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El desánimo del colibrí

Fuentes: Rebelión

Aletean sin descanso para poder comer y comen para seguir aleteando. Despiadada es la economía del colibrí. Puede uno imaginarlo, porque lo ha vivido. Millones de trabajadores en este mundo saben lo que es la economía del colibrí. Ese vivir permanentemente en el aire, sin permitirse el descanso, para extraer la energía justa para seguir […]

Aletean sin descanso para poder comer y comen para seguir aleteando. Despiadada es la economía del colibrí. Puede uno imaginarlo, porque lo ha vivido. Millones de trabajadores en este mundo saben lo que es la economía del colibrí. Ese vivir permanentemente en el aire, sin permitirse el descanso, para extraer la energía justa para seguir pataleando. Y si algo, por mínimo que sea, altera ese circuito infernal, el pajarito se viene abajo. Igual que las personas. El caso es que el zumbido característico de la economía del colibrí ha cesado. Silencio. El colibrí se desplomó.

Algo parecido le esta sucediendo a las personas, las de las vidas aceleradas del trabajo temporal, precario, de crédito circular – pido prestado para pagar deudas- , que han dejado de producir el ruido de la agitación permanente para sumergirse en el inquietante silencio de la parálisis (4.123.300 personas en paro según la Encuesta de Población Activa del tercer trimestre. 1.524.600 más que hace un año). O como señala el informe de noviembre del Banco de España, los trabajadores sin trabajo se han «desanimado». Ya ni buscan trabajo, se borran de la lista de aspirantes, lo que alivia la cola -paradoja- de parados. La mayoría son hombres de menos de 40 años. Los colibríes en su esplendor se ha rendido y ya no quieren ni aletear.

Otros, algo más afortunados, sobrevuelan en la «economía zombie», como define el Global Europe Anticipation Bulletin (www.leap2020.eu) a las instituciones públicas y privadas que en verdad están muertas, -pero que siguen palpitando gracias a la transfusión de las cada día más flacas gallinitas estatales – y que representaría el 30% de las economías occidentales. Y cuando las gallinitas se sequen, también ellos se precipitarán al áspero desierto de los 1.136.500 hogares donde NADIE trabaja o las 256.000 familias que no tiene NINGÚN ingreso (2,6 veces mas que en 2007. INE).

Pero no estarán solos. Colibríes humanos de todo el mundo se están desplomando. Oficialmente, unos 240 millones. Juan Somavía, director de la Organización Internacional del Trabajo OIT lo dice muy claro: «Somos testigos de un aumento sin precedentes del número de desempleados y de trabajadores susceptibles de caer en la pobreza en todo el mundo». Tan claro como lo advirtió Jeremy Rifkin en «El Fin del Trabajo» o la amenaza de ser «población sobrante» -hay demasiados colibríes- del «Informe Lugano» de Susan George y que nos erizó las plumas cuando se publicaron hace años. Hoy parece que ese futuro ficción va tomando forma de presente.

Y casi todos sin decir ni pío. Como pollos desconcertados rumbo a a la descarga eléctrica. Sin defensa, entregados al despiece. Un gallinero en shock. Naomi Klein describe este estado en «La Doctrina del Shock», en el que un individuo o una sociedad entera queda inerme, incapaz de defenderse mientras lo despluman y muy, muy «desanimados».

Así, pasivos, con poco o nada que hacer, hay tiempo para tanto. Quizá subirse a una ramita y echarse unos cantitos desde lo más profundo del pecho. Con tanto colibrí «sobrante» se armaría un buen coro capaz de estremecer el bosque. Lo otro es convertirse en especie en extinción. Usted sabrá si quiere ser exterminado o grita a todo pulmón que el jardín también es suyo.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.