Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El Boston Globe (19 de mayo de 2005) publicó un artículo de opinión de Jeff Jacoby intitulado «Por qué no se respeta al Islam». Ésta es mi respuesta.
No se puede respetar a los musulmanes si una simple provocación como un abuso del Corán los lleva a un frenesí y se lanzan a asesinar gente inocente, exclama Jeff Jacoby; mientras que «gente decente», católicos, judíos y budistas toman las cosas con calma si «alguien ha ofendido sus sensibilidades religiosas».
Si fuera así, podemos seguir respetando al mundo musulmán. Nuestra indiferencia ante el sacrilegio y su conciencia de lo sagrado implicaría que nuestra civilización profana está condenada a la extinción para ser reemplazada por la musulmana, viva y vibrante – aunque no sea respetada por Jacoby.
Pero no es así para nada. Jacoby habla por hablar. A mí, escritor israelí de Jaffa, su artículo me recordó un chiste judío: «¿Es verdad que Katz ganó un millón de dólares en la lotería?» «Sí, es verdad, pero fue jugando póquer, no en la lotería; diez dólares, no un millón, y perdió, no ganó». Cada afirmación del artículo de Jacoby es errónea, y eso ya es de por sí una proeza.
Jacoby habla de «disturbios musulmanes generalizados… amenazas brutales y la matanza de 17 personas inocentes» y exclama: «gente decente no recurre al asesinato sólo porque alguien ha ofendido sus sensibilidades religiosas». ¡Si será cierto! Pero el hecho es que los fanáticos musulmanes no asesinaron a diecisiete inocentes investigadores estadounidenses. Al contrario, musulmanes que protestaban pacíficamente fueron asesinados por fuerzas de ocupación estadounidenses y sus auxiliares en Afganistán, Gaza y Andijan. Los inocentes masacrados fueron musulmanes, y los brutos asesinos fueron pagados por hacerlo por el contribuyente de EE.UU.
Jacoby presenta un ejemplo positivo: «Las comunidades judías [no] estallaron en violencia letal en 2000, después que árabes demolieron la Tumba de José, incendiando el antiguo santuario y asesinando a un joven rabino que trató de salvar una Tora». De nuevo, todo falso. La Tumba de José en Nablús es un antiguo santuario musulmán; no fue demolida sino reconstruida por la municipalidad musulmana de Nablús; el único israelí que murió en el enfrentamiento en la Tumba no fue «un joven rabino que trató de salvar una Tora», sino un mercenario druso. La comunidad judía, conocida de otro modo como el Estado judío de Israel, estalló por cierto en violencia letal: los israelíes asesinaron a más de veinte musulmanes en el santuario y a cientos en otros sitios.
Jacoby escribe: «Sería impensable que un rabino de la línea mayoritaria exija que un blasfemo sea asesinado». Sin embargo, lo «impensable» ocurre a diario: muchos rabinos de la línea mayoritaria publicaron una fatua equivalente a una sentencia de muerte contra una persona involucrada en el «sacrilegio» de la retirada de Gaza. Preocupa a nuestro Jefe de los Servicios de Seguridad; habló del tema en la televisión nacional. Jacoby podría leerlo en nuestro Ha’aretz y en otros sitios. Los llamados a «exterminar a los musulmanes» son bastante comunes, también; como lo muestran graffitis en un muro en Hebrón ocupado por Israel.
Además, cada caso de sacrilegio contra sitios sagrados judíos – graffitis en un muro de una sinagoga o en un cementerio, lleva a cientos de miles de europeos y estadounidenses a desfilar para mostrar su solidaridad, mientras Kofi Annan convoca a una reunión especial de la Asamblea General de la ONU y los jefes de estado vuelan a Jerusalén a jurar su pleno apoyo a los judíos. Por lo tanto, las sensibilidades religiosas judías están bien protegidas; además, la ley israelí permite que se agarre y se juzgue en Israel a toda persona que cometa un acto semejante en cualquier lugar del globo. Por si no bastara: Francia, Alemania y algunos otros estados tienen una ley especial que castiga una ofensa contra sensibilidades judías con un prolongado encarcelamiento, y algunas docenas de infractores languidecen actualmente en cárceles europeas por este delito.
Sin embargo, las sensibilidades musulmanas no son protegidas ni por la ONU, ni por las leyes nacionales, ni por manifestaciones masivas de europeos y estadounidenses. Dudo que los interrogadores de EE.UU. culpables de ofender a los musulmanes terminen en la cárcel junto a Ernst Zundel que ofendió a los judíos. Esta semana, el Estado judío no permitió que el líder musulmán en retiro, Mahathir Muhammad, orara en la sagrada mezquita al-Aqsa en Jerusalén ocupada – y esta violación flagrante de la libertad de culto no llevó a la ONU a realizar una reunión de emergencia. ¡Y después hablan de sensibilidades musulmanes y de nuestra preocupación!
Las razones presentadas por Jacoby en cuanto a «por qué no se respeta al Islam» se derrumban como un castillo de naipes frente al viento fresco de la realidad. ¿Me permito una razón mejor?
El Islam no es respetado – no por nosotros, sino por los Jacobys de este mundo porque tiene poca influencia; porque es pacífico y no-agresivo; porque los musulmanes no comprenden por qué son atacados en el Globe y torturados en Guantánamo. La militancia islámica nunca tuvo raíces profundas en el mundo musulmán – fue creada de la nada por la CIA a fin de combatir a los rusos en Afganistán y Chechenia. Los activistas musulmanes pro-estadounidenses se sorprendieron al verse atrapados injustamente como El Enemigo, cuando, después del colapso de la Unión Soviética y del fin de la Guerra Fría, EE.UU. proclamó que constituían «la principal amenaza para la paz mundial». Los musulmanes eran tan culpables como el cordero en la fábula de La Fontaine, culpables de que el Lobo tuviera hambre. El complejo militar de EE.UU. precisaba de un enemigo para justificar sus gastos; los medios pro-sionistas precisaban de un enemigo para justificar sus transferencias multimillonarias al Estado judío; y el mundo islámico fue escogido para el papel del Malo.
No estaba preparado para ese papel; los musulmanes ricos invirtieron en acciones de EE.UU. y compraron los equipamientos de EE.UU.; permanecen en la zona dólar y gastan sus dividendos comprando bienes occidentales. Incluso ahora, diez años después del comienzo de la Guerra contra el Islam, no logran comprender el problema y reaccionar.
Tienen los medios, y son también perfectamente pacíficos. Los musulmanes pueden presionar al dólar y el mercado de valores de EE.UU. Pueden adquirir medios de EE.UU. y dar vuelta la tortilla a los Jacobys y sus semejantes. Pero no ocurre: los musulmanes no se imponen en los medios y no actúan en los mercados financieros. Al parecer, están satisfechos con quedarse sentados en sus salas de estar, hojeando el Boston Globe y cavilando «¿por qué no se respeta al Islam?»