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El dilema

Fuentes: Ultimas Noticias

Para la oposición venezolana, la política democrática sigue siendo un dilema. Lo confirma la manera como los opositores de Chávez asumieron los resultados electorales del 23 de noviembre. Igualito a como lo hicieron el 2 de diciembre de 2007: con un triunfalismo desbordante; con un histerismo que impide el análisis sereno de lo sucedido. Uno […]

Para la oposición venezolana, la política democrática sigue siendo un dilema. Lo confirma la manera como los opositores de Chávez asumieron los resultados electorales del 23 de noviembre. Igualito a como lo hicieron el 2 de diciembre de 2007: con un triunfalismo desbordante; con un histerismo que impide el análisis sereno de lo sucedido.

Uno entiende la euforia circunstancial que invade a un sector que viene de derrota en derrota. Que se debate en medio de graves contradicciones que le impiden transitar un derrotero acertado. Es lo que explica que en el ánimo de quienes dirigen ese sector de la vida nacional la derrota sea una victoria. Si no, ¿Cómo explicar que se considere que ganar 5 gobernaciones es más que las 17 que obtuvo el chavismo, y que el 81% de las alcaldías donde triunfó el Psuv es menos que el 19% de la oposición? La novísima matemática descubierta por los adversarios del chavismo es conmovedora. Es un consuelo cargado de subjetividad. Por consiguiente engañoso y peligroso.

¿Por qué peligroso? Porque quien lo practica se aleja de la realidad. Y la política hay que hacerla con arreglo a la realidad. De lo contrario se cae en la aventura. Ese riesgo lo corre la oposición, exagerando el magro resultado electoral del 23 de noviembre. Su reacción adquiere connotaciones impredecibles cuando da por descontado que posee un caudal electoral que sirve para todo: desde violentar las reglas de juego hasta llegar al extremo de considerar que el adversario está postrado y listo para el arrastre.

En tales condiciones la tentación es muy grande. Y hay experiencias que lo confirman. Aventuras como el 11 de abril, la militarización de la plaza Altamira, el guarimbeo, el paro petrolero y la abstención en las elecciones parlamentarias, muestran a dónde conduce la sobrevaloración de la propia fuerza, la subestimación de las condiciones objetivas imperantes y el desprecio al adversario. Una derecha recalcitrante, unos medios conectados a poderosos intereses transnacionales, la desesperación del gobierno de Bush por salir de Chávez a cualquier precio, y una dirección partidista frágil, que declinó su rol conductor y condujo a la oposición al desastre.

Cuando hay señales de recuperación de la oposición; cuando ésta intenta transitar la única vía -no hay otra- para competir y acceder al poder en democracia, la electoral; cuando da muestras de sensatez y participa con disposición democrática en la lid comicial, el resultado que obtiene la desquicia y hace que incurra, por obra de analistas, politólogos y dirigentes partidistas reconcomiados, en desvaríos. En interpretaciones fantasiosas sobre los guarismos electorales.

Esa conducta alienta la actitud de gobernadores y alcaldes que piensan que obtuvieron una victoria que los impulsa a cometer excesos. Que tan pronto se posesionan de los cargos -incluso antes de hacerlo- despiden personal, desalojan a los estudiantes de Medicina Integral, a miembros de las misiones, agreden a los médicos cubanos, cierran módulos de Barrio Adentro y los CDI y, en general, reprimen a los chavistas al igual que lo hicieron el 11-A. Por algo el actual gobernador de Miranda sentenció que la lucha es sin cuartel porque «somos agua y aceite», refiriéndose a las diferencias entre el sector que él representa y el chavismo.

Semejante actitud es producto de la descoordinación que impera en la oposición, de la carencia de liderazgo y de proyecto político, pero también de ese fascismo elemental, larvario, que subyace en el sector. Es reflejo de las tendencias que se debaten en su seno. Sin duda que allí existen factores democráticos que no comparten lo que sucede, pero a la hora de la verdad carecen de peso. Este es, precisamente, el dilema que enfrenta la oposición: asumir democráticamente el resultado electoral del 23-N, o hacerlo en forma antidemocrática, como cuando ese mismo sector asaltó el poder hace seis años. En fin, es el dilema de comportarse democráticamente o no. De tener conciencia de que las posiciones logradas a través del sufragio no son trinchera sino puente, no son guarimba sino espacio para el diálogo. Claro está que para los que pronosticaban que la oposición ganaría 17 gobernaciones y la mayoría de las alcaldías, la frustración se transforma en prepotencia y se opta, a la hora que se plantea el dilema, por la violencia y los análisis sesgados, cargados de subjetivismo.