En esto de las religiones, hay personas creyentes, las hay practicantes, agnósticas, ateas o laicas. También las hay tolerantes o fundamentalistas. Sus dioses pueden ser trascendentales, intangibles, inmateriales, omnipotentes e incluso omnipresentes. Únicos o múltiples. Verdaderos o falsos. Pues bien, en las Facultades y Escuelas de Economía de mayor prestigio del planeta, adonde acuden a […]
En esto de las religiones, hay personas creyentes, las hay practicantes, agnósticas, ateas o laicas. También las hay tolerantes o fundamentalistas. Sus dioses pueden ser trascendentales, intangibles, inmateriales, omnipotentes e incluso omnipresentes. Únicos o múltiples. Verdaderos o falsos.
Pues bien, en las Facultades y Escuelas de Economía de mayor prestigio del planeta, adonde acuden a formarse los que luego conforman los núcleos del poder financiero y político, la mayoría le rinde culto al mismo dios: el neoliberalismo, al que han convertido en pensamiento único y con el que llevan décadas adoctrinándonos desde el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Central Europeo, hasta la última de las Consejerías de Hacienda de un Gobierno Autónomo Ultraperiférico. Se consideran en posesión de una verdad absoluta y le rinden pleitesía, porque es la forma de dominación más adecuada para sostener al sistema capitalista. Sus practicantes, que son legiones, son intolerantes y fundamentalistas a la hora de concebir medidas económicas que aplicar a las sociedades democráticas. Los mercados son su dogma y dondequiera que se encuentren defienden que sean los mercaderes los que regulen la vida de las sociedades. Forman parte de la derecha política europea e internacional y su fanatismo alcanza también a amplios sectores socialdemócratas, que aplican las mismas recetas allá donde les toque gobernar. Todos ellos son excluyentes con otras formas alternativas de pensamiento y sólo aceptan alguna propuesta diferente cuando se ven necesitados del apoyo de la izquierda transformadora para alcanzar el poder.
Desde su integrismo, hablan de la democracia como sistema perfecto e incluso, con la excusa de instaurarla en otros ámbitos geográficos o culturales, no dudan en hacerlo con las armas, cuya industria es un elemento fundamental del sistema. Y si no hay guerras o miedos, o grupos que quieran perpetuarse en el poder, tampoco hay ventas de armas. Por eso se han especializado también en propagar las amenazas o el miedo, como excusa democrática, para hacerse con el control de las fuentes de energía, que son el motor de la economía y del sistema en su conjunto. No tienen problemas en apoyar a dictadores y asesinos, mientras le sean útiles y luego borrarlos de un plumazo, cuando ya no entren en sus planes estratégicos. El cinismo también forma parte de su perfil.
Han instaurado en nuestras mentes el consumismo como necesidad y para ello no han tenido reparos en aplicar a la industria la obsolescencia programada para que todo tenga una fecha de caducidad o de utilidad. Nos han intentado convencer de que para alcanzar la felicidad tenemos que consumir más y para ello, por tanto, es necesario trabajar hasta la extenuación. Nos han inculcado que es más importante tener que ser. E incluso nos han hecho creer que ya la mayoría formaba parte de una amplia clase media, menos beligerante por tanto con el status de la clase dirigente. Y sobre estas bases, ofreciendo incluso una cara amable, han ido construyendo su modus vivendi, su modelo de sociedad.
Defienden el enriquecimiento ilimitado de unos pocos, la acumulación de dinero y de poder en pocas manos, a costa del empobrecimiento y sometimiento del resto de la población. Desde hace décadas se han ido haciendo con el control absoluto de los centros del poder financiero y del poder político y han pretendido hacernos creer que formamos parte de pueblos soberanos, que elegimos a nuestros gobernantes para que redistribuyan la riqueza y gobiernen para los intereses generales. Saben de sobra que no sólo no es así, sino que la corrupción es una parte esencial de los engranajes del sistema y que en esa hipotética separación de poderes, que debiera ser consustancial al sistema democrático, suelen primar las decisiones políticas, económicas y judiciales, que benefician a los más poderosos.
Utilizan los medios de comunicación como instrumentos de desinformación, filtran todo lo que no convenga a sus fines, y repiten los mismos mensajes desde los distintos frentes. La persuasión como instrumento para la interiorización de sus ideas y la asunción de sus medidas, como únicas e inevitables, van calando entre la población.
No tienen escrúpulos en obligar a dimitir a los Presidentes de Grecia e Italia y colocar en su lugar a incondicionales tecnócratas fieles a sus planteamientos. Nos están llevando inexorablemente a posiciones autoritarias, que forman parte de su máxima aspiración: la constitución de un Gobierno Mundial que ejerza el control omnímodo, bien de facto bien por el miedo y la coacción, sobre el conjunto del planeta. El imperio de los mercados. En esta fase se están mostrando ya insaciables, a cara descubierta.
Y en estos momentos, en este país, siguen aplicándose en hablarnos de la inevitable austeridad y la imprescindible política de recortes, que comenzó a impulsarse desde el Gobierno anterior, con el silencio cómplice del PP, que esperaba ver pasar el cadáver del contrincante por delante de su puerta, como así ocurrió el 20-N. La modificación del artículo 135 de la Constitución para fijar el déficit, pactada por los dos partidos mayoritarios, allanaba el camino aún más al advenimiento del autodenominado «partido de los trabajadores», que en número de varios millones apoyaron al PP confiando en un cambio que les favoreciera. Sus escasas y medidas promesas electorales tardaron apenas unos días en comenzar a ser incumplidas. Y todo ello, con el argumento fundamental de la herencia recibida, que hoy en día le sirve hasta al propio Sarkozy para su campaña electoral.
No negocian la Reforma Laboral, que nos retrotrae varias décadas en la pérdida de derechos y de dignidad. Aprueban la Ley de Estabilidad Presupuestaria, que es una consecuencia de lo acordado en pleno mes de agosto entre el PSOE y el PP. Elaboran unos Presupuestos, después del fracaso cosechado en Andalucía, con recortes en casi todas las partidas, menos en la asignación a la Iglesia Católica que, junto con el Ejército, parece ser unos de los principales «nichos de empleo», según su propia publicidad. Dejan a cero los Presupuestos para la Ley de Dependencia. Amenazan ahora con añadir más recortes a la Educación y a la Sanidad. Y lo seguirán haciendo hasta la segunda oleada de recortes, que se producirá con la aprobación en diciembre de los presupuestos del próximo año.
Todas estas medidas que están adoptando están produciendo más paro, más pobreza, más exclusión social, una mayor pérdida de derechos y libertades y el consiguiente deterioro de los servicios públicos. Y al mismo tiempo entregan dichos servicios en manos de la iniciativa privada, pues ese es el objetivo.
Nos gobiernan los alumnos obedientes de la derecha conservadora, que están de rodillas ante los poderes financieros internacionales. Legislan en beneficio de una exigua minoría: los de arriba. Sus medidas las sufrimos el conjunto de personas desempleadas, asalariadas, funcionarias, pensionistas, estudiantes, dependientes, que conformamos la otra clase social: los de abajo.
Ellos, los de arriba, tienen asegurado su futuro. Está en juego el nuestro y el de las generaciones venideras.
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