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Apostar a que la democracia sea democrática

El dilema histórico de la revolución bolivariana

Fuentes: Página/12

Como a las tres de la tarde del domingo le pregunté a un cuadro chavista del oeste de Caracas cómo iba la cosa y me dijo esta frase reveladora: «La gente viene a votar como si estuviéramos eligiendo a Chávez por cuarta vez». Unos 12 millones de votos sobre un padrón de 17, o sea, […]

Como a las tres de la tarde del domingo le pregunté a un cuadro chavista del oeste de Caracas cómo iba la cosa y me dijo esta frase reveladora: «La gente viene a votar como si estuviéramos eligiendo a Chávez por cuarta vez». Unos 12 millones de votos sobre un padrón de 17, o sea, con una participación que bordeó el 71 por ciento, seis millones decidieron Sí contra cinco millones que votaron No. Ese resultado definió dos tendencias: modificó un paradigma de gobernabilidad tradicional de América latina y habilitó la continuación de un proyecto político sostenido en un líder y un movimiento social rebelde.

En Venezuela se viene modificando radicalmente la lógica del poder sembrada en más de cien años de hegemonía político-cultural burguesa, a favor de otra en la que los dominados tratan de conquistar una práctica de democracia menos mediada, indirecta, mojigata y simulada. Una que corresponda a su nuevo peso social en la nación. La novedad de esta práctica es tan simple como su denominación, es más democracia política, aunque suele ser confundida por algunos chavistas amamantados en la vieja hegemonía como el último tren de la salvación individual.

Lo interesante es que para los desplazados del poder tradicional esa nueva práctica democrática es absolutamente insoportable. Como lo es para Washington.

El resultado no podía ser más paradójico. Los que reclaman «democracia y libertad» llaman dictador a Chávez, tiranía a su gobierno y «década infame» a sus diez años. Están asustados de tanta manifestación de democracia. Para este referéndum los argumentos fueron «llevan a la gente a votar como borregos», o éste, más extraviado de racionalidad: «Se está abusando del voto».

Lo anterior demuestra varias cosas, pero una muy particular: la democracia es un vestido de ocasión. Depende de cuál clase social se lo calce y se lo ajuste, será una u otra democracia. O ninguna. Los esclavistas griegos tuvieron la suya, el capitalismo decimonónico inventó la propia. Entonces la paradoja llega a su extremo de disociación: ellos no soportan que en Venezuela la democracia que inventaron se esté llevando a su máxima expresión, con el derecho a elegir y des-elegir todo, comenzando por Chávez. Ya advertía, con buenas razones, el marxista británico Stanley Moore, que «en las democracias capitalistas el pueblo ni hace las leyes ni las interpreta ni las hace cumplir. Vota y se supone que a través del voto ejerce un control completo…» (Crítica de la democracia capitalista, Pág. 71, 1997).

Sienten horror de que la democracia sea democrática y que pueda dar paso a otra basada en la socialización del poder y la economía. Ese es el dilema histórico de la revolución bolivariana.

Otro hecho clave del referéndum fue la recuperación de dos de los tres millones de votantes que se abstuvieron en 2007. La acotada abstención del 30 por ciento, en un país donde esa actitud fue un resbaladizo lastre en la mayoría de los procesos electorales, desde 1993, indica que allí habita el sector más remolón e indócil del electorado venezolano. Ese dato, que en Colombia y EE.UU. siempre manifestó un comportamiento negativo, depresivo y desaprensivo, en Venezuela es otra cosa. Apareció con una rebelión social como el Caracazo, y así quedó, un poco más politizada.

Salvando contadas excepciones, la abstención venezolana ha cumplido el rol de castigar candidatos, rechazar campañas y demoler partidos. Desde 1998, tras quince pruebas electorales, suficientes para una muestra empírica seria, la abstención abandonó su oquedad cada vez que tuvo que decidir sobre el presidente y el proyecto bolivariano. Este domingo decidió actuar con la abstención más baja fuera de las tres elecciones presidenciales.

Revela una alta aprobación al presidente Chávez, algo similar a Bolivia, Brasil y Ecuador, además de una complejidad creciente: la vulnerabilidad secreta de un tipo de régimen político que se ha concentrado demasiado en una imagen presidencial redentora. Eso no lo inventó Chávez, que bastante promovió la organización independiente, pero le ha comenzado a jugar en contra. El secreto está en ese millón de votantes que se negaron a volver.

* Escritor y periodista venezolano, autor de Quién inventó a Chávez.