A ver. Eliécer Otaiza votó SI. Diosdado Cabello votó SI. Acosta Carlez votó SI. Jesse Chacón y William Lara votaron SI. El hijoelagranputa que está construyendo docenas de Sambil (esos templos del socialismo, la integridad revolucionaria y la sencillez de pueblo) en toda Venezuela, votaron SI. […] Uno mete en una licuadora a todos esos […]
No puede haber socialismo sin socialistas, o, como venimos repitiendo, el hombre nuevo es el hombre viejo en nuevas circunstancias […]
Le corresponde a una nueva generación de políticos y cuadros armar una nueva ética pública que se caracterice por el compromiso político y la alta capacitación en la administración del Estado. La existencia de esos nuevos cuadros será el antídoto más eficaz contra lo que ya se conoce como boliburguesía, es decir, esa nomenklatura que no ha necesitado más que cinco años para apropiarse de espacios enormes de riqueza y alcanzar una unánime reprobación popular. Una voracidad obscena -hummer, whisky, viviendas lujosas, control de empresas- y a veces es tan extrema -urgida por su culpable incompatibilidad con el discurso revolucionario- que hace palidecer en ocasiones el robo institucionalizado durante la Cuarta República.
Juan Carlos Monedero: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=60148
Es muy fácil que tú vengas a gritar ahora que los ministros también. ¡No! Los ministros los nombré yo, ¿soy yo el responsable de la falla o no de los ministros? ¡Soy yo, grítame a mí, entonces, soy yo el responsable, yo asumo mi responsabilidad! Hugo Chávez, Presidente de la República: http://deportes.eluniversal.com/2007/12/07/pol_art_chavez-regano-a-sus_629375.shtml
Horas después de saberse los resultados del referendo que consultaba a los venezolanos sobre la conveniencia de incorporar varias reformas de entidad en la Constitución de 1999, mediante las cuales se buscaban crear algunas condiciones para impulsar con más fuerza el socialismo venezolano, se desató en todo el movimiento popular un debate fundamental, cuyos lineamientos principales y preocupaciones frecuentes, alguien debería sistematizar como un legado apreciable en la edificación de una sociedad distinta. Los lugares donde se han vertido tales observaciones críticas no han sido precisamente las instituciones. Los altos funcionarios del Estado no han aportado a la discusión con la debida responsabilidad de quien se espera contribuir al funcionamiento de un experimento que tan grandes expectativas ha gestado fuera y dentro de Venezuela.
En espacios donde se reproduce la necesidad de introducir correctivos urgentes, han confluido ciudadanos de todos los sectores del campo popular, la mayoría es gente anónima que no figura como relevante porque no hace parte del establecimiento bolivariano. Esta característica notable de contar con un movimiento popular beligerante ante las desviaciones que surgen, representa en sí misma una de las garantías que indica la fortaleza del proceso de cambios. Así mismo, esta realidad se relaciona mal con las respuestas que desde el gobierno se tratan de ofrecer a una sociedad que demanda una conducción política acertada. Esta puede ser una conclusión que me atrevo a adelantar, después de revisar con detenimiento parte de lo que con regularidad se dice y se escribe luego de conocerse la derrota del 2 de diciembre de 2007.
La derrota es estratégica…
Aunque pocos de los funcionarios del gobierno se atreven si quiera a calificar lo acontecido el 2 de diciembre, resulta innegable que se trató de un visible fracaso del proceso. En primer lugar, es una derrota ideológica; a juzgar por los resultados en el referendo, una parte considerable se negó a secundar un proyecto político que al menos nominalmente sostenía el objetivo de conducir a la sociedad venezolana hacia formas de organización socialistas, si bien en ningún lugar del texto consultado se definía en qué consiste el socialismo al que se aspira.
Fue un rechazo no sólo producto de errores puntuales en la conducción de la campaña, relacionados con el posible saboteo de algunos alcaldes o gobernadores, o la pobre capacidad de respuesta que tuvo el gobierno a los cuestionamientos que desde muy temprano le hizo la oposición a la reforma, o el desabastecimiento que efectivamente perturbó los ánimos a la población, o el estado de debilidad de la maquinaria electoral del PSUV, o el miedo que quizá neutralizó a algunos para votar la reforma, o el lamentable papel que jugó la Asamblea Nacional, cuando de cualquier sombrero sacaban artículos nuevos para finalmente contribuir a la confusión de la ciudadanía, con un proyecto en últimas bastante laberíntico, etc. Tales señalamientos pudieron incidir considerablemente en el resultado, pero no se debe dejar de enfocar el hecho de que se trató de la expresión de una mayoría, si bien precaria, que taxativamente le dijo NO a un proyecto político que diseñó el presidente Chávez, asesorado por algunos amigos suyos cercanos.
Por otra parte, se sabe que una porción nada desdeñable se abstuvo, y aunque siempre resulta aventurado o irresponsable hablar sobre las posibles y múltiples razones de esos venezolanos, queda sólo la lectura según la cual esos sectores simplemente no apoyaron el conjunto de propuestas que presentó el presidente Chávez. Sin duda, muchos de quienes prefirieron quedarse en casa son chavistas jurados. Tampoco se puede descartar que algunos de ellos decidieran desobedecer a Chávez frontalmente, y en consecuencia votaron por el NO. Por último, queda la evidencia irrefutable según la cual más de cuatro millones de compatriotas optó por orientar sus vidas a través de nuevas circunstancias políticas radicalmente distintas.
La otra razón por la se está en presencia de un revés de carácter estratégico e ideológico, resulta del hecho de que el Presidente en la fugaz campaña se ocupó de asociar su carismática figura al contenido de la reforma, y más que las propuestas allí contenidas, al significado político de la reforma. Probablemente los expertos pensaron que relacionar la propuesta con el compañero Chávez, ahorraba el esfuerzo de explicarla al público, en consecuencia las mayorías votarían por un Chávez encarnado en el articulado. La verdad fue que la gente siempre estuvo a la expectativa para recibir información. No parece descabellado que Globovisión, el movimiento estudiantil opositor, y hasta algunos curas desde el púlpito hayan cubierto parte de esa demanda informativa con manipulaciones de todo tipo.
En el apuro de conquistar legitimidad para la reforma, el presidente contribuyó a la desinformación cuando se empeñó en situar a Cristo y a Bolívar como socialistas irreductibles. Con estas maniobras la reforma terminó fuera de este mundo, haciéndole el juego a las lecturas de cierta derecha que no discute la pertinencia del cambio social. Desde temprano la reacción colocó a la reforma como parte de un plan luciferino elaborado por un desalmado. Es necesario empezar por secularizar la discusión, propiciar un debate más mundano. El socialismo, como lo demostró además la reforma, puede ser también un plan de gobierno. Es lo que sostiene, en otro contexto, el profesor Monedero en una de las citas con que comienza este escrito: «El hombre nuevo es el hombre viejo en nuevas circunstancias». Este es un buen principio para el que quiera ser marxista de verdad. En todo caso, y puestas así las cosas, es claro entonces que perdió el propio Chávez. Se utilizó el recurso más espectacular con que cuenta el proceso, el liderazgo presidencial, para que al final el resultado fuera adverso.
La reforma que no fue
Se hace necesario estudiar al contenido del articulado y su significación a partir de una evaluación de conjunto. Sin embargo, antes habría que sostener que el camino hacia una sociedad emancipada no necesariamente ocurre sancionando un agregado de leyes y decretos. Parto del principio según el cual el proyecto político de la revolución que está diseñado en la Constitución de 1999, aun permanece en el ámbito de las puras buenas intenciones. ¿No era más realista intentar materializar su contenido a precipitarse por tratar de montar la quimera de una sociedad socialista en parte liderada por individuos que tienen de socialistas lo que yo puedo tener de profesor de danza árabe? Además de algunas referencias supremamente elementales a la tradición de las ideas de izquierda por parte del compañero Chávez, no abunda dentro del conglomerado dominante de la revolución muchas inquietudes intelectuales al respecto.
Desde que se anunció la conveniencia de pensar una ruta más definida ideológicamente para el proceso, que por un lado consolidara los logros obtenidos, al tiempo en que se ensayaban nuevas formas organizativas que ampliaran valores caros a nuestra tradición republicana, como la libertad, la igualdad y nuestra existencia como nación independiente, se imponía transitar un proceso de discusión que terminara en el ejercicio de amplios consensos propiciados desde el propio campo popular, en torno a un cuerpo de ideas a partir de las cuales trabajar. Desde un principio se subestimó este objetivo. Acaso se entendió que pensar un modelo de sociedad que responda en parte a la peculiaridad del proceso venezolano, se reducía a emprender otro procedimiento administrativo. Y la búsqueda teórica que supone este tipo de retos se confundió con una fábrica de chorizos. El resultado fue una propuesta percibida como políticamente débil incluso desde las filas del chavismo, y teóricamente confusa.
En todo caso, la aprobación de la reforma iba a sancionar una situación ambigua, en la que el modelo liberal de Estado conviviría seguramente por un tiempo determinado con las nuevas formas de organización, cuya estructura tampoco se presentaba en forma acabada. Probablemente de esta situación indeterminada se crearían contradicciones pensadas para alimentar la transición hacia una implantación más terminada de la nueva sociedad. El diseño, en últimas, parte del principio según el cual es estratégico fortalecer el Estado, con la idea de que éste contribuyera a crear las condiciones para empujar la fábrica de la sociedad socialista. Y la responsabilidad por la conducción del proceso en estas circunstancias, recaía considerablemente en el presidente Chávez. Paradójicamente el llamado Poder Popular quedaba reducido fundamentalmente al papel de gestores de los recursos locales provenientes del Poder Ejecutivo. Precisamente esta propuesta reproducía en parte la estrategia que siguieron los socialismos reales, que terminaron negando el contenido libertario del programa socialista.
La institucionalidad postergada.
Lo ocurrido el 2 de diciembre dejó ver en forma descarnada, algunas de las contradicciones más protuberantes que el proceso tiene a cuestas, tales problemas condicionan y limitan los alcances de los objetivos hasta ahora propuestos. Cuando se anunció que las nuevas orientaciones políticas se encaminarían a formas socialistas de organización, desde distintos espacios muchos sectores vieron positivamente estas medidas. Se esperaba que la oportunidad redundara en la confluencia de nuevas voces, llamadas a edificar progresivamente una sociedad emancipada de los problemas que azotan a los países tradicionalmente periféricos, que cumplen funciones determinadas dentro sistema capitalista mundial.
En últimas, un debate colectivo por el socialismo le daría golpes contundentes a la lógica del culto a la personalidad, salida en falso que aun se pretende implantar como única respuesta para encarar insuficiencias que desde temprano acompañan a la revolución. La consecuencia no fue la esperada, extrañamente muy pronto se monopolizó aquella discusión, atrapada en las nociones elementales que manejan algunos aprendices de brujo. Este tema crucial implicó también detener la marcha hacia la gestación plena de las instituciones de la quinta república, vigorizadas luego de la victoria de las fuerzas bolivarianas en el referendo revocatorio de agosto de 2004. En tales circunstancias, a lo que condujo la forma cómo se orientó la marcha socialista, fue al reforzamiento de los esquemas cesaristas que tanto daño le causaron a los proyectos de liberación del siglo XX, y la consiguiente postergación de los principios institucionales que se esbozan en la Constitución de 1999. Esta preocupación puntual relativa a la debilidad institucional del régimen bolivariano, no se debe despachar como parte de un asunto menor por dos razones relacionadas: 1. Debe ser un objetivo incluso para la preservación de la nación fortalecer el Estado constitucional emanado por voluntad popular de la Constitución de 1999, y 2. No es posible gobernar con la efectividad requerida, si no existen mecanismos que garanticen la continuidad y la materialización de políticas revolucionarias. Otras tres medidas reforzaron la orientación cesarista. 1. La conformación del PSUV, que supuso, producto del llamamiento presidencial a la disolución del resto de los partidos de la alianza, un debilitamiento más pronunciado de esos partidos cuyo modesto crecimiento se pudo verificar en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006, (PPT, PCV y PODEMOS) 2. El traslado de cuadros de importancia, como algunos diputados a la Asamblea Nacional, hacia destinos distintos a los que les había reservado la voluntad popular como representantes del pueblo, lo que afectó aun más el funcionamiento de la Asamblea Nacional, y 3. El cambio abrupto de la mayoría del gabinete presidencial en enero de 2007 (particularmente la salida de José Vicente Rangel de la vicepresidencia de la república), con todo lo que ello supone en términos de la interrupción de políticas implementadas en esas gestiones salientes, lo que incidió para mal en las ejecutorias del gobierno. Paradójicamente, estos tres acontecimientos interrelacionados contribuyeron a la acentuación del sesgo mesiánico del liderazgo presidencial, pero perturbaron negativamente la capacidad de gobernar de la revolución bolivariana.
Pensar sobre la efectividad del proceso es otro de los objetivos centrales en la discusión. Debe revisarse con detenimiento las razones por las cuales el gobierno bolivariano se muestra neutralizado en problemas cruciales como el tema de la seguridad o el de la corrupción. En el fondo del espinoso asunto se destaca la presencia de un funcionariado enquistado en las instituciones cuyos propósitos son bien distintos a los principios que animan el proceso revolucionario. Uno de los peligros más grandes para la salud de la revolución, es la presencia de aduladores en todas las instancias de Estado. Son muchos y ocupan buena parte del tren ministerial. A ello ha favorecido un error de enfoque que en la campaña por la aprobación de la reforma constitucional se expresó confundido entre las virtudes más caras de un revolucionario, al punto que se repite religiosamente que la lealtad al compañero Chávez es el requisito sin en cual no sería posible ser bolivariano. Esta patraña, además de que no garantiza que el más miserable halagador sea el más comprometido con las transformaciones sociales, puede ser una de las causas que terminaron por lanzar al presidente al traspié que supuso tratar de materializar la reforma en las condiciones en que se llevó a cabo.
Sin embargo, suplantar estos sectores oportunistas por otros más calificados es un proceso que va a requerir de algún tiempo. Aunque ayudaría mucho la incorporación de criterios más serios con los cuales el compañero Chávez evalúe a su personal, más allá de la solicitud de fidelidad a su persona. En todo caso, no se crea un personal suficientemente adiestrado para llevar adelante las funciones de gobernar de la nada. Para ello un movimiento popular autónomo de los caprichos de los funcionarios del Estado, tiene labores fundamentales que cumplir. En consecuencia, será necesario subrayar su condición autónoma, incluso de los designios que bajen del propio Poder Ejecutivo. Es verdad que en la mayoría de los casos, el presidente ha interpretado estupendamente las aspiraciones de las mayorías, pero es muy probable que esto no sea la norma por los siglos de los siglos; frente a esto sostener la conveniencia política del carácter autónomo del movimiento popular, es objetivo urgente para recalcarlo a lo interno de los grupos de base del chavismo.
Leonardo Bracamonte es profesor de la Universidad Central de Venezuela.