El viaje El camino de 230 km que separa Dourados de Antonio João es de carreteras rectas, mucha soja y un poco de ganado. Las plantaciones se extienden hasta el horizonte distante, en un escenario con raras interrupciones y sin florestas. En algunos momentos costeamos la frontera con Paraguay. Tomamos la carretera acompañados del capitán […]
El viaje
El camino de 230 km que separa Dourados de Antonio João es de carreteras rectas, mucha soja y un poco de ganado. Las plantaciones se extienden hasta el horizonte distante, en un escenario con raras interrupciones y sin florestas. En algunos momentos costeamos la frontera con Paraguay.
Tomamos la carretera acompañados del capitán (cacique) Silvio Paulo, lo que nos rindió horas de buena conversación en el camino de ida. Poco después de la salida de Dourados, cruzamos una aldea indígena. Silvio cuenta que la tierra allí fue otra reocupación. Los indígenas fueron literalmente expulsados por los hacendados y fueron a vivir a las ciudades, a trabajar a las haciendas o vivir en la orilla de los caminos. El capitán llama a eso de «desparramo». Los terratenientes derribaron la floresta, vendieron la madera y pusieron ganado o plantaciones.
Cuando los indígenas volvieron a la tierra, en los años 80, no existían más las florestas de donde obtenían su caza con la cual se alimentaban: tatú, chancho montés o pájaros grandes. Y miel, cuenta Silvio. «Usted entraba en la floresta y ella no terminaba nunca», dice el capitán, que hace 11 años es jefe del puesto de la Funai, en Caarapó, y que sigue todo el proceso de organización de los líderes indígenas desde los 18 años. Actualmente tiene 45.
¿Hambre? Agua potable
Imposible que la conversación no pase por el tema que pone a los indígenas en el centro de las atenciones nacionales: la desnutrición. El capitán cuenta que uno de los niños muertos era de su aldea. Él dice que allá el problema de la falta de comida no es lo más grave, que hubo casos de desnutrición que fueron superados. Lo que ocurre es que los niños han tenido mucho dolor de barriga, no siempre hay tratamiento y ellas terminan enflaqueciendo.
Pregunto como es el agua que los indígenas beben: Silvio Paulo cuenta que sólo una parte de las casas recibe agua por cañerías. La mayoría de las personas usa agua del río. El mismo río que recibe agrotóxicos de las plantaciones que están cerca de todas las aldeas. El mismo río que, como cuenta Silvio Paulo, dejó de tener peces en los años 80, cuando el uso de la región para cultivo agrario se intensificó.
La Fundación afirma que todas las aldeas de Mato Grosso do Sul poseen red de abastecimiento de agua, pero no todas las casas están unidas a la red que lleva agua hasta las viviendas. La cantidad de casas con red domiciliaria varía de aldea en aldea.
Banderas rojas
Debemos haber cruzado unos seis campamentos del Movimiento Sin Tierra (MST). Casas de lona negra y amarilla debajo del sol ardiente. Pasamos también por un asentamiento y oímos en la radio, en Ponta Porã, que va a haber un nuevo asentamiento de 1.850 familias en la región. Una concejala vociferaba por nuevas escuelas y atención de salud para la población que llegaría en breve a la ciudad.
Zona de Frontera
En el medio del camino, vemos pelotones del Ejército y nos damos cuenta de que estamos en la región de la frontera. Sectores militares que están en contra de la demarcación de tierras indígenas en zonas de frontera acostumbran argumentar que las tierras indígenas son peligrosas para la seguridad nacional a causa de la baja densidad poblacional. Pues bien, aquí en Mato Grosso do Sul la región de frontera está formada por innumeras haciendas de ganado. Siempre oímos el discurso de «mucha tierra para tan poco indio». Extraño, nunca oí a nadie decir «mucha tierra para tan poco hacendado», ni que las haciendas son amenazas para la seguridad nacional.
Nhande Ru Marangatu Después de dos horas y tanto de viaje, con un trecho final de camino de tierra y muchas piedras, llegamos a la entrada de la «Fazenda Fronteira», lugar donde casi ocurrió la acción de desalojo. La acción estaba programada para el día 3 de marzo, hasta que una jueza federal de apelaciones aceptó el recurso del Ministerio Público de Dourados, evitando el desalojo que podría haber terminado en violencia. Otros desalojos, realizados en ciudades próximas, como Iguatemi y Japorã, en enero de 2004, terminaron de esa manera. La decisión judicial extendió el plazo para el desalojo hasta el 31 de marzo de 2005, «plazo razonable para que el Poder Ejecutivo implemente soluciones, mirando de acomodar los intereses de todas las partes, adoptando una política social». Para los indios, la acción más efectiva del Poder Ejecutivo sería la homologación de la tierra, ya demarcada en 9.300 hectáreas, de los cuales los indígenas no ocupan ni 500. Y, con excepción de ocho hectáreas de la aldea más antigua, llamada Campestre, toda la tierra fue recuperada a través de reocupaciones.
Guaraní
Pasamos por plantaciones de maíz y mandioca y llegamos al centro de la aldea, donde un grupo con muchos niños estaba reunido. Somos muy bien recibidos, y nos sentamos en un espacio cubierto donde estaban algunos líderes, muchas mujeres y niños. Parece que los hombres estaban fuera, recogiendo poroto.
Silvio Paulo y el capitán conversan en guaraní. La lengua tiene un sonido nasal, muy diferente del portugués. Todo lo que se puede entender son palabras del portugués que aparecen en la conversación: 40, 140, policía, soldado, hacendado y homologación.
El capitán de Nhande Ru Maragatu está feliz y sonríe cuando habla de la tranquilidad del día de hoy, en contraste con la tensión del día anterior. Somos invitados a caminar por las plantaciones de maíz, mandioca, poroto y mamón, cultivadas por los indios desde la última ocupación, en octubre de 2004.
Cómo los niños aprenden
La caminata pasa por tres núcleos con casas, cubiertas de paja. En el tercero, al lado de la plantación de arroz, hay un grupo reunido. Una niña de nueve años, sentada en el piso, machaca el arroz. La madre y las tías están alrededor, diciéndole como debe golpear el mortero. Un niño todavía menor está sentado al lado y mira atentamente.
En la educación tradicional indígena, los niños participan de todas las actividades y así van aprendiendo cómo se hacen las cosas. Está todo bien si se demora un poco más, es parte del proceso.
Saliendo de la casa, los líderes nos muestran, orgullosos, las dos variedades de maíz que recogieron este año.
Andamos otro poco por las plantaciones. Los líderes se ríen de mí a causa de la branchiara que se clava. Branchiara es la gramínea plantada en los pastos de ganado, y que toma cuenta del suelo de forma que es difícil librarse de ella después. Esta vez yo estoy cumpliendo el típico papel de periodista torpe. ¡Cámara, bloque de papel y la ropa equivocada!
No obstante, como periodista que quiere siempre un número para publicar, pregunto por segunda vez a uno de los jóvenes que nos acompaña: ¿Cuántas personas viven aquí? 97. Me quedo pensando: imposible que sean sólo 97. Pregunto si son 97 familias, y él asiente. Continúo olvidando que la forma diferente de pensar el mundo aparece en las pequeñas cosas: ¿quién dijo que todos los grupos tienen que medir su población por individuos, si ellos se organizan en familias?
Un señor simpático, una rezadora y la historia de aquel pueblo
Don Salvador estaba sentado al frente de su casa, acompañado de la esposa y de otras mujeres y niños. Aquí, la casa no es un lugar para quedarse adentro durante el día: son espacios pequeños y el calor es mucho. La «sala» queda exactamente del lado de afuera, con bancos bajo los árboles. Contando que está con dolor de espaldas, Don Salvador llega hasta la cerca para saludarnos y saca conversación. Pregunto cuánto tiempo hace que él vive allí. Desde 1999, cuando las primeros 28 hectáreas fueron reocupadas. Pero poco se plantaba en ese entonces, ya que las hectáreas iniciales iban para el lado del monte, donde el piso es pedregoso. Toda la región de plantaciones por donde andamos son parte de las 400 hectáreas retomadas el año pasado, después de la demarcación de las tierras.
«Aquí había floresta, contratista de obras de la hacienda sacó todo. Tapir, chancho montés, palmeras, tatú, miel. Tractor pasó y colocó en el lugar de la floresta cosa de blancos». Don Salvador cuenta que quiere vivir allí para siempre. «Nosotros nos criamos aquí, mi madre murió aquí, mi padre, mi hermano. Murieron de sarampión». Muchos Guaraní-Kaiowá murieron de sarampión y coqueluche, a finales de la década del 60. Don Salvador dice que sus padres murieron en 1968.
Rezadora Sacamos algunas fotografías y una de las jóvenes pide para ser fotografiada junto a una señora que estaba sentada en un banco bajo, en la entrada de su casa, que queda en frente de la de Don Salvador. Delgada, quieta, ella trabajaba pedazos de tejido (después descubrimos que estaba haciendo una red).
Don Sebastião nos cuenta que ella es una de las rezadoras de la comunidad, y que ella es «muy, muy vieja». La señora comienza el diálogo con nosotros mostrando una maraca. Pregunto si está hecho de calabaza y ella responde en Guaraní. Ella no habla en portugués, y Don Sebastião hace la traducción de la «conversación». Entra en la casa y trae, para mostrarnos, otras maracas y el chiru, un pedazo de madera que tiene funciones rituales. Si entendí bien, dijeron que es como «un santo para los indios», y que es usado en las preparaciones para las actividades de la comunidad, como las reocupaciones. Don Sebastião cuenta que la hija de la rezadora también murió de sarampión.
La escuela como conocemos Pasamos por la aldea de Campestre para visitar a Léia, profesora y líder indígena que conocí en el Foro Social Mundial. Ella es coordinadora de la escuela indígena Marçal de Souza. Marçal de Souza fue una líder que participó de los comienzos de la articulación del movimiento indígena nacional y fue asesinado en Campestre, en 1983. Él alcanzó relevancia nacional fundamentalmente después que hizo un discurso sobre la situación de los indígenas para el Papa, de visita en Brasil.
Léia estaba tensa en el Foro, y había ido a Porto Alegre con la misión de divulgar los problemas de su pueblo. Pregunto como está después de la decisión de ayer. Ella muestra una sonrisa: «Ayer era todo un sofoco. El personal estaba todo preocupado. Yo estaba corriendo de aquí para allá».
La escuela indígena de Campestre tiene 256 alumnos, 9 profesores, 2 aulas y un barracón con otras dos. Léia cuenta que las aulas están llenas. La educación es bilingüe, en guaraní y portugués. Los carteles en las paredes tienen palabras en los dos idiomas.
Léia cuenta que la escuela está trabajando para fortalecer el contacto de los niños con la cultura Guaraní-Kaiowá. «Los profesores de educación artística están trabajando con artesanías, alimentos y animales que tenían aquí pero que no tenemos más», cuenta. La escuela está comenzando también un trabajo de contar la historia del nombre de la tierra indígena. Nhande Ru significa «el padre» y Marangatu quiere decir «sagrado». La primera parte del nombre de la tierra indígena cambia con cada generación.
En la escuela hay también clases para 45 jóvenes y adultos, mayores de 15 años, que estudian por la mañana (1ª y 2ª series) y tarde (3ª y 4ª series).
Porque no había hambre para niños indígenas
En el camino entre el área reocupada y la aldea más antigua, llamada Campestre, nos cruzamos con un grupo de unos 10 niños. Venían andando solas (sin adultos cerca) y sonrientes por el camino, vistiendo uniforme de camiseta blanca con el cuello rojo. Traían también unas dos bolsas de siriguelas (fruta típica), bien rojizas. ¡Siriguelas! Claro que, además de las fotos, nosotros pedimos algunas frutas.
Y ahí entendí algo que ya había oído hablar algunas veces: los niños indígenas no comen «en la hora de comer», ni las madres indígenas acostumbran hacer «avioncito» para convencer a los niños que tienen que comer: la comida está allí para ser tomada, en el árbol de siriguela o de banana, o sino está lista en casa para ser comida cuando viene el hambre. Sólo que en las aldeas donde la vegetación fue derribada y donde no hay árboles de frutas, los niños no tienen de donde tomar comida. Eso cambia todos los hábitos alimentarios, desordena todo. Y hasta cambiar el desorden en orden…
Traducción de Daniel Barrantes