Una espada de Damocles amenaza a la democracia ecuatoriana y al multitudinario apoyo del pueblo ecuatoriano para la realización de la Asamblea Constituyente. Una amenaza que, paradójicamente, es vista como oportunidad e incluso como una garantía de estabilidad. Se trata de la dolarización. Desde el año 2000 en el que se impuso la dolarización, su […]
Una espada de Damocles amenaza a la democracia ecuatoriana y al multitudinario apoyo del pueblo ecuatoriano para la realización de la Asamblea Constituyente. Una amenaza que, paradójicamente, es vista como oportunidad e incluso como una garantía de estabilidad. Se trata de la dolarización.
Desde el año 2000 en el que se impuso la dolarización, su tarea ha sido la de ir minando al país: ha destruido la pequeña producción campesina poniendo en riesgo la soberanía alimentaria. Ha destruido la pequeña y mediana producción industrial, generando desempleo y pérdidas de ingreso a miles de familias. Ha desquiciado al sistema de precios con distorsiones que han multiplicado por diez a la canasta familiar en menos de una década y ha destrozado la capacidad adquisitiva del salario que apenas cubre menos de un tercio de esta canasta básica.
Ha provocado un profundo intercambio desigual entre el sector rural y el sector urbano. Ha incentivado una deriva consumista que se refleja en el mayor déficit comercial en toda la historia del país, un déficit oculto por los altos precios del petróleo. Ha provocado una enorme migración de ecuatorianos en búsqueda de trabajo en el extranjero.
Ha polarizado la concentración del ingreso, al extremo que el 20% más rico de la población dispone de más del 50% de la renta nacional, mientras que el 20% más pobre no llega a participar ni del 4% de la renta nacional. Ha incentivado los comportamientos rentistas de sectores medios de la población, y la demanda de asistencialismo en los sectores más pobres. Ha transformado el mercado financiero doméstico que ahora cobra tasas de interés desmesuradas en dólares, e incentiva la fuga de divisas y el endeudamiento externo agresivo por parte del sector privado, que recuerda a aquel proceso de los años setenta que condujo a la crisis de la deuda externa.
En el altar de la estabilidad el país sacrificó sus opciones y para salvar la moneda se sacrificó a la sociedad. Empero, y de manera paradójica, el debate sobre la dolarización es una cuestión casi prohibida. Se convierte en tema tabú. Se discute sobre la Asamblea Constituyente con una pasión democrática que es correlativa y proporcional al silencio que se impone a la discusión sobre la dolarización.
Es como si la dolarización no existiese. Como si al ser tocada por la discusión sobre la Asamblea Constituyente, la magia de la estabilidad económica pudiese desaparecer de forma instantánea.
Pero los hechos son tenaces, decía alguien cuyo nombre en estos tiempos de socialismo del siglo XXI es preferible obviar. Y esos hechos nos muestran una economía en descalabro y una sociedad fracturada, y un esquema monetario que empieza a hacer aguas y cuyo colapso, a más de inminente, parece más próximo de lo que quisiéramos.
Es de preguntarse entonces: ¿por qué tanto silencio sobre un tema tan importante? ¿Por qué tanto miedo por algo que nos compromete de manera tan radical? ¿Por qué el debate sobre la Constituyente excluye un tema tan crucial para el país como la dolarización?
Si la dolarización está destruyendo la economía y la sociedad ecuatoriana ¿por qué no aprovechar el momento político creado por la Constituyente para una salida ordenada de la dolarización? ¿Por qué aquellos que antes denostaban la dolarización, y con justa razón además, ahora por el hecho de estar en el gobierno aparecen como sus más tenaces defensores? ¿Es la dolarización solamente un tipo de cambio fijo basado en la sustitución monetaria, o es algo más? ¿Si cambiar la moneda de un país fuese buen negocio, porqué ningún país de América del Sur lo ha intentado?
Esta negación a debatir sobre una salida ordenada de la dolarización acota los términos de la reforma política que se pretende realizar al tenor de la próxima Asamblea Constituyente. Porque no sería justo para el enorme movimiento ciudadano que lo respalda y por todas las expectativas que se han provocado, que la Asamblea solamente trate temas de forma, como la despolitización de los órganos de control, de justicia o de elecciones; y deje de lado los temas de fondo como la dolarización y el modelo económico.
Porque la dolarización no es solamente un esquema monetario que otorga certezas para decisiones económicas en el corto y mediano plazo, sino que es el centro de gravedad del modelo neoliberal. Y el modelo neoliberal no se reduce a un conjunto de recomendaciones en política fiscal, sino a la readecuación de las relaciones de poder en beneficio del capital financiero. Porque si no se sale de la dolarización en forma ordenada, no se ha cambiado el modelo económico neoliberal y las relaciones de poder que le son inherentes.
Quizá esto pueda parecer retórica, y quizá no pueda visualizarse la complejidad de lo que significa el modelo económico neoliberal, hasta que la dolarización finalmente colapse. Solo en esa circunstancia quizá pueda entenderse lo que significa realmente el modelo neoliberal, cuando los sectores medios de la población sean los más golpeados por la salida de la dolarización, y hayan descubierto que la Asamblea Constituyente, en la que tanto empeño y energías pusieron, finalmente no les servirá para defenderlos en esa crisis.
El colapso de la dolarización, si la Asamblea Constituyente no toma al respecto los correctivos necesarios, implicaría, al menos, tres fenómenos de alto costo para los mismos ciudadanos que ahora se movilizan por la Constituyente: el primero es el enorme costo de seguir asumiendo y pagando deudas en moneda dura, en la ocurrencia el dólar, con una moneda débil, es decir, la moneda que reemplazaría al dólar. Para cubrir esa diferencia, la única posibilidad es reducir el consumo familiar e incrementar los ingresos, en un ambiente de recesión económica, es decir, de pérdidas de empleos por falta de inversión.
El segundo fenómeno, hace referencia a la presión por la devaluación que harán los grupos de poder sustentados en la agroexportación; y, el tercero, es la crisis del endeudamiento externo privado que transferiría los costos de ese endeudamiento al Estado, un proceso que el país ya lo vivió a inicios de la década de los ochenta con la sucretización de la deuda externa privada. Hay que indicar, además, que los bancos no van a perdonar sus créditos en dólares y que serán los primeros en trasladar los costos de la devaluación a la tasa de interés, provocando más recesión y encareciendo más los créditos.
Para solventar los costos de esa crisis el gobierno tendría que adoptar un paquete de ajuste estructural, de aquellos definidos precisamente por el FMI, si no quiere que el costo de la salida de la dolarización implique una hiperinflación. Y el riesgo de la hiperinflación es real porque aquello que da sustento a la producción interna y que puede garantizar la estabilidad de la moneda nacional, ha sido destruido precisamente por la dolarización.
Las clases medias ecuatorianas intuyen el descalabro que significaría el fin de la dolarización. Estas clases medias, que son el soporte del movimiento ciudadano que presiona por la Asamblea Constituyente, quieren que la reforma política les garantice algo imposible: la estabilidad económica de la mano de la dolarización.
Por ello han puesto entre paréntesis a la dolarización. Porque saben que la estabilidad a la que apelan tiene su fundamento en el esquema monetario de la dolarización. Por ello también su insensibilidad con otros sectores de la población que ven en la dolarización una amenaza, como los campesinos, el subproletariado y los indígenas.
Estos sectores han sido invisibilizados del debate sobre la reforma política, porque sus intereses no coinciden con aquellos de las clases medias. Empero, las clases medias confunden su deseo con la realidad. No porque hayan cerrado toda discusión posible sobre la dolarización, ésta va a mantenerse de manera indefinida. No porque la hayan puesto entre paréntesis, la dolarización continuará dando piso al consumo y al rentismo de las clases medias. Hay límites para ello, y las clases medias lo intuyen. La historia conspira contra ellas. Los tipos de cambio fijo no son eternos. La estabilidad tan cara para sus expectativas es apenas una ilusión momentánea que se genera desde el poder.
En efecto, el sistema mundo capitalista ya conoce las consecuencias de lo que significan los tipos de cambios fijo, y la dolarización es uno de ellos. Estado Unidos no pudo sostener su tipo de cambio fijo basado en el patrón oro. Argentina tampoco pudo sostener la convertibilidad. No existe en la historia moderna, una sola sociedad que haya podido sostener de manera indefinida un tipo de cambio fijo. La experiencia empírica nos dice que los tipos de cambio fijo se agotan en el tiempo, cuando han cubierto todas las expectativas creadas y cuando se acaba el sacrificio que la sociedad hizo para financiarlo.
¿Entenderán las clases medias ecuatorianas las lecciones de la historia? Si la dolarización colapsa en medio de su búsqueda desesperada de estabilidad, ¿harán de la «izquierda» que ahora está en el gobierno la víctima propiciatoria de sus propios errores? ¿buscarán en la derecha más retrógrada el amparo para su estabilidad perdida y harán tabula rasa del texto constitucional de aquella Asamblea Constituyente que ellas mismas ayudaron a crear?