El imperio USA despliega una ofensiva para recuperar el «patio trasero» que se le escapa. La ofensiva se enmarca dentro del concepto que sus teóricos militares han denominado como una «guerra total» o de «espectro completo». Una estrategia de guerra no convencional que extiende su campo de acción a todos los niveles de la sociedad […]
El imperio USA despliega una ofensiva para recuperar el «patio trasero» que se le escapa. La ofensiva se enmarca dentro del concepto que sus teóricos militares han denominado como una «guerra total» o de «espectro completo». Una estrategia de guerra no convencional que extiende su campo de acción a todos los niveles de la sociedad objeto de agresión, y que pretende además ocultar la magnitud real de involucramiento del Estado interventor y la dimensión de los recursos que se utilizan.
Dentro de su carácter multidimensional, el concepto de «guerra total» incluye: a) la guerra económica, que abarca acciones de sabotaje para desarticular el funcionamiento del sistema económico (procesos inducidos de desabastecimiento, paralización del transporte, destrucción o inmovilización de planteles estratégicos, represalias financieras, bloqueo comercial, y otras). b) La movilización violenta y/o «pacífica» de grupos políticos y organismos sociales financiados y entrenados (cúpulas políticas y ONG mercenarias). c) Diseños selectivos de inteligencia, como el uso de francotiradores en las manifestaciones, asesinatos de dirigentes políticos del gobierno o de la oposición, o conspiraciones en el seno de las fuerzas armadas. d) Las declaraciones grandilocuentes del Estado agresor, acusando al país objeto de la agresión de constituir una amenaza para el orden mundial y para sus propios intereses. e) El intenso acoso mediático, que contempla el uso de las grandes corporaciones mediáticas para montar campañas sistemáticas de manipulación y desinformación. Y f), desde luego, en la estrategia está presente, como complemento o colofón, la agresión militar directa utilizando ya sea las fuerzas del Estado interventor, ya sea valiéndose de fuerzas mercenarias que pueden ser locales y/o foráneas.
El objetivo de este diseño no es el de una simple victoria militar, sino lograr a cualquier costo hacer inviable el proyecto político considerado como enemigo. Los poderes fácticos, titiriteros de las decisiones de Barak Obama, están dispuestos a convertir América Latina y el Caribe en un espacio alucinante de caos, devastación y expolio como el que observamos en Medio Oriente.
Venezuela es el centro de la ofensiva. Pero también se extiende a otros gobiernos que, en mayor o menor medida, han manifestado su voluntad de autodeterminación política, resistencia al implante neoliberal y apoyo a la unidad de Nuestra América («gobiernos populistas», en el léxico imperial – oligárquico), como Bolivia, Ecuador, Argentina o Brasil. Aquí también, en menor escala, están funcionando algunos de los componentes del expediente de «guerra total». El brutal y surrealista decreto de Obama declarando que Venezuela es una amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos, es el dispositivo más avanzado y agresivo de la ofensiva. Declaraciones semejantes precedieron, sólo para citar sucintamente algunos casos en Nuestra América, el golpe de Pinochet en Chile, la invasión «contra» en Nicaragua durante los 80, y la ocupación de la minúscula isla caribeña de Granada. Fuera de nuestro continente, precedieron las guerras de Kosovo, Afganistán, Irak, Libia y Ucrania. Evidentemente, que estas declaraciones por muy ridículas que se perciban desde cualquier visión lúcida de la realidad, se utilizan como mensajes intimidantes que anuncian el uso de la fuerza en su magnitud más destructiva. En la lógica del diseño de los titiriteros de Obama, se pretende aislar internacionalmente al gobierno del presidente Maduro, estimular las acciones de la oposición mercenaria interna, y crear una situación de caos y desgaste que justifique el paso hacia la intervención militar, cuyas variantes pueden ser flexibles y combinadas según la coyuntura: lo ideal sería un golpe como el de Chile en el 73, algo casi imposible en la Venezuela de hoy; en su defecto, una combinación de paramilitarismo colombiano y local con un modelo de intervención tipo Libia o Siria.
Sin embargo, el decreto Obama ha puesto en evidencia que algo ha cambiado cualitativamente en Nuestra América, después del paso por este mundo de ese torbellino purificador llamado Hugo Chávez. No obstante que estamos viviendo un reflujo de la onda política progresista, de los 33 Estados que conforman la comunidad de países latinoamericanos y caribeños, 27 Estados han censurado el decreto Obama y una gran cantidad de ellos demanda que ese decreto se anule. Sólo una minoría de Estados, los vasallos implacables, no ha condenado el decreto. Pero ninguno se ha atrevido a apoyarlo.
De los vasallos entre los vasallos, el campeón del vasallaje, da vergüenza reconocerlo, ha sido Costa Rica.
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