El declive de la tasa de fertilidad (número de nacimientos por mujer fértil) española es más que preocupante. Es, en realidad, alarmante. Ha ido bajando desde hace tiempo, alcanzando una de las tasas más bajas de la Unión Europea de los Quince (el grupo de países de la UE de mayor desarrollo económico). Esta […]
El declive de la tasa de fertilidad (número de nacimientos por mujer fértil) española es más que preocupante. Es, en realidad, alarmante. Ha ido bajando desde hace tiempo, alcanzando una de las tasas más bajas de la Unión Europea de los Quince (el grupo de países de la UE de mayor desarrollo económico). Esta tasa, en el año 2012, era de 1.3, mucho más baja que el promedio de la UE-15, 1.6, y mucho más baja que en Suecia, 1.9.
Se han dado múltiples explicaciones. Una es que el papel tradicional de la mujer, la cual se quedaba en casa cuidando de los niños, ha ido cambiando como resultado de la integración de la mujer en el mercado de trabajo, teniendo menos tiempo para tener hijos. En esta explicación se plantean dos situaciones (maternidad versus profesionalidad) como dos polos que entran en contradicción de modo que el creciente énfasis en lo segundo se realiza a costa del descenso de lo primero y, en consecuencia, no faltan voces conservadoras que lamentan esta evolución. Más de un obispo ha protestado por el abandono de la maternidad por parte de las nuevas generaciones de mujeres que se integran en la fuerza laboral. Esta protesta ignora que la entrada de la mujer en el mercado laboral en Catalunya y en España se ha hecho, no tanto con en el abandono de la maternidad, sino con un aumento de las horas de trabajo de la mujer, al tener que añadir a las horas de trabajo en casa las del trabajo remunerado en el mercado laboral, con el consiguiente agotamiento de la mujer. La mujer en España tiene tres veces más enfermedades debidas al estrés que el hombre.
La necesaria y bienvenida entrada de la mujer en el mercado laboral no tendría por qué crear, sin embargo, un mayor estrés en su vida, ni debería forzarla a tener menos hijos, pues hay políticas públicas bien conocidas que prevendrían que ocurrieran tales consecuencias El caso que conozco mejor es el de Suecia, donde viví en mi temprana juventud, ya hace bastantes años. Tuve la enorme fortuna de conocer a Alva Myrdal (esposa de uno de mis maestros de economía, el Premio Nobel de Economía del año 1974, Gunnar Myrdal). Defino a Alva Myrdal como esposa de Gunnar porque fue a través de él como la conocí. Por lo demás, ella era igualmente merecedora de un Premio Nobel, que recibió más tarde, en 1982, habiendo sido de las poquísimas mujeres en haber recibido dicho galardón (que en el caso de Alva fue de la Paz). Suecia vio descender su tasa de natalidad en picado en los años 30, ello en parte debido al descenso de la tasa de fertilidad. Gunnar Myrdal y Alva Myrdal indicaron que Suecia tendría un problema grave, pues el crecimiento económico sufriría como resultado de la carencia de lo que se llamaba mano de obra, es decir, trabajadores.
Había dos alternativas para llenar este déficit. Una era abrir las fronteras y resolver el problema mediante la inmigración. Otra, que fue la propuesta por Alva Myrdal y Gunnar Myrdal, era integrar a la mujer sueca en el mundo del trabajo. Esta alternativa fue consecuencia del compromiso de la socialdemocracia sueca (la fuerza política hegemónica en aquel país) con la igualdad de género, asumiendo correctamente que la igualdad (incluyendo la igualdad de oportunidades) de la mujer con el hombre requería su integración en el mercado de trabajo. Y así fue.
Pero para que ello ocurriera se necesitaban dos intervenciones públicas. La primera, una enorme inversión en aquellos servicios que facilitaran a la mujer integrarse en el mundo del trabajo, tales como escuelas de infancia y servicios domiciliarios a las personas dependientes. Ello permitiría que la mujer pudiera compaginar sus labores familiares con su proyecto profesional. Y así ocurrió. Sugiero al lector que, en el caso de que visite Suecia, vaya a ver una escuela de infancia en cualquier lugar del país y verá lo que quiere decir escuela de infancia (lo que en España se llama «guardería», término horrible, que parece indicar que la función más importante de estas instituciones es la de guardar y aparcar a los niños y niñas). Y también le aconsejo que visite los servicios de atención domiciliaria a las personas con dependencia, que pueden alcanzar hasta cinco visitas al día. La otra condición para facilitar la integración de la mujer en el mercado de trabajo era reeducar al hombre y hacerlo corresponsable de las tareas familiares. Hoy, la mujer sueca trabaja 26 horas a la semana en tareas familiares, y el hombre 20. En España es 48 versus 8 y usted, lector, sabe quién hace las 48 y quién las 8.
Cómo conseguir mayor fertilidad
Hoy, Suecia es uno de los países con mayor porcentaje de la mujer en el mercado de trabajo (78.8% versus 58% en España y mayor fertilidad (1.9 niños por mujer versus 1.3 en España). La entrada de la mujer en el mercado de trabajo tiene muchas consecuencias positivas, además de contribuir a su liberación. Una es que aumenta la necesidad de crear más puestos de trabajo, pues lo que ella hacía en casa lo tiene que hacer a partir de entonces otra persona empleada (en limpieza, en lavandería, en restaurantes y en muchos otros servicios personales). Es más, el hecho de que aumente el porcentaje de la población que trabaja quiere decir que aumenta la demanda, y con ello la producción de bienes y servicios, generando la necesidad de crear más puestos de trabajo. Y, por último, el hecho de que haya más gente trabajando quiere decir que hay más gente creando riqueza y pagando impuestos.
Esta realidad es completamente ignorada por el pensamiento económico dominante, controlado por hombres de clase media alta (y mujeres que piensan como hombres, de la misma procedencia social). Creen que invertir en el AVE, que reduce el tiempo de viaje de Barcelona a Madrid en una hora sobre el tiempo anterior, es mejor para estimular la economía que construir escuelas de infancia o servicios domiciliarios (hoy el gobierno Rajoy está recortando en ambos). Y ahí está el problema, el enorme dominio del poder de clase y de género. Esta estructura de poder de clase, pudiente y machista, ve el Estado del Bienestar como un consumo y no como una inversión. En Suecia, uno de cada cuatro adultos trabaja en los servicios públicos, de los cuales los sociales (sanidad, educación, servicios sociales, etc.) son mayoría. En España es uno de cada diez (y en Catalunya ni llegamos a ello). Si aquí fuera uno de cada cuatro, tendríamos cinco millones más de puestos de trabajo, con lo cual habríamos eliminado el desempleo. Cuando el candidato socialista a la Presidencia del gobierno español, el Sr. Josep Borrell (que era, y es, profesor del Programa de Políticas Públicas y Sociales de la UPF, que yo dirijo), me pidió que le asesorara, sugerí que, en caso de que ganara las elecciones, estableciera lo que llamé el cuarto pilar del Estado del Bienestar (que complementaría los otros tres pilares: el derecho a la sanidad, a la educación y a las pensiones), y que consistiría en el derecho de acceso a los servicios de ayuda a la familia (en el que incluiríamos el acceso a las escuelas de infancia, por un lado, y a los servicios de ayuda a las personas con dependencia, por otro). Así apareció el cuarto pilar del Estado del Bienestar (ver mi artículo «El cuarto pilar del Estado del Bienestar», en Público, 15.10.09). Este, más tarde, bajo la administración Zapatero, se redujo a lo segundo, sin incluir lo primero.
La necesaria creación de empleo y su financiación.
El enorme déficit social de España es causa, entre otros, de la baja tasa de ocupación que existe en este país y su elevado desempleo. Como es predecible, el establishment político y económico (la clase pudiente y con mentalidad machista) no lo entiende. El Estado del Bienestar está muy poco desarrollado y financiado, y la base de ello es la pobreza del Estado, que contrasta con la riqueza del país. España tiene un nivel de riqueza semejante al promedio de la UE-15. Su PIB per cápita era el 94% del promedio de la UE-15 antes de la crisis. En cambio, el gasto público social per cápita era solo del 74% del promedio de la UE-15. Si hubiera sido del 94%, España se habría gastado 66.000 millones de euros más. Estas cifras muestran que España tiene este dinero Lo que ocurre es que el Estado (tanto central como autonómico y local) no lo recoge. Y ahí está parte del problema. La otra parte es que, mientras la mayoría de las personas que están en nómina pagan impuestos semejantes (ligeramente inferiores) a los que pagan sus homólogos en la UE-15, en cambio aquellos que derivan sus rentas del capital pagan unos impuestos mucho más bajos que los que derivan sus rentas, del trabajo. Y si a ello añadimos los fondos que el Estado deja de ingresar debido al fraude fiscal, el problema es mucho mayor. España tiene los recursos para ayudar a la mujer, a las familias, crear puestos de trabajo, y crear riqueza para el país. Lo que ocurre es que el Estado, tanto central como autonómico, no tiene la voluntad para enfrentarse con las clases pudientes y los grupos financieros y económicos que ejercen una enorme influencia sobre el Estado. Así de claro.
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