En los comentarios de la mayor parte de la prensa y en las declaraciones de los políticos y los llamados expertos, un fantasma (o más bien una pesadilla) recorre Europa. No es el fantasma del comunismo, sino más bien la pesadilla de los mercados financieros. Todos están pendientes de su respuesta, moderno oráculo capaz de […]
En los comentarios de la mayor parte de la prensa y en las declaraciones de los políticos y los llamados expertos, un fantasma (o más bien una pesadilla) recorre Europa. No es el fantasma del comunismo, sino más bien la pesadilla de los mercados financieros. Todos están pendientes de su respuesta, moderno oráculo capaz de condicionar e influir en las vidas de millones de personas, hacer caer un gobierno, forzar elecciones anticipadas o provocar la firma de documentos y pactos sociales de otro modo poco creibles entre firmantes igualmente sin credibilidad.
El biopoder de los mercados financieros ha aumentado considerablemente con la financiación de la economía. Si el el producto interior bruto mundial en 2010 ha sido de 74 billones de dólares, las finanzas lo superan: el mercado de obligaciones mundial vale 95 mil billones de dólares, las bolsas de todo el mundo 50 mil billones de dólares, y los derivados 466 mil billones. Conjuntamente (sin contar las actividades del mercado de valores y de crédito), estos mercados mueven una cantidad de riqueza ocho veces mayor que el producido en términos reales por la industria, la agricultura y los servicios. Este proceso, además de desplazar el centro de la valorización y de la acumulación capitalista de la producción material a la inmaterial y de la explotación del trabajo manual al cognitivo, ha dado origen a una nueva «acumulación primitiva», que, como todas las acumulaciones primitivas, se caracteriza por un alto grado de concentración.
Por lo que respecta al sector bancario, en 1984 los diez primeros bancos del mundo controlaban el 26% del total de la actividad, con el 50% en manos de 64 bancos y el otro 50% repartido entre los 11.837 restantes bancos más pequeños. Los datos de la Reserva Federal nos dicen que de 1980 al 2005 se han llevado a cabo cerca de 11.500 fusiones, una media de 440 al año, reduciéndose el número de bancos a menos de 7.500. En el primer trimestre de 2011, cinco SIM (Sociedades de Intermediación Inmobiliaria: JP Morgan, Bank of America, Citibank, Goldman Sachs, HSBC Usa) y cinco bancos (Deutsche Bank, UBS, Credit Suisse, Citycorp-Merrill Lynch, BNP-Parisbas) han obtenido el control sobre más del 90% del total de los títulos derivados: SWAPS sobre las tasas de cambio, los CDO (Collateral debt obligations) y los CDS (Collateral defauld swaps). Fuente: http://www.occ.treas.gov/
En el mercado de valores, las estrategias de fusiones y adquisiciones han reducido significativamente el número de las sociedades cotizadas. En 1984 las primeras diez sociedades con mayor capitalización bursátil, equivalente al 0,12% de las 7.800 sociedades registradas, detentaban el 41% del valor total, el 47% de los ingresos totales y el 55% de las ganancias registradas. En 2011, estos porcentajes se han mantenido casi inalterados, con la diferencia que tres de ellas (Merrill Lynch, Lehman Brothers y Goldman Sachs) se han fusionado a principios de 2008 o se han convertido en entidades bancarias (por ejemplo, la adquisición de Merrill Lynch por Citycorp) o, como en el caso de Lehman Brothers (y Bear Starney) han sido fallidas, favoreciendo así un ulterior proceso de concentración (Fuente: Reserva Federal).
En este proceso de concentración, el principal papel está en manos de los inversores institucionales (término con el que se indican todos los operadores financieros -las SIM, los bancos, las aseguradoras- que gestionan las inversiones financieras por cuenta de terceros: son hoy los que en los años 30 Keynes definía como los «especuladores profesionales»). En 1984, en relación con el mercado de los EE.UU., el valor de sus títulos, ascendía a cerca de 2,6 mil millones de dólares. A finales de 2007, según datos de la Reserva Federal, los inversores institucionales manejaban títulos por un valor nominal equivalente a 39 mil millones, el 68,4% del total. Es importante señalar que este porcentaje ha aumentado durante el último año, especialmente después de la difusión de los títulos de deuda soberana. Por ejemplo, en cuanto a la deuda pública italiana, alrededor del 87% está en manos de inversores institucionales, por encima del 60% en el exterior (a diferencia de lo que ocurre en Japón).
A partir de estos datos, podemos argumentar que en realidad los mercados financieros no son algo etéreo y neutral, sino que son una expresión de una precisa jerarquía: lejos de ser competitivos (creencia aparentemente confirmada por la alta flexibilidad de los «precios», flexibilidad que está sin embargo en la base de las ganancias), se confirman como fuertemente concentrados y oligopólicos: una pirámide, donde se ve, en la parte superior, a los pocos operadores financieros capaces de controlar más del 70% de los flujos financieros globales y, en la base, una miriada de pequeños ahorradores que tienen una función puramente pasiva. Esta estructura de mercado permite que unas pocas sociedades (en particular las diez, entre SIM y bancos citados anteriormente) sean capaces de dirigir y condicionar las dinámicas del mercado. Las agencias de calificación (a menudo en connivencia con las mismas sociedades financieras), además, ratifican, de manera instrumental, las decisiones oligárquicas que se toman una y otra vez.
Después de la crisis de las subprime en 2008-09, a partir de 2010, la especulación financiera ha puesto su punto de mira en las políticas del estado de bienestar. Su carácter de biopoder se ha acentuado aún más, incidiendo directamente sobre las formas de vida. Todo esto no puede extrañar, desde el momento que es precisamente la producción de los servicios sociales e inmateriales (salud y medicina-farmacéutica, educación, investigación, explotación de recursos naturales, comunicación y lenguajes, biogenética) el objetivo principal de la producción de plusvalía.
Lo que está sucediendo en las últimas semanas es la más clamorosa confirmación. El mecanismo especulativo se desarrolla según las siguientes fases, con variaciones en función del tipo de actividad financiera objeto de la atención especulativa.
Fase 1: En situaciones de extrema incertidumbre e inestabilidad (por tanto, en situaciones de normalidad financiera), algunos sectores (en referencia a los títulos privados) o algunos sistemas de welfare (en relación a los títulos sobreranos) pueden convertirse en objeto de interés especulativo, gracias a la presencia de algunos factores concomitantes que pueden acentuar la volatilidad. Esta volatilidad puede ser al alza (como, por ejemplo, en el caso de los títulos derivados del petróleo, durante el verano-otoño de 2010, o durante el nacimiento y desarrollo de un acuerdo financiero que da origen a una burbuja especulativa) o a la baja, como en la situación actual.
Fase 2. La intervención de las agencias de calificación, rebajando o aumentando la evaluación de riesgos utilizando parámetros ficticios, tiene como objetivo certificar oficialmente una situación de pánico o de euforia. En el caso de la deuda soberana (welfare), se trata siempre de situaciones de emergencia. Es difícil identificar el verdadero nexo de causa y efecto entre la rebaja de calificación de la deuda sobrerano y el inicio de su pérdida de valor. El punto, denunciado verbalmente en repetidas ocasiones, pero nunca seriamente afrontado en la agenda de los llamados «reformadores» de los mercados financieros (por ejemplo, el Foro de Estabilidad Financiera, dirigido por el nuevo gobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi), es la elevada connivencia entre las agencias de calificación y los grandes inversores institucionales, que frecuentemente solapan sus cargos en los Consejos de Administración, así como tienen intereses cruzados. En este sentido, la reciente rebaja de los bonos de los EE.UU. puede representar una prueba decisiva. Sea como sea, una vez inducida la fase de emergencia, se inicia la disminución del valor del título. Los primeros en vender son precisamente los grandes inversores institucionales. Por ejemplo, en los seis primeros meses de 2011, Deutsche Bank (entre las diez potencias financieras del mundo) ha reducido en un 88% su exposición sobre los bonos del estado italiano, reduciendo su cartera de valores de 8 mil millones a finales de 2010 a 997 millones de € en la actualidad (fuente: Financial Times), dando lugar al incremento en el diferencial entre los bonos italianos y los alemanes a diez años. Esta política de ventas ha afectado anteriormente a Grecia y también a otros países europeos, con reducciones a la exposición sobre Portugal, Italia, Irlanda, España y Grecia de casi el 70%. Cabe señalar que dichas ventas, llevadas a cabo escalonadamente, han precedido a los colapsos efectivos que dichos títulos han manifestado después realmente. En realidad, tal afluencia masiva de ventas se traduce inmediatamente en la caída de los precios de los bonos en cuestión, y por lo tanto en un incremento del «rendimiento» que deben garantizar para refinanciar la deuda nacional. De ello se sigue la ampliación de la diferencia de las tasas de interés con análogos títulos soberanos, considerados más seguros y menos volátiles (por lo general los bonos alemanes, americanos y japoneses, que aun teniendo una relación deuda/pib de más del 200% colocan más del 80% de sus propios títulos en manos nacionales).
Paso 3: Una vez proclamada la fase de emergencia, se debe correr a cubierto. En este caso, los Estados-nación se ven más o menos obligados a tomar medidas de control de la deuda pública y por tanto reducir el estado de bienestar en nombre de los dictados del pensamiento neo y social liberal, en función del color de los gobiernos, que se traducen, como sabemos y ya hemos analizado, en una reducción de la intervención pública y en el desmantelamiento de la protección social. Y no solo esto. El Banco Central Europeo se ve forzado, más allá de las disputas nacionalistas entre Francia y Alemania, a intervenir para introducir moneda ex nihilo con el fin de permitir el pago de las cuotas de interés. En el caso de Italia y España, siendo los dos países «demasiado grandes para quebrar», el riesgo de default ha de evitarse por completo, aunque la situación de emergencia siga dándose como posible y los mercados financieros puedan seguir especulando. Se trata, mutatis mutandis, del mismo riesgo corrido por los EE.UU. En las últimas semanas, para Italia y España, la emergencia ha funcionado, para los EE.UU., aún habiéndose evitado el riesgo de default «técnico», la presión especulativa-emergencial parece que está comenzando ahora con la rebaja de Standard & Poor’s. Una confirmación más de cómo los mercados financieros son mucho más facilmente maniobrables de cuanto pueda imaginarse y tienen mucho más poder que cualquier Estado-nación.
Fase 4. Una vez que la situación ha llegado al punto justo, siempre por la decisión de los inversores institucionales que condicionan a los mercados financieros, y se considera que los bonos soberanos han alcanzado la rebaja oportuna y una vez que han sido tomadas las medidas de política económica adecuadas en beneficio de los mercados financieros, la emergencia cesa como por arte de magia. Las compras comienzan, las bolsas se disparan y los inversores institucionales empiezan a comprar deuda soberana a valores mínimos. A los pocos días las ganancias de obtenidas son considerables. Se estima que después del primer ataque especulativo a mediados de julio contra de los títulos italiano, griego y español, con caídas de las bolsas de las principales plazas financieras de más del 7,8%, después del plan europeo de intervención extraordinaria de más de 110 mil millones de € en apoyo a Grecia, la recuperación ha sido tal para los índices bursátiles que han vuelto a los valores anteriores, con ganancias que han alcanzado niveles récord en unos pocos días, hasta para permitir a Goldman Sachs disfrutar de mayor liquidez que la mismísima Reserva Federal americana.
Cuando se especula a la baja, el momento tópico es, por tanto, la reversión de los índices bursátiles. Ese momento depende de muchos factores: en primer lugar, del grado de connivencia entre las sociedades financieras hegemónicas y, en segundo lugar, de las medidas que se tomen por las autoridades monetarias (BCE) y los gobiernos nacionales más sometidos a las presiones especulativas. Los recientes casos de EE.UU. y Europa son de manual. El riesgo de default «técnico» de los EE.UU. ha desviado temporalmente la atención de la presión especulativa sobre los países europeos a una mayor deuda pública. No obstante, ninguno de los principales especuladores ha creído nunca en la posibilidad de un default americano. Este riesgo, sin embargo, ha obtenido los resultados esperados, imponiendo restricciones sobre el presupuesto público americano en materia de gasto social y favoreciendo el incremento de liquidez monetaria para apoyar a los mercados financieros. No es muy diferente la situación europea. Los distintos gobiernos europeos, sometidos a presiones especulativas, han adoptado políticas fiscales de «sangre, sudor y lágrimas». Algunos, como España, han decidido convocar elecciones anticipadas, para intentar así disuadir la presión especulativa en la perspectiva de una victoria electoral de fuerzas más conservadoras. Otros, como Italia, han puesto en marcha medidas restrictivas de gran alcance, pero con efecto no inmediato sino en el bienio 2013-14 (paquete fiscal de 80 mil millones de dólares, de los cuales más del 70% se concentra, precisamente, en el período 2013-14, una vez terminada la actual legislatura). Después de la intervención en apoyo a Grecia y de la decisión del BCE de comprar en el mercado secundario títulos públicos principalmente bonos españoles y portugueses, no es sorprendente que el objetivo más lucrativo de la presión especulativa sea Italia, independientemente de su situación económica (que de todos modos no es de las mejores, especialmente en términos de distribución de la renta y capacidad de inversión). Las expectativas especulativas están centradas en una nueva intervención del BCE, capaz de inyectar nueva liquidez con el fin de revitalizar los mercados financieros, o en la redefinición de los paquetes fiscales. Y estas medidas no se han hecho esperar.
El BCE, por el momento (8 de agosto de 2011), aún no se ha mostrado en disposición de una intervención extraordinaria para España e Italia, al igual que en varias ocasiones sí ha llevado a cabo para Grecia, Irlanda y Portugal. Se ha limitado solamente a declarar la compra de un mayor número de títulos italianos. El gobierno italiano, dentro de una reencontrada concertación social (quizá todavía más peligrosa que la especulación financiera) se ha apresurado a aceptar los dictados de los mercados financieros: anticipo de la mayor parte del paquete presupuestario anual con el presupuesto equilibrado no ya en el 2014 sino en el 2013; inclusión en la Constitución de la obligación de equilibrar el presupuesto público, tal como queda sancionada en el art. 105 del Tratado de Maastricht a nivel europeo la vinculación de una tasa de inflación no superior al 2%; desmantelamiento y privatización del estado de bienestar. Estas medidas serán acompañadas después por un ulterior proceso de liberalizaciones y de precarización del mercado de trabajo, pidiendo más sacrificios a las partes sociales, en nombre de la emergencia nacional.
Como ya hemos argumentado en otra ocasión (http://uninomade.org/la-
Los grandes inversores institucionales saben perfectamente todo esto. La consecución de un presupuesto equilibrado en Italia o en otros países europeos no les interesa. Lo que les interesa es, en primer lugar, que el espacio para la especulación financiera a la baja se permanezca siempre abierto y, en segundo lugar, que la nueva liquidez fluya continua y constantemente inyectada en el circuito de los mercados financieros, a fin de aumentar la solvencia de las transacciones. Finalmente, en tercer lugar, que se garantice el pago de las cuotas de interés.
Por tanto, la actividad especulativa siempre está en acción. Si temporalmente no interviene en Europa, siempre puede intervenir sobre el mercado valores o los derivados de las materias primas o sobre los títulos del estado americano (como parece ahora evidente, vista la degradación de la deuda de EE.UU. por parte de Standard & Poors en estos días) o viceversa.
Se trata de un mecanismo que nada tiene de parasitario, al contrario. Dado que ya no están vigentes los acuerdos de Bretton Woods, los mercados financieros establecen de modo independiente y supranacional el valor de la moneda, sobre la base de las jerarquías y las expectativas que los especuladores institucionales determinan cada vez. La ubicuidad de los mercados financieros sobre la vida económica y social de los habitantes de la tierra (desde los campesinos del Sur a los trabajadores y a los precarios del Este y Occidente, de los estudiantes a los migrantes) es tal que el acceso a porciones (cada vez más decrecientes) de riqueza está condicionado directamente e indirectamente por los efectos distributivos y deformantes que los mismos mercados financieros generan. Aquí está su biopoder y su governance. Cada euro de ganancia generada virtualmente en la actividad especulativa tiene consecuencias reales sobre la economía de alrededor de un 30% (según los datos del BRI), poniendo en marcha un multiplicador financiero que incide directamente sobre la capacidad de inversión y distribución de la renta que esta en la base del actual proceso de acumulación. De hecho ese 30% es creación neta de dinero, al margen de cualquier forma de signoraggio estatal existente hoy en día. La producción de dinero por medio de dinero implica una nueva ley del valor y una nueva norma de explotación (ver http://www.ephemeraweb.org/
Frente a este contexto, es necesario trabajar para reducir el campo de acción de los mercados financieros: no mediante la ilusión de su reforma, sino mediante la constitución de un contapoder, capaz de erosionar su eficacia. Es necesario romper el circuito de la especulación financiera (sobre todo cuando es a la baja) golpeando la fuente de sus beneficios, o favoreciendo la total devaluación de los títulos que están cada vez en el centro de la actividad especulativa. Este objetivo sólo puede lograrse a través de un instrumento: el impago de los intereses (o su dilación temporal) y la declaración del default (quiebra). De este modo, el instrumento mismo de la especulación sería menor: la deuda pública se convertiría en consecuencia en papel mojado, junk bonds o bonos basura. Los inversores institucionales especulan sobre el riesgo de default pero son los primeros que no lo quieren. Por supuesto, la especulación se desplazaría a otra parte, creando nuevas emergencias, pero al menos no tendría bajo su punto de mira el estado de bienestar, sobre todo si se persiguiese una estrategia de default controlado, o acompañada a nivel europeo y en coordinación con la Reserva Federal por una política común de gestión de la crisis, con el objetivo, no solo para crear un fondo de intervención en apoyo de los países en dificultades, sino sobre todo emitir eurobonos capaces de sustituir la deuda soberana en default por tasas fijas de interés y controlar la libre circulación de capitales.
De hecho, esta perspectiva ya ha sido experimentada parcialmente con Grecia. Precisamente, debido al riesgo de default, los bonos del estado griego han sido convertidos en bonos basura perdiendo más del 70% de su valor. Esta situación ha hecho necesario un plan extraordinario de intervención europea para evitar efectos negativos sobre el euro. Este plan, sin embargo, en vez de financiarse con la emisión de nuevos títulos garantizados por el BCE capaces de sustituir a los griegos a una tasa de interés determinado sobre la base de las tasas libor o del tipo oficial de descuento, se ha limitado a proporcionar la liquidez necesaria para que los bancos acredores puedan compensar de alguna manera las pérdidas sufridas por la devaluación de los títulos. De esta manera, se ha proporcionado savia nueva a la especulación financiera.
El derecho al default ya está en marcha. Esta es la única respuesta política adecuada, así que conviene tomar nota.
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