1.- ¿Dijo usted comunismo democrático?: Hace algún tiempo publiqué un texto polémico y provocador denominado: «Marx-Engels: Comunismo Democrático» ([1]). En aquel momento era evidente que las mentalidades del inciso sexto ([2]), o con mayor precisión aún, el «macartismo tropicalizado», seguían vigentes en el país, dada la sedimentación histórica de diferentes iniciativas ideológico-políticas (y ahora mediático-educativas), […]
1.- ¿Dijo usted comunismo democrático?:
Hace algún tiempo publiqué un texto polémico y provocador denominado: «Marx-Engels: Comunismo Democrático» ([1]).
En aquel momento era evidente que las mentalidades del inciso sexto ([2]), o con mayor precisión aún, el «macartismo tropicalizado», seguían vigentes en el país, dada la sedimentación histórica de diferentes iniciativas ideológico-políticas (y ahora mediático-educativas), incluida la práctica anticomunista del «betancourismo» (para no hablar del anticomunismo de la derecha copeyana y el Opus Dei).
El «anti-comunismo» figura en todo el siglo XX venezolano como automatismo psíquico, como reflejo condicionado, como hábito semiótico de políticas, estrategias y tácticas, del «macartismo tropical».
En el siglo XXI se dice que ha finalizado la «guerra fría», la disputa entre «bloques de poder», pero en realidad aparecen nuevas fronteras y campos de una «guerra fría político-cultural» en nombre del «avance indetenible de la globalización y la lucha contra el terrorismo».
En la esfera mediática es sencillo rastrear formaciones de discurso y matrices de significación articuladas al «anti-comunismo». En algunas subjetividades no será difícil encontrar los deseos de «prohibir el comunismo», de «proscribirlo» como se intenta hacer actualmente en Ucrania.
Desde el «adoctrinamiento» de niños, pasando por denuncias a la «violación de los derechos humanos», a la «dictadura totalitaria», a la escasez de medicinas y alimentos esenciales, todo es atribuido al «comunismo». Basta escuchar la articulación sintáctica y el tono afectivo de aquella Dama, que en el registro de videos de anteriores movilizaciones opositoras profería la frase: «Chávez is a Comunist», para darse cuenta de los resortes imaginarios que se mueven tras la escena de la «conciencia práctica» de un sujeto aparentemente transparente y reflexivo sobre su intención significativa.
Sin embargo, todas estas disposiciones pasionales y enunciativas están allí latentes en el inconsciente social de ciertos grupos sociales, esperando su actualización ante determinados estímulos. Su estado de latencia no implica que no aparezcan como «brotes epidémicos» en determinadas circunstancias.
2.- Retóricas conservadoras: ¿Luchar contra el socialismo es luchar contra el comunismo?
En gran medida, en el país el anti-comunismo y el anti-socialismo se usan como nociones intercambiables o equivalentes por la mentalidad de derecha ([3]). Y las campañas electorales basadas en el miedo son ejemplares en el uso de tales asociaciones, para demonizar adversarios. El demonio de la modernidad política es el «comunismo totalitario» (una forma de amalgamar nociones es construyendo estos sintagmas), y han sido los estereotipos proferidos por la jerarquía católica los más utilizados en la estrategias de marketing político para demonizar a la izquierda.
Allí no operan sutilezas teóricas, intelectuales ni distinciones del espectro político, fenómeno que en otros países forma parte de la cultura política del ciudadano promedio. En muchos países con socialismos democráticos avanzados, los procesos de secularización y de aproximación abierta al mensaje de las religiones del libro, ha logrado desactivar muchos de los prejuicios de un comunitarismo de corte conservador y hasta reaccionario. De manera que no esperemos en el país, por ahora, una recepción reflexiva de las clarificaciones de Marx o Engels sobre la escogencia del término «Comunismo», en vez de los signos de identidad de corrientes y «ambientes de sentido» socialistas de su época. Recordemos que para Marx y Engels había socialistas de varios pelajes, había pequeño burgueses, democráticos, utópicos, proudhonianos, y un largo etc.
Quizás muy pocos se paseen por las líneas de aquel capítulo sobre la «Literatura socialista» del famoso Manifiesto donde describen algo llamado «Socialismo feudal». Mucho menos podemos esperar algún tipo de valoración sobre las tesis del siglo XXI acerca de la necesaria renovación del discurso y praxis del Socialismo Democrático-participativo.
3.- ¿A qué llama usted socialdemocracia?
Si la socialdemocracia no esperó rebasar la democracia representativa, en el terreno económico intento reducir las desigualdades sólo en el seno mismo del orden capitalista, esto a partir de la tributación progresiva sin afectar la propiedad privada de los medios de producción, colocando el acento en la «distribución justa de la riqueza».
Y logros importantes los hubo, sobremanera en aquellos países que aparecían como modelo de contención ideológica del socialismo real de planificación centralizada, como el modelo escandinavo y alemán de Estado de Bienestar.
De modo que sobre el Estado social se descargaron dos tipos de expectativas: los conservadores y liberales lo aceptaban como fórmula de neutralización del movimiento obrero en sus demandas radicales anticapitalistas. Los reformistas sociales, moderados y radicales, suponían que quizás el Estado social y democrático podría ser una condición político-institucional para un tránsito pacífico a una figura de socialismo democrático, pluralista, representativo, bajo una economía mixta y regulada por un Estado Constitucional de Derecho.
Sin embargo, su existencia dependía de la potencial proyección del campo socialista soviético. Eliminada tal amenaza, al capitalismo le quedaba la puerta abierta para demoler ahora a su propia creación-concesión de estabilidad social y política para recuperar un terreno a la acumulación y valorización del capital. Como ejemplo, allí esta Europa debatiéndose sobre si defender o no las variantes históricas del «Welfare State» y cómo hacerlo. Para el capital financiero queda claro que el «Welfare» es un obstáculo a ser derribado.
Pero en América Latina, patio trasero de la política hemisférica del Estado menos promotor de cualquier idea de justicia social y bienestar social (EE.UU entendió por Welfare el New Deal de Roosevelt), permitir figuras históricas del Welfare State suponía agregarle barreras fiscales y limites arancelarios a la libre movilidad y campo de maniobra de sus propios Capitales. El libre comercio y la iniciativa privada han sido portaestandartes del propio discurso de política exterior de los EE.UU. Allí se anidan el ALCA y los TLC.
Con «razón», los intentos estructuralistas Cepalinos fueron vistos como obstáculos para los sectores más derechistas del establishment norteamericano. Incluso interpretados como una puerta de entrada del comunismo. Y el dependentismo y el viejo marxismo ortodoxo aparecían como satélites ideológicos, o de la revolución cubana o de la revolución soviética respectivamente.
De modo que decir «Socialismo» en Nuestra América era comunismo y punto. Y la derecha se ha encargado de fijarlo hasta el punto que la propia izquierda también luce convencida de que en la práctica existen algo más que «aires de familia».
4.- ¿La cuadratura de la izquierda reformista y revolucionaria?
Cualquier renovación del socialismo quedaba acotada a reproducir los límites político-ideológicos definidos por a) el seguidismo soviético, b) el camino cubano, c) en menor medida, la revolución china, o d) las vías socialdemócratas del Estado de Bienestar Europeo.
Así, el colonialismo de los intelectuales de izquierda obedeció a que sus marcos estaban claramente delimitados por estas cuatro experiencias históricas de transformación. Más allá de ellas, al parecer, la nada.
Por eso el socialismo del siglo XXI aparecía de entrada como campo de experimentación (creación heroica) o de reciclaje (revival del debate socialismo-comunismo real).
Ahora bien, desde nuestro punto de vista, una cosa era cuestionar el «colectivismo burocrático» encarnado en los socialismos reales del campo soviético, aquel que habló en nombre del comunismo planteado por Marx y Engels; y otra cosa, era pasar por contrabando el estereotipo de que «todo comunismo es totalitario y anti-democrático».
5.- ¿En que quedó el debate sobre el nuevo socialismo para el siglo XXI?
Múltiples corrientes derivadas de la obra abierta, crítica y trunca de Marx-Engels han intentado otorgarle legitimidad al debate sobre un nuevo socialismo. Algunos, han supuesto que tienen el santo grial ideológico en sus fórmulas teóricas, donde bloques populares movilizados, luchas económicas y políticas, hegemonías culturales y comunicacionales, partidos, estrategias y tácticas, alianzas internacionales son variables controladas por un gran cibernético teórico.
Interesante al respecto ha sido la expresión dada a este centro cibernético o vanguardia teórica por Julio Escalona: el sabelotodo.
El problema es que este tipo de debates no se resuelve sencillamente con citas ni argumentos de autoridad. Podríamos apelar, por ejemplo, a la obra completa de Marx-Engels, y encontraríamos algunas inflexiones conceptuales que no son menores.
El debate sobre el socialismo del siglo XXI sigue pendiente, el problema es que todavía nadie quiere decir que es realmente lo nuevo para el siglo XXI.
6.- ¿Era Marx un semillero totalitario?
Desde la crítica a la filosofía del derecho de Hegel, pasando por el Manifiesto Comunista, luego irrumpiendo en los textos sobre la Comuna de París hasta llegar en la Introducción controversial de Engels a «La lucha de clases en Francia» no encontramos un concepto cerrado, monolítico y compacto que permitan afirmar a rajatabla que Marx y Engels son justamente «las semillas ideológicas» del totalitarismo.
Tampoco Marx y Engels ofrecieron una arquitectónica del comunismo plenamente realizado. La tentativa de construir proyectos que funjan de moldes a priori para las lucha sociales es una manía de los estratos intelectuales. Pero la vida y la experiencia de las luchas siempre desbordan los cajones de sastre.
Existen intentos de cortarle los dedos a los pies de las luchas populares para meterlos en zapatos ideológicos a la medida de la vanguardia teórica y política de turno. Sin embargo, los proyectos, modelos e ideales no son necesariamente despreciables. Pero son esquemas regulativos o de orientación, no dogmas. Forman parte de la «conciencia anticipante» que alimenta la función social de las utopías.
Sin embargo, entre tantos ríos de tinta sobre las formulaciones marxianas del comunismo, cabe destacar algunos aspectos, que al ser omitidos u olvidados, generan las más extrañas experiencias de invención del agua tibia, o las más grotescas caricaturas del socialismo inspirados en textos de Marx-Engels. Cabe recordar algunos puntos esenciales:
a) El fundamento institucional del pasaje del capitalismo al socialismo dependería no de las nacionalizaciones estatales de actividades económicas manejadas por una burocracia cada vez más incontrolable, sino por la propiedad social-colectiva de los medios de producción, que deberían ser administrados y desarrollados en forma planificada con la participación directa de los productores asociados.
b) Las fuerzas sociales de la producción estarían tan altamente desarrolladas que se pondría de lado la carencia de medios de existencia social, siendo posible la satisfacción más completa del sistema de necesidades, incluyendo aquellas relacionadas con el tiempo de ocio, el reconocimiento social y la autorrealización de potenciales individuales.
c) La tecnología superiormente desarrollada y la productividad incrementada por el intelecto general coordinado, dependería y a la vez posibilitarían un grado cada vez más amplio de instrucción general y formación científica, técnica y humanística, superando en el terreno de la producción, la antigua división social y jerárquica (despótica) del trabajo, entre las actividades espirituales de dirección y las actividades manuales repetitivas, de ejecución serializada y simple.
d) Se pondrían de lado en la administración de los bienes comunes todo elemento de relación de dominio, eliminando la escisión permanente entre gobernantes y gobernados, mediante una administración común, consultiva y participativa,
e) La riqueza y el elevado desarrollo cultural sobre una amplia base social permitirían una superación de la división de clases y las desigualdades sociales, generando una combinación óptima de diferenciación social, desarrollo de capacidades humanas y despliegue de condiciones básicas igualitarias.
De este modo, la utopía concreta marxiana no anhelaba la perfección humana, aunque si intentaba superar los peores y mayores sufrimientos y crueldades humanas.
Se trataba de lograr la transformación de las cargas sociales en placeres, pasar de actividades penosas y enajenantes a acciones gratificantes, generando espacios de libertad, auto-actividad y auto-realización. De las motivaciones extrínsecas se pasaría a motivaciones intrínsecas. No se trataba entonces del «comunismo grosero o vulgar» (Manuscritos de Paris), basado en la escasez, la envidia socialmente organizada o la compulsión moral.
Evidentemente, que muchos pensaran que la hipótesis comunista trataba de la secularización del «paraíso» de las religiones del libro; aunque más bien Marx y Engels fueron muy realistas al considerar que una cosa era la superación de los antagonismos sociales y otra la eliminación de las tensiones entre individuos.
Pero el individuo socializado no implicaba el hombre de la muchedumbre solitaria y administrada desde arriba: la socialización y personalidad humana no remitían al colectivismo aplastante que ha sido propio de todas las imágenes sociales del individuo sacrificado por el ideal totalitario. La idea de comunidad democrática, en vez de la idea de Estado total, es la base de una comunidad fundada en la libertad personal.
Marx plantea claramente que «ha de evitarse concebir la sociedad nuevamente como una abstracción contrapuesta al individuo».
De hecho frente a Marx, hasta Hanna Arendt se movió con mucha más finura, sutileza y cautela, que sus viejos y nuevos acólitos. Convertir a Marx en «padre espiritual» del totalitarismo siempre ha sido una muestra de ignorancia y mala fe. Una confusión basada en asociaciones casi siempre disparatadas entre el devenir de la experiencia de la revolución rusa y los textos de Marx.
7.- La transición socialista y el sello económico, moral e intelectual de la vieja sociedad;
Claro está, no hay que abonar una tesis ingenua sobre el «democratismo» de Marx y Engels. Allí está la puntual expresión de Marx acerca de la noción de «Dictadura revolucionaria del proletariado» en el Programa de Gotha, o la clara advertencia de Engels sobre la idea de autoridad ante los embates del campo anarquista.
De allí las precauciones sobre el período de transición sobre el cual muchos responsables políticos se hacen simplemente los locos: «De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.» ([4])
La política y lo político encierran aún una dimensión de fuerza mientras existan divisiones de clases basadas en determinados regímenes de propiedad, producción e intercambio, en determinadas formas de Estado, instituciones jurídicas y políticas. Estas divisiones acompañan a otras, se entrelazan con ellas, como la dominación masculina, el racismo, la segregación étnico-cultural, la microfísica del poder o la destructividad de lo que seguimos llamando la «naturaleza allá y afuera».
Pero es esa dimensión de coerción y violencia lo que las izquierdas inspiradas en un Marx libertario no pueden dejar de combatir si no quieren parecerse demasiado a las derechas. De modo que una izquierda despótica se da la mano en política con cualquier figura de la derecha que le parezca despreciable la idea de soberanía popular o la democracia de la multitud cooperante.
Frente a esa izquierda despótica también hay que levantar barreras ético-culturales y políticas. Oponer a su hegemonía dura, monolítica y jerarquizadora, una contrahegemonía de movimientos, redes, campañas, emboscadas y maniobras indirectas para enfrentar el sello de la vieja sociedad que se niega a desaparecer.
En las revoluciones hay que derrotar a los institucionalistas, a los conservadores, a los privilegiados, a los castradores, a los que se enamoran del poder hasta desdibujarse como subjetividades transformadoras, hasta convertirse en «más de los mismo»: la «misma miasma» pues. De allí derivan las restauraciones o los estancamientos: de omitir una revolución democrática permanente como condición política de la posibilidad de someter a cuestionamiento y transformación los múltiples ejes de dominación y subordinación aún presentes en la sociedad. Como señalaba Engels con relación a la dialéctica: «todo lo que existe merece perecer» significa desde el punto de vista político que las posibilidades de ampliar espacios de libertad y liberación son impulsos que organizan las relaciones sociales no desde el punto de vista de los símbolos verticales de sumisión y conformidad (Harry Pross dixit), sino a partir de las totalizaciones abiertas de praxis, autonomía y auto-realización junto con otros con igual dignidad. Se trata de comunidades y sociedades organizadas contra la forma-Estado y contra la dominación.
Sin embargo, como se trata de hacer una hermenéutica crítica y no simplemente reconstructiva, creemos que es posible apoyar la tesis de la República Social y Democrática como elemento clave del puente o transición hacia el Comunismo esbozado por Marx-Engels, por una parte, y como inspiración del socialismo democrático, participativo y deliberante que quizás pueda abrirse paso como Eco-socialismo participativo para el siglo XXI.
En pocas palabras, ante las tentativas de algunas «elites revolucionarias» de convertir la «democracia social, participativa y protagónica» en una bandera instrumental para manipular incautos, se hace preciso reiterar que la «democracia sustantiva» es el socialismo democrático-participativo por el cual vale la pena luchar, y que «socialismo sin democracia radical y sin libertades políticas» es reiterar la cascada de errores que llevaron de la utopía concreta marxiana al Estatismo Autoritario encarnado en el socialismo burocrático.
Mucho pudiera avanzar el proceso bolivariano en destrancar sus propias actitudes limitantes si dejara de manosear los guiones del populismo corporativo-clientelar o del viejo socialismo burocrático del siglo XX. Quizás no se perdería tanto la brújula, o el llamado «momento normativo» de las políticas públicas, si estuviesen las prácticas del Estado o de los partidos, no en el calco y copia de los manuales de las ortodoxias, sino más bien en la utopía concreta del «comunismo democrático», o inspirado al menos en un debate socializado de algunas de aquellas líneas del «modelo socialista» que Ludovico Silva troqueló en su «Teoría del Socialismo».
El reino de la pre-historia es el reino de la necesidad y de las alienaciones. Sobre esta base, superando paso a paso las limitaciones desde la praxis social consciente es que es posible avizorar el potencial de lo que Marx denomino reino de la libertad:
«El reino de la libertad se inicia, de hecho, cuando cesa el trabajo impuesto por la necesidad y por metas externas; se encuentra pues por su propia naturaleza más allá de la esfera de la producción propiamente material…la libertad en este terreno solo puede consistir en que el hombre socializado regule racionalmente en cuanto productores asociados sus intercambios materiales con la naturaleza…con el desgaste menor de fuerza y logrando las condiciones más dignas y adecuadas para la naturaleza humana. Pero siempre se está así en el reino de la necesidad. Más allá de él comienza el desarrollo de fuerzas humanas, que aparecen como un fin auto propuesto, como el verdadero reino de la libertad, que solo puede crecer sobre ese reino de la necesidad como su base.» (Tomo III, El Capital)
Como planteó Helmut Fleischer, «el nombre del futuro es el comunismo, una asociación donde el libre desarrollo de cada uno sea la condición para el libre desarrollo de todos» siguiendo el espíritu del Manifiesto.
Sin embargo, las revoluciones políticas no pasan a ser revoluciones sociales porque el proceso de cambio político se estanca en la «revolución administrada y amaestrada» desde arriba.
El fenómeno del PRI mexicano o el termidor estalinista son emblemáticos de la institucionalización de un proceso de entusiasmo y efervescencia revolucionaria. Lo instituyente deviene en institucionalización cerrada, en captura y serialización de la praxis transformadora. Como diría hoy Ranciere en vez de política revolucionaria tenemos es simple Policía. De la temperatura caliente de un soviet, el comité campesino, el consejo obrero pasamos a los órganos más fríos del monstruo frio como cualquier mala imitación de la Stassi («Policía política»: sintagma que expresa que el espíritu del Estado Hobbseano sigue vivo).
Ante la multiplicidad de significaciones presentes en diversos textos no dejaremos pasar aquella formulación de:
«Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.» ([5])
Obviamente, en la cita referida hay mucho en juego. La prioridad leninista-bolchevique del comunismo de partido-único, de la elite revolucionaria jacobina se ve tan cuestionada como la tesis derechista del comunismo anti-democrático.
¿Se ha echado por tierra aquella sociedad oficial, o se ha levantado una nueva sociedad oficial, la llamada nomenclatura, bajo la tesis de Pareto y su circulación de las elites? ¿Es el movimiento proletario un movimiento autónomo o es la «masa de maniobra» convertida en una clientela heterónoma? ¿Predominan los intereses, necesidades y aspiraciones de la mayoría inmensa o se ha enquistado una nueva cúpula de poder, o neo-cogollo?
De hecho, la elite de izquierda o la derecha de siempre han sido dos factores ideológico-políticos que inhiben un retorno abierto, crítico, creativo y libertario a los textos de Marx sin las anteojeras del marxismo soviético o los prejuicios del más rancio catolicismo o del nazi-fascismo.
Obviamente, muchos menos lectores estarán informados de las críticas de, por ejemplo, Adam Schaft, entre otros, de las apropiaciones selectivas de Lenin de ciertos textos de Engels. La controversia, como debe ser, sigue abierta.
La distinción entre contenido del Estado (¿Quiénes gobiernan, Cuáles intereses de clase nos gobiernan?), la forma de gobierno (¿Cómo gobiernan?) y el régimen político, ha sido suficientemente trabajada, así como la noción de «Dictadura» y «Democracia» en su tiempo y escritura Marxiana, como para seguir reiterando la retórica anti-marxista de la «guerra fría político-cultural».
Otra cosa es seguirle el paso a los devenires y desventuras del experimento bolchevique, hasta llegar a las nociones stalinistas de realismo político y razón de Estado. Que Stalin haya sido muy poco democrático es una interpretación más plausible históricamente que cualquier esfuerzo deconstructivo por justificar otra cosa distinta.
Ciertamente, como diría Umberto Eco, hay límites en ciertas hipótesis, y mucho más en el conflicto de interpretaciones en juego. El siglo XX de los socialismos se caracterizó por las maniobras de las citas a diestra y siniestra para legitimar determinados principios de actuación política.
El socialismo burocrático y el marxismo soviético hicieron de las ideas de Marx un cuerpo dogmático, un texto domesticado; en fin, amaestrado por funcionarios que tributan su plusvalía ideológica al sostenimiento de todas las apologías; en fin, intelectuales proclives a barnizar gobiernos en nombre del realismo político de las circunstancias. En fin, propaganda bancaria (Freire dixit).
Ciertamente la democracia en Marx no se limita a la democracia representativa ni se defiende la propiedad privada burguesa, incluso para Marx es la Forma-Comuna una posible vía de superación de ambas. Pero también en Engels no quedaba descartado la actividad política parlamentaria para promover avances en la dirección de figuras del Socialismo basadas en la conquista de espacios de participación para el movimiento obrero mediante el sufragio. Frases sobre el «cretinismo parlamentario» o las «elecciones burguesas» se usan muchas veces para omitir la flexibilidad de caminos y contenidos de los procesos de transición al comunismo en el pensamiento de Marx-Engels. De modo que hay que ser muy cautelosos ante los mandarines que interpretan cuál es en realidad la revolución correctamente administrada por una vanguardia.
8.- El cacareado dogma del partido como guardián de la verdad revolucionaria:
Claro que «sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria», pero ¿Qué cualifica de «revolucionaria» a una teoría, o a una conciencia reflexiva? ¿No es acaso la crítica radical de toda forma de dominación, explotación y opresión?
Los funcionarios del aparato llegaron a crear una respuesta monolítica para la pregunta anterior. La garantía última de la verdad revolucionaria reposa en el saber infalible del Comité Central del Partido. El que dude de la línea teórica del aparato se aleja pues de la verdad: ¿verdad? Hay tantas y complicadas relaciones entre epistemología y poder, que más vale ser escéptico ante los que profieren que la verdad reposa exclusivamente en el aparato político.
Hasta Lukács recayó en semejante mixtificación de suponer que la «conciencia posible o imputada» se había encarnado en la autoridad del partido revolucionario.
Mientras para Marx la conciencia de clase para sí misma se despliega tras los conflictos colectivos de los trabajadores (luchas sindicales, reivindicaciones sociales que afectan a los trabajadores, etc.), necesidad de la unidad no sólo reivindicativa, o sindical sino además política, los trabajadores llegan a entender que tienen unos intereses determinados como clase, que entran en conflicto con los de la clase dominante en la sociedad que requiere un pasaje por la esfera de la política y el poder del Estado; para Lukács, en cambio, el Partido encarna una teoría acertada de la explotación y la desigualdad capitalista, que transmiten a la clase trabajadora desde fuera (siguiendo a Kautsky y Lenin en esta tradición). Esta teoría permitirá trascender la limitación de la propia acción descoordinada de los trabajadores, su conciencia psicológica y reivindicativa, desafiando de forma efectiva los fundamentos del sistema capitalista como un totalidad histórica.
Es justamente en este paso de la conciencia en sí en conciencia para sí, que se abre el espacio para la sustitución del despliegue del poder constituyente de la multitud en lucha a la mediación partidista de los intelectuales revolucionarios, quienes en vez de ocupar su función en la catalizadores del intelectual colectivo; es más, la transformación del sentido común (conformismo) en buen sentido (resistencia e insurgencia), intentan desplazar y anular el saber y conocimientos producto de la lucha económica y política del proletariado, es decir, su sistematización abierta a la investigación acción-transformación, por el presunto conocimiento científico y acabado de las leyes objetivas del movimiento histórico separado de las luchas.
La praxis teórica queda alienada del despliegue de la praxis transformadora, o a lo sumo se auto concibe, como lucha de clases en la teoría: disputa simbólica en la esfera exclusiva del homo academicus.
9.- ¿Era la forma-Comuna el discreto encanto del populismo?:
Por otra parte, la forma-Comuna tampoco puede confundirse con la forma de gobierno de dictaduras militares, bonapartistas o populista corporativas típicas de la derecha, ni con ningún contrabando ideológico estalinista.
Decir que Marx apoyó la «Dictadura revolucionaria del proletariado» significa nada más y nada menos que apoyaba la «libre voluntad de la mayoría de la población» en las circunstancias históricas del siglo XIX para desplazar del poder a la minoría capitalista.
Decirlo en aquel entonces era una revolución de la vida cotidiana. Decirlo hoy, sigue siendo revolucionario, aún con todas las consideraciones críticas acerca del papel de las tecnologías de organización, dirección y manufactura del «consenso de masas». En aquella época aparecía sobre la figura concreta del obrero, el impulso vital de la identidad proletaria.
Hoy día, sobre la figura de los sectores medios depauperados, los obreros no sindicalizados, la burocracia sindical y el precariado urbano, decir «proletariado» es algo más que un desajuste semántico: lo que hay es una amalgama de consumismo con ciudadanía a medias, de explosión de los condenados de la tierra con clientelismo segmentado, de retóricas socialistas junto con el «cuanto hay pa´eso». No hay nada más peligrosos que el populismo mediático.
No se trata de ser apocalípticos, pero los dispositivos massmediaticos pretende (y muchas veces logran) integrar consensos, imaginarios, cuerpos y representaciones al orden vigente es una banalidad de nuestra condición epocal.
Quién controla la administración del consenso, la pasividad del cuerpo y el silencio del grito, pues ya ha logrado la hegemonía en el terreno de las mentalidades, del biopoder. Sin democratizar los medios y mediaciones culturales, efectivamente, tenemos otro espacio de poder concentrado y centralizado que organiza el «conformismo de masas». Y las elites se combaten unas a otras, utilizando a sus rebaños electorales como «clases peligrosas».
Ahora bien, personajes históricamente analizables, se han apropiado a conveniencia de una frase de Marx (Crítica al programa de Gotha-1875): «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la Dictadura Revolucionaria del Proletariado.»
10.- ¿Por qué Engels critica a los blanquistas?
Sustentar una «Teoría y Praxis de la Dictadura del Proletariado», como período político de transición, es ya otra iniciativa teórico-política. Si se deriva de allí una justificación a una forma de gobierno autoritaria-burocrática estamos ante una impostura. Digo esto, porque a una u otra elite le gusta ahora decir que la democracia tiene límites. Esto es lo que hay que comprender y explicar sin pelos en la lengua. Engels (1874) critica a los blanquistas de la siguiente forma:
«De la idea blanquista de que toda revolución es obra de una pequeña minoría revolucionaria se desprende automáticamente la necesidad de una dictadura inmediatamente después del éxito de la insurrección, de una dictadura no de toda la clase revolucionaria, del proletariado, como es lógico, sino del contado número de personas que han llevado a cabo el golpe y que, a su vez, se hallan ya de antemano sometidas a la dictadura de una o de varias personas».
Engels sabía exactamente lo que significaba una Dictadura de una minoría sobre la clase revolucionaria del proletariado, llámese una persona, un comité central, un buró político, un partido completo o una clase social minoritaria. Obviamente la «Dictadura revolucionaria del proletariado» como clase para sí, pero a la vez como destructora de la división de clases; no era la «Dictadura de la elite de un partido-único sobre el proletariado y el resto de las clases minoritarias».
Engels (Contribución a la crítica al proyecto del programa socialdemócrata-1891) planteó: «Está absolutamente fuera de duda que nuestro Partido y la Clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la República Democrática. Esta última es incluso la forma específica de la Dictadura del Proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución Francesa».
No hay continuidades tan suaves y lineales entre Marx-Engels y las ortodoxias posteriores con relación a la República Democrática. Adam Schaff ha denunciado en sus textos como Lenin deformó completamente el párrafo de Engels, en la obra «El Estado y la Revolución», considerada documento clásico y fundacional de la «Teoría revolucionaria del Estado Socialista». Dice Lenin:
«Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a saber: que la República Democrática es el acceso más próximo a la dictadura del proletariado.»(Lenin-cap. IV).
Cualquier lector atento reconoce que no es lo mismo decir que la República Democrática «es la forma específica», que decir que «es el acceso más próximo». Al decir «acceso más próximo» se establecen dos momentos sucesivos de un proceso teleológico que conlleva a la dictadura del proletariado como meta; si se dice forma específica, se trata del atributo de la Dictadura del Proletariado, su carácter de República Democrática. En fin, que lo que está en juego es si la democracia es un instrumento que se usa y se desecha, o si la democracia es medio y fin, o al menos es ideal regulativo para métodos y metas.
Así mismo, en el «Manifiesto Comunista» no aparece por ningún lado la palabra «Dictadura», tomando en consideración lo siguiente: «(…) es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su Partido».
Vale la pena insistir con la idea que plantea: El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial». Y más adelante Marx y Engels señalan: «el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia.»
La experiencia de la Comuna le hace ver ciertamente a Marx que no basta con tomar la maquinaria del estado y ponerla a funcionar con otra clase política dirigente, es preciso romper, quebrar la maquinaria del estado burgués, salir de sus peores lados. ¿Y cuáles son estos oscuros aspectos? La violencia organizada sobre las clases trabajadoras y el pueblo. Sus instrumentos de violencia, de coerción.
¿Qué significaba exaltación del proletariado al poder, conquista de la democracia? ¿Acaso la exaltación del secretario general que sustituye al comité central, el comité central que sustituye al Buró Político, el Buró político que sustituye al Partido, el Partido que sustituye a la clase, la clase que sustituye al bloque popular mayoritario?
11.- ¡Pobre revolución aquella donde la hegemonía resida en los símbolos verticales del poder!
En este juego de sustituciones emergen correlativamente los símbolos verticales del poder; la estructura de mando y confiscación de la participación y protagonismo de los «de abajo», en nombre del principio inamovible del «centralismo democrático»: los órganos inferiores terminan siendo simples ejecutores (obediencia debida) y los órganos superiores terminan siendo directivos (Irresponsables de la línea política porque se justifica que ha sido debatida desde los órganos inferiores), la unidad de acción termina coaccionando el ejercicio del debate político interno, y la democracia interna se doblega ante el centralismo directivo.
Si el partido político prefigura la organización del Estado de la transición entonces se trasladan las lógicas del aparato partidista al Aparato Estatal. La sombra del Monstruo Hobbesiano va levantando su estampa en el seno de la política reducida a lo político instituido, y éste último resguardado por el vigilante nocturno y sus policías.
La pregunta obvia es: ¿Y qué otra fórmula de organización política es posible proponer? Pues un centralismo completamente atenuado: tanta Democracia participativa y protagónica como sea posible y viable, tanto Centralismo y Coordinación como sea sólo indispensable para ser eficaz políticamente. Existencia de tendencias y corrientes de opinión en el seno de la organización a la hora de debatir líneas de acción; debate libre de opiniones, con órganos de formación y publicidad, espacios de investigación social, económica y política, desarrollo de actividades científicas, técnicas y humanísticas asociadas a las labores del partido. Unidad de acción que agotara la persuasión y el convencimiento de las corrientes minoritarias para el logro de la línea de acción política. Hace ya un tiempo que se formularon algunas ideas:
«Proponemos un partido de tendencias, asumido legítimamente como un partido democrático, en donde la disidencia, las minorías y las opiniones contrapuestas, no sólo sean respetadas, sino incorporadas fecundamente como el modo de ser y de actuar del partido mismo.» (Lanz Rigoberto, 1977, Tendencia Marxista, MIR)
Esta tesis la desarrolla ampliamente en el libro Por una Teoría del Poder y del Partido (1979), en el fragmento titulado ¿Monolitismo o Partido de Tendencias?(Páginas 133-143). La tesis central del autor es que un partido donde no está articulado por el debate e incorporación de las ideas contrarias, aun siendo minoría, como la naturaleza misma del partido, conduce en términos de la práctica a la transformación del partido en un aparato totalitario.
¿Por qué Marx hablaba de la existencia de partidos diversos en el seno de las clases trabajadoras y del pueblo, además del partido comunista, y de las posibles alianzas tácticas o estratégicas?
Los que plantean la equivalencia Marx = totalitarismo saben que mienten. La democracia de Marx-Engels es la democracia de las mayorías explotadas y dominadas organizadas en corrientes, movimientos y partidos, no la democracia burguesa.
En sus Principios del Comunismo (1847), texto preparatorio al Manifiesto, Marx-Engels plantean: «La democracia sería absolutamente inútil para el proletariado si no la utilizara inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias medidas que afectasen directamente la propiedad privada y asegurasen la existencia del proletariado».
12.- ¿Es socialista el que protege la propiedad privada burguesa?
Obviamente, el proyecto proletario no coincide con el proyecto burgués: «Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros.»
Sospéchese del socialismo que no dice ni pio sobre la relación capital-trabajo como forma de explotación, de esclavitud asalariada.
La utopía concreta marxiana (fines) con relación a la transición (métodos y caminos) no permite suponer que se trata de la abolición de la democracia, sino del «tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases.»
Todavía hay mucha maleza ideológica que remover para renovar una lectura de Marx abierta, crítica y creadora, que inhiba su conversión en un sacerdote de la veneración supersticiosa de la lógica de la dominación.
13.- ¿Cómo identificar a los pichones de Hobbes?
Si hay algo que estanca o revierte revoluciones sociales y políticas es la lógica de sentido de la «razón de Estado», cuyo único fin es el mantenimiento de la estabilidad política y de un cuadro de mando por el poder mismo. El poder quiere más poder, y sin límites ama la dominación.
El mensaje de Marx fue claro: revolucionario que se enamora del poder se convierte en un engranaje de la razón de Estado: partió quizás de algo parecido a Marx pero naufragó en los brazos de Hobbes.
Volteretas ideológicas, nuevos pichones del mando capitalista.
[1] http://www.aporrea.org/ideologia/a84058.html (08/08/2009)
[2] http://www.aporrea.org/ideologia/a31043.html (23/02/2007)
[3] Noé Jitrik: La Derecha. http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-271093-2015-04-22.html
[4] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gotha.htm
[5] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
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