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El delito de ser inmigrante

Fuentes: Rebelión

1789: Libertad, Igualdad, Fraternidad. 2008: Ilegalidad, Persecución, Expulsión. En algo más de dos siglos, el rostro de la patria de la libertad de todas las personas, la igualdad de hombres y mujeres, la fraternidad entre los seres humanos, se ha transformado en el régimen dictatorial contra ciudadanos del mundo que buscan tener un futuro. Expulsados […]

1789: Libertad, Igualdad, Fraternidad. 2008: Ilegalidad, Persecución, Expulsión. En algo más de dos siglos, el rostro de la patria de la libertad de todas las personas, la igualdad de hombres y mujeres, la fraternidad entre los seres humanos, se ha transformado en el régimen dictatorial contra ciudadanos del mundo que buscan tener un futuro. Expulsados de sus países empobrecidos, por la voracidad de las naciones ricas como Francia, hombres y mujeres de América Latina, de África, del Medio y del Lejano Oriente, se encuentran ante la imposibilidad de vivir en la nada.

Francia, Europa y Estados Unidos han declarado la guerra contra los pobres. Para hacerlo, patrullan las fronteras con orden de disparar a matar, levantan sólidos muros que avergüenzan, allanan domicilios en busca de «ilegales», los expulsan sin derecho a reclamo e incluso van a prisión. El delito es ingresar sin permiso. Cuando lo pidieron, se les negó.

¿Dónde quedó el derecho de libre tránsito que inscribe la Declaración Universal de los Derechos Humanos? Se ha convertido en otro papel más, como el juramento hipocrático o el decálogo ético de los abogados, que se ondea en los días conmemorativos y luego se olvida, porque no tiene relación con la vida cotidiana, con la realidad. El derecho al libre tránsito, no existe. Las embajadas cobran para tramitar un permiso que, en el 90 % de los casos, niegan sin devolver la tarifa.

Resulta, entonces, que los bolivianos, pongamos por caso, además de estar en la pobreza para permitir el derroche de los países enriquecidos, deben costear buena parte del gasto de la representación de esos gobiernos. Agreguemos que también pagamos sus casas culturales que, supuestamente, se abren para promover el conocimiento de sus culturas; pero ese es otro tema que otro día comentaremos.

Las libertades abolidas

 

La libertad de las personas, para ir de un lugar a otro, dentro de un país o traspasando las fronteras, ha sido abolida por disposición de las grandes potencias. No se trata de un ajuste debido a la multiplicación de la especie humana. Porque, después de doscientos años, podría decirse que la libertad de tránsito fue proclamada cuando todos los seres humanos que vivían en este planeta apenas sobrepasaban los 500 millones y los medios de transporte eran tan primitivos, que se precisaban meses para ir de un país a otro.

Pero, cuando esos derechos fueron ratificados por Naciones Unidas, hace 60 años, aquel argumento queda obsoleto; entonces, habrá que sostener otro planteamiento: había terminado la devastadora Segunda Guerra Mundial, el mundo debía expresar sus mejores sentimientos de libertad, igualdad y fraternidad, había necesidad de fuerza de trabajo para reconstruir. Ahora, ya no pueden aceptar que esos sucios, malolientes, desastrados, sin dinero y además pedigüeños entren a los países civilizados, decentes y adinerados, afeando sus calles y deformando sus refinadas costumbres.

Sin embargo, no podemos olvidar que, hasta ayer, los migrantes ilegales eran recibidos sin mayores complicaciones. ¿Por qué? Sencillamente se precisaba mano de obra barata para hacer el desarrollo y avanzar en el progreso. Hoy, cuando todo indica que comienza la recesión, el inmigrante es acosado. De nada sirve toda su contribución al progreso de aquel mundo enriquecido con nuestros recursos.

Las libertades permitidas

 

Otra cosa distinta es el libre tránsito de capitales. Todo el dinero que pueda salir de estos pobres países, no necesita visado, ni permiso de ningún tipo. Es más: exigen que nuestros gobiernos supriman cualquier tipo de trabas para este tipo de tránsito. Pero eso no es suficiente: los capitales que vienen desde allí, deben recibir garantías para volver a su origen, para invertir con ventaja sobre los locales, para ganar sin restricciones. Aún más: debe haber un compromiso firme de que serán indemnizados si no obtienen las ganancias que habían calculado.

Sus ciudadanos, hombres y mujeres, deben merecer el mismo respeto cuando se dignan visitarnos. Esa es la ley que imponen los países ricos sobre las naciones empobrecidas.

El trato

 

Proponemos un acuerdo. Compren nuestros productos a precio justo. Terminen con el despilfarro y vivan sin derroche. Lo que producimos en Bolivia es para todos. Muy bien. Entonces, para todos debe ser lo que produce, por ejemplo, Francia, Italia o Alemania. Si no es así, pongamos la regla de ustedes, por igual: el ingreso de nuestros productos a sus países, tiene una franja libre, con topes. Hagamos lo mismo con los productos que ustedes nos envían. Establezcamos precios comparativos: un artículo cuesta tantas horas de trabajo y determinemos el mismo valor al trabajo de los bolivianos y de los estadounidenses.

De ese modo, disminuirá inmediatamente el tránsito de personas que buscan mejores condiciones de vida. ¿Por qué las buscan en sus países? Porque ustedes se llevan la riqueza de nuestras naciones a bajo precio.

Hagamos un trato justo y el mundo estará mejor.