Intervención en el acto de presentación de las versiones catalana y castellana del libro de Naomi Klein (La doctrina del shock [editoriales Empúries y Paidós, Barcelona, 2007] realizado, con presencia de la autora, en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona el pasado 26 de octubre. La transcripción y la traducción del catalán al castellano […]
Intervención en el acto de presentación de las versiones catalana y castellana del libro de Naomi Klein (La doctrina del shock [editoriales Empúries y Paidós, Barcelona, 2007] realizado, con presencia de la autora, en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona el pasado 26 de octubre. La transcripción y la traducción del catalán al castellano la hizo para SinPermiso Ramona Sedeño.
Me resulta muy grato estar hoy aquí con todos ustedes presentando las versiones castellana y catalana del último libro de Naomi Klein, y agradezco a la editorial Paidós, a la editorial Empúries y al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y particularmente a su director, Josep Ramoneda, que me hayan invitado a hacerlo junto con la autora.
Naomi Klein es suficientemente conocida en cualquier parte, también, claro está, en Barcelona, y ya se comprende que sería ocioso entrar aquí en detalles de su biografía como investigadora, como publicista y como activista política, que todas estos rasgos, y acaso más, reúne nuestra joven invitada de esta noche.
Me limitaré, pues, a recordar que esta precoz periodista canadiense se hizo mundialmente famosa con el libro No-logo. El poder de las marcas (publicado en inglés en 2000), un verdadero bestseller internacional, traducido a cerca de 30 lenguas y con ventas superiores al millón de ejemplares. En una época como la nuestra, en que las fuentes y los principales flujos de información política, económica, social e intelectual están controlados por menos de una docena de grandes empresas transnacionales de medios de comunicación, los artículos de Naomi Klein en diversas revistas de izquierda alternativa, y señaladamente la norteamericana The Nation, se han convertido en puntos de referencia cotidianos para quienes quieren informarse de verdad. Ysus libros y ensayos, resultado siempre de laboriosa y escrupulosa investigación periodística -en el sentido más noble de este concepto, hoy desgraciadamente marchito-, se han trocado en armas, no sólo demoledoras de la apabullante manipulación propagandística del llamado «pensamiento único», sino provocadoras de honda reflexión para quienes no se resignan a dejar de entender lo que pasa en el mundo, y no digamos para quienes no han rendido la voluntad de resistir y combatir por una vida política y económica más libre y más justa. Una vida política y económica democrática y socialista, por decirlo con esta americana que se proclama sin reservas una socialista democrática, ahora que en Europa, provincianamente obnubilados por el Partido Demócrata estadounidense tantos parecen querer enterrar el socialismo y todas las tradiciones políticas y culturales del movimiento obrero -que, hay que recordarlo, trajo a Europa el sufragio universal y los regímenes parlamentarios a partir de 1918-.
Del libro que hoy presentamos, yo querría destacar sobre todo tres cosas.
En primer lugar, Naomi Klein pertenece a, y a mi me parece muy representativa, de una nueva generación de la izquierda, y en pocas cosas se ve eso tan claramente como en el hecho de que su libro esté tan completamente libre tanto de la estéril escolástica doctrinaria que desgraciadamente arruinó a buena parte del pensamiento de la izquierda de mi generación (los soissantehuitards), como de la espectacular degradación de la izquierda académica tras la gran derrota del 68, y el consiguiente encapsulamiento, entre idiota y narcisista, que llevó del esquematismo cansino de las verdades demasiado fácilmente absolutizadas a lo que acabó llamándose «post-modernismo», conforme al cual las verdades ni siquiera existían, y las «grandes narrativas» -ya me perdonaréis por un momento la mimetización léxica-, capaces de hacer inteligible la evolución de la vida social y política, se habrían acabado para siempre. Por contra, lo veréis en cuanto os asoméis a su libro, con un estilo terso y expedito, ávido de datos y hechos comprobables, Naomi Klein intenta perseguir tenazmente la verdad, y la Doctrina del shock, con técnicas periodísticas sumamente atractivas, se puede precisamente entender como una «narración» coherente -y a menudo harto convincente- del triunfo político del neoliberalismo y de lo que ella llama «capitalismo del desastre»: el regreso, impulsado de manera conscientemente política, a modo de auténtica contrarreforma, del tipo de economía, de política y de geopolítica del capitalismo catastrófico de la belle époque anterior a 1914.
No es poca cosa, en segundo lugar, que, lejos de los eufemismos -o de los disfemismos- que han ido imponiendo la censura y la autocensura de las últimas décadas («globalización», «economía de mercado», «era de la información», etc.), el libro recupere, ya desde el subtítulo, la palabra tabú, la bicha, que se dice en castellano castizamente popular: «capitalismo». De manera estupendamente leedera, la Doctrina del shock deshace la leyenda, digamos apolítica, según la cual la llamada «globalización» sería el resultado de fuerzas poco menos que naturales e incontrolables, frente a las cuales no cabría sino la estupefacta resignación, lo mismo da si celebratoria o alarmada. Con un nervio narrativo digno de la espléndida escritora y periodista que es, Naomi Klein muestra de manera fehaciente que la época económica y política en que vivimos, la que ella llama del capitalismo del desastre, es resultado de un acúmulo de de decisiones de todo punto políticas destinadas a hacer, como ha dicho agudamente hace poco el historiador californiano marxista Robert Brenner, un roll back político del entero siglo XX, es decir: destinadas a borrar del mapa de la historia las múltiples huellas -revolucionarias y reformistas- con que han marcado el siglo XX el movimiento obrero socialista internacional y los nacionalismos anticolonialistas.
En tercer lugar, y acaso sea este el aspecto más notable de su investigación, Naomi Klein hace añicos el mito, tan divulgado por los medios del establishment y por sus distintos peritos en legitimación -expertos, pseudoexpertos y la legión de intelectuales mercenarios, prêts à penser et prêts à changer-, de que la «globalización» ha venido de manera pacífica y «natural». Es soberbia, aquí, su narración, que muestra de manera apabullante y aun acongojante el grado de violencia inaudita que ha sido necesaria -y que sigue siéndolo- para imponer a los pueblos lo que manifiestamente los pueblos no querían, ni quieren: una contrarreforma -reprivatizadora, redesreguladora y antisocial- del capitalismo a escala planetaria. Violencia en forma de tortura, de terrorismo de Estado; violencia en forma de guerras de rapiña neocolonial, violencia contra la voluntad popular en forma de ataques, abiertos o encubiertos, a la democracia. Y violencia también más «estructural», menos «diseñada», pero no menos devastadora y descorazonadora: pues las oleadas migratorias causadas por las políticas de ajuste impuestas a los países del Tercer Mundo por el FMI y el Banco Mundial desde los 80 se pueden comparar sin avilantez con las tormentas demográficas originadas por las grandes catástrofes bélicas de la historia. Naomi Klein dice con razón en su libro que el capitalismo del desastre nació en Sudamérica en la primera mitad del los 70, y muestra con detalle y abundancia de datos que el tiro de salida fue el golpe de Estado contra el gobierno socialista democrático de Allende en Chile, y luego, los golpes militares en Argentina, Uruguay y Brasil, que dieron paso a gobiernos militares asesorados por economistas neoliberales de la escuela de Chicago.
Y aún cabría referirse a otro tipo de violencia, a la violencia verbal de los diz-que-intelectuales del nuevo statu quo. Naomi Klein no habla mucho de eso en su libro, pero la Doctrina del shock, tan reciente, ha empezado a sufrir ya las consecuencias de esa violencia, por ejemplo, en forma de reseña hace unos pocos días por parte del editor británico del Financial Times, John Willman, que ha dicho que su investigación es «deshonesta». Esa pequeña violencia verbal de alguien que, quieras que no, está obligado a la mínima ecuanimidad que exige un medio que no se propone la agitación demagógica, sino la difusión de información veraz entre las gentes de viso del establishment, no es nada comparada con la de los verdaderos peritos en legitimación del desastre, una violencia verbal de la que aquí, en España, tenemos muestras paradigmáticas cotidianas en medios como la COPE o el diario El Mundo, y otros de villanía acaso menos soez. Por razones que, no ya la lectura, sino aun la existencia misma de este libro, pueden contribuir a iluminar, se puede aventurar que esa violencia verbal tiene un gran futuro. Hace una década, el triunfo de la contrarreforma capitalista parecía incontestable, y los insultos a cualquier cosa que oliera a izquierda estaban más cargados de suficiencia displicentemente dandista, por grosera que fuera (basta recordar el necio Idiota latinoamericano de Vargas Llosa Jr.), que de la descompuesta insidia rencorosa de quien en poco tiempo ha perdido el confort de las seguridades (véase el nuevo Idiota latinoamericano del mismo junior, así como el prólogo del senior). Fácil pronóstico, caerá sobre este libro, y me temo que también sobre su gentil autora, una interminable colección de insultos y perfidias, lálicas y gráficas. Precisamente por eso: porque es un libro que, hace sólo 10 años, habría sido, claro es, posible escribir, pero difícilmente publicar, y no digamos vender en grandes tiradas por el mundo entero, y menos aún lograr, como hoy, presentarlo convocando a tanta gente, incluidos los medios de comunicación locales más respetables y comme il faut. Análogamente, diez años atrás tampoco habría resultado imaginable que el continente en el que, según nuestra invitada de esta noche, empezó su catastrófica andadura el capitalismo del desastre -el Cono Sur de la América Latina- sería el primero en levantarse y hacerle frente con una oleada democrático-socialista que en pocos años ha puesto en pie políticamente -en Venezuela, en Brasil, en Bolivia o en el Ecuador- a los pobres y a las poblaciones inveteradamente excluidas de lo que el gran peruano universal José Carlos Mariátegui llamó «falsas Repúblicas», fundadas, tras la Independencia, en la exclusión de las mayorías indoamericanas. También ellos, huelga decirlo -comenzando por el «moderado» Lula, el primer obrero industrial llegado a la presidencia de una República en todo el bicontinente americano- se llevan cada día una buena ración de insultos, de insidias difamatorias y de arbitrarias vejaciones por parte de los editorialistas y de muchos columnistas con afán de meritorios y en nómina de medios de comunicación propiedad de las grandes empresas transnacionales de la «información».
Quiero acabar con una observación española sobre la tesis central del libro, y con una pregunta muy europea, más que una objeción, a su autora.
Naomi Klein sostiene que el «capitalismo del desastre» es un tipo de capitalismo que saca partido -y beneficios- de los desastres, o más precisamente, del shock que entre las poblaciones engendran los desastres (naturales, como el Tsunami de hace tres años en Sri Lanka, o la inundación de Nueva Orleáns de hace dos; o político-sociales, come el golpe de Estado que derrocó a Allende, o la guerra de la OTAN en los Balcanes comienzos de los 90, o la actual guerra en el Irak), saca partido -y beneficios- de todo ello, digo, para lograr promover a su vez políticas de ultrarradicales de shok, favorables a la contrarreforma neoliberal. La autora habla poco de España en su libro, pero cabría decir aquí, ahora que se cumplen 25 años del de la gran victoria electoral del PSOE de Felipe González, que encajaría muy bien con la tesis capital de su libro el giro espectacular hacia la derecha del primer gobierno socialista español (en política económica, en la cuestión de la «OTAN, de entrada no», etc.) tras el desplome del franquismo. Se podría decir que ese giro a la derecha estuvo en buena medida propiciado también por un shock; el shock causado por el golpe de Estado fallido más exitosos de la historia contemporánea: el de Tejero, Milans del Bosch y Armada del 23 de febrero de 1981, un «asunto interno de España», según el entonces secretario de Estado de Reagan, el general Alexander Haig.
Hecha la observación española, la pregunta, digamos, europea. Tiene que ver con el futuro. Naomí Klein, ya va dicho, es partidaria de una reforma radicalmente democrática de la vida económica, social y política, y eso es lo que la hace sentirse una «socialista democrática». Dice en su libro cosas muy acertadas sobre Keynes y la reforma del capitalismo en un sentido social, una reforma contra la que ha reaccionado el «capitalismo del desastre», reestableciendo niveles de desigualdad e injusticia y grados de violencia que el mundo desconocía desde los años 20 del siglo pasado. Keynes mismo predicó prácticamente en el desierto en el mundo de entreguerras. Las ideas reformistas de Keynes -tomémoslo aquí como símbolo emblemático de algo mucho más complicado- no empezaron a ponerse por obra, y parcial y timoratamente, sino después del shock más grande que seguramente ha experimentado el siglo XX, es decir, después de la trágica catástrofe de la II Guerra Mundial. Así pues, para imponer -parcialmente- una reforma más o menos moderada, capaz, si no de erradicar, sí, al menos, de mitigar las extremas desigualdades, la extrema voracidad colonial y el extremo belicismo del capitalismo desenfrenado clásico -que si no era todavía un capitalismo capaz de aprovechar a satisfacción los desastres, sí era ya muy capaz de engendrarlos-; para imponer una reforma dispuesta a enfrentarse seriamente al problema de la descolonización y provocar -como decía Keynes- la «eutanasia del rentista», acabar con la hegemonía del capital financiero especulativo característica de la belle époque; para conseguir cosas relativamente modestas como éstas, parece que fue necesaria la mayor catástrofe moral, política, económica, social y espiritual de la era contemporánea. Y la pregunta inevitable me temo que reza así: ¿podremos intentarlo de nuevo a un coste menor en el siglo XXI?
Antoni Domènech el editor general de SINPERMISO