, de las relaciones sociales de producción y de los valores culturales dominantes.
No sé lo que opinaría sobre Hugo Chávez. Al reconocer rasgos propios del cesarismo en la situación venezolana, quizás se plantearía si la reflexión de Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel distinguiendo entre un cesarismo progresivo y otro regresivo pudiera ser de interés para este contexto. Lo que sí sé es que le alegraría saber que la atención sanitaria básica subió a los cerros donde viven los más humildes y llegó a la Amazonia venezolana. Y que la campaña de alfabetización de adultos desplegada permite ya considerar a Venezuela como Territorio Libre de Analfabetismo. Él, que dejó testimonio de su compromiso en la tarea de educación de adultos en Can Serra, nos hubiera dado buenas ideas sobre cómo continuar con ese proceso educativo…
5. El legado de Manuel Sacristán, un legado vivo y actual.
Por fortuna, no hay que añadir un «ismo» nuevo, el del sacristanismo, a la larga lista de ismos que forman parte de las corrientes emancipatorias pasadas y presentes. Lo que sí queda es un rico legado, con discípulos que lo han cultivado en campos muy diversos. Es un legado abierto, plural, y, afortunadamente, «sin secta sacristanista constituida».
Ciñéndome sólo a su legado en el ámbito de la reflexión teórico-política en la que apoyó su compromiso revolucionario, su legado está en revistas, unas con más tiempo de vida, como El Viejo Topo, y otras más recientes como la digital Sin Permiso. Y por supuesto en Mientras Tanto, que fundó junto con Giulia Adinolfi.
Su legado está en el compromiso militante de personas que trabajan en la solidaridad internacionalista, en el movimiento obrero y en la Universidad, en el movimiento ecologista, en la lucha contra el racismo y la xenofobia, en la lucha por un mundo sin guerras.
Su legado está en quienes trabajaron con él y siguen contribuyendo hoy a la renovación del ideario emancipatorio. Y en quienes sin haberlo conocido personalmente, lo han leído, se han interesado por su contribución y les sirve como referente, como brújula intelectual y moral. En estas Jornadas hay una buena muestra de unos y de otros.
Éste es, pues, el legado de Manuel Sacristán: el legado de un marxista crítico que cultivó un marxismo vivo y libre. El legado de un comunista que no renunció nunca a su identidad y la vivió de un modo abierto, al encuentro con otras, con la voluntad de incorporar lo mejor de la tradición marxista a un nuevo ideario emancipatorio. El legado de alguien que quiso hacer de su compromiso una norma de conducta cotidiana.
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Mi intención aquí no ha sido sino transmitir, en pocas palabras, que a mi modo de ver, el elemento que dio sentido global a su forma de estar en el mundo fue su compromiso revolucionario con los de abajo. Este homenaje es una buena ocasión para recordarlo, transmitirlo y proyectarlo en la lucha de hoy por una Humanidad justa y libre en un mundo habitable.
Nota: Esta lección inaugural de Víctor Ríos está incluida en: Salvador López Arnal e Iñaki Vázquez Álvarez, (eds), El legado de un maestro. Papeles de la FIM, Madrid, 2007.