La profunda crisis sistémica que vivimos, alimentada por la delincuencia financiera mundial, está teniendo también una incidencia notable sobre las políticas globales de ayuda al desarrollo, que en muchos países como en el nuestro viven un auténtico proceso de voladura controlada y deliberada . De esta forma, las políticas públicas de ayuda al desarrollo atraviesan […]
La profunda crisis sistémica que vivimos, alimentada por la delincuencia financiera mundial, está teniendo también una incidencia notable sobre las políticas globales de ayuda al desarrollo, que en muchos países como en el nuestro viven un auténtico proceso de voladura controlada y deliberada . De esta forma, las políticas públicas de ayuda al desarrollo atraviesan el proceso de cambio y transformación más importante desde que fueron formuladas, que va más allá de reajustes económicos, al experimentar una auténtica reconversión política, ideológica e instrumental que afecta a procesos morfológicos e instrumentales de un enorme calado.
No son solo recortes lo que está contribuyendo a desdibujar las políticas globales de ayuda al desarrollo, sino su progresivo y deliberado deterioro de la mano de intereses económicos, políticos y comerciales abrasivos que transforman de forma acelerada los paradigmas esenciales sobre los que han avanzado las políticas de solidaridad internacional.
Es cierto que desde que se inició la maldita hipercrisis mundial, las políticas mundiales de ayuda al desarrollo han sufrido en muchos países profundos recortes y reajustes, cuando no un profundo cuestionamiento sobre su papel y funcionalidad. Pero hay que dejar claro que este proceso no está teniendo la misma intensidad en todos los países y sociedades , delimitando de forma muy nítida Estados y sociedades anémicas, en las que el proceso de crisis económica se ha convertido en un formidable vendaval social e institucional; frente a otros países y sociedades éticamente fuertes, moralmente vigorosas, económicamente saludables y socialmente más equilibradas.
Así las cosas, todo el entramado doctrinal e institucional sobre el que se ha venido levantando la Ayuda Oficial al Desarrollo ha saltado por los aires, de la mano de las políticas de austeridad y consolidación fiscal que se promueven en muchos países, pero también como consecuencia de procesos especulativos de dimensión mundial. De tal manera que acabamos por convivir con el hambre como un residuo de nuestro bienestar, mientras hemos incluido a los alimentos en las dinámicas especulativas del capitalismo de casino cuyos resultados devastadores estamos viviendo con toda su crudeza, como bien señalan autores como Jean Ziegler , en su obra «Geopolítica del hambre».
No es casual, por ello, que desde que se iniciara la crisis sistémica en 2008 se hayan desencadenado una serie de procesos íntimamente relacionados, que al tiempo que profundizan los procesos de empobrecimiento global, aumentan la necesidad de promover instrumentos de desarrollo de alcance también mundial. Y entre ellos, podemos destacar: la persistencia y crecimiento del hambre en el mundo; una progresiva reducción de los recursos en las agencias encargadas de paliarlo; al tiempo que el precio de los alimentos esté aumentando de forma vertiginosa; convirtiéndose a los alimentos en objeto de especulación financiera en los mercados de valores y fondos de inversión, agudizando con ello un nuevo neocolonialismo agrario. Analicemos rápidamente cada uno de estos elementos.
La persistencia y el crecimiento del hambre en el mundo es un factor palpable e inequívoco de pobreza extrema , obra de decisiones y cálculos humanos, en lugar de ser una maldición divina sobre la que tenemos que resignarnos, como se nos presenta. El mundo tiene una sobreabundancia de alimentos que están sometidos a un control monopolístico cada vez mayor por un reducido número de multinacionales, quienes fijan los precios mundiales y controlan cantidades cada vez más gigantescas de stocks, como la multinacional Cargill, que controla, junto a las empresas también estadounidenses Bunge y Archer, el 90% del comercio mundial de granos . Frente a ello, la desnutrición y el hambre afectan a 870 millones de personas en el mundo , de las cuales 100 millones sufren un hambre extrema que pone en riesgo su vida, 44 millones más que en 2008. Cifras siempre polémicas, hasta el punto que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) eleva el número hasta los 925 millones de personas.
Así las cosas, resulta llamativo que al mismo tiempo se produzca una progresiva reducción de los recursos en las agencias especializadas encargadas de paliarlo . Así, desde 2008 a 2010, el Programa Mundial de Alimentos ha visto disminuir sus presupuestos casi a la mitad, de 6.000 millones de dólares a 3.200, a pesar de los repetidos llamamientos para atender hambrunas como la del Cuerno de África, la primera gran hambruna del siglo XXI que afecta a 3,7 millones de personas en una situación de desnutrición extrema. Con ello se impide comprar alimentos esenciales para los 17 campos de acogida existentes en esta región , dos de los cuales acogen 130.000 personas en Etiopía y otras 380.000 en Kenia en el campo de refugiados de Dadaab , considerado el mayor del mundo, donde se rechaza diariamente la entrada a miles de personas ante la incapacidad de atenderlos, mientras sus trabajadores contabilizan miles de muertos por desnutrición cada jornada.
No es así casual que, simultáneamente, el precio de los alimentos esté aumentando de forma vertiginosa, contribuyendo a aumentar el hambre, la pobreza y la desnutrición mundial. Tengamos en cuenta que según estimaciones de las agencias de desarrollo, tres cuartas partes de la población mundial dedicarían más del 80% de sus ingresos a alimentarse. Efectivamente, desde que se inició la crisis, los precios mundiales de los alimentos no han parado de crecer. Solo en el último año han aumentado un 29% de media, si bien, algunos alimentos básicos lo vienen haciendo de manera alarmante. Como ejemplo, el maíz ha crecido un 98%, el trigo y la harina un 100% y el azúcar otro 80%, según el Observatorio Mundial de Alimentos del Banco Mundial.
Como factor desencadenante, se ha convertido a los alimentos en objeto de especulación financiera en los mercados de valores y fondos de inversión , hacia los que se han dirigido fabulosas cantidades de dinero que han salido de fondos de inversión y activos inmobiliarios, para acabar en los mercados mundiales de materias primas. Con ello, el hambre acaba cotizando en la Bolsa de Chicago y en los Mercados de Futuros, donde los grandes Bancos y Hedge Funds más poderosos especulan no solo sobre los alimentos existentes como si fueran un activo especulativo más, sino sobre las cosechas futuras y no plantadas todavía ( Speculation in food commodity markets ).
Estas dinámicas, agudizan un nuevo neocolonialismo agrario por medio del cual, las tierras se convierten en un factor de especulación más, despojándose a muchos países y poblaciones de sus campos cultivables. Efectivamente, en los últimos años, 41 millones de hectáreas cultivables han sido acaparadas por grandes fondos de inversión mundial y multinacionales, casi tres veces la superficie cultivable existente en España. Japón ha adquirido tierras cultivables en una superficie que triplica la superficie del país; Corea del Sur, la equivalente a la suya; así como otros países como Arabia Saudí, Kuwait, Bahréin, Emiratos Árabes y especialmente China, afectando gravemente a países pobres de África (Zambia, Tanzania, Uganda, Madagascar, Mozambique, entre otros) y Asia (Filipinas, Birmania y Pakistán entre los más destacados). Todo ello hunde aún más la agricultura local en estos países, dificultando la soberanía alimentaria de sus habitantes. El axioma es sencillo: menos tierra cultivable significa más hambre .
Cada vez parece más necesario que la política, la buena política, se anteponga a los intereses económicos espurios que hacen del hambre y la pobreza un objeto más de especulación salvaje. Por ello, la ayuda al desarrollo tiene plena vigencia hoy día, para evitar que las tragedias calculadas acaben por convertirse en pesadillas con las que acabemos por convivir cómodamente.
Carlos Gómez Gil , es Director del Máster Interuniversitario en Cooperación al Desarrollo de la Universidad de Alicante, y profesor en el Departamento de Análisis Económico Aplicado de esta Universidad.
@carlosgomezgil