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Autoentrevista a Russell Mokhiber y Robert Weissman, autores del libro En el Candelero, una selección de columnas de prensa de la serie Depredadores Corporativos

«El crimen y la violencia de las corporaciones infligen mucho más daño a la sociedad, tanto en dólares como en vidas, que la delincuencia callejera»

Fuentes: Znet

¿Cómo se les ocurrió escribir «On the Rampage» [En el candelero]? Hace siete años decidimos llamar a una columna semanal que estábamos proyectando «Focus on the Corporation» [Las Corporaciones en el punto de mira]. Había un grupo conservador que empezaba a ganar fama (y que tiene aún más fama ahora que entonces) que se denominaba […]

¿Cómo se les ocurrió escribir «On the Rampage» [En el candelero]?

Hace siete años decidimos llamar a una columna semanal que estábamos proyectando «Focus on the Corporation» [Las Corporaciones en el punto de mira]. Había un grupo conservador que empezaba a ganar fama (y que tiene aún más fama ahora que entonces) que se denominaba «Focus on the Family» [La Familia en el punto de mira], y nos parecía que la cobertura de noticias y el debate político de los problemas sociales, económicos y políticos se centraba en todo menos en las empresas.

A nosotros nos parecía que eso es ver el mundo al revés. Llevamos mucho tiempo como editores, del Corporate Crime Reporter [Gaceta del Crimen Corporativo] (Rusell) y del Multinational Monitor [Observador Multinacional] (Robert) y hemos llegado a la conclusión de que las corporaciones son la fuerza motriz en la economía política, así como la primera fuerza modeladora de la cultura predominante.

Hemos juntado una colección de las columnas de «Corporate Predators» [Depredadores Corporativos] de nuestro primer par de años, que se publicó en 1999. On the Rampage es una selección de lo «mejor» de nuestras columnas desde que apareció Corporate Predators.

¿Por qué se centran en las corporaciones, en oposición a, digamos, la política en general?

Una enorme porción de los problemas mundiales se pueden retrotraer en una parte muy significativa a los abusos del poder de las corporaciones. Sobre algunos de los problemas oímos hablar con frecuencia – como la delincuencia o la corrupción – pero lo que oímos sobre el papel de las empresas en perpetuar esos problemas es mínimo.

Por poner un ejemplo: el crimen y la violencia de las corporaciones inflingen mucho más daño a la sociedad, cífrese en dólares o en vidas, que la delincuencia callejera.

Y luego hay toda una serie de problemas relacionados con las corporaciones de los que no oímos apenas lo que deberíamos oír: la recolonización de los países en desarrollo, la contaminación de nuestros alimentos con pesticidas y organismos procedentes de la ingeniería genética, la denegación rutinaria en los Estados Unidos del derecho constitucional a la sindicación, y no digamos en el Tercer Mundo.

Queremos llamar la atención al papel de las corporaciones en disminuir nuestro nivel de vida y en poner en peligro el planeta.

Pocos de los problemas mundiales suceden porque sí. Generalmente existen responsables. Y en muchos, muchísimos casos, el responsable es una corporación multinacional – o un grupo de multinacionales.

¿Por qué se centran tanto en la delincuencia de las corporaciones?

La primera razón es el terrible peaje que representan la delincuencia y la violencia de las corporaciones. La segunda es que los políticos y los medios de comunicación se centran tanto en la delincuencia callejera – que es un problema serio y atemorizador, especialmente en los vecindarios más pobres, en los que se concentra la mayor parte de la delincuencia callejera. A modo de contraste, con la reciente excepción de Enron, Martha Steward y los casos de fraudes financieros, se presta poca atención a la delincuencia y la violencia de las corporaciones, y apenas nada de esa indignación moral que anima los debates acerca de la delincuencia callejera.

Casi nunca las consignas escupidas por los políticos tales como «darle duro a la delincuencia», o «más dinero para combatir el crimen» quieren decir que el país haya de endurecer las penas de la delincuencia de las corporaciones, que habría que dotar con más dinero a la permanentemente infradotada policía encargada de perseguir los delitos económicos, en el Departamento de Justicia, en la Comisión de Comercio, en el Organismo Regulador de los Medicamentos y Alimentos (FDA), en otras agencias federales encargadas de combatir la delincuencia de las corporaciones, ni que la Agencia de Salud y Seguridad Laboral o el Departamento de Agricultura necesitan más inspectores para vigilar a las corporaciones que ponen en situación de riesgo a sus empleados debido a puestos de trabajo inseguros o ponen en peligro a los consumidores vendiéndoles comida contaminada.

Por muy horrible que sea el peaje pagado por la delincuencia callejera, la delincuencia y la violencia de las corporaciones inflingen daños mucho mayores a la sociedad. Mientras que en Estados Unidos anualmente se atribuyen unos 20.000 homicidios a la delincuencia callejera, la contaminación del aire se lleva anualmente más de 50.000 vidas y un número incluso mayor de personas muere anualmente de alguna enfermedad derivada de su empleo. El robo y el atraco cuestan a las víctimas aproximadamente 3 millardos de dólares anuales, mientras que los fraudes en la sanidad se llevan más de 100 millardos de los contribuyentes y consumidores.

¿A qué se refieren cuando hablan de la difusión de la cultura de las corporaciones?

Paso a paso, la cultura de las corporaciones nos ha devorado sin aviso – en las escuelas se vende comida basura, los jueces son formados por profesionales del abuso de ley, las contratas de limpieza de los museos públicos corren a cargo de compañías petroleras, las grandes empresas de todos los colores se hacen con el poder de asociaciones civiles – el listado es infinito.

Una manifestación importante de la cultura de las corporaciones es el comercialismo rampante – actualmente tan excesivo que ya resulta difícil de parodiar.

Pero no es solo el comercialismo. Es la afirmación ideológica ubicua de que las grandes corporaciones son la forma natural de organizar la economía, y la manera lógica de que las cosas funcionen. Pueden ver la acción usurpadora de la cultura de las corporaciones en áreas en las que antes no predominaba. Por ejemplo, en los Estados Unidos y en todo el mundo, el agua potable tradicionalmente era suministrada por sistemas municipales.

Ahora las compañías privadas de aguas están intentando ganar el control de estos sistemas. El argumento central de su explicación de por qué ellos deberían tener el control son sus alegaciones de ser más eficientes. Esta alegación consiste en una simple afirmación, remitiéndose a una cultura que proclama que las corporaciones son eficientes y que el gobierno no lo es. De hecho, la trayectoria del gobierno en esta área presenta registros mixtos – pues en muchos casos los sistemas municipales han sido notablemente eficientes – pero la trayectoria de las corporaciones no presenta más que fracasos e ineficiencias casi absolutos. Y eso sin hablar de las garantías de los grupos de menores ingresos, y las garantías de que el derecho humano al agua, uno de los elementos vitales, no se vea minado.

El comercialismo a veces puede tener un cierto mal regusto, pero ¿eso importa realmente?

Nosotros pensamos que sí. Degrada nuestro espacio público y desplaza valores no comerciales tales como la cooperación, la comunidad y el altruismo. Además, de una forma de la que a veces no nos damos cuenta, configura nuestra percepción de lo que es posible y lo que es indigerible a nivel político.

Las corporaciones están patrocinando de forma rutinaria eventos e instituciones comunitarios – desde torneos de béisbol a concursos de cocina, desde escuelas a playas públicas – para promocionar sus productos, inclusive para capturar audiencia entre los escolares. Ellos buscan también, por medio de sus patrocinios, labrarse una reputación como miembros responsables de la comunidad – esto es importante para su posicionamiento político de que, en la medida de lo posible, la gente vea a las compañías como «uno de los nuestros», no a un forastero intrusivo.

De esta forma, un subproducto de la colonización del espacio público es la colonización de nuestras mentes. Las formas de organizar la vida que no incluyan a las corporaciones o no sirvan a los intereses de las mismas – sea en la economía tradicional, en la oferta de servicios públicos o en el ocio – se vuelven cada vez más duras y más difíciles de conceptuar.

El patrocinio de las corporaciones puede también minar las propias instituciones públicas, despojándolas de su carácter esencialmente público, o al menos poniendo en riesgo su misión. La subrepticia absorción corporativa del Instituto Smithsoniano es uno de estos casos.

¿Por qué se centran en el concepto de entidad corporativa?

A pesar de que la ley a menudo trata las corporaciones como si fueran seres humanos reales, y pese a los esfuerzos de las corporaciones para presentarse a sí mismas como parte de la comunidad (cualquier comunidad), las corporaciones son esencial y fundamentalmente diferentes de la gente real.

Por ejemplo:

Las corporaciones tienen vida ilimitada.

Las corporaciones pueden estar en dos sitios al mismo tiempo.

Las corporaciones no pueden ser encarceladas.

Las corporaciones no tienen conciencia ni sentido del pudor.

Las corporaciones persiguen un único objetivo: el beneficio, y es típico de su condición legal que tengan prohibido buscar otros objetivos.

No existen límites, naturales o de otra índole, al tamaño potencial de una corporación.

Debido a su poder político, pueden definir, o al menos influenciar sustancialmente, las regulaciones civiles y penales que definen los límites de la conducta permitida. Ningún criminal individual tiene tales facultades.

Las corporaciones pueden fusionarse entre sí, constituyendo entidades mayores y más poderosas.

Estos atributos únicos proporcionan a las corporaciones un poder extraordinario, y dificultan enormemente el reto de verificar el alcance de su poder. Las instituciones son mucho más poderosas que los individuos, lo cual vuelve más temible la concentración de todos sus esfuerzos en el solo objetivo de maximizar los beneficios. Para aumentar el problema, muchas de las sanciones que imponemos a los individuos – no sólo la prisión, sino conductas sociales de mayor importancia como la vergüenza y la desaprobación de la comunidad – apenas tienen impacto o relevancia sobre las corporaciones.

Iluminar la naturaleza real de las corporaciones es importante para identificar las fuentes del poder de las corporaciones, y también para argumentar el porqué no se debe conceder a las corporaciones los mismos derechos que a las personas de carne y hueso.

Por ejemplo, las corporaciones han conseguido escapar a gran cantidad de regulaciones sensatas relativas a la publicidad – referidas al tabaco, a los productos farmacéuticos o simplemente al exceso de publicidad – reclamando que las restricciones sensatas en materia de publicidad violan sus derechos conforme a la Primera Enmienda. Nosotros pensamos que las corporaciones no deberían poder invocar los derechos conforme a la Primera Enmienda para poder hacer publicidad. Si piensan que una corporación es simplemente un grupo de personas, nuestra posición no resulta razonable. Si reconocen estos atributos únicos de las corporaciones, les podrá resultar más lógica.

¿Cómo está afectando la globalización económica a los esfuerzos por limitar el poder de las corporaciones?

La globalización corporativa ha venido de la mano, en gran parte, de los esfuerzos de las corporaciones por escapar a los límites que se les imponían en sus actividades.

La gente trabajadora en los países industrializados se organizaron sindicalmente y ganaron un determinado salario mínimo: las corporaciones quieren trasladarse a los países en desarrollo en donde no se enfrentan a tales obligaciones salariales.

E igualmente importante es que quieren usar la amenaza de trasladarse al extranjero para mantener bajos los salarios y quebrar la unión sindical, o para paralizar las tendencias de los obreros a sindicalizarse. Kate Bronfenbrenner, una investigadora de la Universidad de Cornell, comprobó que en más de dos terceras partes de las campañas de sindicalización en los Estados unidos, en las industrias móviles – que son compañías manufactureras y de otro tipo con facilidad para amenazar con trasladar la producción al extranjero – las compañías amenazan con cerrar sus plantas cuando los trabajadores votan unirse a un sindicato.

La misma historia se repite en cuanto a las cautelas y la protección medioambientales.

En los países en desarrollo, que intentan desesperadamente atraer inversiones extranjeras la historia es mucho peor. Los salarios son minúsculos, las condiciones laborales brutales, la falta de respeto hacia el medio ambiente, abismal. Cuando los ciudadanos en estos países intentan hacer algo simplemente para poner remedio a estas condiciones, al igual que en los Estados Unidos, les dicen que las compañías se irán, simplemente, a otra parte. Y lo hacen.

El otro componente clave de la globalización corporativa es la institucionalización de sistemas de gobierno globales, sin ninguna responsabilidad ante nadie, que niegan a las democracias la opción de mejorar sus niveles de vida. Las reglas de la Organización Mundial del Comercio, así como una larga lista de tratados de inversión y comercio bilaterales y regionales, están diseñadas básicamente para impedir a los países adoptar niveles de protección laboral, medioambiental o del consumidor que vayan más allá de lo que las corporaciones están dispuestas a aceptar.

De este modo, las reglas de la OMC pueden ser utilizadas contra las leyes de seguridad alimentaria nacionales si éstas protegen demasiado los intereses del consumidor. Pueden ser utilizadas contra las medidas medioambientales que tratan de afectar la forma en que las corporaciones multinacionales producen sus manufacturas. Pueden ser utilizadas contra los países que no proporcionan una protección de las patentes suficientemente potente – incluso aunque ello signifique negar el acceso a medicamentos esenciales para combatir el SIDA y otras enfermedades. Pueden ser utilizadas contra los esfuerzos nacionales para regular los juegos de azar, de acuerdo con las más recientes normas de la OMC. Con las reglas de la OMC nunca sucederá que pueda comprobarse que un país hace demasiado poco por proteger a los consumidores, al medioambiente, a la salud pública, o a los trabajadores.

Todo lo malo que esta limitación democrática puede ser en los países más ricos, en el caso de los países pobres es mucho peor. Sobre ellos recaen no sólo las imposiciones de la OMC y los tratados comerciales, sino también las políticas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que imponen políticas fundamentalistas diseñadas sobre el papel a países en desarrollo, y aparentemente no tienen en cuenta su desastroso historial.

Éstas son cuestiones de vida o muerte. Cuando el Banco Mundial anima a los países a cobrar por el acceso a la sanidad primaria, la gente en los países pobres prescinde de ella. Cuando la terapia de choque del FMI envía la economía rusa al desastre, el número de rusos inmersos en la pobreza aumenta desde dos millones a más de cincuenta. Cuando el FMI pide a los países que asignen el dinero de la ayuda para pagar la deuda externa o adquieran moneda extranjera antes que inviertan en salud pública y en educación, la gente sufre.

Uds. dibujan un panorama sombrío. ¿Piensan que hay alguna esperanza?

A pesar del poder amasado por los Grandes Negocios, nunca se ha visto que una ciudadanía dócil acepte uniformemente el proyecto hegemónico de las corporaciones. Y es por eso que seguimos albergando esperanzas.

A lo largo de los Estados Unidos, y de todo el mundo, ha habido comunidades que se han resistido a los esfuerzos por usar sus tierras como vertederos, a despojarlas de sus recursos naturales sin una adecuada compensación o sin respetar el entorno, a socavar su acceso a los bienes y servicios esenciales. Los obreros se han plantado ante las demandas de recortes, acciones de reventar huelgas y sindicatos, y los intentos de los gerentes para esquivar las medidas de seguridad. En algunos países, los movimientos populares han demandado poder político, y en ocasiones lo han obtenido. Las campañas de solidaridad global han dado apoyo a los movimientos ciudadanos en conflictos puntuales: a los obreros textiles explotados en Indonesia o Nicaragua que producían para compañías como Nike, Wal-Mart y Kohl’s, a los grupos indígenas en el Amazonas que se resistían a la penetración ilegal en la selva, a un municipio boliviano que se resistía a los planes de privatización de aguas diseñados por Bechtel y el Banco Mundial, a los trabajadores sanitarios en los países pobres que intentan proporcionar medicamentos esenciales a gente pobre, a trabajadores estadounidenses en huelga contra UPS, a agricultores franceses que se niegan a permitir que McDonald’s y la gran industria alimentaria homogenicen la oferta alimentaria mundial.

Pero la cuestión siempre radica en el alcance de la resistencia, y su nivel de organización.

Las protestas de noviembre y diciembre de 1999 en Seattle contra la Organización Mundial del Comercio parecen haber generado un nuevo e impresionante nivel de resistencia a escala mundial. Seattle fue seguida por una manifestación en abril de 2000, en Washington D.C., contra el FMI y el Banco Mundial, en Washington, D.C., protestas contra las convenciones del partido republicano y del demócrata, una movilización en Septiembre de 2000 en Melbourne contra el Forum Mundial de los Negocios, las protestas de Septiembre de 2000 en Praga contra las reuniones anuales del FMI y del Banco Mundial, más muchas otras movilizaciones de menor tamaño.

Las protestas eran multicolor, creativas, dinámicas y llenas de una energía y un entusiasmo juveniles. Parecen la manifestación de un creciente rechazo hacia una economía, una política y una cultura imbuidas por las corporaciones.

El futuro del disperso movimiento contra el poder de las corporaciones es incierto. Ciertamente le queda un largo camino por recorrer antes de revertir el férreo dominio de las corporaciones sobre la sociedad. Pero es nuestra mayor esperanza en la tarea de rescatar nuestras vidas y nuestro planeta a la garra de las corporaciones.

  • Título original: On the Rampage
  • Autor: Russell Mokhiber & Robert Weissman
  • Traducido por Marga Vidal y revisado por Sonia Martínez