Los procesos de cambio en las sociedades han sido estudiados y comparados durante por lo menos un siglo, por distintos escritores y pensadores y con distintas visiones. Los cambios bruscos que producen modificaciones profundas en la estructura del poder en las sociedades, han sido llamados revoluciones. Uno de los trabajos más esclarecedores respecto de […]
Los procesos de cambio en las sociedades han sido estudiados y comparados durante por lo menos un siglo, por distintos escritores y pensadores y con distintas visiones. Los cambios bruscos que producen modificaciones profundas en la estructura del poder en las sociedades, han sido llamados revoluciones.
Uno de los trabajos más esclarecedores respecto de este proceso fue la investigación desarrollada por el sociólogo canadiense Crane Brinton, plasmada en un libro titulado «Anatomía de la revolución». A partir del análisis comparado de cuatro grandes procesos revolucionarios en la historia de nuestra Cultura Occidental y partiendo de que cada proceso social es diferente -con distintas características y fuerzas interactuantes- el estudio buscó características comunes que permitieran entender el fenómeno «revolución».
La parte más importante de las conclusiones de esta investigación está referida a la forma en que el poder fluctúa en una sociedad en condiciones revolucionarias. Toda revolución es el producto de una explosión carentemente «espontánea» por parte de las mayorías oprimidas por las elites dominantes. En un primer momento estas mayorías toman para sí el poder y producen un derrumbamiento de las estructuras sociales que permitían la situación anterior. Los hombres y mujeres comunes se vuelven protagonistas de la historia, asumiendo por sí mismos su destino. Sin embargo esta situación parece ser de un equilibrio inestable. En una revolución triunfante aparecen inmediatamente grupos sociales (que podían ya existir, oponiéndose al poder establecido, o pueden irse formando en el propio proceso) que van convirtiéndose en los «ejercedores» del poder social.
Una vez que la revolución ha triunfado, se producen luchas internas por hacerse del poder, que generalmente terminan en la consolidación de un nuevo estamento que se hace cargo del manejo de la sociedad. Poco a poco o bruscamente el ejercicio de la «democracia de todos» producido por la explosión social va perdiendo impulso y el resultado final es la aparición de una nueva «clase social» que sustituye a la dominante en el anterior sistema. La revolución se institucionaliza y reprime toda tendencia a proseguir los cambios que habían esperanzado a las grandes mayorías. Un claro ejemplo de este fenómeno se ve en la revolución mexicana, que termina con el absoluto dominio del PRI (el partido «institucional» de la revolución). La horizontalidad en el ejercicio del poder lograda al principio se convierte en una nueva verticalidad, aparecen los síntomas de sectarismo, de ejercicio autoritario, de exclusión y «purificación» de los nuevos estratos dirigentes. Las purgas stalinistas que empezaron a partir de los «Juicios de Moscú» son el ejemplo extremo de esta situación.
Desde el propio comienzo de los procesos de lucha social en el siglo XIX esta situación fue clara para algunos individuos. En la Primera Internacional, Mihail Bakunin, enfrentándose con Carl Marx, explicaba que proponer la «dictadura del proletariado» significaba generar una «dictadura de algunos proletarios» y que esto promovería la creación de una nueva clase social que se institucionalizaría y burocratizaría, deteniendo -y hasta anulando- el proceso revolucionario (estaba intuyendo la situación que se daría un siglo después en la Unión Soviética). También León Trotzky en su enfrentamiento con ideológico con Joseph Stalin, propuso la «revolución permanente» como una forma de evitar esa cristalización de la revolución. En la década de los 60 del siglo pasado, Régis Debray, afirmando las posiciones de Ernesto Guevara, habló de la «revolución en la revolución» como forma de seguir adelante en la búsqueda de una nueva sociedad.
Pero como la historia es un sistema abierto, no determinista, que se va generando a partir del estado de cada sistema y a las diferentes fuerzas que en él interaccionan, sin regirse por leyes absolutas (las cuales hoy no existen hoy ni en la física); este proceso de cristalización no tiene porque ser inevitable. Un ejemplo de ello parecen ser los últimos acontecimientos de la Revolución Cubana, que aparentan mostrarnos un proceso social que se mantiene dispuesto a conservar en su seno el impulso de cambios para seguir mejorándose.
Todo proceso revolucionario parece encontrarse siempre en el delgado filo de una navaja, arriesgándose en su transcurrir a perder el equilibrio y caer hacia su cristalización o peor aún, hacia el retroceso. La Revolución Francesa que tumbó a la monarquía absolutista terminó en el Imperio de Napoleón Bonaparte. Nuestro proceso bolivariano no está exceptuado de esta tensión.
¿Nos mantenemos en el filo de la navaja?.
La pérdida del equilibrio de los procesos revolucionarios no parece estar generada exclusivamente por los factores externos, desde dentro surgen los factores más importantes que conducen hacia su cristalización. Es posible que los factores externos colaboren, pero generalmente sirven sobre todo para justificar internamente la progresiva pérdida de poder colectivo y la verticalización del poder en la revolución. El cerco de las potencias europeas le fue útil a Stalin para consolidar su férreo poder absolutista en la sociedad soviética, el expansionismo alemán estuvo siempre presente en el discurso de los sucesivos conductores de la Revolución Francesa.
En el proceso bolivariano parecen aparecer síntomas de estos factores internos, analicemos algunos de ellos.
A diferencia de las revoluciones analizadas por Brinton en las que el movimiento revolucionario sacude y destruye el aparato estatal existente, en Venezuela los cambios surgen de un movimiento social que se hace cargo del mismo. Este estado heredado tiene un alto grado de burocratización y corrupción que lo califica como un sistema ideal para mantener e impulsar la contrarrevolución. Y no sólo por la explicación superficial de que el grueso de los funcionarios vienen del sistema anterior, sino porque existen leyes, procedimientos, costumbres y formas de hacer las cosas que no ha sido posible modificar significativamente en los nueve años de proceso bolivariano.
Con respecto al grado de burocracia, un solo ejemplo puede ser paradigmático de algo que se repite con distintos matices en todas las instituciones públicas. En el Centro Simón Bolívar, el expediente que acompaña cada cheque de pago emitido (y se emiten miles mensualmente) tiene un espesor de 40 a 50 folios. Cada vez que un proveedor tiene que retirar un cheque de pago, debe adjuntar nuevamente un paquete de solvencias, el mismo para cada pago, a fin de alimentar ese expediente.
Las Misiones fueron una respuesta provisional ante esta rigidez burocrática, pero una de las razones por las que han ido perdiendo su efectividad es que se han ido burocratizando (y corrompiendo) progresivamente en la medida que se han ido institucionalizando. El by pass que representaron al rodear la estructura establecida va perdiendo efecto al irse integrando a ella.
El factor de la corrupción sigue estando omnipresente en toda la estructura del estado. La comisión para el funcionario que «facilita» los trámites es de rigor en la mayoría de las instituciones públicas. Si bien es cierto que la corrupción no es un problema de gobierno, sino que es una pauta cultural que ha venido desarrollándose en nuestra sociedad desde hace más de medio siglo, así como también es cierto que las pautas culturales necesitan un tiempo mayor al de uno o dos períodos de gobierno para ser modificadas, sin embargo sí es posible generar una política anticorrupción que comience a moderar sus efectos atacando su impunidad. Recordemos como ejemplo en Cuba el fusilamiento del general Ortega (héroe de la revolución) al probarse su relación con el tráfico de drogas.
La impunidad es la gasolina que le permite a la corrupción mantenerse y crecer. El gobierno bolivariano no parece haber podido desarrollar una política efectiva para combatirla. Si bien parece ser real que se han destituido funcionarios y algunos de ellos han terminado en la cárcel, el silencio público de estos hechos no ha permitido desarrollar una matriz de opinión que combata la percepción de impunidad. Es posible que esto esté relacionado con las dificultades que el proceso bolivariano ha tenido en generar una política comunicacional efectiva, o puede que existan además otros agentes internos que no son del dominio general para explicar estas dificultades.
Estos dos factores, la burocracia y la corrupción son un excelente caldo de cultivo para la formación de una nueva clase social que está acaparando el poder desde la estructura del estado, desarrollando también un poder económico paralelo. Algunos analistas serios, que apoyan al proceso bolivariano (tanto en el exterior como en el sector interno, entre los que podemos nombrar a Eleazar Díaz Rangel o a Javier Biardeau) están hablando del nacimiento de una nueva «boliburguesía».
No nos atrevemos a afirmar que esto ha acontecido, pero algunos síntomas son preocupantes. El PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) parece ser la respuesta a la necesidad de constituir una institución social y política que permita el ejercicio del poder de las grandes mayorías. Sin embargo el que el 78% de los delegados a su congreso fundacional sean ex integrantes del MVR (Movimiento Quinta República) no parece colaborar demasiado en este objetivo. Igualmente significativa es la forma en que se ha empezado a manejar el poder dentro de un partido en constitución, con una dirección provisional nombrada desde la cima, que se inaugura respondiendo a las denuncias del diputado Tascón con una respuesta singularmente represiva, sin permitir el derecho a la defensa (aunque parece tender a rectificarse). Quedando claro que no estamos tomando partido por esas denuncias, sino que analizamos la forma en que han sido manejadas como representativa.
Del mismo modo, los cambios evidentes en el estilo de vida de muchos de los funcionarios públicos, con una ostentación de vestimentas y vehículos de alto lujo, grupos de guardaespaldas que van más allá de la seguridad necesaria, así como su progresivo alejamiento del contacto con las gentes, van configurando una sintomatología que aspiramos no sea determinante.
La forma en que el aparato de gobierno parece no contar con los cuadros de recambio necesarios se trasluce en los sucesivos «enroques» que se han repetido en los últimos tiempos. Es posible que tenga que ver con el alejamiento progresivo del gobierno de todo aquel que no represente un «cuadro incondicional», lo que promueve también la formación de un grupo «selecto» de dirigentes.
Luego de los resultados del referéndum del dos de diciembre de 2007, el presidente Chávez ha propuesto las tres erres (revisión, rectificación y reimpulso) para combatir la evidente pérdida de votantes. Parece ser el camino correcto, sin embargo las dos últimas erres dependen sustancialmente de resolver la primera. Un proceso de revisión debe partir de una seria autocrítica, de la determinación cruda de los posibles errores cometidos y de la asunción de los mismos como base de una nueva conducta acertada. Hasta el presente, las tres erres parecen haberse asumido desde un mero punto de vista formal, las conductas anteriores se están repitiendo y no se hace evidente un cambio significativo (un golpe de timón) en la dirección del proceso.
El futuro está abierto.
Con estas consideraciones no estamos planteando un panorama apocalíptico, las reflexiones precedentes (que pueden estar equivocadas) son sobre todo un llamado a tener en cuenta de que los peligros para el proceso bolivariano no están sólo en los enemigos externos, sino que pueden encontrarse en su propio seno.
Si somos capaces de asumirlos y tomar decisiones y actitudes que los hagan retroceder, seguiremos creando una nueva alternativa para nuestra sociedad. La única manera de poder lograrlo es manteniendo abierta la posibilidad de la discusión y la inclusión de las opiniones y visiones diferentes que enriquezcan el proceso y tomando decisiones creativas, que generen cambios en el rumbo actual.
El peligro mayor de perder el equilibrio en el filo de la navaja está siempre presente en un proceso de cambios. Queremos colaborar en mantenerlo, aún a riesgo de que alguien nos pueda tildar de traidores. Este es un riesgo que quienes creemos profundamente en que el mundo puede cambiar y que están en nuestras manos lograrlo, estamos siempre dispuestos a asumir.
E-mail: [email protected]