No es el día de los Inocentes [April fools – 1 de abril]. Pero bien podría serlo, ya que ese mismo día el presidente estadounidense, Donald Trump, anunció otro aluvión de aranceles a las importaciones en Estados Unidos en lo que Trump llama «Día de la Liberación» y que la voz estadounidense de las grandes empresas y las finanzas, el Wall Street journal, ha calificado como «la guerra comercial más estúpida de la historia«.
En esta ronda, Trump ha aumentado los aranceles a las importaciones de países que tienen tipos arancelarios más altos para las exportaciones estadounidenses, por ello les llama «aranceles recíprocos». Con ello pretende contrarrestar lo que considera impuestos, subsidios y regulaciones injustos de otros países sobre las exportaciones estadounidenses. Paralelamente, la Casa Blanca está estudiando toda una serie de gravámenes sobre determinados sectores, y además se vuelven a aplicar los aranceles del 25% sobre todas las importaciones procedentes de Canadá y México que se habían aplazado anteriormente.

Los funcionarios estadounidenses han señalado en repetidas ocasiones el impuesto sobre el valor añadido de la UE como ejemplo de práctica comercial desleal. Los impuestos sobre los servicios digitales también son objeto de ataques por parte de los funcionarios de Trump, que afirman que discriminan a las empresas estadounidenses. Por cierto, el IVA no es un arancel injusto, ya que no se aplica al comercio internacional y es únicamente un impuesto nacional: EE UU es uno de los pocos países que no aplica un IVA federal, sino que aplica diferentes impuestos sobre las ventas a nivel federal y estatal.
Trump afirma que sus últimas medidas van a «liberar» a la industria estadounidense al elevar el coste de la importación de productos extranjeros para las empresas y los hogares estadounidenses y reducir así la demanda y el enorme déficit comercial que Estados Unidos tiene actualmente con el resto del mundo. Quiere reducir ese déficit y obligar a las empresas extranjeras a invertir y operar dentro de EE UU en lugar de exportar a ese país.

¿Funcionará? No, por varias razones. En primer lugar, habrá represalias por parte de otros países. La UE ha dicho que contrarrestará los aranceles estadounidenses sobre el acero y el aluminio con sus propias tasas, que afectarán a 28.000 millones de dólares de diversos productos estadounidenses. China también ha impuesto aranceles a exportaciones agrícolas estadounidenses por valor de 22.000 millones de dólares, dirigidos a la base rural de Trump, con nuevas tasas del 10% sobre la soja, la carne de cerdo, la carne de vacuno y el marisco. Canadá ya ha aplicado aranceles a unos 21.000 millones de dólares de productos estadounidenses, desde alcohol hasta la mantequilla de cacahuete, y a unos 21.000 millones de dólares de productos estadounidenses de acero y aluminio, entre otros.

En segundo lugar, las importaciones y exportaciones estadounidenses ya no son la fuerza decisiva del comercio mundial. La proporción del comercio estadounidense en el comercio mundial no es pequeña: actualmente es del 10,35%. Pero ha bajado desde el 14% de 1990. Por el contrario, la cuota de la UE en el comercio mundial es del 29% (frente al 34% de 1990), mientras que los llamados BRICS tienen ahora una cuota del 17,5%, encabezados por China, con casi el 12%, frente a sólo el 1,8% en 1990.
Esto significa que el comercio no estadounidense de otras naciones podría compensar cualquier reducción de las exportaciones a Estados Unidos. En el siglo XXI, el comercio estadounidense ya no es el que más contribuye al crecimiento del comercio: China ha tomado una delantera decisiva.

Simon Evenett, profesor de la IMD Business School, calcula que incluso si EE UU cortara todas las importaciones de bienes, 70 de sus socios comerciales recuperarían totalmente las ventas perdidas a EE UU en un año, y 115 lo harían en cinco años, suponiendo que mantuvieran sus actuales tasas de crecimiento en las exportaciones a otros mercados. Según la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, la plena aplicación de estos aranceles y las represalias de otros países contra EE UU podrían reducir el volumen del comercio mundial de mercancías hasta un 10% respecto al crecimiento de referencia a largo plazo. Pero incluso en este escenario negativo, el comercio mundial de mercancías aumentaría un 5% en 2029 con respecto a 2024.
Uno de los factores que está impulsando un crecimiento continuado del comercio mundial es el aumento del comercio de servicios. El comercio mundial alcanzará la cifra récord de 33 billones de dólares en 2024, con un crecimiento del 3,7% (1,2 billones de dólares), según el último informe Global Trade Update de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas (UNCTAD). Los servicios impulsaron el crecimiento aumentando un 9% en el año y aportando 700.000 millones de dólares, casi el 60% del crecimiento total. El comercio de bienes creció un 2%, aportando 500.000 millones de dólares. Ninguna de las medidas de Trump se aplica a los servicios. De hecho, EE UU registró el mayor superávit comercial en el comercio de servicios entre los socios comerciales (unos 257.500 millones de euros en 2023), mientras que el Reino Unido tuvo el segundo mayor superávit (176.000 millones de euros), seguido de la UE (163.900 millones de euros) y la India (147.200 millones de euros).

Sin embargo, la salvedad es que el comercio de servicios sigue constituyendo solo el 20% del comercio mundial total. Además, el crecimiento del comercio mundial ha caído en picado desde el final de la Gran Recesión, mucho antes de las medidas arancelarias de Trump introducidas en su primer mandato en 2016, reforzadas bajo Biden a partir de 2020, y ahora de nuevo por Trump con el Día de la Liberación. Se acabó la globalización y con ella la posibilidad de superar las crisis económicas internas mediante exportaciones y flujos de capital al exterior.
Y aquí está el quid de la razón del probable fracaso de las medidas arancelarias de Trump para restaurar la economía estadounidense y «hacer América grande de nuevo»: no hace nada para resolver el estancamiento subyacente de la economía doméstica estadounidense; al contrario, lo empeora.
El argumento de Trump a favor de los aranceles es que las importaciones extranjeras baratas han causado la desindustrialización de Estados Unidos. Por esta razón, algunos economistas keynesianos como Michael Pettis han apoyado las medidas de Trump. Pettis escribe que los «déficits masivos a largo plazo de Estados Unidos cuentan la historia de un país que no ha sabido proteger sus propios intereses«. Los préstamos extranjeros a Estados Unidos «fuerzan ajustes en la economía estadounidense que resultan en un menor ahorro de Estados Unidos, principalmente a través de alguna combinación de mayor desempleo, mayor deuda de los hogares, burbujas de inversión y un mayor déficit fiscal«, al tiempo que ahuecan el sector manufacturero.
Pero Pettis lo tiene claro. La razón por la que Estados Unidos ha venido registrando enormes déficits comerciales es que la industria estadounidense no puede competir con otros grandes comerciantes, en particular China. La industria manufacturera estadounidense no ha experimentado ningún crecimiento significativo de la productividad en 17 años. Esto ha hecho que a Estados Unidos le resulte cada vez más imposible competir en áreas clave. El sector manufacturero chino es ahora la fuerza dominante en la producción y el comercio mundiales. Su producción supera a la de los nueve siguientes fabricantes juntos. Estados Unidos importa productos chinos porque son más baratos y cada vez de mejor calidad.
Maurice Obstfeld (Peterson Institute for International Economics) ha refutado la opinión de Pettis de que EE UU se ha visto «obligado» a importar más debido a las prácticas mercantilistas del resto de países. Ese es el primer mito propagado por Trump y Pettis.
El segundo es que el estatus del dólar como principal moneda de reserva internacional obliga a Estados Unidos a incurrir en déficits comerciales para suministrar dólares a los tenedores oficiales extranjeros. El tercero es que los déficits estadounidenses son causados enteramente por entradas financieras extranjeras, que reflejan una demanda más general de activos estadounidenses que Estados Unidos no tiene más remedio que acomodar consumiendo más de lo que produce.
Obstfeld sostiene, en cambio, que es la situación interna de la economía estadounidense la que ha provocado los déficits comerciales. Las y los consumidores, las empresas y el gobierno estadounidenses han comprado más de lo que han vendido en el extranjero y lo han pagado con capital extranjero (préstamos, venta de bonos y entrada de IED). Esto no se debe a un «ahorro excesivo» por parte de países como China y Alemania, sino a la falta de inversión en activos productivos en Estados Unidos (y otros países deficitarios como el Reino Unido). Para Obstfeld: «estamos asistiendo sobre todo a un colapso de la inversión. La respuesta debe depender del aumento del consumo estadounidense y de la inversión inmobiliaria, en gran medida impulsada por la burbuja inmobiliaria«. Dadas estas razones subyacentes del déficit comercial estadounidense, «los aranceles a la importación no mejorarán la balanza comercial ni, en consecuencia, crearán necesariamente puestos de trabajo en el sector manufacturero«. Por el contrario, «elevarán los precios a los consumidores y penalizarán a las empresas exportadoras, que son especialmente dinámicas y productivas«.
Como he explicado antes, EE UU tiene un enorme déficit comercial de mercancías con China porque importa muchas mercancías chinas a precios competitivos. Esto no supuso un problema para el capitalismo estadounidense hasta la década de 2000, ya que el capital estadounidense recibía una transferencia neta de plusvalía de China a pesar de que EEUU tenía un déficit comercial. Sin embargo, a medida que el déficit tecnológico de China con EE UU comenzó a reducirse en el siglo XXI, estas ganancias empezaron a desaparecer. Aquí radica la razón geoeconómica del lanzamiento de la guerra comercial y tecnológica contra China.
Los aranceles de Trump no supondrán una liberación, sino que solo aumentarán la probabilidad de un nuevo aumento de la inflación interna y una caída a la recesión. Incluso antes del anuncio de los nuevos aranceles, había señales significativas de que la economía estadounidense se estaba desacelerando a cierto ritmo. Los inversores financieros ya están haciendo balance de la «guerra comercial más estúpida de la historia» de Trump vendiendo acciones. Las acciones de los antiguos Siete Magníficos de Estados Unidos ya se encuentran en un mercado bajista ya que su valor ha caído más de un 20% desde Navidad.

Los expertos en previsiones económicas rebajan sus estimaciones para el crecimiento económico de EE UU de este año. Goldman Sachs ha aumentado la probabilidad de recesión para este año del 20% al 35%, y ahora prevé que el crecimiento real del PIB estadounidense alcance sólo el 1%. La previsión económica GDP Now de la Fed de Atlanta para el primer trimestre de este año (que acaba de terminar) es de una contracción del 1,4% anualizado (es decir, -0,35% intertrimestral). Y los aranceles de Trump aún están por llegar.
Los aranceles nunca han sido una herramienta eficaz de política económica que pueda impulsar una economía nacional. En la década de 1930, el intento de EE UU de proteger su base industrial con los aranceles Smoot-Hawley sólo condujo a una mayor contracción de la producción como parte de la Gran Depresión que envolvió a Norteamérica, Europa y Japón. La Gran Depresión de los años treinta no fue causada por la guerra comercial proteccionista que provocó Estados Unidos en 1930, pero los aranceles de entonces sí añadieron fuerza a esa contracción mundial, ya que se convirtió en un cada país a lo suyo. Entre los años 1929 y 1934, el comercio mundial cayó aproximadamente un 66%, ya que los países de todo el mundo aplicaron medidas comerciales de represalia.
Cada vez son más los estudios que sostienen que una guerra de aranceles sólo provocará una reducción del crecimiento mundial y un aumento de la inflación. El último, calcula que con una «disociación selectiva» entre un bloque occidental (centrado en EE UU) y un bloque oriental (centrado en China) limitada a los productos más estratégicos, las pérdidas del PIB mundial en relación con el crecimiento tendencial podrían rondar el 6%. En un escenario más grave que afectara a todos los productos comercializados entre bloques, las pérdidas podrían ascender al 9%. Dependiendo del escenario, las pérdidas del PIB podrían oscilar entre el 2% y el 6% para EE UU y entre el 2,4% y el 9,5% para la UE, mientras que China se enfrentaría a pérdidas mucho mayores.

Así que ahí no hay liberación.
Texto original: The next recession
Traducción: viento sur