Recomiendo:
0

España

El diálogo social

Fuentes: Rebelión

Algunos hablan de recomponer el diálogo social; como si se tratara de un puzzle de piezas desperdigadas que se debieran encajar a cualquier precio por una cuestión de responsabilidad. Pero olvidan que el diálogo social no es un fin en sí mismo, sino un medio más para conseguir mejoras sociolaborales, o para garantizar el mantenimiento […]

Algunos hablan de recomponer el diálogo social; como si se tratara de un puzzle de piezas desperdigadas que se debieran encajar a cualquier precio por una cuestión de responsabilidad. Pero olvidan que el diálogo social no es un fin en sí mismo, sino un medio más para conseguir mejoras sociolaborales, o para garantizar el mantenimiento de derechos adquiridos que hoy están amenazados. Todo lo demás es pura farsa, superchería, un espectáculo representado por un grupo de personas, que toman el té amigablemente en un salón alfombrado, ante una mesa de mármol, o sobre unos confortables sofás de cuero, para que los fotógrafos tomen la instantánea de un encuentro soleado y feliz, mientras, tras los cristales, tiritando y desnudo bajo la lluvia, al Estado de bienestar le caen rayos y truenos. Porque, ¿de qué nos ha servido el romance social de los últimos años sino para consolidar la escandalosa pérdida de poder adquisitivo de los empleados públicos, precarizar todavía más el mercado laboral privado, o permitir que las rentas del capital se adueñen de un porcentaje mayor de la tarta de la riqueza?   
 
Como bien recuerda el profesor Tony Judt, desde finales del siglo XIX hasta los años setenta las sociedades occidentales «gracias a la tributación progresiva, los subsidios para los necesitados, la provisión de servicios sociales y garantías contra las situaciones de crisis, se volvieron cada vez menos desiguales». Hoy observamos el fenómeno inverso, con la diferencia de que ahora, paradójicamente, somos bastante más ricos que entonces. El periodista Ignacio Ramonet se preguntaba en una reciente entrevista cómo era posible que tras la II Guerra Mundial, en una situación de profunda quiebra económica, se profundizara como nunca el Estado de bienestar, mientras que ahora, cuando la riqueza global de países -y empresas- es superior a la de entonces, se nos pretenda convencer de que es imposible su sostenimiento.
 
Algo no cuadra; sucede que la realidad económica se viene interpretando de forma interesada, por los mismos -y sus voceros a sueldo: fundaciones, gabinetes de estudio, plataformas o think tank- que nunca pierden; ni en tiempos de bonanza porque ven dispararse sus beneficios; ni en coyunturas de crisis, porque aprovechan para incrementar presencia en sectores que tradicionalmente les han sido vedados, como los servicios públicos. Entretanto, una mayoría sumisa asume un discurso viciado, por una cuestión de aceptación social, para no sentirse aislados frente al resto; un fenómeno denominado por la politóloga Noelle-Neumann espiral del silencio, que implica la aceptación de la posición dominante -la más difundida- sobre aquellos temas que no se conocen en profundidad por ser especialmente complejos, como los económicos. Una mentira colectiva, afianzada en gran parte por la desorientación ideológica y la paulatina claudicación de los partidos denominados socialdemócratas, como el PSOE, que han dado por buenos los postulados tradicionales de la derecha: como la diosa privatización, la ampliación de la edad de jubilación, la perversa obsesión por recortar el déficit o la reducción de impuestos, olvidando que si el capitalismo se «humanizó» en su momento fue por el discurso distintivo y la fuerza radical de la izquierda y los movimientos sindicales, que con sus luchas -mucho más que con el entronizado diálogo social- y teniendo claro a quienes servían, consiguieron mejoras socioeconómicas para clases medias y bajas, propiciando la cohesión social.
 
[email protected]
 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.