En 1996, 184 países suscribieron la Declaración de Roma como consecuencia de las deliberaciones en la Cumbre Mundial de la Alimentación convocada por la FAO. Más de cien jefes de Estado y de gobierno acudieron personalmente a suscribir un compromiso cuantitativo que es a la vez un compromiso ético: reducir a la mitad el número […]
En 1996, 184 países suscribieron la Declaración de Roma como consecuencia de las deliberaciones en la Cumbre Mundial de la Alimentación convocada por la FAO. Más de cien jefes de Estado y de gobierno acudieron personalmente a suscribir un compromiso cuantitativo que es a la vez un compromiso ético: reducir a la mitad el número de desnutridos en el mundo para 2015. Al aproximarnos al examen, a mitad de periodo, de los progresos realizados hacia la consecución de ese objetivo el informe de la FAO sobre el estado de la inseguridad alimentaria en el mundo pone de relieve tres hechos irrefutables y tres conclusiones evidentes.
Hecho número uno: hasta la fecha, los esfuerzos para reducir el hambre crónica en el mundo en desarrollo han estado muy lejos de alcanzar el ritmo necesario para reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre. Aunque la proporción de personas que padecen subnutrición crónica siguió descendiendo lentamente entre 1995-1997 y 2000-2002, en realidad el número de personas afectadas aumentó en 18 millones. La primera conclusión por tanto es que gobiernos y sociedades debemos hacerlo mejor.
Hecho número dos: a pesar de los lentos y vacilantes progresos obtenidos a escala mundial, numerosos países en todas las regiones del mundo en desarrollo han demostrado que el éxito es posible. Más de 30 países, con una población total de más de 2 mil 200 millones de personas, han logrado reducir la prevalencia de la subnutrición en 25 por ciento desde el periodo 1990-1992 y han realizado importantes avances para reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre para 2015. Lo cual muestra que podemos hacerlo mejor.
Hecho número tres: de no tomarse medidas inmediatas y enérgicas para reducir el hambre a un ritmo comparable en todo el mundo, los costos serán escalofriantes. Cada año que el hambre se mantiene en los niveles actuales implica un costo cifrado en más de 5 millones de fallecimientos infantiles y en cientos de miles de millones de dólares en pérdidas de productividad y de ingresos en los países en desarrollo. Los costos de las intervenciones que podrían reducir considerablemente el hambre resultan irrisorios, en comparación. En consecuencia, no podemos permitirnos no hacerlo mejor.
La FAO estima que 852 millones de personas en el mundo se encuentran subnutridas en el periodo 2000-2002. Esta cifra comprende 815 millones en los países en desarrollo, 28 millones en los de transición y 9 millones en las naciones industrializadas.
El número de personas subnutridas en los países en desarrollo tan sólo se redujo en 9 millones durante el decenio posterior al periodo de referencia (1990-1992) fijado por la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. Durante la segunda mitad de dicho decenio, el número de personas crónicamente hambrientas en los países en desarrollo aumentó a un ritmo de casi 4 millones al año, lo que borró de un plumazo dos tercios de la reducción de 27 millones lograda durante los cinco años anteriores.
En América Latina y el Caribe 52.9 millones de ciudadanos sufren desnutrición, equivalente a 1.9 millones menos de personas de las que había en el periodo 1995-1997 y a 6.6 millones menos de personas de las existentes en el periodo 1990-1992. En la única región del mundo que ha logrado una reducción en términos absolutos.
Los costos del hambre para la sociedad toman muy distintas formas. Tal vez los más evidentes sean los costos que se derivan directamente de reparar los daños que causa. Ello incluye los gastos médicos incurridos en el tratamiento a los embarazos y partos problemáticos de madres que padecen anemia e insuficiencia ponderal, así como las graves y frecuentes enfermedades de los niños cuyos cuerpos y sistemas inmunológicos han quedado debilitados por culpa del hambre. Una estimación muy aproximada sugiere que dichos costos directos totalizan unos 30 mil millones de dólares al año (más del quíntuplo de la cantidad comprometida hasta la fecha para financiar el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria).
Estos costos directos son empero menores comparados con los indirectos como son la pérdida de productividad e ingresos debido a los fallecimientos prematuros, las minusvalías y la reducción de las oportunidades educativas y laborales.
La FAO llevó a cabo un estudio a fin de estimar los beneficios de reducir la subnutrición hasta unos niveles suficientes para alcanzar el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA).
Con toda probabilidad, estos cálculos subestiman. No obstante, demuestran que los costos son extremadamente elevados y sobrepasan con creces los derivados de las intervenciones para eliminarla.
El estudio que realizó la FAO calculó que un aumento de tan sólo 24 mil millones de dólares al año en inversiones públicas haría posible que se alcanzara el objetivo de la CMA y reportaría unos beneficios anuales de 120 mil millones de dólares.