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El diagnóstico de Frantz Fanon

Fuentes: The Star (Toronto)

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

«Fanon no prescribió la violencia. La diagnosticó.»

Cuando era joven, y crecía en Toronto en los años ochenta, consideraba a Third World Books en Bathurst St. como un santuario al que realizaba peregrinajes semanales.

En esos años formativos, yo, como tantos otros jóvenes hombres y mujeres que frecuentaban el negocio, estuve expuesto a escritores y pensadores – Audré Lourde, Claude McKay, bell hooks, Malcolm X, Angela Davis, Cheikh Anta Diop, C.L.R. James – y una variedad de ideas como el panafricanismo, el socialismo, el tercermundismo, y el antiimperialismo. Third World Books fue un local de debates animados, y a veces acalorados. Imaginábamos y modelábamos un mundo nuevo, y nuestras herramientas eran los libros que honraban las estanterías del negocio.

Por desgracia la librería ya no existe. Expiró con Leonard Johnston, o Lennie, como lo llamábamos afectuosamente, quien, junto a su esposa, Gwendolyn Johnston, no era sólo el propietario sino el corazón y el alma de una notable institución.

Fue Lennie quien me expuso por primera vez a «Los condenados de la tierra» de Frantz Fanon. El psiquiatra martiniqués escribió literalmente el libro en su lecho de muerte, mientras en su cuerpo pululaba un exceso de leucocitos. En esos días, estaba activamente involucrado en la lucha argelina por la liberación, como embajador del Frente de Liberación Nacional (FLN) en Ghana. El FLN estaba a la vanguardia de la dura batalla de Argelia contra el colonialismo francés. Fanon había ganado el respeto del FLN durante su ocupación como jefe de medicina en el hospital Blida- Joinville en Argelia, a mediados de los años cincuenta. Arriesgó su vida al denunciar públicamente los horrores del colonialismo francés en Argelia y al tratar a fedayín del FLN que habían sido torturados por los franceses.

En retrospectiva, el destino de Fanon parece haber estado unido a Argelia desde el comienzo. Como estudiante de medicina especializado en psiquiatría clínica en Francia en los años cincuenta, trató a argelinos empobrecidos, lo que lo llevó a observar sarcásticamente: «Si el nivel de vida ofrecido a los norafricanos en Francia es mayor que aquel al que estaban acostumbrado en casa, hay mucho que hacer en su país, en esa ‘otra Francia.'»

También recibió entrenamiento para el combate en Argelia como soldado en el ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial. Durante esa primera visita a Argelia, Fanon encontró el virus del racismo que parece haberlo eludido en Martinica. Los soldados franceses blancos estaban separados de los negros antillanos, que supuestamente eran ciudadanos franceses. Los soldados africanos negros también estaban segregados de los soldados franceses, así como los africanos árabes, que eran denigrados por los franceses y tratados como parias en su propia tierra. Fanon vivió esta experiencia en el momento mismo en el que el ejército francés se disponía a enfrentar al fascismo alemán, con sus nociones de pureza racial. La ironía de la situación no le fue ajena.

La guerra indudablemente conformó la visión de la violencia de Fanon. Fanon entró a la guerra como adolescente; su interminable carnicería sirvió como su rito de paso a la edad adulta. Lo sacudió a fondo y lo expurgó del idealismo que albergaba cuando se unió a las Fuerzas Libres francesas.

La violencia afectó profundamente a Fanon en un momento cardinal de su vida. Por lo tanto no sorprende que la haya tomado como tema en sus escritos. Desde la publicación en 1961 de «Los condenados de la tierra,» Fanon ha estado al centro de una tormenta de controversia, la mayor parte de la cual se basa en el primer capítulo de su libro, intitulado «Sobre la violencia.»

Parte del problema reside en el hecho de que Fanon es generalmente leído de modo demasiado literal cuando, como han argumentado el profesor de la Universidad de York Ato Sekyi-Otu y otros, debería ser leído, por lo menos en parte, de manera literaria. La prosa vívida y dramática de Fanon fue influenciada por el estilo literario del poeta y estadista martiniqués Aimé Césaire. El poeta surrealista francés André Breton describió el poema de Césaire de 1939: «Cuaderno de retorno a un país natal» como «nada menos que el mayor monumento lírico de todos los tiempos.» En el poema Cesaire declaró:

«Porque os odiamos a vosotros y a
vuestra razón, reivindicamos la
demencia precoz la locura ardiente
el canibalismo tenaz…»
«…mi negritud no es una torre ni una catedral
se zambulle en la carne roja del suelo
se zambulle en la carne ardiente del cielo
agujerea el agobio opaco de su erguida paciencia».

Césaire enseñó a Fanon en el Lycée Schoelcher en Martinica, y su manejo convincente, altamente emotivo del idioma francés dejó una impresión duradera sobre su estudiante. A veces, Fanon parece hacer una declaración cuando en realidad o describe una situación, tal como existe, o hace una afirmación dramática, sólo para repudiarla en otra sección, como si estuviera escribiendo escenas en una obra teatral.

En una columna de febrero de 2002 en National Post : «Frantz Fanon: A Poisonous Thinker Who Refuses to Die,» [Frantz Fanon, un pensador ponzoñoso que se niega a morir] el escritor Robert Fulford afirmó que «fue Fanon quien trajo a la cultura moderna la idea de que la violencia puede sanar espiritualmente a los heridos,» y que Fanon «argumentó que la violencia era necesaria para los pueblos del Tercer Mundo no sólo como un camino para conquistar su libertad sino, aún más, porque curaría el complejo de inferioridad creado por las enseñanzas de los hombres blancos.»

También nos informó que «Los condenados de la tierra,» «apareció en seis ediciones en árabe,» insinuando escandalosamente una relación entre la arabitud y la violencia. Fulford se equivoca trágicamente, si no es insincero. Perpetúa la imagen de Fanon como apóstol de la violencia. Pero calificar a Fanon de avatar de la violencia es tan osado como calificar a Fulford de pacifista.

Gran parte de la algarabía proviene de pasajes como el siguiente: «Al nivel de los individuos, la violencia es una fuerza purificadora que libera al nativo de su complejo de inferioridad, de su desesperación y de su inacción; lo vuelve sin temor y restaura su auto-respecto». Si se lee a la ligera, el pasaje parece ser una promoción de la violencia como liberación purificante. Pero al leerlo con más detención, el lenguaje de Fanon es muy específico. Las palabras «al nivel de los individuos» son cruciales: Fanon comparte sus observaciones de primera mano como psiquiatra clínico. Trataba a pacientes argelinos que estaban involucrados en una lucha a vida o muerte contra colonos franceses que habían asesinado, maltratado, y mutilado a mujeres y hombres argelinos. Para algunos de ellos, la violencia fue un acto purificante. Bajo esas condiciones, ¿puede sorprendernos que algunos de ellos hayan tomado las cosas en sus propias manos, a falta de un aparato judicial imparcial, de una fuerza policial, y cualesquiera otras instituciones oficiales dispuestas a defender los derechos de los argelinos?

En un capítulo de «Los condenados de la tierra» intitulado «Guerra colonial y desórdenes mentales,» Fanon describe una serie de casos clínicos. Uno involucró a dos hermanos argelinos que habían asesinado a su amigo europeo. Ambos habían perdido a miembros de su familia a manos de los franceses y al parecer mataron a su amigo simplemente porque él mismo era francés. Naturalmente, Fanon no condonó el asesinato arbitrario cometido por los hermanos. Pero, como psiquiatra, trató de comprender por qué lo cometieron. Concluyó que, como tantos de sus otros pacientes, los hermanos estaban afligidos de «fenómenos psiquiátricos que conllevan desórdenes» que estaban directamente vinculados a su condición colonial. En otras palabras, la violencia aleatoria no constituía una conducta normal. Fanon no prescribió la violencia. La diagnosticó y trató de explicarla.

Se sentía embarazado ante actos de violencia injustificable y, a pesar de su formación médica, se dice que sentía considerable aversión a la vista de sangre. Y a pesar de ello no podía ignorar la realidad de Argelia, o de cualquier otra sociedad en la que el colonizador utiliza la violencia para subvertir y reprimir las posibilidades de vida de los que coloniza. Es enigmático por qué una característica tan común de la sociedad colonial pueda haber sido tan controvertida. La violencia y el colonialismo van mano en mano. La violencia no es sólo utilizada para subyugar a los pueblos colonizados; condiciona su propia existencia porque es mantenida en reserva, por si «los nativos se salen de madre.»

Y tal como los USamericanos utilizaron cañones y pólvora para librarse del yugo del colonialismo británico, los condenados de la tierra también se reservan ese mismo derecho cuando se bloquean otras avenidas hacia la libertad. Es lo que quiere decir Fanon cuando escribe de la «práctica de la violencia» de los colonizados, y de «… su plan para la libertad.» El contexto es siempre importante. ¿Quién cuestiona en la actualidad si los vietnamitas estuvieron justificados cuando tomaron las armas, utilizaron la violencia, ante las bombas de USA que llovían sobre sus aldeas, asesinando y mutilando a decenas de miles de civiles inocentes?

Pero existe otro motivo para leer cuidadosamente a Fanon. La mayor parte de la violencia que Fanon describe en «Los condenados de la tierra» es fratricida – Argelinos que desatan su angustia y su frustración acumuladas los unos sobre los otros, en gran parte porque se sienten impotentes para desatarlas contra su opresor. En días en los que la violencia de «negro contra negro» domina rutinariamente los titulares (¿existe el crimen de «blanco contra blanco»?), Fanon nos recuerda que la enajenación, la pobreza, y la marginalización son responsables por muchos de los males sociales y psicológicos de nuestra época. Y aunque podría ser demasiado formulista atribuir una simple relación de causa y efecto a todos los problemas sociales, no cabe duda que el fratricida que continúa cobrando tantas vidas en Norteamérica y Europa está directamente relacionado con el alto desempleo, la disminución de las posibilidades de vida, y el profundo sentimiento de enajenación social que siente tanta gente joven.

Este cuadro es bastante obvio en centros metropolitanos como Toronto y Montreal, o en ciudades como Londres y Glasgow. Las brutales orgías de «trago y cuchillas» entre pandillas rivales de jóvenes blancos en Escocia condujeron recientemente a Naciones Unidas a designarlo el país más violento en el mundo «desarrollado.» Es también uno de los países más pobres de Europa: Un cuarto de los niños de Escocia vive en la pobreza y depende de ayuda gubernamental.

Fulford cree que Fanon «ha pasado a la historia,» pero ese punto no podría estar más alejado de la verdad. Fanon continúa resonando con los oprimidos y desposeídos del mundo. Ha sido el tema de por lo menos dos películas, y otra será pronto estrenada por la compañía de Danny Glover, Louverture Films. Sus ideas son estudiadas en departamentos de filosofía y ciencias políticas, y en programas de estudios poscoloniales y culturales, en todo el mundo. Su influencia crece en los campos de la psiquiatría y la psicología, y un flujo continuo de biografías y antologías de Fanon sugiere que, a pesar del tremendo impacto de sus escritos en los años sesenta y setenta, recién ahora comenzamos a comprender la amplitud y la profundidad de sus ideas.

Cuando Fulford sugirió que las ideas de Fanon evaden obstinadamente la muerte, tiene razón. Como una herida supurante que se niega a cicatrizar, las desigualdades que Fanon denunció tan lúcidamente, siguen acompañándonos en la actualidad. Como Lennie, que jugó su papel en disipar la niebla de nuestros ojos, el fantasma de Fanon sigue persiguiéndonos, no como una aparición espeluznante, sino como alguien que nos desafía a que imaginemos que otro mundo es posible, y a que nos comprometamos a lograr que ese mundo llegue a existir.

David Austin es un escritor y trabajador comunitario de Montreal, Canadá.

http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=30&ItemID=11275