Los partidarios de afirmar que estamos ante un nuevo modelo, que marca el fin del neoliberalismo en Argentina, suelen recurrir, por empezar, a los índices de crecimiento: desde que empezó a salir de la crisis en el año 2002, la economía argentina muestra tasas del 9% anual. A la vez, suelen destacar que el crecimiento […]
Los partidarios de afirmar que estamos ante un nuevo modelo, que marca el fin del neoliberalismo en Argentina, suelen recurrir, por empezar, a los índices de crecimiento: desde que empezó a salir de la crisis en el año 2002, la economía argentina muestra tasas del 9% anual. A la vez, suelen destacar que el crecimiento lo ha venido liderando la industria (aunque fue superada por la construcción), y que viene bajando el desempleo. Además, para seguir mostrando una foto favorable, dicen que, de 2002 a esta parte, mejoró la distribución del ingreso y que los salarios en blanco han alcanzado su nivel pre devaluación. La participación de los asalariados en el producto llega al 38%, es decir, ha vuelto a los niveles pre crisis. [1] Todos estos elementos, junto con el dinamismo que viene mostrando el consumo, han hecho que hasta los economistas más cautos del progresismo se entusiasmen con el «ciclo virtuoso» de la economía, apoyado en una mejora del ingreso de los asalariados y en el aumento del empleo. Esto afirma, por ejemplo, Alfredo Zaiat. «Ahora, en un contexto internacional favorable por el alza de los commodities y una situación fiscal holgada porque la megadevaluación actuó de disciplinador de las cuentas y con un frente de la deuda desahogado por el default y posterior quita, el círculo virtuoso no se sostiene por la lógica del ajuste. Se basa, fundamentalmente, en el dinamismo del consumo, que el Gobierno alimenta sin complejos. El aumento de los ingresos de la población incentiva el gasto que genera suba de la recaudación y, por lo tanto, cuentas fiscales aliviadas. La inversión no es impulsada por ‘la confianza’ del mercado, sino por la fuerza de la demanda privada y la intervención del Estado. Y las reservas se acumulan por la compra de dólares que provienen del sector externo superavitario alentado por un tipo de cambio competitivo. Así la economía cumplirá cuatro años de crecimiento consecutivo y va rumbo a un quinto, en una situación sin precedente en su historia reciente. Al respecto, los economistas de FIDE, Héctor Valle y Mercedes Marcó del Pont, destacan en su último informe Coyuntura y Desarrollo, que la actual onda expansiva es diferente de la de los ’90, que era espasmódica y muy sensible a lo que ocurría en los mercados financieros externos y a las corrientes de comercio. Señalan que ‘la economía argentina en la actualidad se encuentra relativamente más protegida respecto a esos factores de inestabilidad’. Y explican que esa situación positiva, desde el punto de vista de la demanda agregada, se debe a una virtuosa combinación entre el aprovechamiento de condiciones externas favorables -‘que vienen durando más de los previsto’, apuntan- y un fuerte dinamismo de los factores internos de absorción: consumo más inversión». [2] Si detenemos acá nuestro análisis, podríamos quedar impactados de los cambios que se produjeron después de la devaluación en la dinámica de la economía. Continuidades I: se cristaliza la distribución regresiva del ingreso Pero alcanza con ir apenas un poco más allá de esta foto interesada para ver los fuertes contrastes de la economía actual. Lo primero que veremos, es que es cierto que un sector de los asalariados ha mejorado su situación respecto de cómo estaba en la crisis, incluso hasta superando el nivel de ingresos pre-devaluación. Pero esto es sólo una parte de la verdad. Si uno mira la misma situación desde el lado de los empresarios, evaluando el costo salarial, verá que este está en un 80% del nivel predevaluación. A pesar de que los trabajadores en blanco, en términos de poder adquisitivo, están mejor que en 2001, les cuestan a sus patrones mucho más baratos. Y la mejora sólo vale para un sector minoritario -el 35%- de los trabajadores. Para los trabajadores en negro la situación es bastante peor que antes de la devaluación, habiendo mejorado muy poco desde lo peor de la crisis. Y los estatales no están mucho mejor tampoco. Es cierto que la retribución a los asalariados avanzó hasta alcanzar el 38% del ingreso, desde el 30% en que estaba hace unos años. Pero en el mismo lapso se crearon tres millones de puestos de trabajo. Si juntamos estos datos, veremos lo miserable que está siendo esta recuperación para los trabajadores. Con un crecimiento de la ocupación de más del 20% (pasaron de 8 a 11 millones de trabajadores ocupados), creció apenas 8 puntos la participación de los trabajadores en el ingreso. Como vemos, aunque algunos -la minoría- sectores de los trabajadores mejoraron con respecto a sí mismos, no lo hicieron respecto a los capitalistas. Podríamos intentar convencernos, como muchos economistas progre, de que pasada la etapa de salir de la catástrofe se viene la etapa de la recuperación, y de que Kirchner, lento pero seguro, está avanzando en ese sentido. Pero, ¿es compatible el crecimiento con una mejora sustantiva en la participación de los asalariados en el ingreso? Como veremos, la estabilidad económica depende, en última instancia, de que se mantenga este patrón regresivo. Continuidades II: el Estado sostiene las ganancias del gran capital Si observamos las ganancias de las grandes empresas podremos ver que, entre los ’90 y hoy, hay algunos -importantes- cambios de jerarquías entre los que están en los primeros y los últimos puestos. Pero lo más sorprendente es la relativa estabilidad de esta cúpula. Lo que hay después de la devaluación, con la nueva configuración de precios, es una situación donde las ganancias extraordinarias están ligadas a la producción de commodities y, más en general, a la producción industrial. En esta situación, si bien el conjunto de la burguesía industrial ha sido favorecida, la estructura impositiva, la refinanciación de pasivos y la política de créditos y subsidios, ha seguido favoreciendo especialmente al gran capital. Este ha tendido a centrarse, a lo largo de las últimas décadas, en el aprovechamiento de las políticas de promoción, precios internacionales favorables o ventajas comparativas para ciertos productos, especialmente los de manufactura de productos agropecuarios. A contramano de la tendencia a la desindustrialización relativa, estos sectores de la cúpula industrial vienen profundizando su sesgo exportador desde los ’70, concentrándose en ciertos nichos muy específicos. Este proceso se profundizó y amplió durante los ’90, junto con la concentración y centralización del capital, y con la mayor penetración imperialista en la economía nacional, proceso que estuvo acompañado por una mayor asociación entre el capital local y el extranjero. Como planteamos en otro trabajo anterior: «Durante los ’90, los precios relativos configurados por el tipo de cambio bajo y las políticas sectoriales selectivas y discrecionales permitieron el crecimiento y la concentración de capital en unos pocos rubros industriales. Subsidiados por el tipo de cambio para endeudarse en el exterior e importaciones, a la vez que para apropiarse de las empresas más débiles, acompañan sus ganancias desprendiéndose de algunas empresas y fugando capitales. […] Este sector del gran capital de la industria es el que pujó por la salida devaluacionista; y los principales beneficiarios de la misma, son los sectores centrados en: alimentos y bebidas, siderurgia, metales comunes y automotrices, además del petróleo y sus derivados. De forma subsidiaria, se beneficiaron también los sectores de pequeño capital, pero con limitaciones, especialmente por su falta de acceso al crédito y por su fuerte demanda de insumos importados en relación con su capital y facturación. […] Se produjo un cambio en el régimen de ganancias extraordinarias, con el traspaso de éstas desde el sector importador, las privatizadas y finanzas hacia el gran capital industrial, acompañado por otros sectores exportadores (agro y petróleo) que se beneficiaros de los altos precios internacionales. […] Por los propios sectores favorecidos y por la manera en que se sale de la convertibilidad, podemos ver que no se trata de un cuestionamiento a los nudos centrales de la política desarrollada durante los ’90, sino más bien de un reacomodamiento de los precios relativos que redistribuye las ganancias extraordinarias entre los distintos sectores de la cúpula económica». [3] La política del gobierno, tanto con el tipo de cambio como con los subsidios, sostiene esta concentración y centralización capitalista, favoreciendo especialmente a los sectores más altos del capital. La diferencia es que el mayor favorecido hoy es el gran capital industrial, segundón en los 90s cuando primaban los sectores de las finanzas y los servicios (los «perdedores de hoy») cuyas ganancias no bajan del 10%). Veamos de vuelta lo que plantea Zaiat: «Ahora bien, que se haya cambiado para mejor la lógica del círculo virtuoso de la economía no implica que se haya cambiado el «régimen económico». Cuando prevalece el debate sobre aspectos de esa dinámica de crecimiento económico se está discutiendo qué tipo de «patrón de acumulación» prevalece, no sobre el «régimen». …. El primer término es la modalidad que adopta un régimen económico y que se expresa en un determinado esquema de negocios. En otras palabras, el patrón de acumulación define un conjunto de actividades que, por su mayor tasa de ganancias, adquiere un rol predominante en el funcionamiento de la economía. Por su parte, el régimen económico está definido por un conjunto de relaciones sociales e intervenciones del Estado que determinan las condiciones de reproducción de un cierto sistema. Esta diferencia conceptual es importante para comprender que por vía de la megadevaluación se ha operado un cambio en el patrón de acumulación pero ese cambio se da en el marco del mantenimiento de un modelo de concentración y extranjerización.» Hasta los escribas del boletín oficial del gobierno como Zaiat, se ven obligados a admitir… que es muy poco lo cuestionado por el gobierno en este terreno. Continuidades III: se profundiza el avance imperialista Otro punto donde no se ve ningún cambio, sino más bien todo lo contrario, es en el grado de penetración imperialista en la economía nacional. Todas las multinacionales que compraron activos masivamente durante los ’90 conservan sus posiciones. Especialmente en la industria, donde se multiplicaron sus ganancias. Veamos algunos números: de las 30 empresas más grandes del país, sólo 5 pertenecen a capitalistas argentinos. El 70% de las ventas del país al exterior están bajo control de empresas extranjeras, que ya controlaban el 55% en 1993. Además las empresas extranjeras o con participación extranjera pasaron de representar el 60% de la cúpula empresarial en 1993 al 84% en 2002. Entre las 500 empresas más grandes, las extranjeras controlan el 69% de la producción y el 84% de las ganancias, mientras que los capitales de origen nacional tienen el 21% de la producción y sólo el 5% de las ganancias. La principal empresa del país, en facturación y ganancias, es Repsol. Dicho sea de paso, frente a los intentos de Evo Morales, mediante la ley de nacionalización, de renegociar los términos del saqueo en Bolivia, Kirchner actuó como un abogado de la Repsol. Y la lista podría seguir un largo rato. Hace apenas unos días, el gobierno autorizó sin dudar por un segundo la adquisición de la cooperativa Sancor a manos del inversor internacional George Soros. Continuidades IV: la estabilidad no puede separarse de los bajos salarios Para nosotros, la economía argentina está disfrutando de una situación de estabilidad y crecimiento sostenido inédita. No hubo este nivel de crecimiento sin pausa en décadas. Y todavía, promete dar para rato. ¿A qué de debe esta estabilidad? Se puede decir que en el actual momento económico, hay una combinación entre una situación internacional altamente favorable, con altos precios para las exportaciones del país, y elementos de estabilidad interna. Estos últimos se deben a los fuertes cambios en la estructura económica que se dieron en las últimas décadas. Esquemáticamente: aumento de la productividad en el agro, gracias a las mejoras técnicas como la siembra directa, semillas transgénicas, transformación de la organización de las unidades productivas; mayor exportación de commodities industriales; menos requerimiento de insumos extranjeros, en gran medida gracias a la casi desaparición de muchas ramas industriales; gracias a las retenciones a las exportaciones, el congelamiento de los gastos y los beneficios momentáneos de la renegociación de la deuda, una situación fiscal sumamente favorable. Last but not least, en las últimas décadas, especialmente en los años noventa, se dieron fuertes transformaciones en la situación de los asalariados. Además de la fuerte desocupación que tuvo picos del 25% (y todavía hoy supera el 10%), se dio un fuerte avance de las formas de contratación flexibles -precarias- en detrimento del contrato por tiempo indeterminado. Este es el reverso -necesario- de la reestructuración de la gran burguesía que describimos. Este último es el elemento clave para perpetuar el ciclo virtuoso de la economía. Lejos del boom de consumo, para los capitalistas la clave de la acumulación en el espacio nacional es la elevada tasa de explotación, debida a la más eficiente -desde el punto de vista del vampirismo capitalita- «administración de la fuerza de trabajo» que permite la flexibilización. Como planteamos en el trabajo ya citado: «…la salida impuesta por la burguesía significó una profundización de la explotación y precarización de las condiciones de trabajo. Durante los ’90 la fuerza de trabajo se pagó por debajo de su valor mediante la caída nominal del salario. Este proceso se profundizó con la devaluación y la inflación que ésta trajo aparejada. Por empezar, como dijimos anteriormente, esta implicó esencialmente un aumento del precio de los bienes salario. Siendo productos de exportación por excelencia, y acompañando el hecho de que el nivel de retenciones fue ínfimo, la devaluación impactó casi plenamente sobre el nivel de ingreso de los trabajadores, que de conjunto cayó un 28%. Al calor de la recuperación, el capital profundizó la intensiva explotación de la fuerza de trabajo, extendiendo la jornada laboral. Así la burguesía, no sólo se benefició con la devaluación, sino que aprovechó la recuperación aumentando la «productividad» del salario. Hoy los asalariados participan del 25% del PBI, mientras que en 2001 participaban del 32%, y en 1975 llegaban al 50%. Los magros aumentos salariales concedidos por Kirchner, se ubicaron detrás de la suba de los precios ocurrida durante el 2002 y por debajo de los aumentos de la productividad». [4] Las ganancias de las empresas, están profundamente ligadas hoy a las medidas de flexibilización impuestas en los ’90s. La continuidad más descarada en lo que hace a beneficios para el gran capital, tiene que presentarse como su contrario, pero no por ello los capitalistas ganan menos. De hecho, los niveles de ganancias son en muchos sectores ampliamente superiores a los de los ’90s. Y para esto, hay dos fundamentos centrales que el gobierno defiende a rajatabla: tipo de cambio alto, y disponibilidad de fuerza de trabajo barata y precarizada. Las divisiones en las filas obreras, y la debilidad mayor del sector flexibilizado, serán utilizadas por los capitalistas para reafirmar de forma permanente su favorable relación de fuerzas, obligando a incrementar los ritmos de trabajo, cortando descansos, arrancando horas extras cuando es necesario. A mayor precariedad en las condiciones laborales, más cerca está el capital de hacer realidad su sueño -disponer de los asalariados a gusto y piacere, sin cuestionamientos ni resistencia. [5] Lejos de haberse revertido esta situación, sólo va a ser plenamente aprovechada con los otros elementos favorables que ofrece la situación actual. Hoy, con muchísimas menos restricciones para realizar la producción -para el gran capital exportador, que a la vez vende en el mercado interno- tiene muchas más posibilidades de sacar provecho de extraer hasta la última gota de trabajo, imponiendo ritmos febriles, y aprovechando las nuevas condiciones de contratación -que obligan mucho menos frente a futuros despidos- para contratar todos los trabajotes que necesite de manera temporaria. Por eso, el fuerte crecimiento se ha sostenido hasta ahora con poca inversión para ampliar cualitativamente las capacidades productivas. El reciente coloquio de IDEA volvió a poner de relieve que en la actual inversión, el 60% sigue siendo en la construcción. Se están aprovechando las conquistas que la burguesía logró durante la última dictadura militar con el disciplinamiento de la clase obrera y en los ’90 con la flexibilización laboral los avances en la productividad del trabajo de la cúpula empresaria. Y sobre todo, como esta burguesía realiza sus mercancías en el exterior o se apoya en el boom de consumo de la clase media, el salario no es más que un costo a reducir lo más posible. El raquitismo del consumo obrero, aún con las mejoras salariales, está lejos de representar para cualquier sector del gran capital un mercado interesante. Un neoliberalismo discursivamente antineoliberal El gobierno de Kirchner, con un discurso de renovación, se monta sobre todo lo conquistado en cuanto a flexibilización y precarización laboral, baja de salarios, alianza con el capital imperialista y ajuste del gasto público. Ya no se habla de ajuste, pero las partidas se achican por la inflación y subejecución; no se habla de flexibilización, pero con nuevas leyes avala todo lo actuado durante los ’90. Por último, el Estado combina su rol de redistribuidor de las ganancias y los costos entre los capitalistas, con su empeño por subejecutar las partidas presupuestarias para garantizar los pagos de la deuda externa. En cierta medida, podemos decir que se trata de un neoliberalismo a la defensiva. Pero a la defensiva, sólo discursivamente. Está a la defensiva porque el régimen político sigue en crisis, con todos los partidos divididos, y no hay a la vista perspectiva de una nueva articulación de éstos. Hoy es difícil que la burguesía intente lanzar ataques duros como eran los grandes planes de ajuste o las leyes flexibilizadoras. Pero tampoco hubo ningún retroceso. A pesar de que ya no hay ajustes nominales en el gasto público, se ajusta por inflación y se subejecutan partidas. Las obras públicas son escasas, no hubo aumento para la educación y la salud. No se le saca el 13% del sueldo a los estatales pero es el sector que menores aumentos ha tenido e incluso la precariedad laboral, con las pasantías y los contratos, es significativa. Los subsidios a grandes empresas, sobre todo de servicios públicos, no son cuestionados. ¿En qué se diferencia esto respecto al neoliberalismo de los ’90? En nada, salvo en su forma. Incluso yendo más lejos poco ha cambiado la política respecto a las privatizadas: No habiendo nada más que privatizar, se garantiza la continuidad de las mismas. Sólo el estado retoma su gestión cuando a ningún capitalista le conviene controlarlas. La fortaleza fiscal es utilizada centralmente para continuar el pago de la deuda externa. Es cierto que el default implicó un momento de «ruptura», pero obligado por la coyuntura. Se salió del mismo lo más rápido que se pudo, asegurándole a los bonistas importantes ganancias ¿De qué otra forma se explicaría la enorme aceptación que tubo el canje? Pero esto fue solo con los bonistas, al FMI y al banco mundial se les siguió pagando, incluso cancelando la deuda anticipadamente. Solo se dejó de seguir los lineamientos del FMI cuando los mismos entraron en desprestigio a nivel mundial. ¿En qué cambió la política con el imperialismo? Sólo en el discurso. Contradicciones El fuerte crecimiento de la economía debe enfrentar dos amenazas internas, que son de por sí lo más ilustrativo que puede hacer en lo que a la continuidad se refiere. La primera de ellas, es la situación del abastecimiento energético. En este terreno, la crisis que se está haciendo plenamente patente este año, deja en evidencia que el gobierno no ha cuestionado el avance de las empresas imperialistas, con Repsol a la cabeza, sobre sectores estratégicos de la economía. El caso del gas, con el gobierno presionando al gobierno Boliviano en nombre de la Repsol, es de lo más elocuente, pero no es el único caso. Hace casi dos meses, Eduardo Aliverti planteaba en su columna en Página/12 que el problema energético iba a ser la primera prueba seria del gobierno, y que cómo la resolviera iba a terminar de mostrar su carácter. Más allá de que esto es algo exagerado (y quedó superado por la patoteada del hospital Francés, San Vicente y el escándalo y derrota de Rovira), el gobierno dejó en evidencia que no va a cuestionar ni por asomo la penetración imperialista en la economía. La segunda amenaza, de mayor relevancia, hace a lo que ha sido para la burguesía la mayor conquista de los ’90s, esto es, la precarización de la fuerza de trabajo con sus consecuencias en las condiciones de trabajo y salarios. Como planteamos, el ciclo virtuoso, lejos de ser un ciclo apoyado en primera instancia en el consumo y la mejora de ingresos, se apoya en la fuerte extracción de plusvalía, apoyada en la gran baja de los costos salariales. Acá el gobierno enfrenta fuertes contradicciones, consecuencia de un cambio cualitativo que efectivamente se da entre los noventa y hoy: el fuerte crecimiento del empleo, especialmente en la industria. Este cambio, junto con la deslegitimación de las instituciones del régimen y las movilizaciones populares que alcanzaron un pico con las jornadas de diciembre de 2001, impactó fuertemente en el estado de ánimo de los trabajadores, que con mayor confianza, han protagonizado importantes luchas por salario. Los años 2004 y 2005 estuvieron atravesados por luchas obreras en todas las ramas. Y la burguesía salió a denunciarlas como responsables por la fuerte alza de precios que se aceleró desde mediados del año 2005. Más allá de lo ridículo de estas afirmaciones, cuando los asalariados participan apenas en un 38% del valor generado mientras los capitalistas se siguen llevando el 47%, Kirchner actuó prontamente para limitar las mejoras. Su aliado Moyano, hoy caído en desgracia (pero bancado por el gobierno), marcó en marzo el techo de las subas de salarios con el 19% obtenido. La contención a los precios que viene realizando Guillermo Moreno, es exclusivamente para fijar esta distribución del ingreso, profundamente regresiva. Incapacitado por lo maltrecho del régimen de partidos, y la crisis y corrupción del Estado, de ofrecer un «clima de negocios» normalizado, Kirchner intenta seguir ofreciendo altas rentabilidades, aún a costa de impedirle a algunos empresarios la suba de (algunos) precios. Sólo este precario equilibrio, un pacto social implícito de contenido completamente reaccionario, es lo que en última instancia permite sostener este «ciclo virtuoso». La incapacidad del gobierno para ofrecer un cambio sustancial, no es más que la incapacidad de toda la burguesía para romper con el imperialismo y la política neoliberal que este impone mediante todo tipo de presiones, económicas y políticas. Lo que es interesante, para pensar las perspectivas de una política que se proponga la superación revolucionaria del capitalismo, es que por su antineoliberalismo discursivo, y por las tibias medidas redistributivas que se vio obligado a tomar para legitimarse (y cooptar a distintos grupos) genera una contradicción entre lo que es, y las expectativas generadas. Sobre esta brecha, y más en general, por la nueva relación de fuerzas que se estableció luego de diciembre de 2001, es posible hoy apostar a que el proletariado, fortalecido por el mayor empleo, y por los triunfos que ha conseguido en los últimos años (que implican una reversión de las derrotas de décadas), pueda actuar como articulador de una política no corporativa, erigiéndose en caudillo del conjunto de la nación oprimida y generar una verdadera ruptura en todos estos terrenos en donde el gobierno, a pesar de su discurso, no es más que continuidad.
Ponencia presentada en el Taller de EDI (Economistas de Izquierda) Economía argentina: ¿Solo una coyuntura favorable o los inicios de un nuevo modelo de acumulación? |
[1] Según la Cuenta Generación del Ingreso, publicada por la Dirección de Cuentas Nacionales en octubre de 2006. [2] Zaiat, Alfredo, «Círculo virtuoso», Página12, 11/11/06. [3] Ver Martín Noda y Esteban Mercatante «El plan K: Un neoliberalismo de 3 a 1», Revista Lucha de Clases N° 5. [4] ídem. [5] Resistencia que por supuesto, los trabajadores encuentran siempre la forma de ofrecer. La unidad entre contratados y efectivos, que vienen mostrando las luchas en los últimos años, o las peleas por recuperar delegados de fábrica y comisiones internas, como la protagonizada por la ejemplar lucha de la ex Jabón Federal, son muestras elocuentes en ese sentido. |